Estos últimos días se ha hablado mucho de las concesiones que el gobierno británico ha obtenido de las autoridades europeas para convencer a sus ciudadanos de que voten por la permanencia en la UE en el referéndum que se va a celebrar dentro de unos meses. Una buena parte de los comentarios que he leído y escuchado se refieren al poco compromiso con el proyecto europeo que han tenido históricamente los británicos. Siendo eso cierto (y nada criticable, al menos desde el punto de vista de un antieuropeísta como yo), también se pueden encontrar momentos en la historia en los que los británicos abandonaron sus sentimientos "aislacionistas" para buscar la unión con otros pueblos del continente. Uno de aquellos momentos fue en plena Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno presidido por Winston Churchill ofreció a Francia la constitución de una Unión Franco-Británica que convertiría ambas naciones en una sola.
A mediados de junio de 1940 la situación de Francia era desesperada. Los ejércitos alemanes habían destrozado sus defensas y avanzaban en todas direcciones sin encontrar apenas resistencia. El gobierno francés, que se había trasladado al sur, a Burdeos, huyendo del avance enemigo, estaba dividido entre los partidarios de continuar la lucha desde las colonias y los que estaban dispuestos a solicitar el armisticio para salvar todo lo salvable. En un último intento por evitar la capitulación francesa, el gobierno británico propuso que Gran Bretaña y Francia se uniesen en una sola nación. La Unión Franco-Británica tendría una única ciudadanía y políticas de defensa, exterior, financiera y económica comunes.
En realidad el padre de la idea fue un francés, Jean Monnet, que por entonces ocupaba el cargo de presidente del Comité Franco-Británico de Compras de Armamentos. El 14 de junio, durante una reunión celebrada en Londres, explicó su plan a Lord Halifax, el ministro de Asuntos Exteriores británico. Al día siguiente Monnet se ganó para la causa a Charles de Gaulle, viceministro de Defensa, que había llegado a Londres con la misión de presionar al gobierno británico para que enviase a Francia toda la ayuda posible. Por tanto, en esos momentos De Gaulle era el máximo representante del gobierno francés en el Reino Unido. Tanto él como Monnet eran conscientes de que la batalla de Francia estaba perdida y que Churchill no aceptaría comprometer más fuerzas en una derrota segura, así que ambos vieron la propuesta de federación como la única posibilidad de continuar la lucha.
Curiosamente, los dos hombres que poco tiempo más tarde acabarían convertidos en símbolos del espíritu de lucha por la independencia de sus respectivas naciones, Winston Churchill y Charles de Gaulle, coinciden en no reconocer el papel de Monnet en esta historia. En sus memorias, De Gaulle se olvida incluso de su propia participación y zanja el tema presentándolo poco menos que como una absurda ocurrencia de Churchill. Éste, por su parte, aunque menciona las reuniones con Monnet, viene a decir que en ellas el único interés del francés había sido implorar la ayuda británica y da a entender que fue su gobierno el promotor de la idea.
Churchill cuenta en sus memorias que el 16 de junio recibió la visita de Monnet y De Gaulle. Según él, Monnet le pidió la ayuda de la RAF en la batalla de Francia (ayuda que él le negó) y le habló de transferir a Gran Bretaña los contratos que Francia había firmado para fabricar municiones en Estados Unidos. A continuación Churchill pasa a hablar de la reunión del consejo de ministros de aquella misma tarde en la que se debatió la propuesta de Unión Franco-Británica, pero lo hace sin vincularla a la visita previa de los representantes franceses. De hecho, afirma que fue su gobierno el que había desarrollado la propuesta “unos días antes”.
Aunque Churchill ya hubiese tenido conocimiento de ella a través de Halifax, lo lógico es suponer que en la entrevista del día 16 Monnet y De Gaulle presentaron la propuesta de unión al primer ministro británico. Inmediatamente después éste convocó una reunión de su gobierno para debatir la cuestión. Tras dos horas de discusión, en las que hubo que convencer a varios de sus miembros que se mostraban reticentes, el gobierno británico aprobó el plan y redactó una declaración. Sin perder un instante, De Gaulle telefoneó al primer ministro francés, Paul Reynaud, y le leyó el texto:
“Los dos gobiernos del Reino Unido y la República Francesa hacen la declaración de unión indisoluble y la resolución inflexible en su defensa común de la justicia y la libertad contra el sometimiento a un sistema que reduce la humanidad a una vida de autómatas y esclavos. Los dos gobiernos declaran que Francia y Gran Bretaña nunca más serán dos naciones, sino una Unión Franco-Británica. Todos los ciudadanos de Francia van a disfrutar de inmediato de la ciudadanía de Gran Bretaña; cada ciudadano británico se convertirá en un ciudadano de Francia. Todas las fuerzas armadas de Gran Bretaña y Francia serán colocadas bajo la dirección de un único gabinete de guerra”.
