Toshio Kuramoto tenía 25 años cuando se fue a vivir al norte de la isla de Kyushu para trabajar en una compañía minera del zaiatsu Mitsui. Allí, en una casa vecina de su apartamento en Moji, un suburbio de Kitakyushu, vivía Kimiko Kabu, una muchacha diez años menor que él que estudiaba en el instituto femenino. Era la primavera de 1941. Como ya os estaréis imaginando, Toshio y Kimiko se enamoraron.
Toshio había servido en el Ejército, combatiendo en China como soldado de infantería, y en aquella época era cabo en la reserva. En 1943, cuando fue llamado nuevamente al servicio activo, decidió presentarse voluntario como cadete de la fuerza aérea del Ejército Imperial. Fue destinado a la base aérea de Chiran, en el sur de Kyushu. En enero de 1944 Kimiko consiguió un permiso para visitar a su novio. Cruzó en tren toda la isla y se presentó en Chiran. Toshio salió a recibirla vestido con su elegante uniforme y la llevó a enseñarle la base. Al saber que era la novia de un cadete, todos la trataron con mucha amabilidad. Fue invitada a observar un entrenamiento de vuelo desde el puesto de mando situado bajo una carpa. En abril Toshio fue trasladado a la escuela de vuelo Tachiarai, en la región central de la isla. Kimiko se alegró. Ahora su novio estaba más cerca de su casa, y podría verle más a menudo. En otoño Toshio y Kimiko se comprometieron. Aquel día Toshio le regaló a su novia un diario.
El 29 de octubre de 1944 Kimiko escribió una entrada en su diario en la que contaba sus sentimientos cuando supo de las noticias que publicaban los periódicos sobre un ataque kamikaze lanzado contra la flota de invasión estadounidense en las Filipinas (sin duda
el dirigido por el teniente Yukio Seki el 25 de octubre):
“¡Qué divino! Un grupo de águilas jóvenes dirigido por un chico de 24 años. Estoy absolutamente maravillada por su acción. Pero por muy digno que haya sido su sacrificio, no eran huérfanos. Ellos tendrían padres, esposas, hijos, hermanos y hermanas. Cuando se marcharon ¿verían las caras de sus esposas o amantes? ¿sus dulces rostros? .... Las noticias de los periódicos me han roto el corazón. Estoy tan emocionada...”
Kimiko no podía imaginar que solo unos meses después Toshio iba a tener el mismo final que aquellos chicos que tanta lástima le daban.
Kimiko y Toshio se casaron el 15 de febrero de 1945, cuando Toshio era alférez destinado en la base aérea de Kameyama, cerca de Osaka. Como no pudo conseguir un permiso prolongado, tuvieron que celebrar la ceremonia en un santuario sintoísta próximo a la base. Kimiko vestía unos pantalones azules hechos con el kimono que llevaba cuando visitó Chiran por primera vez. Recordaba que Toshio le había dicho que era su color favorito. En aquellos tiempos, obligadas por la austeridad causada por la guerra y los efectos de los bombardeos, las mujeres japonesas se habían acostumbrado a llevar pantalones.
El 27 de marzo Toshio (que ya era teniente) se presentó voluntario para formar una escuadrilla de ataque especial en la base aérea de Akeno, en Honsu. Las escuadrillas de ataque especial eran el eufemismo con el que se conocía a las unidades kamikaze. El teniente Kuramoto comenzó entonces a entrenarse junto a otros pilotos para una misión suicida. Más tarde fueron transferidos al aeródromo de Kumanosho, en la región central de Kyushu. En el camino a su nueva base, al pasar por Moji, Toshio se bajó del tren y fue a ver a Kimiko a casa de sus padres. En el tiempo que estuvieron juntos, Toshio no se atrevió a confesar a su mujer que se había unido a las unidades de ataque especial. Le había comentado que estaban recibiendo un entrenamiento muy estricto “para aprender a volar muy bajo y no fallar en el ataque a los buques enemigos". En aquel momento ella no se dio cuenta de lo que eso significaba. Toshio pasó dos horas con su esposa y luego corrió a la estación de tren para continuar su camino.
