Otro submarino difícil de destruir

El I-1 era el sumergible más veterano de la Marina Imperial japonesa. Era un submarino de escuadra del tipo Junsen, de gran autonomía, con casi 100 metros de eslora y un desplazamiento de 2.135 toneladas. Botado a mediados de la década de los 20, había sido diseñado siguiendo la tendencia (relativamente popular en el periodo de entreguerras, al menos entre algunas de las potencias marítimas) de añadir a las funciones tradicionales de los sumergibles la capacidad de presentar batalla en superficie a buques de tamaño medio. Para ello se le había dotado de dos cañones de cubierta de 140 mm (el mismo calibre que el armamento principal de un crucero ligero japonés de la época), uno a proa y otro a popa. Sirvió de modelo para otros tres sumergibles de las mismas características que entrarían en servicio en los años posteriores. En agosto de 1942 fue reconvertido en submarino de carga. Se le retiró el cañón de popa y en su lugar se instalaron los soportes para transportar una lancha de desembarco del tipo Daihatsu. A partir de entonces el I-1 fue utilizado exclusivamente en operaciones de abastecimiento y enlace. Participó en varias misiones de evacuación de tropas o de envío de suministros y refuerzos a algunas de las innumerables guarniciones japonesas dispersas por las islas del Pacífico.

El I-1 hacia 1930, cuando aún tenía su cañón de popa:


El 20 de enero de 1943 el I-1 arribó a Rabaul, la gran base japonesa del Pacífico suroccidental. Cuatro días después zarpó con destino a Guadalcanal cargado con miles de raciones de comida y otros suministros. La batalla de Guadalcanal estaba en su fase final. El Alto Mando japonés había asumido la derrota, y el Ejército Imperial había iniciado ya la evacuación de la isla. El desastre fue en gran parte consecuencia del fracaso en sus intentos de mantener abiertas sus líneas de abastecimiento. Con la aviación y los buques estadounidenses controlando las aguas alrededor de la isla, las fuerzas japonesas en Guadalcanal estaban obligadas a sobrevivir con los suministros transportados por los pocos barcos de pequeño calado (o submarinos, como en este caso) que lograban romper el bloqueo en arriesgadas misiones nocturnas.

La noche del 29 de enero el I-1 se adentró en la bahía Kamimbo, en el extremo noroeste de Guadalcanal, donde les esperaba un destacamento del Ejército preparado para desembarcar su carga y transportarla al interior de la isla. El sumergible se aproximaba a la costa navegando en superficie, aprovechando una fuerte lluvia que reducía considerablemente la visibilidad. De repente un vigía dio la voz de alarma al descubrir la silueta de dos buques en el interior de la bahía. Se trataba de dos pequeñas corbetas neozelandesas, la Kiwi y la Moa, que se encontraban en la zona en patrulla antisubmarina. El capitán Eiichi Sakamoto, comandante del submarino japonés, ordenó una inmersión de emergencia. Pero era demasiado tarde. La Kiwi informó de un contacto de sonar y se dirigió a toda máquina hacia él. La corbeta se situó sobre el submarino y comenzó a lanzar cargas de profundidad. Dos series de seis cargas cayeron directamente sobre el I-1. Al finalizar el bombardeo la situación en el interior del sumergible era casi desesperada. Se habían abierto varias vías de agua graves, una de las cuales afectaba a la propia sala de mando; el sistema eléctrico estaba inutilizado, incluidos los motores de propulsión en inmersión; y el agua de mar había llegado a las baterías, liberando una nube tóxica de gas de cloro que se propagaba rápidamente por el buque. El capitán Sakamoto ordenó vaciar los tanques de lastre y regresar a la superficie. Sabía que allí le esperaban los buques enemigos, pero no tenía otra opción.

Al emerger, Sakamoto ordenó arrancar los motores diesel y poner rumbo a la costa. Su esperanza era alcanzar la orilla y encallar en la arena. La Kiwi, a muy poca distancia, comenzó a disparar a quemarropa contra el submarino con su cañón de 4 pulgadas y su ametralladora de proa de 20 mm. Lo que siguió fue un brutal combate entre los dos buques a la luz de los reflectores y las bengalas. La mayor parte de los tripulantes japoneses que se atrevían a salir a la cubierta del submarino, muchos de ellos tratando de llegar hasta su desprotegido cañón de proa, caían acribillados por el fuego de las armas neozelandesas. En la popa, la lancha Daihatsu estalló envuelta en llamas. Entre los muertos se encontraban el capitán Sakamoto y varios de sus oficiales, alcanzados en el puente por una ráfaga de ametralladora. El mando del I-1 recayó entonces en el oficial de torpedos, el joven teniente Sadayoshi Koreeda, que dio orden de distribuir armas entre la tripulación y prepararse para abordar el buque enemigo.

