En noviembre de 1942 una flotilla de lanchas torpederas de la Marina estadounidense comenzó a operar desde Tulagi con la misión de patrullar por las noches las aguas al oeste de Guadalcanal. La amenaza de las torpederas obligó a los japoneses a renunciar a los convoyes nocturnos de destructores del Expreso de Tokio. En su lugar tuvieron que recurrir a los submarinos para continuar abasteciendo a las tropas que combatían en la isla. Todas las noches, desde el 16 de noviembre, un sumergible descargaba en Tassafaronga entre 20 y 30 toneladas de alimentos y suministros, una cantidad que ni siquiera daba para cubrir las necesidades del día. El 26 de noviembre, después de solo once misiones de transporte a cargo de los submarinos, el mando del Ejército en Guadalcanal dio la voz de alarma al comunicar que muchas de sus unidades, en especial las de primera línea, estaban en una situación crítica de desabastecimiento. En Rabaul el contraalmirante Raizō Tanaka comenzó a preparar un nuevo convoy de destructores para hacer llegar los suministros que las tropas de Guadalcanal necesitaban con urgencia.
Los japoneses idearon un sistema que permitiría a los destructores permanecer un tiempo mínimo en aguas de Guadalcanal. Los suministros fueron introducidos en bidones herméticos y cargados en la cubierta de los buques. Cuando llegasen frente a la costa de Guadalcanal, los bidones se dejarían caer al mar y se quedarían flotando hasta que fuesen recogidos por botes enviados desde tierra o hasta que las corrientes los arrastrasen a la orilla. Parte de los suministros podrían perderse, pero los buques estarían menos expuestos al ataque de las torpederas durante las labores de descarga, y ganarían unas horas valiosísimas para salir del radio de acción de los aviones de Campo Henderson antes del amanecer.
El convoy de Tanaka estaba formado por ocho destructores. Dos de ellos, el Naganami y el Takanami, hacían las funciones de escolta. Los otros seis (Kuroshio, Oyashio, Kagerō, Suzukaze, Kawakaze y Makinamise) transportaban los bidones, unos 200 por buque. Para aligerarlos se les había retirado todo el peso no imprescindible, incluidos los torpedos. Tan solo llevarían los cargados en los tubos.
El 29 de noviembre, un día antes de la partida del convoy, la inteligencia naval estadounidense (que descifraba las comunicaciones de la Marina Imperial) interceptó un mensaje transmitido desde Rabaul a Guadalcanal en el que se detallaban los detalles de la operación. Desde la isla de Espíritu Santo salió al encuentro de los japoneses una fuerza naval al mando del vicealmirante Carleton H. Wright, compuesta por los cruceros pesados Minneapolis, New Orleans, Pensacola y Northampton, el crucero ligero Honolulu, y cuatro destructores (Fletcher, Drayton, Maury y Perkins). Durante la travesía se les unieron los destructores Lamson y Lardner, que regresaban de una misión de escolta en Guadalcanal.
El plan de Wright era sorprender a los japoneses mientras desembarcaban los suministros frente a la punta Tassafaronga, al este del cabo Esperanza. Había preparado a su escuadra para una batalla nocturna. Los destructores, la mayoría de ellos equipados con radar, abrirían la marcha y atacarían con sus torpedos en cuanto localizasen al enemigo. A continuación se retirarían para dejar paso a los cruceros, que rematarían a los buques japoneses con sus cañones.
La fuerza de Wright se dirige a Guadalcanal; la fotografía está tomada desde el destructor Fletchet; tras él navegan el Perkins, el Maury y el Drayton; a lo lejos se pueden distinguir los cruceros:
La flota japonesa zarpó de Rabaul la mañana del 30 de noviembre. Desconociendo que el enemigo estaba al tanto de sus planes, Tanaka guió el convoy dando un rodeo por el norte de las islas de Choiseul y Santa Isabel esperando no ser descubierto por los aviones de patrulla marítima aliados. Pero fueron los buques de Wright los que fueron avistados por un hidroavión de reconocimiento japonés. Cuando Tanaka fue informado de que una escuadra enemiga se dirigía a Guadalcanal dio orden a sus capitanes de prepararse para una batalla nocturna. La retirada no era una opción. Tanaka sabía que los suministros que transportaban eran vitales para las tropas que luchaban por el control de la isla.
