Un fatal error de traducción
Por William C. Coughlin (Harper's Magazine)
El que primero me refirió esto fue Kazuo Kawai, a la sazón director del Times de Tokio, influyente diario que era órgano del Ministerio de Relaciones Exteriores del Japón. Durante julio y agosto de 1945 Kawai pasó varias horas diarias en ese Ministerio.
De su diario y de sus vívidos recuerdos de aquellos agitados y oscuros días que precedieron a la rendición, sacó esta extraña historia de una simple palabra que quizás ocasionó la transformación del mundo.
Maltrecho se hallaba el Japón en la primavera de 1945: Los ataques aéreos aliados estaban destruyendo ferrocarriles, carreteras y puentes más aprisa de lo que podían reconstruirse.
Ciudades y pueblos eran ahora ruinas humeantes; millones de personas habían quedado sin hogar, y las provisiones estaban tocando a su término. Los aviones estadounidenses habían destruído cuanto quedaba de la Armada japonesa.
Pero el alto mando militar se negaba a rendirse, empeñado en luchar hasta perder el último soldado. Los militaristas decían que estaban próximos a ganar una batalla decisiva. El general Korechika Anami, ministro de la guerra, prometía que los estadounidenses serían expulsados de Okinawa.
Convencidos de que más ganaría el Japón rindiéndose que continuando la guerra hasta el final, un pequeño grupo de diplomáticos se oponían a los militaristas, y con la esperanza de obtener condiciones mejores que una rendición incondicional, iniciaron conversaciones secretas con la Unión Soviética, todavía neutral, buscando la mediación de Rusia para concertar la paz.
El antiguo primer ministro Koki Hirota visitó el 3 de junio al embajador soviético Jacob Malik, quien oyó con frialdad las propuestas. Luego, el 12 de julio, el Emperador confió al príncipe Konoye un mensaje personal en solicitud de la paz. Las instrucciones de Konoye eran volar a Moscú y poner punto final a la guerra, a toda costa.
Pero Stalin y el ministro de Relaciones Exteriores Molotov rogaron que se les excusara, alegando que estaban muy ocupados con sus preparativos para la Conferencia de Potsdam.
Como por casualidad, Stalin mencionó ante el presidente Truman, en Potsdam, que los japoneses habían expresado deseos de iniciar negociaciones. Pero el dictador soviético manifestó que Rusia había rechazado la insinuación por insincera.
El ultimátum de Potsdam fue publicado el 26 de julio de 1945. Lo firmaban los Estados Unidos, la Gran Bretaña y la China, y pedía la rendición del Japón o su aniquilamiento. Entre los jefes japoneses produjo una reacción de alborozo porque sus términos eran más benignos de lo que esperaban.
El documento prometía que el Japón no sería destruído como nación y que los japoneses gozarían de libertad para escoger su propio gobierno. Claramente insinuaba que el Emperador conservaría su trono.
Sin vacilación, el Emperador manifestó al ministro de Relaciones Exteriores Shigenori Togo que consideraba aceptable la declaración, y el gabinete se reunió en pleno para estudiar el ultimátum aliado.
He revisado muchos relatos japoneses de esa dramática sesión, y todos coinciden en que la decisión tomada en aquel caluroso 27 de julio era favorable a la paz. El ministro de la Guerra y los jefes del Estado Mayor se opusieron violentamente a la aceptación de las condiciones de Potsdam, pero quedaron en minoría.
No obstante, existían varias complicaciones. ¿Qué hacer con las negociaciones iniciadas por intermedio de los rusos? Sólo dos días antes había sido enviada a Moscú la última propuesta.
Otro detalle que el gabinete estaba obligado a considerar era que hasta ese momento los japoneses no habían tenido noticias del ultimátum sino por medio de la radio.
¿Podía el gobierno actuar sobre la base de esa información no oficial?
No se esperaba que la demora para anunciar la aceptación de los términos aliados fuera larga; pero mientras tanto el primer ministro Kantaro Suzuki debía recibir a los periodistas al día siguiente y era indudable que lo interrogarían acerca de la Declaración de Potsdam.
Se convino, pues, en que Suzuki diría que el gabinete no había adoptado resolución alguna sobre la demanda de los aliados. El hecho de que el gabinete no hubiera rechazado de plano el ultimátum indicaría al pueblo japonés lo que había en el ambiente.
“El gobierno no tenía intención de rechazar las demandas aliadas”, dice Kawai.
Enfrentado a la prensa el 28 de julio, el ministro Suzuki declaró que el gabinete se mantenía en actitud de mokusatsu.
Esta palabra no sólo no tiene equivalente exacto en los idiomas europeos sino que aún en japonés resulta ambigua.
Su significado puede ser “desconocer” o “abstenerse de todo comentario”.
Desgraciadamente los traductores de la agencia de noticias Domei no podían saber cuál de los dos significados tenía Suzuki en mientes y, al traducir precipitadamente al inglés la declaración del ministro, escogieron el que no era.
Las torres de Radio Tokio esparcieron por el mundo aliado la noticia de que el gabinete de Suzuki había resuelto “desconocer” el ultimátum de Potsdam.
El título a seis columnas del Times de Nueva York correspondiente al 28 de julio de 1945 indica con claridad el sentido que fuera del Japón se dio a la noticia: “La escuadra ataca al saber que el Japón desconoce el ultimátum”.
Lo demás es historia. El secretario de Guerra Henry L. Stimson confirmó en su informe sobre la decisión final de usar la bomba atómica, que el error de interpretación del vocablo mokusatsu fue lo que llevó al ataque de Hiroshima.
“El 28 de julio”, escribió Stimson, “el primer ministro del Japón, Suzuki, rechazó el ultimátum de Potsdam... Frente a tal actitud no nos quedaba otro camino que proceder a demostrar que el ultimátum era lo que decía ser. Y para tal propósito, la bomba atómica era un arma eminentemente adecuada”.
Los ataques atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki precipitaron a los rusos sobre Manchuria. Su avance siguió arrollador hasta diez días después de la rendición del Japón. Al cesar el estrépito de la batalla, Rusia había fortalecido extraordinariamente su posición en el Extremo Oriente.
¿Por qué el gobierno japonés permitió que el error de mokusatsu quedara sin aclaración? ¿Por qué no se buscó el esclarecimiento de una equivocación de tan tremendas consecuencias? Aquí entramos en el terreno de las conjeturas.
El ejército japonés estaba arrestando entonces a los que llamaba “traficantes de la paz”. Ni siquiera las posiciones elevadas servían de protección contra los fanáticos militares que arrollaban a todo el que se les oponía.
Llegar a la cima del poder de que disfrutaban cuando ocurrió la trascendental reunión del gabinete el 27 de julio, había costado a los pacifistas largos meses de labor clandestina. La situación se mantenía en precario equilibrio, con los impetuosos jefes del ejército y de la marina a duras penas contenidos.
Entonces, Suzuki y la Agencia Domei, al lanzar un aparente desafío al mundo aliado, inclinaron la balanza en favor de los militaristas. Los partidarios de la paz tuvieron que guardar silencio para salvar la vida.
Kawai renunció su cargo de director del Times de Tokio y en la actualidad es profesor de ciencias políticas en la Universidad de Ohio.
Según me dijo no hace mucho: “El hecho de no haber entendido los estadounidenses la verdadera actitud del gobierno japonés frente a la declaración de Potsdam es fácil de explicar. Pero la actitud de los rusos al no informar a sus aliados occidentales que el Japón estaba listo a rendirse es algo muy distinto”.
Y uno se pregunta si no es posible que al fortalecer la posición de los rusos en el Extremo Oriente, aquel error de traducción acarreara a los Estados Unidos y al mundo entero una cadena de graves tribulaciones.
