El campanario de la catedral de Pisa fue diseñado como una torre completamente vertical, pero al poco tiempo de iniciarse su construcción, en el siglo XII, sus cimientos cedieron parcialmente y comenzó a inclinarse. Ninguno de los intentos que se hicieron desde entonces para enderezarla tuvo éxito, pero, paradójicamente, aquel tremendo fallo de construcción es la causa principal de su fama. La torre inclinada de Pisa es hoy uno de los monumentos arquitectónicos más conocidos del mundo.
En el verano de 1944 Pisa estaba aún en manos alemanas. La ciudad toscana era el objetivo de la 91ª División de Infantería estadounidense, pero el avance de los norteamericanos se había vuelto lento y difícil. El mariscal de campo Kesselring, comandante de las fuerzas alemanas en Italia, había dado la orden de retrasar a los aliados a toda costa. Tras cada recodo del camino, cada granja o cada roca parecía esconderse una trampa explosiva o un pequeño grupo de obstinados defensores. Cuando al fin alcanzaron las afueras de la ciudad, las tropas estadounidenses se encontraron con un último obstáculo: más de cuatro kilómetros de campo abierto y completamente llano que tendrían que atravesar al descubierto. La letal precisión con la que les bombardeaban la artillería alemana y los Nebelwerfer ("lanzadores de niebla", lanzacohetes múltiples) hizo pensar a los aliados que el enemigo tenía puestos de observación desde los que dominaba la llanura. Y la ubicación más obvia para uno de aquellos puestos era la torre inclinada.
Entre los soldados estadounidenses de la 91ª División de Infantería que preparaban el asalto definitivo a Pisa se encontraba el sargento Leon Weckstein, un joven de 23 años criado en los suburbios de Los Ángeles. Weckstein era un experimentado explorador y observador de artillería: “Yo tenía poderes realmente extraordinarios de observación, y en particular una habilidad innata para descubrir antes que nadie un tanque Panzer camuflado o un nido de ametralladora”. En 1942 había intentado enrolarse en la Marina, pero curiosamente había sido rechazado a causa de su miopía. Le aconsejaron que comiese muchas zanahorias y volviese a intentarlo seis meses más tarde, pero Weckstein no quiso esperar y probó suerte en el Ejército. Allí no le pusieron problemas para alistarse. Y es que, como afirmaba el propio Weckstein, en la infantería "aceptan a cualquiera".
Una calurosa noche de julio, Weckstein recibió la orden de adentrarse en tierra de nadie, entre las líneas estadounidenses y alemanas, para buscar las posiciones de observación enemigas. Iría acompañado por un operador de radio, el sargento Charles King, un taciturno guitarrista de Ohio. Una batería de artillería y los cañones de un destructor permanecerían a la espera, preparados para abrir fuego en cuanto él transmitiese por radio las coordenadas de los objetivos. Hasta ese día, Weckstein nunca había oído hablar de la torre de Pisa. Su superior, el coronel Woods, no parecía muy preocupado por el destino del monumento. Le explicó que su misión era confirmar si el enemigo estaba haciendo uso de la torre. Si era así, sería reducida a escombros en cuestión de segundos.
Al amanecer Weckstein inició el avance lentamente a través de huertas y campos de labranza en dirección a la ciudad. Tras él iba King, con su radio de campaña a la espalda. "Con nuestros cuerpos inclinados pegados a la tierra, nos agazapamos y reptamos lentamente a lo largo del peligroso camino hacia nuestro objetivo durante lo que pareció una eternidad. King había comenzado a sudar visiblemente. Tenía que cargar con aquella tosca radio, y sentí pena por él".
