Al atardecer del 4 de noviembre de 1944 el 466th Squadron de la RAAF (la Real Fuerza Aérea Australiana) despegó de su base de Driffield, en el este de Inglaterra, en una misión de bombardeo nocturno que tenía como objetivo el complejo minero-industrial de Bochum, en la cuenca del Ruhr. A esas alturas de la guerra la Luftwaffe apenas podía ya enfrentarse a los raids masivos que arrasaban las ciudades alemanas, pero tripular un bombardero aliado en una misión sobre el Reich aún suponía un gran riesgo. Miles de baterías antiaéreas protegían las áreas de mayor importancia estratégica de Alemania. Y una de ellas era precisamente la región industrial del Ruhr. Allí los bombarderos tenían que enfrentarse a la mayor concentración de defensas antiaéreas de toda Europa.
El 466th Squadron operaba con bombarderos pesados Handley Page Halifax, cuatrimotores de fabricación británica con una tripulación de siete hombres y una carga de casi seis toneladas de bombas cada uno. Como se esperaba, al llegar sobre el objetivo los Halifax fueron recibidos por un intenso fuego de artillería. Volando entre las explosiones de los proyectiles antiaéreos y las luces de los reflectores que barrían el cielo, soltaron sus cargamentos de bombas y se alejaron lo más rápido que pudieron.
Uno de los Halifax del 466th Squadron estaba pilotado por el flight lieutenant (el rango equivalente a capitán en las fuerzas aéreas de la Commonwealth) Joseph B. Herman, un experimentado piloto que sumaba más de treinta misiones de combate. En cuanto su oficial de bombardeo le comunicó que habían acabado de lanzar las bombas, Herman puso rumbo al oeste para alejarse del fuego antiaéreo. Cuando parecía que habían dejado atrás lo peor, un proyectil golpeó al avión en la cola, e instantes después otros dos impactaron en ambas alas. Los depósitos de combustible situados en las alas comenzaron a arder. Herman, sabiendo que el bombardero estaba condenado y que podía explotar en cualquier momento, dio a su tripulación la orden de abandonarlo.
Herman se quedó a los mandos, tratando de mantener el avión nivelado, mientras sus compañeros se lanzaban en paracaídas. Cuando creía que ya habían saltado todos, oyó por el intercomunicador la voz del artillero de la torreta dorsal, el sargento John Vivash, pidiendo ayuda. Se giró y vio a Vivash intentando llegar hasta él arrastrándose con una pierna herida. Herman desabrochó las correas de su asiento, se quitó el casco de cuero y fue a recoger su paracaídas, guardado en un contenedor en el compartimento del ingeniero de vuelo. Estaba a punto de alcanzarlo cuando el ala derecha del Halifax se dobló y desapareció en medio de una bola de fuego. El avión comenzó a caer en espiral y Herman fue arrojado contra un lateral del fuselaje. Cuando apoyó sus manos en él, el fuselaje se abrió y Herman se encontró flotando en el vacío. El bombardero se había desintegrado en el aire.
Durante unos segundos Herman fue presa del pánico. Pataleó y gritó, tratando desesperadamente de hacer algo. Pero cualquier cosa que pudiese hacer sería inútil. Cuando fue consciente de ello, se relajó. Iba a morir. Recordó haber visto que el marcador de altitud indicaba 17.500 pies (unos 5.300 metros) instantes antes de que el avión estallase. No sabía cuánto tiempo se tardaba en recorrer 17.500 pies en caída libre, pero supuso que sería algo más de un minuto. Después todo se acabaría.
Estaba rodeado de piezas de metal, aparentemente estáticas a pocos metros de distancia. Tardó unos instantes en darse cuenta de que eran fragmentos del avión que caían a su misma velocidad. Tuvo la esperanza de encontrar su paracaídas flotando entre aquellos restos. Pero no había nada que se le pareciese, y, de cualquier modo, no habría sabido cómo hacer para alcanzarlo en el caso de que lo encontrase. A la luz de la luna distinguió bajo él el curso sinuoso de un río. Podía tener la suerte de caer en él. Sabía perfectamente que a esa velocidad no habría mucha diferencia entre aterrizar en una masa de agua o en un suelo de hormigón, pero su mente se agarró a aquella última esperanza. Mientras caía, girando sobre sí mismo, alternaba los momentos de terror con otros en los que tenía una sensación de desapego, de estar viendo aquella situación como espectador, y no como protagonista.
De repente su cuerpo golpeó bruscamente contra algo. Su primer pensamiento fue que al fin se había estrellado en el suelo. Pero un instante después se dio cuenta de que seguía con vida. Inconscientemente se había aferrado con ambos brazos al objeto que le había golpeado. Cuando se fijó mejor tuvo un sobresalto al percatarse de que estaba abrazado a un par de piernas. Entonces escuchó una voz conocida, la del sargento Vivash:
- ¿Hay alguien ahí?