En abril, Kimiko recibió un telegrama de Toshio en el que le pedía que fuese a visitarle. Kimiko estaba emocionada pensando que por fin iba a poder reencontrarse con su marido. Toshio buscó un alojamiento para los dos en el hotel Wataya, una posada de estilo tradicional en la ciudad de Kumamoto, no muy lejos del campo de aviación. Cuando Kimiko llegó a la posada, la sirvienta que la recibió le dijo que el teniente Kuramoto había tenido que regresar a la base urgentemente aquella mañana para partir en una misión. La doncella se calló unos instantes y después añadió con voz grave: “Por favor, querida, este es el momento de mostrar valor”. Fue entonces cuando Kimiko fue consciente de que su marido iba a participar en una misión suicida. Se quedó aturdida, sin habla. La sirvienta la llevó a la habitación de su marido, mientras trataba de disculparse: “Lo siento, señora, no tenía que habérselo dicho”. Le sorprendió que aquella joven esposa no supiese que su marido era un kamikaze voluntario. Poco después se presentó en el hotel el subteniente Osamu Shibata, un piloto de la escuadrilla de Toshio. Shibata no iba a tomar parte en la misión, ya que había resultado herido en un accidente durante un vuelo de entrenamiento (llevaba una venda en la cabeza). Comunicó a Kimiko que la unidad finalmente no despegaría aquel día, y que él mismo la acompañaría a la base la mañana siguiente. Kimiko, sola en la habitación, pasó una noche terrible.
Por la mañana, Kimiko y Shibata tomaron un tren hasta Namazu, a tan solo diez minutos de Kumamoto. Era un día lluvioso. Un autobús del Ejército les esperaba en la estación para llevarles a la base. Cuando llegaron, mientras un hombre corría a avisar a su marido, informaron a Kimiko de que todos los vuelos habían sido cancelados a causa de la lluvia. Al fin apareció Toshio. El teniente acompañó a su mujer hasta una casa de campo cercana donde tenía su alojamiento. Fueron caminando, cubriéndose de la lluvia con un paraguas, siguiendo un sendero que atravesaba un campo de colza. Con la lluvia, las flores de colza brillaban con un intenso color amarillo. Aquel tranquilo paseo despertó repentinamente en Kimiko la esperanza de que la paz regresase pronto al mundo. Plegó el paraguas para disimular con su acción las lágrimas que caían por sus mejillas.
Una vez que estuvieron solos, sentados en el alojamiento de Toshio, Kimiko vaciló unos instantes, y finalmente se atrevió a preguntar a su marido:
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¿Te has presentado voluntario como piloto kamikaze?
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¿De dónde has sacado esa idea? - respondió Toshio, en tono alegre.
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De la sirvienta del Wataya.
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No. ¡Nunca! ¡Eso no es cierto!
Kimiko supo que su marido le estaba mintiendo. Imaginó que se sentía demasiado atormentado para confesarle la verdad.
Los días siguientes continuó la lluvia. Toshio iba cada mañana a la base y regresaba cada noche a la hora de la cena. Kimiko solía pasar los días bajo el alero de la casa, viendo llover. Le gustaba oír el sonido de la lluvia. Después de todo, mientras el tiempo no cambiase, su marido seguiría viviendo. Y ella también. En aquellos días tuvo mucho tiempo para pensar, y había un pensamiento que no podía quitarse de la cabeza: sin Toshio su vida dejaría de tener sentido.
El tiempo lluvioso continuó durante una semana. Después, la escuadrilla del teniente Kuramoto recibió órdenes de trasladarse a otra base aérea llamada Miyakonojo, también en Kyushu. La unidad regresó a Kumamoto para pasar la última noche antes del traslado. Toshio y sus hombres organizaron una cena de despedida en el hotel Wataya. Kimiko no fue invitada, pero desde su habitación podía escuchar las conversaciones y las canciones de los hombres. Era capaz de sentir el ambiente nostálgico de la reunión.
Al fin, Toshio volvió a su habitación, ebrio. Kimiko sentía en lo más profundo de su corazón que la mañana siguiente iba a ser la despedida definitiva. Por la mañana fue a decirle adiós a la estación de Kumamoto. Trató de aparentar fortaleza, pero en cuanto el tren abandonó la estación, rompió a llorar desconsoladamente.