La Kiwi trató de embestir varias veces al submarino. En un primer intento lo golpeó en la popa sin producir daños graves. El segundo choque fue aprovechado por algunos japoneses para lanzar su desesperado ataque. Un certero disparo de fusil hirió mortalmente al marinero neozelandés que manejaba uno de los reflectores. Un oficial japonés logró encaramarse a la cubierta de la Kiwi y fue lanzado por la borda. Una tercera embestida en la popa del submarino destruyó uno de sus tanques de lastre, pero al mismo tiempo causó daños de importancia en la proa de la corbeta, que tuvo que retirarse de la lucha. La Moa tomó su relevo en la batalla. Con su cañón de 4 pulgadas alcanzó repetidamente al I-1, que se dirigía a toda máquina hacia la orilla con una creciente escora a estribor causada por la embestida de la Kiwi.

Finalmente la carrera terminó cuando el I-1 encalló en la costa. El submarino quedó en un ángulo de casi 45º, con la proa en el aire, la popa sumergida y tumbado sobre la banda de a estribor. El teniente Koreeda dio orden de abandonar el buque, y 66 hombres saltaron a tierra y se ocultaron en la jungla. Un total de 27 tripulantes del I-1 fueron dados por muertos o desaparecidos (al día siguiente los hombres de la Moa que se aproximaron a inspeccionar los restos del naufragio capturaron a un superviviente herido, el alférez Ko Oikawa). Antes de abandonar el lugar, Koreeda ordenó quemar toda la documentación del sumergible, excepto unos libros de códigos que se habían quedado en las secciones anegadas y no pudieron recuperar.

La proa del submarino japonés sobresaliendo del agua:


Los tripulantes del I-1 se unieron a las tropas japonesas en la zona y pocos días después la mayor parte de ellos fueron evacuados a Truk. Tan solo se quedaron en Guadalcanal el teniente Koreeda y dos de sus suboficiales. Habían recibido la orden de regresar al submarino y destruir lo que quedaba de él. El Alto Mando japonés había llegado a la conclusión de que los libros de códigos dejados atrás suponían un riesgo que podía comprometer gravemente la seguridad de las comunicaciones de la Marina Imperial. Por tanto, tenían que asegurarse de su destrucción antes de abandonar la isla.

Al anochecer del 2 de febrero el teniente Koreeda y los dos suboficiales, acompañados de un pelotón de once soldados, regresaron en una lancha Daihatsu al submarino encallado. Colocaron varias cargas explosivas en la proa, con la esperanza de que las explosiones provocasen el estallido de los torpedos de a bordo y destruyesen completamente el buque. Pero los torpedos no detonaron y los daños que causaron las cargas en el I-1 fueron insignificantes.

El 7 de febrero Koreeda llegó a Rabaul e informó a sus superiores del fracaso de su misión. Inmediatamente se puso en marcha una operación aérea para destruir los restos del I-1. La tarde del 10 de febrero despegaron del aeródromo de Buin, en Bougainville, nueve bombarderos en picado Aichi D3A “Val” y una escolta de veintiocho cazas Zero. La poca visibilidad dificultó la localización del objetivo. Tan solo una de las bombas lanzadas por los “Val” alcanzó al submarino.

Al día siguiente el I-2, un submarino gemelo del I-1, zarpó de Shortland con el teniente Koreeda a bordo. Llegó a la bahía Kamimbo al anochecer del día 13 de febrero. Los japoneses fueron incapaces de localizar en la oscuridad los restos del submarino encallado. Dos noches más tarde el I-2 lo volvió a intentar, pero tuvo que abandonar la bahía acosado por varias corbetas que patrullaban la zona.

El 13 de febrero llegó a Kamimbo procedente de Pearl Harbor el buque de rescate submarino Ortolan. Sus buzos lograron recuperar varios objetos de las zonas anegadas del sumergible japonés. Entre ellos, cinco libros de códigos. Lo que temían los japoneses había ocurrido. Todos sus esfuerzos por acabar con el I-1 por tierra, mar y aire habían sido en vano.

Una lancha torpedera estadounidense se aproxima a los restos del I-1 para inspeccionarlos:


El cañón de proa del I-1 fue desmontado en 1968 por la tripulación de un buque la de Marina neozelandesa, y hoy se exhibe en el Museo de la Armada de Auckland. Unos años más tarde un buscador de tesoros australiano, tratando de acceder al submarino abriendo un boquete en el casco con cargas explosivas, provocó accidentalmente la detonación de los torpedos que todavía permanecían en su interior y destruyó gran parte de su proa. Las secciones inundadas permanecieron casi intactas unas décadas más, convertidas en un reclamo turístico para aficionados al submarinismo.

El cañón del I-1 expuesto en el Museo Naval de Auckland: