Zenji Abe nació en 1916 en un pequeño pueblo de montaña de la prefectura de Yamaguchi, en el extremo sur de la isla de Honshu. Su madre murió cuando él tenía nueve años. Su padre, un productor de sake, pasaba apuros para mantener a la familia, pero aun así el hombre se las arregló para enviar al hermano mayor de Abe a la universidad: "Mi padre no era hábil en su negocio, pero prestó mucha atención a la educación de sus hijos".
Al terminar los estudios primarios, Abe se matriculó en la Escuela Militar Bocho, una escuela privada fundada y administrada por altos oficiales del Ejército japonés. A los 16 años ingresó en la Academia Naval Imperial. Durante cuatro años estuvo sometido al duro programa de estudios y a la disciplina brutal en la que se formaba a los futuros oficiales de la Marina Imperial: "Desde el momento en que tocaban diana disponíamos de dos minutos para vestirnos, hacer la cama y llegar al comedor situado a 150 metros de distancia. Todo aquel que llegara incorrectamente vestido o un segundo tarde era sacado de filas y apaleado".
Con el rango de alférez, Abe ingresó en la Escuela de Aviación Naval, Un año más tarde se graduó como piloto naval. Fue asignado al portaaviones Soryu, y voló en numerosas misiones durante la guerra chino-japonesa. En 1941, como líder de una escuadrilla de bombarderos en picado Aichi D3A Val, comenzó a prepararse para el ataque a Pearl Harbor:
En abril de 1941 yo estaba al mando de una escuadrilla de nueve bombarderos a bordo del portaaviones Akagi. Todos los aviones de seis portaaviones se reunieron en varios aeródromos en Kyushu, donde entrenamos muy duro día y noche, sin descanso.
Los bombarderos tenían que atacar en un ángulo de 50 a 60 grados y lanzar sus bombas sobre el objetivo a una altitud de 400 metros [la altura teórica para soltar las bombas era de 800 metros, lo que permitía a los bombarderos salir del picado sin riesgo, pero para esta misión se decidió reducir la altura a la mitad, con el peligro que suponía]. Nuestro objetivo era un buque de guerra que intentaba escapar de nosotros. Cada avión utilizaba ocho bombas de práctica en el buque. Hubo algunos bombarderos que se estrellaron en el mar a causa del agotamiento grave de sus pilotos, causado por el exceso de entrenamiento.
Los cazas Zero (Mitsubishi A6M2) estaban ocupados con ejercicios de combate aéreo y prácticas de tiro. Los bombarderos de ataque (Nakajima B5N2) se ejercitaban en ejercicios de bombardeo horizontal en formación a 3.000 metros y en el lanzamiento de torpedos a una altura extremadamente baja.
Como teniente de la Marina y comandante de la escuadrilla, entrené a mis hombres (sin saber para qué se estaban entrenando) para que pusieran la mayor atención a sus objetivos en el bombardeo de precisión. Mi escuadrilla tenía que adiestrarse en varios deberes, pero cuando atacábamos y bombardeábamos barcos, incluso si estábamos bombardeando durante cinco horas, y nuestras bombas no golpeaban las naves, nuestro entrenamiento se consideraba sin valor y teníamos que continuar con el bombardeo. Cuando pienso en el duro entrenamiento de los aviones torpederos que volaban cada día sobre la ciudad de Kagoshima, casi rozando los tejados y practicando en lanzar torpedos a baja altura, debo concluir que nuestro Estado Mayor ya había empezado a planear el raid a Pearl Harbor.
Pronto tuvimos la confirmación. Habíamos practicado muchos ejercicios combinados, y la preparación de los tripulantes en cada tipo de avión había alcanzado su nivel exigido. Un día de octubre, todos los oficiales superiores al grado de comandante de escuadrilla de nuestra fuerza de ataque nos reunimos en el aeródromo de Kasanohara, en el sur de Kyushu. El comandante Minoru Genda, el jefe de operaciones, entró en la sala de conferencias y sin ninguna ceremonia descorrió una cortina en la pared frontal para descubrir unas maquetas de Pearl Harbor y la isla de Oahu que ocupaban toda la pared.
A continuación explicó el plan del ataque a Pearl Harbor. Después, el contraalmirante Munetaka Sakamaki, que acababa de regresar de Alemania, informó de los progresos que la fuerza aérea alemana había logrado en la guerra. Todo esto fue confiado únicamente a los oficiales que dirigirían el ataque, y todo se mantuvo en el más estricto secreto.
Cuando me concedieron un permiso de unos días en noviembre, fui a ver a mi esposa a Kagoshima, temiendo que podía ser la última vez que nos viésemos. Tratando de mostrarme despreocupado, la hice ir a ella y a nuestro bebé de 6 meses a su pueblo natal, sin decirle nada de la guerra que se avecinaba.
Los aviones ya estaban a bordo de sus portaaviones. Un día antes de salir de Kyushu a la isla Kunashiri, nuestro último punto de reunión, celebramos una fiesta de despedida en un restaurante de Kagoshima. El vicealmirante Chuichi Nagumo, comandante en jefe de la fuerza de ataque, brindó y dio la mano a cada uno de los oficiales. A mí me pareció ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.
Nuestros seis portaaviones se dirigieron al punto de reunión en la bahía de Hitokappu, cada uno acompañado por un destructor. Algunos cruzaron por el Mar de Japón, mientras que los otros lo hicieron por la costa del Pacífico. Nuestra salida fue cubierta por aviones de entrenamiento de varios aeródromos de Kyushu, que continuaron emitiendo mensajes de radio similares a los realizados por nuestros aviones durante los ejercicios, con el fin de camuflar el repentino cambio en las comunicaciones cuando nos marchamos.
Entre el 19 y el 22 de noviembre, todos los buques de la fuerza de ataque de la operación contra Hawai se reunieron en la bahía de Hitokappu. En total la fuerza estaba formada por: nuestra escuadra al mando del almirante Nagumo, integrada por seis portaaviones: Akagi, Kaga, Soryu, Hiryu, Shokaku y Zuikaku, con la misión de realizar el ataque aéreo contra Pearl Harbor y las instalaciones militares en Oahu; la escuadra de protección, formada por del crucero ligero Abukuma y nueve destructores bajo el mando del contraalmirante Sentaro Omori; la escuadra de reserva, consistente en los acorazados Hiei y Kirishima y los cruceros pesados Tone y Chikuma bajo el mando del contraalmirante Gunichi Mikawa; la fuerza de exploración con tres submarinos al mando del capitán Kijiro Imaizumi; la fuerza de ataque a la isla de Midway, con tres destructores bajo el mando del capitán Yojin Konishi; y la escuadra de abastecimiento de ocho buques tanque al mando del capitán Kyokuto Maru.
En los pocos días que estuvimos en Hitokappu se realizaron los preparativos finales. A las 6 de la mañana del 26 de noviembre partimos de la bahía de Hitokappu, navegando hacia el este a través del tormentoso Pacífico norte, alejándonos de las rutas mercantes (el secreto era vital).
Pero en aquellos momentos todavía no estaba tomada la decisión de comenzar las hostilidades. La flota de Nagumo avanzaba hacia un área de espera, a 42º de latitud norte, 170º oeste.
El 2 de diciembre la flota combinada recibió un mensaje telegrafiado en el que se comunicaba que la guerra iba a estallar el 8 de diciembre (hora de Tokio). Fue entonces cuando la flota de Nagumo continuó su avance, acelerando a 24 nudos. A las 7 de la mañana del 7 de diciembre se había acercado rápidamente a Oahu.
Antes del amanecer del día siguiente, 8 de diciembre, la flota de Nagumo estaba a 200 kilómetros al norte de Oahu. La primera oleada de la fuerza de ataque aéreo despegó a las 1:30 am (30 minutos antes de la salida del sol). La segunda oleada saldría aproximadamente una hora más tarde. La fuerza de asalto de 354 aviones de estaba al mando de Mitsuo Fuchida.
"El destino del Imperio descansa en esta batalla. Que cada uno cumpla con su deber”. Esta fue la famosa señal que el almirante Heihachiro Togo izó en su buque insignia, el Mikasa, en la batalla de Tsushima durante la guerra ruso-japonesa, 36 años antes. Ahora, justo encima de mi cabeza, la misma señal ondeaba al viento en la punta del mástil de nuestro buque insignia, el Akagi.
El viento competía con el rugido de los motores de los aviones que calentaban en las pistas. Los primeros en despegar fueron los cazas Zero, liderados por el teniente Shigeru Itaya. Los aviones eran guiados por linternas en la oscuridad. Se movían de uno en uno hasta su posición y despegaban hacia el oscuro cielo.
A continuación, despegó el comandante Fuchida, seguido de cerca por sus catorce bombarderos de ataque. Después, el teniente Juji Murata con sus doce aviones torpederos. Se veía a los radiooperadores y observadores agitando sus hachimakis [cintas para la frente] con el símbolo del Sol Naciente (especialmente preparadas para aquel día) en respuesta a la despedida de la tripulación del buque. Todos estaban unidos en un propósito común.
Desde los otros cinco portaaviones, los aviones despegaban y entraban en formación, mientras ganaban altura, alrededor de la fuerza de ataque. Cuando completaron sus formaciones, fijaron su rumbo hacia el sur.
Todos los portaaviones eran hormigueros de actividad. Se sacaron los aviones de los hangares y se prepararon para el despegue de la segunda oleada, que en una hora iba a seguir a la primera. Desde el Akagi saldrían nueve cazas Zero al mando del teniente Saburo Shindo y los dieciocho bombarderos, de los que yo era el líder de la segunda escuadrilla.
Mis hombres estaban de pie, en fila. Sus ojos estaban brillantes y ansiosos, y su boca firme. Tal era el grado de preparación que me limité a ordenar “Adelante”, sabiendo que harían exactamente lo que se debía hacer, incluso en circunstancias inesperadas.
Fui a mi avión, y desde el asiento del piloto probé el tubo de voz con mi observador, el suboficial Chiaki Saito. Luego examiné los instrumentos con mucho cuidado.
El barco se balanceaba y cabeceaba, pero no lo suficiente como para preocuparme. Me sentí como si se tratase de un ejercicio de rutina.
Los portaaviones maniobraron para situarse a favor del viento. Despegamos uno a uno, como había hecho la primera oleada. Giramos a mi izquierda y formamos mientras ganábamos altura en el luminoso cielo. Nuestra oleada estaba dirigida por el teniente Shigekazu Shimazaki, y estaba compuesta por 35 cazas y los 78 bombarderos del teniente Takashige Egusa. Mi propia unidad, el Grupo de Asalto 11, estaba al mando del teniente Takehiko Chihaya, que ocupaba el puesto del observador-artillero en el bombardero en picado líder. Como buntaicho (jefe de escuadra), yo cerraba la formación.
Nuestros 167 aviones giraron al sur, con los cazas cubriendo los lados de la formación, una hora después de la primera oleada. El tiempo no era muy bueno. Soplaba un viento de más de 10 km/h del noreste, y el mar estaba agitado.
Mientras volábamos, pensé en muchas cosas. Si no encontrábamos los portaaviones, los objetivos secundarios serían los cruceros. Me pregunté si los mini-submarinos especiales habrían llegado al puerto. Tenían que esperar hasta que el ataque aéreo empezase. ¿Cómo podría un hombre tener tanta paciencia? Me preocupaba que alguna de nuestras bombas cayese por error sobre ellos.
No sé cuánto tiempo estuve meditando, pero a voz del alférez Saito me hizo volver bruscamente a la realidad. Desde el asiento trasero, Saito me hizo saber que había captado una señal de radio.
