El atentado fracasado de Tresckow y Schlabrendorff supuso solo el primero de una serie de intentos de asesinar a Hitler por parte de un numeroso grupo de conspiradores militares que finalizaría con el golpe de estado frustrado del 20 de julio de 1944.
Inmediatamente después de aquella primera intentona, el barón Rudolf von Gersdorff, un primo de Schlabrendorff, se ofreció para acabar con el Führer en un atentado suicida. Solo ocho días más tarde, el 21 de marzo de 1943, estaba prevista la inauguración de una exposición de armamento soviético capturado en el Zeughaus (el antiguo Arsenal de Berlín, convertido en un museo militar). Además de Hitler, asistirían Keitel, Dönitz y Göring y Himmler (es decir, los comandantes supremos de la Wehrmacht, la Kriegsmarine, la Luftwaffe y las SS). La intención de Gersdorff era acudir a la ceremonia con los bolsillos de su guerrera llenos de explosivos, esperar la llegada de Hitler y abrazarse a él, activando las cargas antes de que tuviese tiempo de reaccionar. Pero cuando llegó el momento el Führer pasó a su lado a gran velocidad y rodeado de todo su séquito y no le dio oportunidad de ejecutar su plan. Gersdorff se escondió en los baños del museo, desactivó las bombas y abandonó el lugar sin llamar la atención. Poco después fue destinado al frente oriental. No rompió sus conexiones con el grupo de conspiradores reunido en torno a Tresckow. Fue él quien consiguió los explosivos de fabricación británica que utilizaría Claus von Stauffenberg en el atentado del 20 de julio de 1944. A pesar de su gran implicación en la conjura, ninguno de los arrestados tras el intento de golpe de estado reveló su nombre. Gersdorff fue uno de los pocos que se salvaron incluso de ser detenidos.
En septiembre de 1943 Claus von Stauffenberg asumió la dirección del grupo de conspiradores. Dos meses más tarde, un joven capitán de 24 años, el barón Axel von dem Bussche, se ofreció para realizar un atentado suicida en el cuartel general del Führer en Rastenburg. Bussche se había unido el año anterior a los círculos de resistencia antinazi que se estaban formando en el Grupo de Ejércitos Centro, después de haber sido testigo involuntario del asesinato de miles de civiles en el aeropuerto de Dubno, en Ucrania. A mediados de noviembre estaba prevista la llegada a Rastenburg de los primeros uniformes de invierno para las tropas del frente oriental. Bussche sería uno de los oficiales encargados de mostrar los uniformes a Hitler. Su plan era esconder una granada en sus pantalones y detonarla cuando el Führer se acercase a él. Pero el 16 de noviembre, un día antes del previsto para el atentado, el tren que transportaba los nuevos uniformes fue destruido en un ataque aéreo aliado. La inspección de Hitler se aplazó indefinidamente, y Bussche tuvo que reincorporarse a su unidad en el frente unos días más tarde. Su intención era repetir el intento en febrero de 1944, pero en enero fue herido de gravedad. Fue trasladado al gran complejo de hospitales de las Waffen-SS en Lychen, donde le amputaron una pierna. Los meses que estuvo ingresado le hicieron perder el contacto con el grupo de resistencia, lo que le permitió pasar desapercibido y no ser descubierto tras el fracaso de la operación Walkiria.
Ewald-Heinrich von Kleist-Schmenzin, otro joven oficial de solo 21 años, también descendiente de una aristocrática y adinerada familia prusiana, se presentó voluntario para sustituir a Bussche. Lo hizo con la bendición de su padre, Ewald von Kleist-Schmenzin, un histórico opositor al nazismo. Como en la ocasión anterior, pretendían aprovechar una inspección de uniformes prevista para el 11 de febrero de 1944. Kleist escondería una bomba en su maletín y la haría estallar cuando el Führer se acercase a él. Pero una vez más la inspección fue cancelada en el último momento. Después del atentado del 20 de julio padre e hijo fueron arrestados. Ewald-Heinrich fue enviado al campo de concentración de Ravensbrück. Cuando quedaban pocos días para el final de la guerra le excarcelaron para enviarle a combatir al frente. Fue el último superviviente de todos los que participaron en la operación Walkiria (murió el año pasado). Su padre fue condenado a muerte por el Volksgerichtshof y ahorcado en la prisión de Plötzensee el 9 de abril de 1945.
Un último intento tuvo lugar el 7 de julio de 1944. Su protagonista fue el general del OKH Helmuth Stieff, que se ofreció para matar a Hitler durante una conferencia que se celebró en el castillo de Schloss Klessheim. Pero en el momento de la verdad no encontró la ocasión de detonar la bomba que escondía (o quizá le faltó el valor). Su fracaso empujó a Stauffenberg a intentarlo él mismo. En un principio estaba dispuesto también a inmolarse en una acción suicida, pero sus compañeros de conspiración le convencieron de que su presencia iba a ser necesaria en Berlín tras la muerte del Führer. La historia del atentado del 20 de julio de 1944 ya es sobradamente conocida (o eso creo).
Todas estas tentativas fueron casi idénticas entre sí, no solo por el método elegido, sino también por las características de los hombres que se ofrecieron a llevarlas a cabo. Casi todos ellos eran jóvenes militares de carrera pertenecientes a familias de la nobleza prusiana. Formaban parte de la élite social del Reich alemán. Algunos, como Kleist-Schmenzin, tenían una larga trayectoria de oposición política al nazismo (desde una ideología conservadora), pero otros se unieron a la resistencia solo cuando la brutalidad de la guerra en el este superó todos los límites morales y cuando las primeras grandes derrotas hicieron evidente que Alemania iba a perder la guerra. Las grandes familias de las clases altas prusianas (los junkers) podían sentir desprecio por los nazis, su populismo y su lenguaje revolucionario, pero, salvo honrosas excepciones, en un primer momento apoyaron con entusiasmo sus planes de conquista. Después de todo compartían con ellos el militarismo, el imperialismo y el anticomunismo.
Pese a todo, aquel grupo de hombres consiguió el objetivo que se había propuesto Henning von Tresckow: dejar para la historia el ejemplo de los militares alemanes que se negaron a seguir siendo cómplices de la locura nacionalsocialista y se mostraron dispuestos a sacrificar sus vidas para detenerla.
Ya se sabe el dicho: bicho malo, nunca muere.
ResponderEliminarMuchos alemanes estaban hasta la coronilla de los demanes del hombre del bigotito, incluso oficiales de las SS, pero de todas se libraba el austriaco. En todo caso faltaban poco más de nueve meses para la "barbacoa" más famosa de Berlín.
Un saludo.
También hubo muchos que se mantuvieron leales a Hitler hasta el final. Especialmente los más comprometidos con el régimen, que eran los que más tenían que temer su caída.
EliminarUn saludo, Cayetano.