La fuga de los generales

En la primavera de 1941 la llegada de Rommel y su Afrika Korps en auxilio de los italianos supuso un vuelco en la situación militar en el norte de África. Las tropas del Eje recuperaron la iniciativa y en cuestión de semanas lograron expulsar a los británicos de Libia. En su veloz avance hacia la frontera egipcia, los italoalemanes embolsaron y capturaron a decenas de miles de soldados de la Commonwealth, entre los cuales se encontraban un buen número de generales y oficiales de Estado Mayor.

La mayor parte de los prisioneros de guerra británicos eran enviados a la Italia continental. Tras pasar por un campamento de tránsito en Capua, eran trasladados a distintos campos repartidos por todo el país. Los generales fueron a parar inicialmente a Villa Orsini (conocido de manera oficial como “Campo de Concentración de Prisioneros de Guerra 78”, o, abreviadamente, PG-78), un gran campo, con capacidad para miles de prisioneros, situado en la región de los Abruzos, en el centro de la península italiana. En el verano de 1941 un grupo escogido de aquellos oficiales fue trasladado al PG-12, una fortaleza especialmente acondicionada para albergar a prisioneros del más alto rango.

El castillo de Vincigliata era una antigua fortaleza medieval que se alzaba sobre una pequeña colina a unos kilómetros de Florencia. A mediados del siglo XIX, cuando no era más que un montón de ruinas, fue adquirido por un acaudalado británico llamado John Temple-Leader, quien, siguiendo la moda de la época (la pasión romántica por lo medieval), lo mandó reconstruir en un estilo neogótico. Casi un siglo más tarde, cuando estalló la guerra, el castillo fue requisado por el gobierno italiano y transformado en el Campo de Prisioneros de Guerra 12. Se podría considerar una prisión de lujo, con comodidades impensables en otros centros de internamiento. Un informe de la Cruz Roja de principios de 1943 lo describía “...como una casa de campo”, ya que los prisioneros podían pasar la mayor parte de su tiempo en el jardín. Nunca llegó a albergar a más de veinticinco prisioneros, de los cuales menos de una decena eran generales. El resto eran sus asistentes personales y algunos oficiales de menor rango o suboficiales que se ocupaban de distintos servicios dentro de la prisión (médico, cocineros, capellán...).

El castillo de Vincigliata, en la actualidad un bonito lugar para celebrar eventos de gala en plena campiña toscana:


Entre los “huéspedes” más ilustres de Vincigliata se encontraban nada menos que tres tenientes generales:

- El teniente general Sir Philip Neame, comandante en jefe y gobernador militar de Cirenaica. Fue capturado junto al teniente general Richard O'Connor y al teniente coronel John Combe el 6 de abril de 1941, cuando el vehículo en el que se dirigían a su nuevo cuartel general se topó con una patrulla de reconocimiento alemana. Era un hombre con muchas habilidades. Había servido en una compañía de los Royal Engenieers durante la Gran Guerra. Allí su gran aportación había sido el diseño de una granada de mano artesanal con latas de mermelada, pólvora y tornillos que los zapadores construyeron por centenares. Excelente tirador, en 1924 había ganado una medalla de oro en tiro en los Juegos Olímpicos de París. Además, durante su cautiverio descubrió que tenía un talento oculto para el bordado.

- El teniente general Sir Richard Nugent O'Connor, nacido en 1889 en Srinagar, Cachemira, hijo de un oficial del Ejército Británico en la India. Como comandante de la Fuerza del Desierto Occidental, se destacó en 1940 dirigiendo a las tropas británicas que, en gran inferioridad numérica, lograron expulsar a los italianos de Egipto y contraatacaron con éxito ocupando toda Cirenaica. En abril de 1941, cuando comenzó la imparable ofensiva de Rommel en Libia, O'Connor acudió desde El Cairo para conocer de primera mano la situación. Fue capturado junto al general Neame cuando se dirigían al nuevo cuartel general de este último.

- El mariscal del aire (el equivalente a teniente general en la RAF) Owen Tudor Boyd, que había sido en su juventud pionero de la aviación y veterano del Flying Air Corps. En diciembre de 1940 tras ser nombrado vicecomandante de las fuerzas aéreas británicas en Oriente Medio, subió como pasajero a un bombardero Wellington que le llevaría a Egipto vía Malta para tomar posesión de su mando. Sobrevolando el Mediterráneo central, el avión fue interceptado por un grupo de cazas italianos y obligado a tomar tierra en Sicilia. El mariscal fue hecho prisionero junto a su asistente, el capitán Leeming.