Interesante artículo. Pero hay que hacer algunas puntualizaciones. En el artículo se dice que la declaración de Postdam "insinuaba claramente" que el Emperador conservaría su trono. No estoy muy seguro de qué significa eso de insinuar claramente, pero aparte de eso veamos qué dice la Declaración de Postdam:
1. Nosotros, Presidente de los Estados Unidos de América, Presidente del Gobierno Nacional de la República de China y Primer Ministro de la Gran Bretaña, representando a centenares de millones de nuestros compatriotas, conferenciamos y convinimos que debe darse una ocasión al Japón para poner término a la presente guerra.
2. Las prodigiosas fuerzas terrestres, navales y aéreas de los Estados Unidos, del Imperio Británico y de China, varias veces reforzadas por los respectivos ejércitos y flotas aéreas venidos del Oeste, están preparadas para asestar al Japón los golpes definitivos. Este poderío militar está apoyado e inspirado por la determinación de todas las naciones aliadas de proseguir la guerra contra el Japón hasta que el mismo deje de resistir.
3. Los resultados de la resistencia insensata de Alemania al poderío de los pueblos libres del mundo levantados contra ella son para el pueblo japonés ejemplos de una terrible claridad. Las fuerzas que actualmente convergen contra el Japón son inmensamente mayores que aquellas que batieron a los nazis, cuya resistencia sólo sirvió para arruinar definitivamente al territorio, la industria y los modos de vida de todo el pueblo alemán. La utilización total de nuestro poderío militar, apoyado por nuestra resolución significará la inevitable y completa destrucción de las fuerzas armadas japonesas y también la inevitable y completa devastación de la tierra japonesa.
4. Llegó el momento para el Japón de decidir si continuará dominado por sus consejeros militares, cuya obstinación y cálculos insensatos condujeron al Imperio japonés al borde del aniquilamiento, o escogerá el camino de la razón.
5. He aquí nuestras condiciones de las que no nos apartaremos. Son definitivas y no admitiremos retraso alguno en su aceptación.
6. La autoridad e influencia de aquellos que engañaron al pueblo japonés y condujeron a intentar una empresa de conquista mundial deberán ser para siempre eliminadas, ya que afirmamos no ser posible instaurar un nuevo orden de paz, de seguridad y de justicia, en tanto el militarismo irresponsable no sea barrido del mundo.
7. Hasta que sea instaurado un nuevo orden y que quede probado de manera convincente que el potencial de guerra japonés está destruido, los puntos del territorio japonés que se designen deberán ser ocupados a fin de que puedan alcanzarse los objetivos fundamentales aquí enunciados.
8. Las condiciones establecidas en la Declaración del Cairo serán ejecutadas y la soberanía japonesa quedará limitada a las islas Hondo, Hokkaido, Kiusu, Sikoku y las demás islas que se determinarán.
9. Las fuerzas japonesas serán completamente desarmadas y sus efectivos autorizados a regresar a sus hogares, donde podrán llevar una vida pacífica y productiva.
10. No tenemos la intención de reducir al Japón como raza a la esclavitud ni de destruirlo como nación, pero una justicia severa castigará a todos los criminales de guerra, comprendiéndose en ellos los autores de crueldades cometidas contra nuestros prisioneros. El Gobierno japonés debe apartar todos los obstáculos que puedan impedir el renacimiento de las tendencias democráticas y su fortalecimiento entre el pueblo japonés. Deben instaurarse la libertad de palabra, de religión y de pensamiento, así como el respeto a los derechos fundamentales del hombre.
11. El Japón quedará autorizado a conservar las industrias que sirvan para mantener su economía y permitan de su parte justas reparaciones «in natura)), pero no podrán conservar las industrias que le dejen capacidad de rearmarse para la guerra. Con este fin se le facilitará la adquisición de materias primas, pero no el control de estas materias primas. Se permitirá al Japón más tarde tomar parte en el comercio internacional.
12. Las fuerzas de ocupación aliadas serán retiradas del Japón después que estos objetivos hayan sido alcanzados y que, de acuerdo con la voluntad libremente expresada del pueblo japonés, se haya instaurado un Gobierno responsable y de intenciones pacíficas.