El comandante Fuchida había dado la señal para atacar. Era 3:19 am, 8 de diciembre, hora de Tokio y 7:49 am, 7 de diciembre, hora de Honolulu.
Miré hacia atrás y mis aviones me seguían fielmente, como si yo fuese su padre. Me aseguré de que todos ellos habían escuchado y entendido el mensaje de radio.
Esperé durante lo que me parecieron millones de horas a recibir el siguiente mensaje. En realidad pasaron solo unos minutos hasta que el alférez Saito me comunicó a través del tubo de voz: "Señor, el ataque sorpresa ha sido un éxito”. Saito era un hombre excelente y también todo un experto como observador y operador de radio. Tenía mucha experiencia en combate. Siempre actuaba en los momentos más críticos como si estuviera jugando. Murió al año siguiente.
Él estaba tranquilo, como de costumbre, en aquel momento histórico. Yo, en cambio, estaba un poco nervioso. Respiré profundamente y probé mis armas. Comprobé el combustible, el medidor de altitud y todos los aparatos una vez más. La velocidad era de 125 nudos, altitud 4.000 metros... Todo estaba bien.
Los aviones en formación enfrente de mí volaban majestuosamente como si nada pudiera detenerlos. Estaba lleno de impaciencia. ¿Cuál sería el aspecto de Pearl Harbor?¿La isla de Oahu se parecería al mapa que había estudiado? Mis ojos escudriñaban el horizonte a través de los claros entre las nubes.
Finalmente, apareció una línea blanca, rompiendo el borde liso donde el agua se encontraba con el cielo. Sobre de la línea blanca de las olas apareció una masa de un color azul-violeta. "Eso es Oahu”, informó Saito a través del tubo de voz, tratando de mantener la voz calmada. Me acerqué a la isla con una mezcla de miedo y fascinación terrible. Pensé que era la "isla del diablo" de las leyendas japonesas. Me pregunté si batallas aéreas ya habían empezado sobre la isla.
Las nubes dispersas disminuyeron gradualmente, y pude ver una parte de la “isla del diablo” con claridad. Cuando nos aproximábamos a la línea de costa, un grupo de bocanadas de humo negro aparecieron justo enfrente de nosotros, y luego otro grupo apareció muy cerca de nuestra formación. ¡Fuego antiaéreo! Excepto por algunos disparos dispersos en China, era la primera vez que experimentaba aquello. Veía las explosiones acercarse más y más. Por mi mente cruzó la idea de que tal vez nuestro ataque sorpresa no era una sorpresa en absoluto. ¿Volveríamos a tener éxito? Me sentí muy mal.
Dejamos Kahuku Point a nuestra derecha. El comandante Shimazaki acababa de cambiar nuestra dirección. Entonces vi la Base Aérea de Kaneohe, tal como estaba planeado. Esto era solo como un ejercicio. Todo estaba bien. Mi nerviosismo se fue. Me tranquilicé.
Como no teníamos la oposición de cazas enemigos que esperábamos, nuestros propios cazas rompieron la formación para atacar los aeródromos. El comandante Shimazaki dio la señal de ataque y a continuación rompió la formación, conduciendo a la mayor parte de su grupo contra Hickam Field. El resto atacamos la base aérea de Kaneohe y la isla Ford. Nuestro bombardeo fue a una altitud de 400 metros, por debajo de la capa de nubes. A pesar de que era una altitud extremadamente baja y del intenso fuego antiaéreo, nuestro grupo no perdió ningún avión.
Nuestros 78 bombarderos giraron a la derecha, y, liderados por Egusa, se aproximaron a Pearl Harbor desde el este. Como líder de escuadrilla, yo cerraba la marcha de la formación. En esos momentos nuestra altitud era de 4.000 metros, y por debajo de las nubes podía ver Pearl Harbor frente a mí. Los bombarderos picaron para iniciar el ataque.
