La tarde del 29 de mayo de 1937 dos bombarderos Tupolev SB-2 Katiuska de la aviación republicana, con tripulaciones soviéticas, despegaron de la base aérea de Los Alcázares, en Murcia, en una misión de reconocimiento sobre el Mediterráneo. Hacia las seis de la tarde descubrieron y atacaron un gran buque de guerra fondeado en la bahía de Ibiza. A su regreso los pilotos afirmaron haber bombardeado el crucero Canarias, el mayor buque de la marina franquista. Ya entrada la noche Juan Negrín (un socialista moderado nombrado primer ministro pocos días antes en sustitución de Largo Caballero) telefoneó al presidente de la República, Manuel Azaña, y le informó de que el Canarias había sido alcanzado en el puerto de Ibiza. Poco después Negrín volvió a llamar al presidente para comunicarle los últimos y preocupantes datos: el buque era alemán (“creía que el Almirante Spee”, escribe Azaña en su diario), y se encontraba ardiendo y a punto de hundirse. Con el paso de las horas la confusión inicial se fue aclarando. El barco atacado era en realidad el “acorazado de bolsillo” alemán Deutschland. Los daños materiales no fueron excesivamente graves, pero una de las bombas había caído en el comedor de la tripulación, matando a veintidós marinos e hiriendo a otros ochenta y tres, nueve de los cuales morirían más tarde a consecuencia de las heridas sufridas. Al día siguiente el gobierno republicano reconoció el error de los pilotos (ocultando su nacionalidad) al explicar que habían atacado el buque al confundirlo con el Canarias, pero al mismo tiempo, en una evidente contradicción, alegó que el Deutschland había sido el primero en abrir fuego. Lo cierto es que, aunque no era nada creíble que los pilotos hubiesen actuado respondiendo a un ataque previo, el acorazado alemán se encontraba en la zona de control asignada por el Comité de No Intervención a la marina francesa, y a una distancia de la costa mucho menor de diez millas, el límite fijado para las patrullas navales que vigilaban el cumplimiento de los acuerdos que prohibían el envío de material bélico a los contendientes en la Guerra Civil Española.
El buque alemán se dirigió a Gibraltar para desembarcar a los heridos y efectuar las reparaciones de urgencia necesarias. Mientras tanto, un Hitler enfurecido convocó un Consejo de Ministros en la tarde del 30 de mayo y ordenó responder con contundencia al ataque, arriesgándose a provocar una grave crisis internacional en el momento menos oportuno. Aunque dejó que su ira se impusiese a cualquier cálculo político, el Führer tuvo el cuidado de elegir como blanco de sus represalias una ciudad pequeña y de importancia secundaria, alejada de los frentes de combate y sin prensa extranjera. Solo un mes antes Guernica había sido arrasada por los bombarderos de la Legión Cóndor, provocando una oleada de indignación en todo el mundo que aún estaba lejos de amainar.
Al amanecer del 31 de mayo una fuerza naval, compuesta por el acorazado Admiral Scherr, gemelo del Deutschland, y los destructores Albatros, Leopard, Seeadler y Lluchs, apareció frente a Almería, situándose a una distancia de unos doce kilómetros, fuera del alcance de las baterías costeras, y abrió fuego sin previo aviso. Durante casi una hora los buques alemanes dispararon sin ninguna oposición más de doscientos proyectiles contra el centro de la ciudad. El bombardeo causó el derrumbe de al menos treinta y cinco edificios. Las cifras de víctimas varían mucho dependiendo de las fuentes. Las oficiales fueron de diecinueve muertos y cincuenta y cinco heridos.
A aquellas alturas de la guerra los aviones alemanes de la Legión Cóndor habían bombardeado ya en incontables ocasiones territorio español, pero lo habían hecho como una fuerza de voluntarios oficialmente integrada en el ejército franquista. En cambio, los buques que atacaron Almería enarbolaban la bandera de la Kriegsmarine. No había maquillaje posible: Alemania había bombardeado una ciudad española.
