Mindoro es la séptima isla de Filipinas por su tamaño. Es muy montañosa, su clima es extremadamente húmedo (con lluvias casi todos los días del año), y está cubierta en su mayor parte por una espesa jungla. Se encuentra en el centro del archipiélago, al sur de Luzón, la isla principal. A pesar de su privilegiada situación y de su nombre (del español "Mina de Oro"), los japoneses no mostraron el más mínimo interés por ella durante el tiempo que ocuparon las Filipinas. A finales de 1944 la guarnición japonesa en Mindoro estaba formada tan solo por un millar de hombres del Ejército Imperial, a los que se sumaron unos doscientos supervivientes de transportes de tropas hundidos en ruta hacia Leyte (la primera isla filipina en la que desembarcaron los aliados, en octubre de 1944).
El 15 de diciembre de 1944 dos divisiones del Ejército de los Estados Unidos y un regimiento paracaidista desembarcaron en Mindoro. La batalla duró apenas 48 horas. Ni la Marina Imperial ni las fuerzas aéreas japonesas hicieron acto de presencia en la isla, a excepción de varios ataques kamikazes que se lanzaron desde bases en Luzón contra la flota de desembarco. En tierra los norteamericanos hicieron valer su aplastante superioridad numérica y superaron las defensas japonesas sin mucha dificultad. Los supervivientes huyeron a la selva, donde se ocultaron hasta el final de la guerra.
El interés del general MacArthur por Mindoro se debía a que era el lugar ideal para establecer bases aéreas que permitiesen dar cobertura de caza a las fuerzas que iban a desembarcar en la isla de Luzón. Antes de acabar el primer día de la batalla, los ingenieros del Ejército estaban ya trabajando para poner a punto los campos de aviación. Menos de catorce días después dos bases estaban plenamente operativas y listas para proporcionar apoyo aéreo directo a las operaciones anfibias en Luzón.
El día de Año Nuevo de 1945 desembarcó en Mindoro una fuerza de treinta y nueve japoneses al mando del teniente Shigeichi Yamamoto, un maestro de escuela en la vida civil. Parece ser que era parte de una operación que pretendía un ataque simultáneo a las bases aéreas de la isla a cargo de tres grupos distintos. La unidad de Yamamoto tenía como objetivo el campo de aviación de San José, en el extremo meridional de la isla. En una marcha de varios días, los japoneses se abrieron paso a través de la jungla hasta llegar a las proximidades de la base aérea. Allí se encontraron con una fuerte vigilancia que les hizo sospechar que el enemigo estaba sobre aviso y esperaba su ataque. Mientras trataban de ocultarse de las patrullas estadounidenses, Yamamoto decidió que la única forma que tenían de terminar con su misión era lanzar una carga banzai contra San José. Pero los norteamericanos se adelantaron a sus planes al descubrirles y atacarles. Los japoneses huyeron y se dispersaron en la jungla. Yamamoto y ocho de sus hombres vagaron sin rumbo durante semanas. Al final, cansados de moverse de un lado a otro por la selva, fijaron su campamento en un pequeño valle bordeado de montañas de más de 1.200 metros de altura.
Los nueve japoneses decidieron esperar allí a que el Ejército Imperial reconquistase Mindoro. Consiguieron semillas y animales de los nativos a cambio de sus relojes y se establecieron como agricultores y ganaderos. “Los primeros tres años fueron una dura lucha”, contaría mucho tiempo después el cabo Jintaro Ishii. “Vivíamos como Robinson Crusoe, pero estábamos siempre alerta, como samurais, aunque nunca matamos a nadie”. Cuando llegaron las primeras cosechas, la búsqueda de alimento dejó de ser un problema para ellos. Al término del segundo año contaban ya con 4.000 metros cuadrados de cultivos, setenta gallinas y veinte cerdos. Pero en la jungla de Mindoro morir de hambre no era el único peligro. Aquellas tierras húmedas e insanas estaban infestadas de insectos portadores de la malaria y otras enfermedades. Entre 1952 y 1953 cinco de los hombres murieron a causa de las fiebres tropicales.
Los cuatro supervivientes se adaptaron sorprendentemente bien a la vida en la jungla. Aprendieron a fabricar sus propias herramientas rudimentarias y a hacer ropas y mantas con las pieles de los animales. Yamamoto diseñó una vivienda de troncos y paja, camuflada para no ser vista desde el aire (aún temían a los aviones estadounidenses), y con comodidades insólitas, como agua corriente, bañera, un horno para hacer pan o un alambique para destilar aguardiente. El cabo Jahei Nakano tenía como pasatiempo la fabricación artesanal de flautas e instrumentos de cuerda con fibra de bambú, ya que, como él decía, “los seres humanos necesitamos la música para poder convivir en armonía”. Con el paso del tiempo su relación con los nativos se fue haciendo cada vez más amistosa. Los soldados les enseñaron algunas técnicas agrícolas japonesas, y ellos les correspondían invitándoles a comer con bastante frecuencia.
Un día de 1956 un estadounidense llegó a la región buscando un lugar para establecer una plantación, y Yamamoto decidió contactar con él pensando en negociar la rendición. Fue entonces cuando descubrieron que la guerra había terminado hacía más de una década, aunque no se convencieron totalmente hasta que les hicieron llegar una carta del embajador japonés en Manila en la que les animaba a salir de la jungla. En ese momento tomaron la decisión definitiva de entregarse. Era el 28 de octubre de 1956. La mayor oposición la encontraron en una de las muchachas nativas, que se había enamorado de Ishii y le rogaba que se quedase con ella. “Era una buena chica, pero nuestra relación era platónica", explicaría Ishii más tarde, sin poder evitar sonrojarse.
En diciembre de 1956 el teniente Shigeichi Yamamoto, de 35 años, y los cabos Jintaro Ishii, de 36, Jahei Nakano, de 35, y Masaji Isumita, de 44, regresaron a su país después de haber logrado sobrevivir doce años en la jungla de Mindoro. Al desembarcar fueron recibidos como héroes, con escolares agitando banderines y personalidades locales pronunciando discursos. “Dimos gracias a los dioses. Nunca pensamos que regresaríamos a Japón”, dijo Yamamoto.
Fuentes principales:
http://www.newspapers.com/newspage/27993675/
http://www.elcorreo.com/vizcaya/ocio/201401/18/sabado-japoneses.html
http://en.wikipedia.org/wiki/Battle_of_Mindoro
Sencillamente, genial. Parece una historia sacada de uno de esos chistes sobre la laboriosidad de los japoneses. Se refugian en lo más profundo de la selva... ¡y construyen una granja, con pollos, cerdos y 4000 m2 de cultivos! Incluyendo una sala de baños tradicional japonesa con una bañera excavada en la roca...
ResponderEliminarA diferencia de otros casos que ya hemos visto (en Guam, Saipan o Peleliu), Mindoro era una isla de gran tamaño y con presencia militar estadounidense relativamente pequeña. Los japoneses allí se sentían bastante seguros. Y además su relación con la población local era buena, lo que tampoco ocurría en las otras islas.
EliminarDesde luego demostraron tener muchos recursos, pero hay que reconocer que lo tenían más fácil que muchos de sus compatriotas abandonados en otras islas del Pacífico, que tenían que limitarse a esconderse y evitar cualquier contacto con el resto de la humanidad.