Kimiko se trasladó a casa de su tío, en Hakata, a esperar la llamada de su marido. Hakata, en el oeste de Kyushu, fue el puerto por el que las flotas mongolas pretendieron iniciar la invasión de Japón en el siglo XIII. El último intento de desembarco acabó con el Kamikaze, el viento divino, el tifón que destrozó la flota de Kublai Khan y salvó a Japón. Esa noche, Toshio telefoneó desde Miyakonojo para contarle que iba a estar allí una semana y pedirle que se reuniese con él. Ella estaba encantada, y al instante se dirigió a la casa de sus padres. Le dijo a su madre que estaba convencida de que Toshio se había ofrecido como piloto kamikaze. Al oír aquello, la mujer comenzó a sollozar.
En Miyakonojo, Kimiko y Toshio se hospedaron en el hotel Fijinoi. Igual que la vez anterior, no paró de llover en los días siguientes. Una mañana Toshio se fue a la base, dejando a Kimiko sola en su habitación, escribiendo en su diario. Inesperadamente Toshio regresó al cuarto, y al entrar encontró a su mujer llorando.
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¡Qué suerte haber nacido chica! - dijo riendo –.
Tú puedes llorar, mientras a los hombres no se nos permite ese lujo.
Esa noche dejó de llover y la pareja salió a dar un paseo. Todo estaba extrañamente tranquilo. A Kimiko la ciudad le pareció aquella noche inmensamente bella, con sus frondosos árboles y flores, y sus pavimentos húmedos y brillantes. Toshio aún no le había dicho la verdad, pero Kimiko estaba junto a él y era feliz. El 22 de abril escribió en su diario: "Mejor no pensar en el mañana. Vivir el presente con plenitud. ¡Qué días más felices estoy viviendo! Tengo un marido que me ama. Me ama profundamente. Incluso si tuviéramos que separarnos para siempre, él siempre vivirá en mi corazón".
El 3 de mayo la unidad se reunió de nuevo para cenar en un restaurante que estaba al lado de la posada en la que se alojaban. Kimiko oyó por casualidad cómo un cabo llamado Tadashi Mukai le decía a la dueña de la posada, tras dejar escapar una risa irónica: "¡Esta va a ser nuestra última gran fiesta!". Por la noche Toshio volvió a la habitación. Había estado bebiendo. Kimiko trató de mostrarse indiferente.
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¿Vas a salir mañana?
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No, va a ser solo otro vuelo de entrenamiento – mintió él.
Por la mañana, un vehículo militar se detuvo delante de la posada. Todos los empleados de la posada y del restaurante se alinearon a ambos lados de la calle para despedir a los hombres. Toshio se detuvo frente a ellos y les dijo: “Muchas gracias por cuidar de nosotros”. Justo antes de subir al vehículo, se dio la vuelta y miró fijamente a Kimiko. A continuación, realizó un saludo militar en su dirección. Kimiko estaba segura de que no le volvería a ver. Pero ese día Toshio regresó a la posada. Su avión había tenido una colisión menor con otro aparato cuando estaban despegando.
En la madrugada del 11 de mayo Toshio se volvió a marchar, esta vez para siempre. Kimiko le ayudó a vestirse. Fue la última vez que tocó la piel de su esposo. Toshio despegó aquella mañana formando parte del sexto ataque Kikusui, un ataque masivo lanzado en varias direcciones contra la flota estadounidense fondeada en Okinawa. En la operación, coordinada entre el Ejército y la Marina Imperial, participaron unos 150 aviones kamikaze y otros 200 de escolta y convencionales.
Kimiko estaba embarazada cuando murió su marido. El 27 de enero de 1946, cinco meses después del final de la guerra, dio a luz a una niña. La llamó Ryoko, el nombre que Toshio había elegido para ella.
La historia de Kimiko, contada en su diario, fue recogida por los historiadores Albert Axell e Hideaki Kase en su libro
Kamikaze: Japan's Suicide Gods. El libro está publicado en español, aunque yo me he basado en la versión en inglés. En gran parte me he limitado a traducirlo, pero haciendo bastantes cambios y añadiendo algunas cosas.
Kimiko nunca habría utilizado el término kamikaze, que tiene su origen en una traducción errónea de la palabra japonesa Shimpu. El nombre oficial de las escuadrillas Kamikaze era Shimpu Tokubetsu Kogeki Tai (“Unidad Especial de Ataque Viento Divino”), que además, hablando en propiedad, se refería solo a los pilotos suicidas de la Marina Imperial (Toshio era del Ejército). Pero kamikaze es la palabra utilizada por los autores, correctamente, en mi opinión, porque forma ya parte del vocabulario de casi todo el mundo.