Por encima de la ciudad de Honolulu, las escudrillas cogieron velocidad sucesivamente y se situaron en formación de ataque. Revisé mi equipo de bombardeo y deslicé la cubierta sobre la carlinga. No podía ver bien, debido al humo, pero cuando me acercaba pude divisar una línea de buques de guerra junto a la isla Ford. Algunos estaban cubiertos por el humo, y otros estaban soltando por sus costados grandes olas marrones de petróleo. Sus cubiertas y superestructuras bailaban con los destellos de las armas antiaéreas, que parecían estar todas apuntándome a mí. Vi a otra formación de bombarderos por debajo de mí, a la derecha, y ya no me sentí solo. Iniciaron picado uno a uno, hasta el último de ellos. A continuación llegó nuestro turno.
Hice una señal a mis hombres y me dirigí hacia abajo. Desde el suelo, miles de balas trazadoras se disparaban hacia arriba, pareciendo ganar velocidad al pasar cerca de mi avión. Mi altura era de 3.000 metros y mi velocidad de 200 nudos. Quité la tapa de mi visor de bombardeo. Estaba bajando en picado en un ángulo de 50 grados. No había portaaviones en el puerto, así que decidí atacar un crucero.
La isla Ford estaba en llamas, y un pesado manto de humo flotaba en el aire de la mañana. Con los ojos pegados a la mira de bombardeo, era como si las balas inflamadas color caramelo se dirigiesen directamente a mi ojo, pero en el último momento parecía que pasaban silbando a los costados de mi avión. Los otros ocho bombarderos de mi escuadrilla me seguía de cerca en línea recta.
Fijé mi objetivo, un crucero grande, justo en el centro de la escala de la mira. El alférez Saito comenzó a darme la altitud. Un fuerte viento del este empujaba el avión a la izquierda. Corregí la deriva mientras el el objetivo se hacía más y más grande, hasta que casi llenó la mira. "Seiscientos metros”, gritó Saito. “Listo ... lanzamiento!”
Liberé la bomba y al mismo tiempo tiré hacia atrás de la palanca. Por un momento casi me desmayé, pero me espoleó el sonido de la voz de Saito por el tubo. Mi observador estaba emocionado anunciando los resultados de nuestro bombardeo: "Líder de formación corto. Segundo avión corto. ¡Tercer avión blanco! Ajuste correcto. ¡Segundo escalón éxito!”. Más tarde pude identificar nuestro objetivo como el el crucero ligero Raleigh, de la clase Omaha.
Todo el ataque duró unas dos horas. Yo solo vi sólo la parte en la que la que participó la segunda oleada. Más tarde, a nuestro regreso, escuché la historia de la primera oleada de los propios labios del Comandante Fuchida.
Mientras la primera oleada se acercaba Pearl Harbor, se podía ver colgada sobre el agua una tenue bruma de humo de las cocinas que preparaban el desayuno. Era una escena pacífica. Fuchida observaba a través de sus prismáticos, y cuando se acercaron, divisó los mástiles de los acorazados Nevada, Arizona, Tennessee, West Virginia, Oklahoma, California y Maryland apareciendo a través de la bruma. Todos los acorazados de la Flota del Pacífico de los Estados Unidos estaban en el puerto. No había portaaviones, pero Fuchida sonrió por la suerte que el destino le había concedido. Dio la orden para iniciar la formación de ataque y llevó a su propia formación hacia la parte oeste de Oahu y sobre Barbers Point. Esa zona tenía fuertes instalaciones antiaéreas, pero no hubo ni un disparo.
Al acercarse a la flota, nada se movía. Todo el mundo parecía profundamente dormido. Confiado en el éxito de su misión y en la obediencia a sus instrucciones, comunicó por radio: "Nuestro ataque por sorpresa es un éxito”.