Otro prisionero destacado fue el pintoresco general de división Sir Adrian Carton de Wiart, descendiente de una de las familias más importantes de la aristocracia belga. Durante la Primera Guerra Mundial había sido herido en ocho ocasiones, perdiendo un ojo, una oreja y una mano (se decía que él mismo se arrancó los dedos a bocados cuando el médico que le atendía se negó a amputarlos). Churchill le puso al mando de la misión militar británica en Yugoslavia cuando el país trataba de resistir las presiones alemanas para unirse al Eje. En ruta a su nuevo destino, en abril de 1941, el bombardero Wellington en el que viajaba se estrelló en el mar frente a la costa norteafricana y el general fue capturado. Fue uno de los más activos en sus intentos de fuga.

Otros dos generales llegaron en el verano de 1941 al castillo de Vincigliata. Ambos habían sido capturados en Mechili, cuando el grueso del XIII Cuerpo de Ejército británico se rindió a Rommel. Se trataba del general de división Michael Gambier-Parry, oficial al mando de la 2ª División Blindada, y del general de brigada Edward Drummond Vaughan, comandante de la 3ª Brigada Motorizada India. Más tarde se les uniría el general de brigada Edward Todhunter, capturado también en Mechili. Durante su cautiverio, “Ted” Todhunter se convirtió en el bibliotecario de la prisión y en el encargado del “servicio de noticias”, recogiendo informaciones de la prensa italiana y traduciéndolas al inglés para sus compañeros.

En Mechili también cayó prisionero el coronel George Younghusband, comandante de la 7ª Brigada Blindada. Hasta que fue trasladado a otro campo, en abril de 1943, él y el teniente coronel John Frederick Boyce Combe, oficial de estado mayor capturado junto a los generales O'Connor y Neame, fueron los encargados de trabajar una huerta y de criar unas gallinas, permitiendo a los prisioneros disfrutar de una gran variedad de alimentos frescos.

En esta fotografía se puede ver al teniente coronel Combe (sonriente, a la izquierda de la imagen) acompañado del general de división Gambier-Parry (a la derecha, con el cigarrillo en la boca) y del teniente general Neame (en el centro); tras este último asoma la cabeza del teniente general O'Connor; la fotografía fue tomada después de su captura, en algún aeródromo del Eje (como se puede adivinar por el JU-52 alemán que se ve detrás de ellos):


En marzo de 1942 llegaron a Vincigliata dos generales neozelandeses. Casualmente ambos eran veteranos de la Gran Guerra, concretamente de la campaña de Gallípoli, donde los dos habían sido heridos de gravedad. El general de brigada Reginald Miles (“Reggie”), comandante del 6º Regimiento de Artillería de Campaña, fue capturado por el Afrika Korps en diciembre de 1941 con heridas por metralla en la espalda. El general de brigada (y exdiputado del Parlamento neozelandés) James Hargest, al mando de la 5ª Brigada de Infantería, fue hecho prisionero en noviembre de 1941 en la defensa de Tobruk. Ambos se adaptaron sin problemas a la rutina de la prisión, aficionándose a la jardinería. Con ellos llegó el general de brigada Douglas Arnold Stirling (“Pip”), comandante del 11º de Húsares, capturado una noche de noviembre de 1941 en el desierto por una patrulla de reconocimiento alemana. Se convirtió en el encargado de la cocina del castillo. En una ocasión fue enviado a Roma para ser juzgado por haber escrito en una tarjeta postal que los italianos eran unos ”bastards”. Mostrando unas grandes dotes para la retórica, prácticamente convenció al tribunal de que en inglés aquella era una expresión cariñosa. Por suerte para él, fue llevado de vuelta a Vincigliata y no volvió a saber nada más del asunto.

Algunos de los asistentes personales de los oficiales de más alto rango les acompañaron en su cautiverio. El flight lieutenant (el rango equivalente a capitán en la RAF) John Fishwick Leeming era el ayudante de campo del mariscal Boyd y fue capturado junto a él. Demostró una gran astucia fingiendo un caso agudo de depresión nerviosa y consiguiendo que una junta médica internacional le propusiese para su repatriación. Así pudo regresar a Gran Bretaña en abril de 1943. También estuvo cautivo en Vincigliata el asistente del general Neame, un joven alférez llamado Dan Ranfurly. Dicho así no parece tener nada de particular. La cosa cambia si aclaro que se trataba de Lord Thomas Daniel Knox, sexto conde de Ranfurly, un destacado miembro de la más rancia aristocracia británica (aunque en realidad el condado está en Irlanda). Después de la guerra llegaría a ser gobernador de las Bahamas.