En cuanto tuvo noticia del ataque, el ministro de Defensa, el dirigente socialista Indalecio Prieto, convocó una reunión de urgencia del Estado Mayor Central para evaluar la situación y presentar al Consejo de Ministros sus recomendaciones aquella misma mañana. La reunión, presidida por el coronel Vicente Rojo, uno de los estrategas más brillantes del ejército republicano, transcurrió en un ambiente de gran tensión. No podía ser de otra manera, ya que desde el principio estaba claro que las posibles opciones se reducían a dos: dejar sin castigo la agresión tragándose el orgullo, o responder a ella, lo que inevitablemente significaría la guerra entre España y Alemania.
La recomendación del Estado Mayor Central al gobierno fue la de responder al ataque. El coronel Rojo sabía que aquella era una decisión política que iba mucho más allá de consideraciones estratégicas, pero se atrevía a apuntar en su informe que así se acabaría con
"las actuales ficciones", puesto que de hecho Alemania ya estaba en guerra con España (obviamente se refería a la ayuda que
Alemania,
Italia y Portugal estaban dando abiertamente al bando rebelde). En cuanto a la respuesta militar, proponía dos acciones simultáneas: los submarinos que operaban en el Cantábrico se desplazarían al Canal de la Mancha para atacar a buques alemanes, y la aviación se concentraría en ataques a las bases navales de Melilla y Palma, utilizadas habitualmente por la marina alemana en el Mediterráneo.
La respuesta alemana sería un bloqueo absoluto del territorio republicano o una intervención militar abierta. En ambos casos se esperaba que una acción directa y a gran escala de Hitler en España obligaría a las potencias europeas a implicarse en el conflicto, si no directamente, al menos abriendo las fronteras y enviando ayuda material. Mientras esta no llegase, el Estado Mayor Central proponía ganar tiempo pasando a la defensiva. Indicaba las lineas con más posibilidades de defensa en las que tendrían que atrincherarse las fuerzas terrestres y los puertos en los que se refugiaría la flota. Las acciones ofensivas se limitarían a ataques aéreos. Para asegurar la ayuda internacional era imprescindible una fuerte acción diplomática. En caso necesario, para acabar de convencer a Francia y Gran Bretaña, el gobierno podría prometerles ganancias territoriales (se supone que posesiones españolas en el norte de África, de las que el gobierno republicano se habría desprendido encantado).
Indalecio Prieto se mostró de acuerdo con las conclusiones del informe que le presentó el coronel Rojo y acudió con el documento a la reunión del Consejo de Ministros. La República tenía un gobierno de concentración, formado por una amplia coalición de fuerzas políticas. La más numerosa era el PSOE, con tres ministros, pero también había representantes del Partido Comunista, Izquierda Republicana, Unión Republicana, Esquerra Republicana de Catalunya y el Partido Nacionalista Vasco. En la reunión Prieto defendió la respuesta armada a la agresión alemana, alegando que si Hitler entraba abiertamente en la guerra, a Gran Bretaña y Francia no les quedaría más remedio que acudir en ayuda de la República española. Pero no encontró ningún apoyo en el resto del gobierno. Los ministros no se hacían muchas ilusiones sobre la posible intervención de las potencias democráticas en auxilio de la República, arriesgándose a iniciar una nueva guerra mundial. Y si finalmente sucedía, nadie estaba dispuesto a cargar con la culpa de haber ayudado a provocarla. Prieto se quedó solo en la defensa de las recomendaciones del Estado Mayor. Sin embargo, la reunión se alargó durante varias horas. Aprovechando el descanso para la comida, Negrín reclamó la presencia del presidente Azaña para que se sumase a las deliberaciones.