La señal fue recogida por nuestro buque insignia, el Akagi, que informó al Consejo Imperial en Tokio y al Nagato, el buque insignia de la flota combinada en Hiroshima. Tras la recepción del mensaje, se envió la señal a las unidades que esperaban para atacar Malasia, Hong Kong, Guam, Wake y otros objetivos.
Poco después de que Fuchida enviara su mensaje, columnas de humo negro se elevaban por encima de Hickam Field y la isla Ford. Eso indicaba que el bombardeo había comenzado. A lo lejos, Hoiler Field también estaba cubierto de denso humo negro denso.
Desde su puesto como comandante del ataque y líder del grupo de los bombardeos en horizontal, Fuchida vio cómo un chorro de agua, y luego otro, y otro, aparecían al lado del grupo de buques de guerra. El ataque de los torpederos también estaba en marcha.
Fuchida dio la orden de ataque a su formación para comenzar los bombardeos. De repente, un intenso fuego antiaéreo estalló frente a sus aviones. Al principio las explosiones se sucedían delante de ellos, pero luego ajustaron hasta acabar estallando entre los bombarderos de su grupo. La mayor parte del fuego provenía de los buques, pero algunos disparos llegaban también desde posiciones antiaéreas en tierra.
A Fuchida le admiró la capacidad que demostró el enemigo para reaccionar ante un ataque y defenderse con tanta rapidez tras el comienzo del raid. El fuego antiaéreo se hizo más y más preciso. De repente, el avión de Fuchida se estremeció violentamente. Más tarde se descubrió que uno de sus cables de control habían estado a punto de salir disparado. Pese a esos problemas, puso sus aviones en formación de ataque para bombardear Diamond Head. Cuando de aproximaba, una torre de fuego de color rojo y negro, de casi 1.000 metros de altura, se levantó del acorazado Arizona, en el lado este de la isla de Ford. La explosión fue tan violenta que sacudió a los aviones a través del puerto. Hizo una señal a sus bombarderos para atacar de nuevo al Maryland, y la batalla se hizo más y más intensa. En el momento en el que llegó la segunda oleada, la batalla estaba en su apogeo.
Después de dos horas rompimos el contacto y volvimos a nuestros portaaviones, a los que llegamos a las 8:30. Las pérdidas totales fueron nueve cazas, quince bombarderos en picado, cinco bombarderos torpederos y 54 hombres muertos en acción. Habíamos destruido la principal fuerza de la Flota del Pacífico de los Estados Unidos. Se nos había escapado nuestro objetivo principal, los portaaviones, ya que estaban en el mar, pero el Almirante Nagumo consideraba que habíamos cumplido con nuestra misión.
Yo todavía estaba en un estado de aturdimiento y de ensueño cuando volví a mi habitación. Entré en el pequeño cuarto, y empece a quitarme el uniforme de vuelo. En el centro de mi escritorio limpio de lo contrario poner el sobre con mi última voluntad, dirigido a mi padre. De repente, levanté el ánimo. Era bueno estar vivo.
A las 9 de la mañana la flota puso rumbo al noroeste, y comenzamos el regreso a casa. El ataque había terminado. Habíamos cumplido nuestra misión. La guerra estaba en marcha.
Después de Pearl Harbor, Abe participó en numerosos combates aeronavales en las Aleutianas, el Pacífico, Australia y el Índico. Durante la Batalla del Mar de Filipinas, el 19 de junio de 1944, tomó parte en un ataque sin retorno lanzado desde el portaaviones Junyo. Como no tenía combustible para regresar, después de descargar sus bombas contra los buques estadounidenses tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en la isla de Rota, entre Saipan y Guam. Allí estuvo escondido durante meses en una cueva. En agosto de 1945 se rindió a los estadounidenses. Durante todo aquel tiempo, su esposa lo creyó muerto.
Fuentes:
http://www.historynet.com/lieutenant-zenji-abe-a-japanese-pilot-remembers.htm
http://www.elmundo.es/magazine/m92/textos/
Bravo, bravo, bravo. banzai!!!
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