Respondiendo a una solicitud de los prisioneros, que pedían que les fuese asignado un médico británico, fue trasladado a Vincigliata el capitán Ernest E. Vaughan, del Cuerpo Médico del Ejército de la India, capturado en Tobruk.

En cuanto a los suboficiales que se encargaban de las tareas rutinarias de la prisión, a pesar de que varios de ellos colaboraron muy activamente en los planes de fuga, hay mucha menos información (no podía ser de otro modo, aún hay clases). Por citar a algunos, estaban el sargento de la RAF Ronald Bain, un electricista irlandés encargado de las labores de mantenimiento del edificio, el también sargento de la RAF H.J. Baxter, ayudante de cocina, y el marinero Cunningham, que había llegado al castillo para ejercer como barbero.

En Vincigliata los británicos disfrutaban de comodidades impensables en cualquier otro campo de prisioneros. La disciplina era relajada y el trato de los guardianes era en general correcto y amistoso. A pesar de ello, desde el primer momento los prisioneros comenzaron a idear planes de huida. No tardaron en organizar un “Comité de Fugas”, dirigido por el teniente general O'Connor. Contaban además con una importante ayuda del exterior, la que les proporcionaba el MI9, el departamento de los servicios secretos británicos encargado de apoyar a los prisioneros de guerra en sus intentos de fuga. Gracias al MI9 podían contar con valiosos objetos, como mapas, brújulas o dinero italiano, que recibían ocultos en los paquetes de la Cruz Roja y otras organizaciones humanitarias. Además los prisioneros se mantenían en comunicación continua con Inglaterra a través de mensajes en clave transmitidos por medio del correo ordinario.

El primer intento serio de fuga lo protagonizó el teniente general O'Connor, que se descolgó de los muros del castillo con una cuerda hecha con telas que había confeccionado Cunningham, el barbero. El general fue capturado inmediatamente y castigado con un mes en régimen de aislamiento.

La mayor esperanza de los prisioneros era encontrar algún pasadizo oculto que les condujese al exterior. Les parecía más que probable que aquellos pasajes subterráneos existiesen, teniendo en cuenta que estaban en un auténtico castillo medieval. Pero nunca dieron con ninguno, de lo que acabaron culpando a su compatriota Temple-Leader, quien supuestamente los habría sellado cuando restauró la fortaleza un siglo antes. Lejos de desanimarse, tomaron la decisión de comenzar ellos mismos la construcción de su propio pasadizo. A mediados de septiembre de 1942 empezaron a excavar un túnel, que, partiendo de la capilla de la fortaleza, tendría que llevarles más allá de las murallas. El teniente general Neame, haciendo uso de los conocimientos adquiridos durante su servicio en los Ingenieros Reales, ejerció como director de los trabajos. El mariscal Boyd se destapó como un experto carpintero y fue uno de los que más contribuyeron a la labor. Durante seis meses, los prisioneros estuvieron rotando sin descanso en turnos de cuatro horas trabajando en la construcción del túnel. Éste consistía en una galería de 12 metros de longitud, 1 metro de alto y 1 metro de ancho, a la que se accedía por un pozo vertical de más de 2 metros de profundidad excavado bajo el suelo de la capilla. Al final del pasadizo había otra subida vertical de 2 metros para llegar a la superficie. El 20 de marzo de 1943 completaron el túnel. Tuvieron que esperar unos días más mientras ponían a punto los detalles de la fuga. Al fin, a primera hora de la noche del 29 de marzo, los seis hombres seleccionados para la evasión (O'Connor, Carton de Wiart, Combe, Boyd, Hargest y Miles) se adentraron en el túnel y salieron más allá de los muros del castillo.

Los fugados se alejaron a toda velocidad tratando de poner toda la distancia posible antes de que se descubriese su huida. Se dividieron en parejas: O´Connor y Carton de Wiart se dirigieron al norte, cruzando a pie los Apeninos haciéndose pasar por campesinos italianos (lo que tenía mucho mérito, teniendo en cuenta que no hablaban el idioma y que el aspecto de Carton de Wiart, con su única oreja, su parche en el ojo y su manga vacía, era de lo más llamativo). Fueron capturados ocho días más tarde por una patrulla de carabinieri cerca de Bolonia, a más de 100 kilómetros de distancia, y enviados de vuelta a Vincigliata. El mariscal Boyd y el teniente coronel Combe (el hombre de menor rango de todos los fugados) se las arreglaron para colarse en un tren con destino a Milán. Combe fue descubierto y arrestado en la estación de Milán cuando consultaba un horario de ferrocarriles. Boyd pudo subir a otro tren que se dirigía a Suiza, pero no logró pasar el control fronterizo en Como y fue también detenido.