Tras el receso, Negrín explicó a Azaña que en lo básico el gobierno había alcanzado ya una decisión unánime y que las discrepancias se limitaban a ciertos matices. En presencia del presidente hablaron el republicano José Giral, ministro de Estado (relaciones exteriores), y Prieto como ministro de Defensa. Giral explicó las gestiones diplomáticas que se estaban realizando para dar a conocer internacionalmente la posición española y dejó claro que se oponía totalmente a cualquier medida que pudiese agravar el conflicto. A continuación tomó la palabra Prieto, que no mostró discrepancias de fondo con la decisión del gobierno y se limitó a quejarse de la injusticia que tenían que sufrir. “Ignoro si en la primera parte del Consejo su actitud fue más resuelta, y, habiéndose encontrado en minoría, se abstuvo de insistir en mi presencia”, cuenta Azaña en sus memorias. Cuando el presidente invitó a hablar a cualquier otro ministro que lo desease, tomó la palabra el de Instrucción Pública, el comunista Jesús Hernández, que habló sobre lo perjudicial que sería para todos dejarse arrastrar al terreno al que les empujaba Alemania. Según contaría más tarde Prieto, durante el receso Hernández había solicitado instrucciones a los representantes del Komitern en España, que le dictaron la postura que tenía que tomar. Lo mismo insinuó Azaña, al comentar que “se traía una lección muy bien aprendida”. Lo cierto es que Stalin también deseaba evitar por todos los medios que la crisis fuese a más. Siendo soviéticos los pilotos que bombardearon el Deutschland, alguien podría pensar que el incidente había sido provocado intencionadamente por la URSS, pero en aquel momento poner a toda Europa al borde de la guerra era lo último que interesaba al gobierno soviético.
Por último habló el presidente Manuel Azaña, que se mostró tajante: había que evitar a toda costa una extensión del conflicto. Recomendaba al gobierno no responder al ataque y confiar en que las presiones diplomáticas franco-británicas disuadiesen a los alemanes de lanzar nuevas agresiones.
“Hay que evitar que el Deustchland sea muestro Maine”, añadió, recordando el acorazado hundido en 1898 que supuso la guerra entre España y Estados Unidos. Igual que entonces, aunque
a posteriori el mundo reconociese que tenían la razón de su lado, las futuras generaciones no les perdonarían haber llevado al país al desastre. En su diario, en la entrada del 2 de junio, escribió:
“En el curso que siguen los sucesos, hay que esperar un sobresalto de Francia e Inglaterra, cuando las provocaciones alemanas e italianas no permitan dudar de sus propósitos. Pero ese momento no ha llegado”. Nunca llegaría. Ni siquiera un año después, cuando la crisis de los Sudetes llevó de nuevo a Europa al borde de la guerra. En aquella ocasión Gran Bretaña y Francia cedieron en el último instante ante Hitler, abandonando a su suerte a Checoslovaquia, y, de paso, acabando con
las últimas esperanzas de la República española.
El gobierno republicano se limitó a protestar por la agresión y por las continuas rupturas de la teórica neutralidad de alemanes e italianos en la guerra española. El único beneficiado de la crisis fue el bando franquista, ya que, como respuesta al bombardeo del Deustchland, Alemania e Italia abandonaron temporalmente el Comité de No Intervención cuando más fuertes eran las presiones para lograr un acuerdo de retirada de voluntarios extranjeros.
Años después, Prieto calificó su postura en aquel Consejo de Ministros como la de "un pesimista", que no veía posibilidades de ganar la guerra sin la intervención de las potencias occidentales. Pero el hecho de que la propuesta estuviese respaldada por un informe del coronel Rojo y el Estado Mayor Central republicano indica que había consideraciones estratégicas que hacían que fuese una opción a tener en cuenta. Vicente Rojo siempre creyó que había sido una gran oportunidad perdida por la República.
Fuentes principales:
Sobre el informe del EMC, un artículo de Jorge M. Reverte en el País:
http://elpais.com/elpais/2008/10/18/actualidad/1224317820_850215.html
Sobre la reunión del Consejo de Ministros, principalmente los Diarios de Guerra de Manuel Azaña
Más: http://www.culturandalucia.com/ALMER%C3%8DA/GCA/Bombardeo_de_Almeria_por_Escuadra_Alemana_Rafael_Quirosa_Mu%C3%B1oz.pdf