Reynaud necesitaba desesperadamente la declaración para acudir con ella a su propio consejo de ministros. Aquella mañana, su viceprimer ministro, el anciano mariscal Pétain, había amenazado con la dimisión si el gobierno francés no pedía inmediatamente el armisticio. La llamada de Londres llegó a tiempo para la segunda reunión del día, prevista para las cinco de la tarde. El primer ministro contaría con una última baza para enfrentarse a la mayoría partidaria de la capitulación.
Al comienzo de la reunión Reynaud leyó la declaración a sus ministros, se manifestó totalmente a favor y explicó que había concertado una entrevista con Churchill en persona para discutir los detalles. La propuesta no llegó a someterse a votación. Los partidarios del armisticio, encabezados por el mariscal Pétain, la rechazaron de plano sin tan siquiera planteársela. Afirmaban que no era más que una jugada británica para hacerse con el imperio colonial francés y que relegaba a Francia a la inaceptable condición de dominio británico. Y no solo eso: dando por hecho que la derrota de Gran Bretaña era también cuestión de semanas, aquella unión, en palabras de Pétain, habría sido como “fusionarse con un cadáver”. Churchill escribió en sus memorias: “Pocas veces una propuesta tan generosa encontró una recepción tan hostil”. Aparte de Reynaud, la única intervención favorable a la Unión que recoge Churchill fue la de Georges Mandel, ministro del Interior, que preguntó a sus colegas: “¿Les parece mejor ser una región alemana que un dominio británico?” (supongo que aquí hay que entender “dominio” con el significado de Dominio del Imperio Británico, lo que equivalía a un territorio en la práctica independiente, como lo eran Canadá o Australia).
Reynaud tuvo que rendirse ante la aplastante mayoría de los opositores a continuar la lucha. Al haber firmado un acuerdo con Gran Bretaña por el que se comprometía a no negociar por separado un armisticio, no podía ser él quien solicitase la paz a Alemania. El primer ministro dimitió recomendando para el puesto al mariscal Pétain. El héroe de Verdún parecía la persona con más fuerza y autoridad moral para negociar el armisticio y salvar todo lo posible de la derrota. Así, el proyecto de Unión Franco-Británica quedó olvidado. A las once y media de la noche concluyó la tormentosa reunión. Francia tenía nuevo gobierno, encabezado por Pétain, cuya primera misión iba a ser entablar negociaciones de paz con Hitler. Aquella misma madrugada el nuevo primer ministro se puso en contacto con el embajador español para que actuase como mediador.
Lo cierto es que son comprensibles las suspicacias de los franceses. Por muy generosa que considerase Churchill la propuesta, con la Francia metropolitana ocupada por el enemigo la unión difícilmente habría sido en un plano de igualdad. Pero la auténtica razón de su negativa era otra. Los británicos buscaban por encima de todo que sus aliados no abandonasen la lucha, pero muchos en Francia, en el gobierno y fuera de él, habían decidido ya que lo mejor para su país era buscar la colaboración con los nuevos amos de Europa. Pétain no tardó en instaurar una dictadura de corte fascista. Reynaud fue detenido y entregado a los alemanes, que le mantuvieron prisionero hasta el final de la guerra. Finalmente los vencedores fueron los que optaron por no rendirse y continuar combatiendo, encabezados por Charles de Gaulle. Pétain, convertido en una vergüenza para su país por su régimen colaboracionista con el invasor, fue condenado a muerte, aunque su pena sería más tarde conmutada por la de cadena perpetua.
Jean Monnet, europeísta convencido, dedicó su vida a buscar la unión de los Estados del continente. Fue uno de los fundadores del Consejo de Europa y de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y hoy está considerado como uno de los padres de la Unión Europea.