En un campo de olivos, a unos 1.200 metros del objetivo, encontraron una buena posición de observación. Desde allí el sargento Weckstein comenzó a escudriñar la torre con su telescopio mientras King permanecía a su lado, esperando para transmitir la información. En sus memorias, publicadas con el título Through My Eyes (“A través de mis ojos”), Weckstein confiesa sus sentimientos en aquel momento: ”En mi audaz mente de un joven de 23 años no había ni una sola duda; estaba dispuesto a dirigir una infernal andanada contra uno de los monumentos más famosos del mundo”. Comenzó a observar el objetivo de forma metódica. ”Me centré en primer lugar en el punto más alto, el amplio campanario circular de la torre. Podía distinguir la silueta oscura de las viejas campanas, silenciosas, pero nada se movía. Me tomé mi tiempo dirigiendo el telescopio muy lentamente hacia arriba y hacia abajo, y a través de cada una de las balaustradas elaboradamente ornamentadas, tratando de detectar lo que pudiera estar oculto dentro de esos huecos negros”. Durante unos interminables minutos tuvo en sus manos el destino de uno de los monumentos más representativos de Italia. Mientras estaba allí, observando la torre, ocurrió algo curioso: Weckstein se fue sintiendo paulatinamente cautivado por su belleza, lo que le llevó a retrasar su decisión hasta tener una completa seguridad en un sentido u otro.
Las observaciones de Weckstein se interrumpieron bruscamente cuando una lluvia de proyectiles comenzó a pasar por encima de sus cabezas. Los alemanes habían iniciado un bombardeo en la dirección en la que se encontraban, y Weckstein y King recibieron por radio la orden de retirarse. Más tarde el alto mando cambió el plan de ataque, descartando el avance frontal a través de la llanura. La torre había dejado de ser un objetivo militar.
Es imposible saber si aquel día había alemanes en la torre inclinada. Mucho tiempo después Weckstein afirmó: “¿Sabes una cosa? He tenido cincuenta años para pensar en ello, y ahora estoy bastante seguro de que estaban allí”.
Después de la guerra Leon Weckstein viajó a Italia en un par de ocasiones con su esposa Mimi. Al visitar Pisa y encontrarse de nuevo frente a la famosa torre, no pudo evitar pensar que, si su decisión hubiese sido otra, en aquel momento él y su mujer podían estar contemplando en su lugar una montaña de escombros de mármol.
“Si hubiese sabido con suficiente seguridad que el bombardeo a la torre iba a salvar la vida de uno solo de nuestros camaradas, yo habría mandado el mensaje al instante, sin perder un segundo en pensar en las consecuencias. La guerra es así. Los santuarios famosos y los lugares de culto están protegidos por la Convención de Ginebra, pero lo cierto es que, al igual que la mayoría de los tratados bienintencionados, estos acuerdos tienen poco valor para los infantes que combaten en el campo de batalla”.
Fuentes:
http://www.theguardian.com/theguardian/2000/jan/13/features11.g23
http://www.historybyzim.com/2013/07/leaning-tower-of-pisa-wwii/
Y ahí sigue el campanile, a pesar de las guerras, de los inestables cimientos y de la inoperancia de las autoridades... Todavía el visitante puede hacerse la típica foto, simulando sonriente hacia la cámara sujetar con sus manos la torre para que no se caiga.
ResponderEliminarUn saludo.
Seguro que hasta el protagonista de esta historia se hizo la inevitable foto cuando visitó Pisa después de la guerra.
EliminarUn saludo.
No sé que pasó ayer. Hice varios comentarios y parece que ninguno se subió bien, incluido el suyo. Decía que fue una suerte del destino que la torre no fuera destruida, pero que de haberlo sido seguramente hubiera sido reconstruida, pero ¿quién sabe cómo?, inclinada o perfectamente vertical.
ResponderEliminarUn saludo.
Un
Imagino que habrían tratado de reconstruirla con la misma inclinación que tenía. Después de todo, más que su valor artístico (que lo tiene, y mucho), es esa la razón principal por la que se ha convertido en un reclamo turístico,
EliminarUn saludo, DLT.