A las once de la noche los buques japoneses llegaron a la primera de las zonas donde tenían que soltar los bidones, frente al arrecife Doma. Allí se separaron el Naganami, el Kawakaze y el Suzukaze, mientras el Takanami se alejaba de la costa para proteger la columna y el resto del convoy continuaba hasta el segundo punto de descarga, la punta Tassafaronga.
La formación estadounidense estaba encabezada por los destructores Fletcher, Perkins, Maury y Drayton (los otros dos destructores, el Lamson y el Lardner, que se habían unido en el último momento a la escuadra, no conocían el plan de batalla, por lo que fueron enviados a cerrar la formación). Sus radares comenzaron a detectar el convoy japonés antes de que éste se dividiese. A las once y cuarto el capitán William M. Cole, capitán del Fletcher y del grupo de destructores, comunicó a Wright que tenían varios buques fijados en los radares y solicitó permiso para lanzar sus torpedos. Wright respondió que los objetivos aún estaban a demasiada distancia y ordenó que se acercasen más. En los minutos que pasaron hasta que los destructores recibieron el permiso para disparar sus salvas de torpedos, los vigías del Takanami descubrieron la columna enemiga y Tanaka ordenó a todos sus buques suspender el lanzamiento de bidones y prepararse para el combate.
A las once y veinte Wright dio al fin la orden. Los destructores dispararon una veintena de torpedos y a continuación, siguiendo el plan, lanzaron bengalas para iluminar los blancos y se hicieron a un lado. Instantes después los cruceros abrieron fuego con sus cañones. Casi todos ellos eligieron como objetivo el Takanami, el más próximo de los buques enemigos. El destructor fue destrozado por la artillería de los cruceros y acabó envuelto en llamas y fuera de control. Mientras tanto, los restantes buques japoneses habían pasado desapercibidos para los estadounidenses. Habían tenido tiempo de maniobrar para evitar las salvas de torpedos lanzadas por los destructores (todos se perdieron sin alcanzar ningún blanco) y para colocarse en disposición de lanzar ellos las suyas.
Con el Naganami cubriéndoles con fuego de artillería y una cortina de humo, los dos destructores que se encontraban frente a Doma, el Kawakaze y el Suzukaze, dispararon todos sus torpedos (los ocho que tenían en los tubos) en dirección a los destellos que producían los cañones de los cruceros estadounidenses. En el otro grupo, dos de los destructores, el Makinamise y el Oyashio, lanzaron también todos los torpedos con los que contaban, mientras que el Kuroshio disparó la mitad de los suyos. A continuación viraron en redondo y se alejaron.
El Minneapolis, el buque insignia de Wright, fue el primero en ser alcanzado. Dos torpedos estallaron en su parte delantera, doblando la proa y dejando al buque sin capacidad de maniobra. Además las explosiones inutilizaron tres de sus cuatro calderas y causaron un gran incendio al alcanzar los depósitos de combustible de los hidroaviones. Murieron 37 hombres.
Poco después un torpedo golpeó en el New Orleans, bajo los depósitos de municiones de las torres de artillería delanteras. Una gran explosión sacudió la proa, que se desprendió del resto del buque y se hundió al instante. El New Orleans, que había perdido toda su parte delantera, estaba totalmente fuera de control, aunque continuaba a flote. Murieron 183 tripulantes.
El tercero en ser alcanzado fue el siguiente en la formación, el Pensacola. Un torpedo golpeó en el centro del buque, causando un gran incendio y una fuerte escora a babor. El crucero se quedó sin maniobrabilidad, casi sin propulsión y con graves fallos eléctricos que afectaban a sus comunicaciones y a sus sistemas de control de daños. 125 tripulantes perdieron la vida.
