Apenas nueve días después de su nombramiento como Primer Lord del Almirantazgo, en septiembre de 1939, Winston Churchill presentó un informe titulado "Plan Catherine", en el que detallaba sus planes para introducir una flota británica en el mar Báltico. Los objetivos de la operación eran muchos y muy ambiciosos: interrumpir las vitales importaciones de mineral de hierro de Escandinavia a Alemania, fijar buques de la Kriegsmarine en la defensa de las costas alemanas, influir en Suecia y Noruega para que se uniesen a los aliados, e intimidar a la Unión Soviética para que rompiese sus relaciones con Alemania. El nombre de "Catherine" estaba inspirado en Catalina la Grande, porque según explicó Churchill crípticamente, "Rusia estaba en el fondo de mis pensamientos".
No era la primera vez que la Royal Navy se planteaba atacar a Alemania en el Báltico. De hecho, la Operación Catherine era en realidad una versión revisada de un plan de la Primera Guerra Mundial que pretendía romper el estancamiento del frente occidental haciendo desembarcar un ejército ruso en las costas de Pomerania. El plan Catherine reflejaba el gusto de Churchill por las operaciones ofensivas. En ambas guerras mundiales buscó incesantemente mantener o recuperar la iniciativa por medio de ataques repentinos de la Royal Navy y desembarcos de tropas en escenarios periféricos (lo que por ejemplo condujo a la desastrosa campaña de Gallipoli en 1915).
Al comienzo de la guerra los cinco acorazados de la clase R eran los buques capitales más anticuados de la Royal Navy. Su baja velocidad y deficiente blindaje los hacían obsoletos y potencialmente prescindibles. Tan solo el Royal Oak había sido sometido a reformas importantes, mientras que el resto únicamente fueron modernizados en algunos aspectos menores, como el sistema de control de incendios o la instalación de reflectores y catapultas para hidroaviones. Su velocidad máxima teórica era de 18 nudos, lo que los convertía en los acorazados más lentos de la Marina británica. A pesar de todo, con sus cañones de 15 pulgadas seguían siendo poderosas plataformas ofensivas. Eran los candidatos perfectos para la Operación Catherine.
En sus planes, Churchill sugería un rediseño de tres acorazados de la clase R, el Revenge, el Royal Sovereign y el Resolution. Para navegar por los canales poco profundos del Báltico, propuso añadir dos grandes protuberancias huecas en los cascos con los que se podría reducir su calado hasta en nueve pies. La altura sería regulable en función de la profundidad del agua mediante el llenado o vaciado de las protuberancias, que funcionarían como tanques de lastre. Tendrían que añadirse a los buques anclados en puerto, ya que no había en Gran Bretaña un dique seco de dimensiones lo suficientemente grandes como para permitir la colocación de los tanques en los cascos de los acorazados. Las superestructuras estarían erizadas de armas antiaéreas, algo novedoso a comienzos de la guerra. Las cubiertas y las partes vitales de los buques estarían reforzadas con grandes planchas de blindaje adicional. Para reducir el peso total y poder colocar las planchas, algunas de las torretas principales serían sustituidas por maquetas de madera pintadas de gris, con troncos simulando los cañones. Aun así, los buques serían extremadamente lentos.
Churchill no se limitó a detallar las modificaciones necesarias para que los acorazados pudiesen operar en el Báltico. En sus planes también describía otros buques diseñados específicamente para la operación. Como defensa contra las minas sugirió la utilización de barcos mercantes especialmente modificados como “rompeminas”, que deberían preceder a los buques de guerra en los canales bálticos. Detrás de los acorazados irían los petroleros y buques de suministro, también rediseñados con blindaje adicional y protuberancias huecas en sus cascos para resistir el ataque de bombas y torpedos. Churchill concluía el memorando ordenando que todos los trabajos comenzasen inmediatamente, dándoles la máxima prioridad. Su intención era lanzar la operación Catherine en la primavera de 1940, tan pronto como los canales del Báltico quedasen libres de hielo.
Churchill era consciente de que la mayor amenaza para la flota que entrase en el Báltico sería la aviación enemiga. Sin embargo, pensaba que para enfrentarse a ella bastaría con aumentar el armamento antiaéreo y añadir un blindaje adicional a las cubiertas de los acorazados de forma que pudiesen resistir las bombas de aviación. En cuanto a los torpedos, creía que los bulbos instalados para disminuir el calado de los buques ayudarían a absorber sus impactos. El ataque de buques de superficie era lo que menos le preocupaba, dada la superior potencia de fuego de sus acorazados frente a los cruceros de batalla Gneisenau y Scharnorst y las especiales condiciones del Báltico, donde los grandes buques estaban obligados a navegar por estrechos canales, lo que anularía la ventaja que suponía la mayor velocidad de los buques alemanes. En cualquier caso, la operación tenía que realizarse antes de que los alemanes finalizasen la construcción de sus nuevos acorazados, el Bismarck y el Tirpitz.
La Operación Catherine encontró una gran oposición en el Almirantazgo, poco dispuesto a meter varios de sus buques capitales en una auténtica ratonera, aunque se tratase de sus acorazados más obsoletos. Las reticencias de la Royal Navy retrasaron el proyecto hasta lograr su cancelación definitiva, pero de cualquier forma los británicos no habrían podido completar las modificaciones en los acorazados antes de la primavera de 1940. Después de la guerra Churchill criticó la “falta de previsión” del Ministerio de Marina por no contar con acorazados de pequeño calado, pero él mismo había defendido al comienzo de la guerra que la prioridad era completar la construcción de los primeros acorazados de la clase King George V antes de que los alemanes pusiesen en servicio el Bismark, al mismo tiempo que insistía en la necesidad de construir grandes cantidades de buques de escolta para asegurar las rutas comerciales. Todo ello era demasiada exigencia para los sobrecargados astilleros británicos y para las disponibilidades de acero del país. Si era una cuestión de prioridades, estaba claro que las reformas de los viejos acorazados para la Operación Catherine ocupaban el último lugar en la lista. Aun así, la propuesta de Churchill fue considerada seriamente y tuvo el apoyo de varios almirantes, hasta que las ofensivas alemanas en la primavera de 1940 acabaron por enterrar el plan definitivamente.
A comienzos de la Segunda Guerra Mundial aún no se consideraba imprescindible que los grandes buques de guerra contasen con una buena cobertura aérea. Los almirantes con formación más tradicional tendían a despreciar el papel de la aviación en la guerra naval. Esto puede explicar el mayor error del plan de Churchill: Al introducir una flota en un mar casi interior, con un absoluto dominio del enemigo en el aire, el desastre habría sido inevitable. Ni el blindaje adicional ni las armas antiaéreas de los acorazados británicos habrían servido de mucho contra el ataque continuo de los bombarderos en picado de la Luftwaffe.
Fuente principal:
http://www.webatomics.com/jason/catherine.html