13. Instamos al Gobierno japonés a ofrecer desde ahora la rendición incondicional de todas las fuerzas armadas japonesas y a dar en tal contingencia garantías apropiadas y adecuadas de buena fe.
No se nombra en ningún momento al Emperador ni se dice nada de su futuro, pero pudo darse por aludido cuando la declaración habla de acabar con la autoridad de los que condujeron a Japón a la guerra, y, sobre todo, cuando se expresa la necesidad de eliminar los obstáculos para instaurar la democracia en Japón. Según el artículo, los mandos japoneses recibieron con alegría el ultimátum porque los términos eran más generosos de lo que esperaban, pero eso no es cierto, les estaban exigiendo la rendición incondicional.
A continuación el artículo dice que en la reunión del Consejo de Ministros del 27 de julio el gobierno japonés se mostró mayoritariamente a favor de aceptar el ultimátum aliado. La verdad es que no sé qué pasó en la reunión del Consejo del 27 de julio, pero en la que tuvo lugar en la noche del 9 al 10 de agosto, después del bombardeo atómico de Nagasaki, los ministros casi llegaron a las manos. El gobierno japonés estaba muy dividido, el poder de los ministros militares partidarios de continuar la lucha era todavía enorme. Al gobierno le costó mucho que los militares aceptasen la capitulación (hubo incluso un intento de golpe de estado), y eso después de los bombardeos atómicos. Antes habían tratado de comenzar negociaciones de paz a través de los soviéticos, pero no creo que nunca hubiesen aceptado una rendición incondicional, que era lo que pedía la declaración de Postdam.
Texto de la capitulación japonesa, con fecha del 10 de agosto de 1945:
Obedeciendo las órdenes graciosas de Su Majestad el Emperador, que preocupa do siempre de favorecer la causa de la paz mundial desea ardientemente poner fin rápido a las hostilidades para evitar a la humanidad las calamidades que le sobrevendrían con la prolongación por más tiempo de la guerra, el Gobierno japonés hizo un llamamiento hace algunas semanas a los buenos oficios del Gobierno soviético, con el cual mantenía entonces relaciones de neutralidad, para restablecer la paz entre el Japón y las potencias enemigas. Habiendo desgraciadamente fracasado esta tentativa el Gobierno japonés de acuerdo con la augusta voluntad de Su Majestad de restablecer la paz general y deseosa de poner fin, lo más rápidamente posible, a los sufrimientos indecibles causados por la guerra, decidió lo que sigue:
El Gobierno japonés está dispuesto a aceptar las condiciones enumeradas en la declaración común publicada el 26 de julio de 1945 en Potsdam, por los Jefes de los Gobiernos de los Estados Unidos de América, de la Gran Bretaña y de China, y firmada más tarde por la Unión Soviética, declaración que acredita no contener ninguna exigencia que afecte a las prerrogativas de Su Majestad como Soberano reinante. El Gobierno japonés espera sinceramente que esta interpretación de la declaración esté bien fundada y desea vivamente recibir a este propósito rápidamente una indicación explícita.
El texto se redactó tras la tormentosa reunión del consejo de ministros de aquella noche, y en él queda clara la importancia que tenía para ellos el futuro del emperador (lo convierten en el punto principal). En principio aceptan los términos de la declaración de Postdam, pero antes piden una aclaración sobre ello. Por si acaso, adelantan que su interpretación es que no hay ninguna exigencia sobre el futuro del Emperador, tratando así que antes de aceptar la rendición los aliados aseguren explícitamente que la figura del emperador no será tocada (al hacer esta petición ya se demuestra que el texto de la declaración de Postdam era al menos ambiguo en ese punto).
En resumen, en diplomacia muchas veces se dan respuestas ambiguas, y si la respuesta japonesa lo fue, habrá que pensar que era lo que querían hacer, y no un error del traductor. Los japoneses no aceptaban el ultimátum aliado, eso creo que está claro, pero no cerraban la puerta a un intento negociador que de hecho ya estaban intentando. Por eso fue la respuesta ambigua.
En mi opinión, si hubo un error de traducción no creo que tuviese ninguna influencia en la historia.