Bruno era el cuarto de los seis hijos de Otto y Emma Lüdke, los propietarios de una lavandería en Köpenick, una pequeña ciudad del extrarradio de Berlín. Desde una edad temprana empezó a dar señales de tener una deficiencia intelectual. Inició sus estudios en la escuela pública de su barrio, pero era incapaz de seguir el ritmo de los niños de su edad, y con once años los profesores acabaron por enviarle a un colegio para alumnos con problemas de aprendizaje. No estuvo mucho tiempo allí. En 1922, a los catorce años, dejó la escuela y comenzó a trabajar en la lavandería familiar.
En 1937 su padre Otto murió de cáncer de laringe, y Bruno se vio obligado a encargarse del trabajo pesado del negocio. En esos años tuvo numerosos problemas con la policía. Era muy conocido en el pueblo como un ladrón de poca monta y un voyeur que acechaba a las niñas y las mujeres. También se decía que era un sádico al que le producía placer tratar con crueldad a los animales. Varias personas le denunciaron por maltratar al caballo que tiraba de la carreta de la lavandería, aunque, después de pasar por algunas pruebas médicas, se le permitió seguir conduciendo el carro.
El 31 de enero de 1943 unos niños descubrieron el cadáver de una mujer en un bosque cercano a Köpenick. Resultó ser Frieda Rössener, una viuda de 59 años que residía cerca de allí. Había sido asesinada dos días antes, estrangulada con su propio chal, presentaba señales de abuso sexual post-mortem y su bolso había desaparecido. Inmediatamente la policía de Köpenick avisó al departamento de homicidios de Berlín. Ese mismo día llegó de la capital un grupo de tres detectives al mando del Kriminalkommisar Heinrich Franz para hacerse cargo de la investigación. Cuando los vecinos mencionaron el comportamiento extraño de Lüdke, Franz ordenó detenerle para interrogarle como sospechoso. Poco después Bruno confesó que había estrangulado a la señora Rössener.
La sorpresa llegó cuando Lüdke continuó confesando crímenes. Los interrogatorios de Franz descubrieron que Bruno era responsable del asesinato de al menos 51 mujeres en un periodo de quince años, entre 1928 y 1943. El Kriminalkommisar trabajó varios meses comprobando los casos y descubrió que los datos que le daba Lüdke corroboraban los recogidos en los informes.
Bruno Lüdke murió en abril de 1944 en Viena, en circunstancias poco claras. Posiblemente fue ejecutado extraoficialmente en un calabozo de la policía. Según otra versión, fue usado como conejillo de indias en un instituto de investigación criminológica de las SS (lo que explicaría su traslado a Viena) y falleció “por accidente” durante un experimento. Hay fuentes que elevan su cifra de sus víctimas a más de 80. Está considerado uno de los asesinos en serie más sanguinarios de la historia de Europa.
Y hasta aquí la historia oficial.
Décadas después algunos investigadores comenzaron a poner en duda esta versión de los hechos. Y es cierto que algunos aspectos son muy difíciles de creer. ¿Cómo pudo un hombre tan limitado intelectualmente como Bruno Lüdke cometer decenas de crímenes a lo largo de tantos años sin ser descubierto? La mayor parte de los asesinatos habían tenido lugar durante el gobierno nacional-socialista, donde el control del Estado sobre la población llegó a ser asfixiante. Incluso continuaron después del comienzo de la guerra, cuando los trenes y los caminos se llenaron de controles policiales en busca de desertores y prisioneros fugados. Muchos de los supuestos crímenes de Bruno se habían cometido en el área de Berlín, pero también había otros de lugares alejados, como las ciudades de Hamburgo y Munich. Y Bruno tenía evidentes problemas para orientarse, no conocía la geografía de Alemania (no distinguía provincias de ciudades) y ni siquiera sabía comprar un billete de tren. Sin embargo, teóricamente, se movía por todo el Reich, en ferrocarril, en bicicleta o a pie, cometía sus crímenes y regresaba a casa sin llamar la atención, y, más extraño aún, sin que nadie en Köpenick hubiese detectado su ausencia.
Las únicas pruebas que había contra Bruno Lüdke eran sus confesiones. No parecía seguir un modus operandi concreto, ni dejaba una firma en sus crímenes (similitudes claras entre ellos que indicasen que eran obra de una misma persona). El móvil más habitual parecía ser el sexual, pero no siempre era así. Tampoco había ni una sola prueba física que le relacionase con los asesinatos. Ni una huella dactilar. Un cuidado por no incriminarse que resulta extraño, viniendo de una persona que, en una ocasión que robó una gallina, no se le ocurrió otra cosa que entrar con ella en una cervecería.