Más suerte tuvieron los dos generales neozelandeses, Hargest y Miles. Al igual que Boyd y Combe, fueron a pie hasta la estación de Florencia, subieron a un tren que se dirigía a Milán y desde allí tomaron otro con destino a Suiza. En Como bajaron del tren y continuaron andando monte a través hasta llegar a la alambrada que marcaba la línea fronteriza. Aguardaron a que se hiciera de noche, y, protegidos por la oscuridad, se arrastraron sigilosamente hasta ella, cortaron los alambres con unos alicates y cruzaron la frontera. Se entregaron en el puesto de policía de la pequeña ciudad suiza de Mendrisio. El 2 de abril de 1943 fueron puestos en libertad en Berna. Los dos oficiales permanecieron seis meses en la capital helvética, esperando a que el MI9 organizase su viaje a Gran Bretaña siguiendo la arriesgada ruta que atravesaba el sur de Francia (por entonces el territorio de Vichy ya había sido ocupado por los alemanes) para llegar a España. Miles fue el primero en partir. El 20 de octubre de 1943 llegó a Figueras, en territorio español. Y entonces, cuando ya había dejado atrás todo el peligro, inexplicablemente se suicidó de un disparo en la cabeza. Hargest hizo el recorrido pocos días más tarde. Desde Figueras continuó viaje hasta Gibraltar, y desde allí a Inglaterra por vía aérea. Llegó al Reino Unido en noviembre de 1943.

El general de brigada James Hargest, el único de los fugados de Vincigliata que consiguió llegar a salvo al Reino Unido; poco tiempo después regresó al servicio; murió en combate el 12 de agosto de 1944, en la batalla de Normandía:


Los cuatro fugitivos capturados fueron llevados de vuelta al castillo, donde fueron castigados con treinta días de aislamiento. Los prisioneros sufrieron otras represalias, como el traslado a distintos campos de algunos de los asistentes personales de los generales. Llegó un nuevo comandante italiano, más severo que el anterior, y se reforzó considerablemente la guarnición hasta llegar al centenar de guardias. Su cometido era vigilar a menos de veinticinco prisioneros.

Los intentos de fuga cesaron, pero dos de los prisioneros consiguieron la libertad por otros medios. En abril de 1943, el capitán Leeming, ayudante de campo del mariscal Boyd, fingió una grave crisis nerviosa y logró que le enviasen a un hospital militar de Lucca. Una vez allí convenció de la gravedad de su estado a un comité evaluador de la Cruz Roja que estaba organizando un intercambio de prisioneros por motivos de salud. Leeming fue repatriado a Gran Bretaña vía Lisboa. El 23 de abril de 1943 llegó al puerto de Bristol a bordo del buque hospital Terranova. No tardó en reincorporarse al servicio, a pesar de sus supuestos problemas de salud. A mediados de agosto el general Carton de Wiart (un hombre muy bien relacionado en los círculos políticos europeos) fue seleccionado por las autoridades italianas para acompañar a Lisboa al general Zanussi, jefe adjunto del Estado Mayor italiano, uno de los negociadores designados para iniciar los contactos con los aliados previos al armisticio. En la capital portuguesa De Wiart fue puesto en libertad y ese mismo mes tomó un avión a Inglaterra. No pudo disfrutar mucho de su regreso a casa. Pocas semanas después, Churchill le destinó a China como su representante personal ante el gobierno del Generalísimo Chiang Kai-Shek.

Aunque nadie lo hubiese adivinado por su aspecto, el general Carton de Wiart logró la libertad antes de tiempo gracias a sus vínculos aristocráticos:


El 8 de septiembre de 1943 el capitán al mando de la guarnición de Vincigliata comunicó a los prisioneros que el gobierno italiano había firmado el armisticio con los aliados. Todos temieron entonces lo que podría ocurrir si los alemanes se hacían con el control de la prisión. Los mandos italianos, preocupados también por el futuro de los hombres que custodiaban, decidieron que lo mejor que podían hacer era dejarles en libertad y ayudarles a poner tierra de por medio. La mañana del 10 de septiembre los prisioneros fueron montados en camiones y llevados a la estación de ferrocarril de Florencia. Allí les esperaba un tren con destino a Arezzo, una ciudad situada 75 kilómetros al sureste. En la estación de Arezzo los británicos utilizaron sus cigarrillos y el dinero italiano que habían recibido de contrabando para comprar ropas civiles a los transeúntes. En las calles todo era confusión. Había militares por todas partes, sin que los británicos tuviesen forma de conocer las simpatías o las lealtades de unos y otros. Decidieron abandonar la ciudad y dirigirse al norte, a los montes Apeninos. Al día siguiente llegaron al monasterio de Camaldoli, situado en un tranquilo bosque entre las montañas.