El crucero ligero Honolulu, sin dejar de disparar sus cañones contra el enemigo que se alejaba, maniobró por entre los buques que le habían precedido en la formación, todos ellos envueltos en llamas, y salió de la zona de peligro sin ser alcanzado. Tras él iba el cuarto crucero pesado estadounidense, el Northampton. Después de dejar atrás los buques ardiendo, el Northampton fue golpeado por un torpedo bajo la línea de flotación que provocó la inundación de la sala de máquinas, e instantes después por un segundo torpedo que abrió una gran vía de agua en la popa. El buque se quedó sin propulsión, escorado a babor y en llamas. Murieron 50 tripulantes.
Los destructores Lamson y Lardner fueron atacados por error por la artillería del New Orleans y se alejaron de la zona sin haber participado en la batalla. Los cuatro destructores de vanguardia del capitán Cole salieron a toda máquina tras los buques japoneses, pero abandonaron la persecución al llegar al oeste de la isla de Savo sin haber conseguido mantener el contacto.
El único buque japonés dañado durante la batalla fue el destructor Takanami, que se encontraba ardiendo y sin propulsión y no había podido seguir al resto del convoy en la retirada. Tanaka ordenó a los destructores Oyashio y Kuroshio regresar para ayudar al Takanami, pero la presencia de buques enemigos en la zona les impidió acercarse al buque en llamas y les obligó a abandonar su misión de rescate. Cuando los incendios se hicieron incontrolables, el capitán se vio obligado a dar la orden de abandonar el barco. En ese momento una gigantesca explosión hizo saltar el buque por los aires. De una tripulación de 244 hombres, apenas 50 supervivientes consiguieron llegar a las playas de Guadalcanal.
Mientras tanto, la tripulación del Northampton, que durante más de una hora había tratado inútilmente de contener las vías de agua y los incendios, tuvo que abandonar su barco. Los supervivientes fueron rescatados por los destructores estadounidenses mientras el buque se hundía. Los otros cruceros dañados, el Minneapolis, el New Orleans y el Pensacola, pudieron llegar por sus propios medios a Tulagi. Allí permanecieron varios días para ser sometidos a reparaciones de emergencia y poder continuar su camino hasta Australia. Los tres, con graves averías y daños estructurales, estuvieron fuera de servicio casi un año.
El crucero Minneapolis en Tulagi después de la batalla:
La batalla de Tassafaronga fue una de las más humillantes derrotas de la US Navy en toda su historia. A pesar de contar con unas fuerzas muy superiores (cuatro cruceros pesados, un crucero ligero y seis destructores, contra ocho destructores con el mínimo de armamento) y de tener conocimiento previo de los planes del enemigo, la escuadra norteamericana fue destrozada una vez más en un combate nocturno gracias a la mejor preparación de las tripulaciones y los comandantes de la Marina Imperial. A los estadounidenses les costó mucho aceptar que la derrota fue consecuencia de la gran superioridad de las tácticas japonesas. El almirante Wright se negó a creer que había sido vencido por una flotilla de destructores y llegó a afirmar que en realidad sus buques habían sido torpedeados por submarinos no detectados. Sin embargo, su fracaso no afectó a su carrera militar. De hecho, fue condecorado por su actuación durante la batalla.
La victoria de Tanaka fue aplastante pero relativa, ya que los estadounidenses habían conseguido su objetivo de impedir la llegada de suministros a las tropas japonesas en Guadalcanal. Tres noches más tarde hubo un nuevo intento. Un convoy de destructores llegó frente a las costas de Guadalcanal y lanzó su cargamento de bidones, pero el acoso de los aviones de Campo Henderson impidió al personal del Ejército en la isla recuperar la mayor parte de los suministros. La noche del 7 al 8 de diciembre un tercer convoy tuvo que regresar sin completar su misión debido al ataque de un grupo de lanchas torpederas. El cuarto intento tendría lugar la noche del 11 al 12 de diciembre. Para entonces el almirante Yamamoto ya había dado la orden al mando de la Marina en Rabaul de dejar de utilizar destructores para abastecer a las tropas de Guadalcanal, por el gran riesgo que esas misiones suponían para los buques. Cuando el 11 de diciembre Tanaka zarpó de Rabaul al mando de un convoy de once destructores, todos sabían que aquella iba a ser la última misión del Expreso de Tokio. La flotilla fue atacada frente a las costas de Guadalcanal por cinco torpederas. El buque insignia de Tanaka, el Teruzuki, fue alcanzado por un torpedo y se hundió. Los destructores restantes tuvieron que retirarse antes de haber completado la descarga. Menos de la quinta parte de los bidones pudieron ser recogidos por las tropas japonesas.