En contra de lo que afirmó el comisario Franz, los investigadores modernos aseguran que Bruno no tenía antecedentes por delitos sexuales. Era un hombre pacífico, sin amigos ni enemigos, y sin aparente interés por las mujeres. Sus únicos vicios conocidos eran el tabaco y alguna cerveza ocasional. Es cierto que le acusaron de maltratar a su caballo, un episodio que serviría para sumar a sus supuestas perversiones sexuales un historial de sadismo, aunque en aquella ocasión un tribunal de Berlín acabó decretando que era apto para manejar caballerías. Sus antecedentes policiales eran por pequeños hurtos. El más grave era una condena de tres meses por robo de madera, en otra ocasión estuvo en prisión preventiva por robar un pato, y un mes después le volvieron a pillar cuando intentaba vender en un bar una gallina robada. Esos antecedentes, y el hecho de que conociese a la víctima, bastarían para que el Kriminalkommissar Franz interrogase a Bruno entre una amplia lista de “sospechosos habituales”. Fue arrestado el 18 de marzo de 1943, casi dos meses después del asesinato de la señora Rössener, sin que hubiese ninguna prueba contra él y sin que, que se sepa, ninguno de sus vecinos le señalase como sospechoso.
Y si era inocente ¿por qué confesó Bruno Lüdke? Hay quien cree que fue una víctima del ambicioso Kriminalkommissar Franz, quien desde los primeros interrogatorios se habría dado cuenta de que podía manejarle e incitarle a declarar cualquier cosa.
Después de confesar el asesinato de Rieda Rössener, Bruno afirmó haber cometido también los de Käthe Mundt, Bertha Schulz y el matrimonio Umann. Franz aparentó no saber nada de aquellos casos hasta que Bruno los mencionó, pero según Jan Blaauw, un ex-policía holandés que investigó el caso en los años 90, el comisario mentía, ya que previamente había consultado los expedientes en los archivos policiales de Berlín. Igual que ocurría con la muerte de la viuda, las pruebas contra Bruno en aquellos crímenes se limitaban a su confesión, sin que pudiese reforzarla con alguna pista sobre el paradero de los objetos robados o detalles sobre los lugares en que se cometieron.
Ese fue solo el principio. La lista fue aumentando hasta llegar a los 51 asesinatos confirmados. Bruno parecía seguir el orden que le proponía Franz. Las primeras veinte confesiones fueron de crímenes cometidos en Berlín y sus alrededores, pero a partir de ahí comenzó a “acordarse” de otros casos no resueltos en el resto de Alemania. Había un patrón que se repetía en los interrogatorios: las primeras veces que Franz mencionaba un caso, Bruno aparentaba no saber nada. Varias entrevistas después, comenzaba a recordar y a dar detalles. Supuestamente, esos “recuerdos” habían sido inducidos por Franz.
El comisario Franz fue el único interrogador de Bruno durante la investigación. En las entrevistas consiguió ganarse su confianza tratándole con amabilidad. Es posible que le convenciese de que no tenía nada que temer de la policía, ya que al ser deficiente mental no podía ser juzgado, y que cuanto antes dijese todo lo que los policías querían oír, antes regresaría a casa. También puede que Bruno se sintiese fascinado por todo el interés que despertaba. Le llevaban de un lado a otro del país, le hacían fotos, le daban buena comida y tabaco... Y lo único que tenía que hacer para que aquello no se acabase era seguir confesando asesinatos.
Si de verdad el caso de Bruno Lüdke fue un montaje del Kriminalkommissar Franz, parece difícil que no contara como mínimo con el silencio cómplice de otros policías y de sus superiores, que no habrían tardado en darse cuenta de que Bruno estaba confesando crímenes que no podía haber cometido. La KRIPO (policía criminal) estaba bajo el control de la RSHA, el Servicio de Seguridad del Reich, parte a su vez del imperio de las SS. Aquel era un caso demasiado llamativo, que sin duda tuvo que alarmar a los responsables políticos. En la Alemania nacional-socialista era impensable que pudiese surgir un monstruo como Lüdke, pero lo era aún más que decenas de terribles crímenes se sucediesen año tras año y quedasen impunes ante la incompetencia de las autoridades. Los deficientes mentales eran para los nazis individuos indeseables que contribuían a la degeneración de la raza (Bruno había sido esterilizado por orden judicial en mayo de 1940). Las confesiones de uno de ellos suponían una gran oportunidad para cerrar muchos casos no resueltos sin comprometer la idea de sociedad perfecta y de orden que representaba el nacional-socialismo. Convenientemente, Bruno murió poco después de que Franz diese por finalizada la investigación.
Distintas versiones de la historia de Bruno Lüdke (en inglés):
http://murderpedia.org/male.L/l/ludke-bruno.htm
Les encantaba a estos tipos tener siempre a mano un chivo expiatorio que pagara los platos que habían roto otros.
ResponderEliminarUn saludo.
La verdad es que yo no tengo información suficiente como para asegurar que Bruno Lüdke fue un chivo expiatorio, pero si en algún sitio pudo ocurrir algo así fue en la Alemania nazi.
EliminarUn saludo, Cayetano.
Hace unos años se estrenó una película de Volker Schlöndorff, interpretada por John Malkovich, titulada "El ogro", cuyo protagonista estaba inspirado en la figura de Lüdke (sólo inspirado, la historia es totalmente diferente).
ResponderEliminarPues no me suena de nada, gracias por la información.
EliminarEspero que no sea una película del estilo de las de tu lista...