No descubro nada si digo que George Patton fue un personaje peculiar. Era un brillante táctico (pionero y experto en el arma acorazada), un militar carismático, apreciado y al mismo tiempo temido por sus hombres, difícil en el trato e inestable emocionalmente, que en más de una ocasión llegó a la insubordinación hacia sus superiores o al maltrato a sus subordinados. Su vida está llena de anécdotas que demuestran su fuerte personalidad.
Por ejemplo, un hecho poco conocido es que cuando tenía 26 años participó en los Juegos Olímpicos de de Estocolmo 1912. Fue el único competidor estadounidense en la disciplina de pentatlon moderno. Terminó en un meritorio quinto puesto de un total de 32 participantes (el único no sueco entre los siete primeros). Pero como era habitual en él acabó dando la nota: cuando en la prueba de tiro con pistola los jueces consideraron que uno de sus disparos no había dado en la diana, él discutió la decisión asegurando que había dado exactamente en el agujero de un disparo anterior.
Después de los Juegos pasó por la Escuela de Caballería francesa y se convirtió en el maestro de esgrima más joven de la historia de los Estados Unidos. Diseñó el último sable que entró en servicio en la caballería estadounidense, el Patton M1913.
Al entrar Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, Patton fue destinado a Francia. El general Pershing le puso al frente de una escuela de formación para tripulaciones de tanques que se había creado en Bourg, un pequeño pueblo cercano a Langres. Allí, entrenándose con blindados ligeros franceses, los estadounidenses adquirieron experiencia en el uso de la nueva arma. Más tarde aquellos hombres formaron el Tank Corps, la primera unidad de blindados del Ejército estadounidense, que combatiría en batallas como Cambrai y St. Mihiel (donde fue herido el propio Patton).
El coronel Patton en 1918, cuando era comandante del 1er Batallón de Tanques:
Más de un cuarto de siglo después Patton regresó a Francia. En 1944, cuando su III Ejército, en su veloz avance en dirección a la frontera alemana, llegó a las proximidades de Langres, el general quiso pasar por Bourg, el pueblo en el que había estado su escuela de tanquistas. Al entrar en la localidad, Patton vio a un hombre andando por la calle y se detuvo a hablar con él. Le preguntó si había estado allí durante la guerra anterior, y el francés respondió: “Sí, general, y usted también, como coronel”. Patton se sorprendió al ver cómo aquellas gentes aún le recordaban. En compañía de todo el pueblo, casi en procesión, el general visitó los lugares que rememoraban su anterior estancia en la localidad: su oficina, su alojamiento en el chateau de Madame de Vaux... y, cómo no, una visita obligada: la tumba del soldado Abandoned Rear.
Ocurrió que un día de 1917 el alcalde de Bourg se presentó en la oficina de Patton visiblemente afectado, diciendo entre sollozos que acababa de enterase de la muerte de uno de sus soldados. Patton no sabía nada de ningún estadounidense muerto, pero como no le hacía gracia que un extraño se diese cuenta de que el comandante de la unidad no estaba al tanto de una noticia como aquella, disimuló y le siguió la corriente. El alcalde insistió en ir a visitar la tumba, así que allí fueron ambos, regidor y coronel, a rendir un último homenaje al héroe caído. Cuando Patton llegó al lugar al que le condujo el alcalde, comprendió qué había sucedido. Los estadounidenses habían cambiado de sitio una letrina, rellenando con tierra la fosa y dejando un letrero para señalizar el lugar. El letrero colgaba de una tabla horizontal unida a otra vertical clavada en la tierra. En él habían escrito: “Abandoned Rear” (literalmente "trasero abandonado"). Los franceses habían visto la tierra removida y la cruz con el cartel y supusieron que los norteamericanos acababan de enterrar a uno de los suyos.
Patton nunca se atrevió a contarles la verdad. Tampoco lo hizo cuando regresó al pueblo, veintisiete años después, y descubrió que los lugareños habían estado todo aquel tiempo cuidando un pozo de excrementos como si fuese la tumba de un héroe.
Y es que, a pesar de la fama de Patton, hay que reconocer que algo de tacto sí que tenía.
Fuente principal:
http://chetyod.wordpress.com/2011/08/29/how-the-french-maintained-pattons-latrine/
Foto: http://es.wikipedia.org/wiki/George_Patton
Muy bueno,supongo que sirve para abonar lo mismo que si hubiese sido lo que se suponían que era.Buen lugar para plantar un castaño.
ResponderEliminarLas historias de retretes en la guerra siempre son divertidas, como la del soldado aleman que hundió su submarino al tirar de la cadena del vater (se cubrió literalmente de mierda).
ResponderEliminarBuena anécdota la de Patton.
Saludos.
Sí, las historias de retretes dan mucho juego.
EliminarUn saludo, Tofolo.
Una buena historia que contar....
ResponderEliminarParece que Patton no la contaba mucho. Se conoció después de su muerte, cuando se publicaron sus memorias.
EliminarUn saludo, Patxi.