- Sí, estoy aquí abajo.
- ¿Dónde? ¿Dónde estás?
- Aquí, justo debajo. Estoy colgado de tus piernas.
En ese momento fue cuando Vivash reconoció la voz de Herman.
- Ten cuidado con mi pierna derecha, Joe, creo que está rota.
- O.K.
En realidad no estaba rota. Vivash tenía ambas piernas con múltiples heridas de metralla y entumecidas, pero con todos los huesos sanos. El paracaídas de Vivash estaba desplegado sobre ellos. Tardaron tres o cuatro minutos en llegar al suelo. En ese tiempo casi no volvieron a hablar. Vivash estaba más preocupado de su pierna que de su compañero, y Herman estaba concentrado únicamente en agarrarse. Los brazos le dolían, y a medida que pasaba el tiempo el cansancio era cada vez mayor. Cuando ya pensaba que no iba a ser capaz de aguantar más, pasaron entre las ramas de un árbol e instantes después cayeron a tierra. El final del descenso tomó por sorpresa a Herman. No tuvo tiempo de soltarse, y Vivash aterrizó pesadamente sobre su pecho, rompiéndole un par de costillas.
Durante unos minutos se quedaron en el suelo, recuperando el aliento. Cuando Herman se incorporó vio que estaban en un pequeño claro en medio de un bosque de pinos. El paracaídas se había quedado colgado encima de ellos, enganchado a un árbol. Las costillas rotas le provocaban un fuerte dolor en el pecho. Además descubrió que tenía una gran cantidad de cortes en la cara y en la pierna izquierda. Vivash sangraba por sus heridas en las piernas. Herman las vendó con tiras de seda arrancadas del paracaídas y le ayudó a ponerse en pie. Sin perder tiempo enterraron el paracaídas y se alejaron de allí. Durante cuatro días permanecieron ocultos, siempre moviéndose en dirección oeste, con la esperanza de alcanzar las líneas aliadas en Holanda. Pero finalmente el 8 de noviembre fueron descubiertos y capturados. Pasaron el resto de la guerra en un campo de prisioneros alemán.
Herman había sobrevivido gracias a una increíble casualidad. Durante su caída estuvo consciente en todo momento. Vivash, en cambio, perdió el conocimiento con la explosión del avión. Seguramente descendieron todo el tiempo el uno junto al otro. Alguno de los objetos que había visto Herman acompañándole en su caída tuvo que ser el cuerpo de su compañero, aunque él no pudo reconocerlo. Tras más de un minuto de descenso (cuando reconstruyeron mentalmente lo ocurrido calcularon que habrían recorrido más de 3.500 metros en caída libre), Vivash recuperó la consciencia lo suficiente como para tirar del cordel de apertura del paracaídas (él no recordaba haberlo hecho, así que puede que lo hiciese de forma instintiva cuando aún estaba semiinconsciente). Cuando el paracaídas comenzó a desplegarse, el cuerpo de Vivash hizo un movimiento de bamboleo. Sus piernas se quedaron por un mínimo instante en posición casi horizontal. Ese fue el momento en el que golpearon el cuerpo de Herman. La casualidad quiso que Herman, que caía girando sobre sí mismo, tuviese los brazos en dirección al cuerpo de Vivash en el momento exacto en el que sintió el golpe. Unas décimas de segundo más tarde, el paracaídas se habría desplegado lo suficiente como para empezar a frenar la caída de Vivash y los dos hombres se habrían separado definitivamente. Cuando Vivash comenzó a desacelerar, Herman ya se había aferrado a sus piernas. Un gesto instintivo que le había salvado la vida.
Tras dejar la Fuerza Aérea, Joseph Herman siguió volando como piloto comercial y fumigador aéreo.
Una grabación en la que se puede oir a Joe Herman relatando su historia (en inglés, claro):
https://www.awm.gov.au/collection/S00113/
Alucinante!!
ResponderEliminarLo mismo dije yo cuando conocí la historia.
EliminarExcelente Entrada Nonsei. Muchas Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Félix.
EliminarTuvo que darse el susto de su vida al golpear contra Vivash durante la caída; por suerte todo quedó en eso, un susto.
ResponderEliminarHabía que tener mucha suerte para escapar del infierno de los Flak sobre el Ruhr, y más para hacerlo de esta manera, todo un milagro.
Me dijiste que era tu historia de supervivencia milagrosa favorita, ya veo por qué. Muy emocionante.
Un saludo