El 12 de diciembre la Marina Imperial reconoció su incapacidad para hacer llegar suministros a las fuerzas japonesas en Guadalcanal y propuso la retirada del Ejército de la isla. Dos semanas después el Cuartel General Imperial dio el permiso para iniciar la evacuación. El éxito de los estadounidenses en sus esfuerzos para cortar las líneas de abastecimiento japonesas había decidido la batalla.
El contraalmirante Tanaka, herido en el torpedeamiento del Teruzuki, fue relevado del mando y trasladado a Singapur. Poco después fue destinado a un puesto administrativo en Birmania. No volvería a tener mando de buques en el resto de la guerra. En contraste con lo que le ocurrió al vicealmirante Wright, que fue premiado por su derrota, Tanaka, uno de los mejores comandantes de destructores de la Marina Imperial, cayó en desgracia por su fracaso en abastecer a las tropas japonesas en Guadalcanal.
Creo, y solo creo, que un gran problema de los primeros compases de la guerra para los americanos era el entrenamiento de sus mandos. No digo que no fueran buenos y experimentados marinos, si no que dado que es innegable que la armada Japonesa hasta el 43 era en términos de recursos humanos superior a las flotas occidentales en la zona, y estos no sabían aprovechar adecuadamente la ventaja que la superioridad tecnológica que tenían. En esta serie de post (que me encantan!) es frecuente el leer que si bien los buques norteamericanos gracias al radar detectaban a los buques japoneses con antelación, y aun así solían esperar para abrir fuego hasta casi el alcance visual, perdiendo ese extra que tenían y permitiendo que la más competente marina nipona se sobresaliera en combate.
ResponderEliminarTambien es recurrente , y no deja de ser irónico que pase en el país del "viento divino", lo timorato que se comportaban los mandos japoneses en esos primeros compases, muy poco dados a arriesgar y perdiendo tantas oportunidades de dar un golpe de efecto definitivo o casi a pesar de haber tenido o logrado en combate una significativa ventaja.
Al comienzo de la guerra la Marina japonesa era la mejor del mundo a nivel táctico, y en muchos aspectos también a nivel tecnológico (tenía la mejor aviación embarcada, los mejores torpedos...). Lo que no tenía era una base industrial, ni las materias primas ni los recursos humanos que les permitiesen mantener el nivel inicial por mucho tiempo. Por eso Yamamoto siempre estuvo tratando de forzar la batalla decisiva, no quería una guerra larga de desgaste que no podrían ganar. Después del fracaso de Midway, aparte del efecto psicológico de la derrota, los mandos de la Marina estaban obligados a ser conservadores. Sabían que tenían que reservar sus fuerzas para futuros enfrentamientos. Y a menudo se pasaban de cautelosos.
EliminarCon la Marina estadounidense pasaba exactamente lo contrario. Empezaron la guerra con graves deficiencias en todos los aspectos, pero aprendieron de sus errores y con el tiempo, aparte de tener muchos más y mejores buques, aviones y armas de todo tipo, mejoraron sus tácticas hasta superar a las de los japoneses.
En cuanto al radar, era una tecnología muy nueva, no demasiado fiable, al menos en sus primeros modelos, y que se había implantado con bastante precipitación. También en eso necesitaron un tiempo de aprendizaje.
Gracias por comentar.