Los monjes camaldolienses (así se llamaba su orden), nada simpatizantes de los fascistas, les dieron refugio. Solo los oficiales de más alto rango permanecieron en el monasterio. Los demás se dispersaron por las aldeas de los contornos, por motivos de seguridad pero también para compartir la carga que suponía alimentar a un grupo tan numeroso en la Italia rural empobrecida por la guerra. O'Connor y Neame hacían visitas frecuentes a todos sus hombres para comprobar su bienestar y darles noticias (habían conseguido hacerse con una radio, restableciendo las comunicaciones con el MI9). Los fugitivos británicos permanecieron ocultos durante semanas, ayudando en las labores del campo a los lugareños que les daban cobijo. Otros soldados aliados escapados de campos de prisioneros cercanos se unieron a ellos, aunque a finales de octubre muchos fueron vueltos a capturar durante una redada que hicieron los alemanes en los pueblos del valle.

El teniente coronel Pat Spooner había sido también un prisionero de guerra fugado. Regresó a Italia como agente del MI9 con la misión de ayudar a otros que estaban pasando por lo que había pasado él. Fue Spooner, en colaboración con los grupos partisanos locales, quien organizó el viaje definitivo a la libertad de los fugitivos de Vincigliata. En diciembre Neame, O'Connor y Boyd fueron trasladados a Cattolica, un puerto pesquero a orillas del Adriático. Allí Spooner alquiló un pequeño barco para llevarles al sur, al territorio controlado por los aliados. El 20 de diciembre de 1943 desembarcaron en Térmoli. Al día siguiente los tres hombres fueron recibidos en Bari por el general Alexander, comandante supremo de las fuerzas aliadas en Italia. En mayo de 1944 el resto de los fugitivos (cinco generales y otros once hombres) llegaron a Térmoli siguiendo la misma ruta. El general Gambier-Parry, que por algún motivo se había separado del grupo, consiguió llegar por sus propios medios a Roma. Allí encontró refugio en un convento, donde tuvo que esperar a la llegada de los ejércitos aliados.

Tras recuperar su libertad, Neame, O'Connor y Boyd no tardaron en reincorporarse al servicio activo, con suerte dispar. El desastre de Cirenaica había dañado de tal manera la reputación del teniente general Neame que, aunque conservó su rango, no volvió a tener mando directo de tropas durante el resto de la guerra. Más afortunado fue el teniente general O'Connor, que en enero de 1944 recibió el mando del VIII Cuerpo de Ejército británico, con el que desembarcó en Normandía y participó en la operación Market Garden. Se retiró en 1948, a los 58 años. Por su parte, el mariscal Boyd fue nombrado comandante del 93º Grupo de Bombardeo de la RAF. Murió de un ataque al corazón el 5 de agosto de 1944. Tenía 54 años.

4 comentarios:

  1. Un artículo muy interesante, y bien narrado que me hace recordar las peripecias y avatares de los oficiales aliados en el Castillo de Colditz. El castillo de Vincigliata es menos conocido pero no por ello menos curiosa la historia de las fugas de los generales aliados que estaban presos en Italia, casi todos ellos hombres maduros, cuya salud no era comparable a muchachos de veinticinco años. Todo este relato parece sacado de un guión cinematográfico. Gracias Nonsei, por tu artículo.

    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, Gluntz. Es cierto que muchos de los prisioneros tenían ya una edad que les limitaba a nivel físico, pero lo compensaban con su experiencia. Demostraron ser hombres de recursos. Como se suele decir, la veteranía es un grado.Un saludo.

      Eliminar
  2. Siempre aprendo, mira que lo intento pero nunca pones una historia que conozca o que conozca todos los detalles y anécdotas que pones!
    Sigue aquí, a ver si lo consigo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pero cuando te defraude espero que no lo comentes en público.
      Un saludo, Nomar.

      Eliminar