Matthias Sindelar nació en febrero de 1903 en Kozlau, un pueblo de Moravia, por entonces uno de los estados integrados en el Imperio Austrohúngaro. Tres años después se trasladó con su familia a Viena cuando su padre, un humilde albañil, encontró trabajo en una fábrica de ladrillos de la capital. Matthias creció en un ambiente multicultural, en un barrio obrero habitado por judíos y emigrantes checos, croatas, húngaros, y del resto de nacionalidades del Imperio. De niño compartía una pasión con la mayor parte de sus amigos: el fútbol. Para los chicos que jugaban con pelotas de trapo en las calles de los suburbios industriales de Viena, aquello era más que un juego. Suponía una de las pocas oportunidades que se les presentaba de ascender socialmente y escapar de un futuro de miseria.
En 1917 el padre de Matthias murió en combate en el frente del Isonzo, y el muchacho tuvo que empezar a trabajar como aprendiz de cerrajero para ayudar a mantener a la familia. En aquella época comenzó a jugar en el equipo juvenil de su barrio, y pronto llamó la atención del Hertha Viena, con el que firmó su primer contrato con tan solo 15 años. Poco después fichó por el equipo más poderoso del país, el Austria de Viena.
Matthias se convirtió en la indiscutible estrella del equipo y en una auténtica celebridad nacional (fue uno de los primeros futbolistas de la historia en protagonizar anuncios publicitarios). Era un delantero centro goleador y muy técnico, que destacaba por su regate y su visión de juego. Debido a su delgadez y su aparente fragilidad se le conocía con el apodo de die Papierene ("el hombre de papel"). En 1926 debutó con la selección austriaca. Fue internacional en 44 partidos, anotando un total de 27 goles con su selección. En la década de los 30 Austria tenía una de los equipos nacionales más poderosos de Europa. Se les conocía como el Wunderteam, el “equipo maravilloso”. En la Copa Mundial de Fútbol de 1934 la selección austriaca llegó hasta semifinales, donde fue eliminada por Italia, el equipo anfitrión, que, según cuentan las crónicas, fue beneficiado con escandalosas ayudas arbitrales.
En marzo de 1938 se produjo el Anschluss, la incorporación de Austria al Reich alemán. Inmediatamente después de hacerse con el país, el gobierno nazi decretó la desaparición de la federación austriaca de fútbol. Se organizó un partido entre el Wunderteam y la selección alemana que sirviese como despedida del equipo austriaco ante su público. El encuentro se jugó el 3 de abril de 1938 en el Prater de Viena. Se dice que los dos equipos habían acordado un empate, y al llegar al último cuarto de hora el marcador continuaba con el 0-0 inicial, pero en ese momento varios de los jugadores austriacos se salieron del guión e hicieron todo lo posible por ganar. Karl Sesta marcó el primer gol de un disparo lejano, y poco después Sindelar marcó el definitivo 2-0 al aprovechar un rechace del portero contrario. Eufórico, Matthias se dirigió frente al palco, repleto de autoridades, y comenzó a bailar para celebrar su gol. A causa de aquel insulto y del liderazgo que ejercía sobre sus compañeros, los nazis le consideraron el instigador de la revuelta de los futbolistas austriacos. El partido también fue la despedida del fútbol de Matthias Sindelar. El seleccionador alemán trató de convencerle para que acudiese con su nuevo país la Copa Mundial que se iba a celebrar en Francia aquel verano, pero Matthias siempre se negó a jugar con Alemania.
Por si fuera poco, Sindelar se opuso públicamente a la “limpieza” de judíos que pretendían realizar los nazis en el fútbol austriaco. Apoyó al presidente del Austria de Viena, Michl Schwarz, de origen judío, cuando se vio obligado a abandonar su cargo. Aquello le colocó definitivamente en el punto de mira de la Gestapo.
Tras su retirada Sindelar se convirtió en un asiduo cliente de bares y clubs nocturnos. Su afición a las juergas y las mujeres era conocida en toda Viena, aunque él mostraba una clara predilección por los ambientes de judíos e inmigrantes. En septiembre de 1938 compró a un amigo judío de su barrio un bar famoso por su clientela de revolucionarios, artistas y otra gente “de mal vivir”.
El 23 de enero de 1939 un amigo de Sindelar llamado Gustav Hartmann, preocupado por no saber nada de él desde hacía varios días, forzó la puerta de su casa y le encontró muerto en la cama junto a su última pareja sentimental, Camilla Castagnola, una italiana de origen judío diez años mayor que él. La investigación concluyó que las muertes se habían producido por intoxicación voluntaria de monóxido de carbono, pero pocos de los que conocían a Matthias estuvieron dispuestos a creer que se hubiese suicidado. Tratando de despejar las dudas de la gente, las autoridades hicieron circular rumores sobre la vida desordenada del futbolista y sus excesos con las drogas. Al final acabaron modificando la versión oficial para explicar que había sido un accidente casero. Eso les permitía esquivar un grave problema que se les planteaba: las leyes alemanas prohibían que los suicidas tuviesen funerales públicos, pero no había forma de impedir que los vieneses se echasen masivamente a la calle para dar su último adiós a uno de sus conciudadanos más populares. Decretando que las muertes habían sido accidentales evitaban que el funeral acabase convertido en una manifestación popular antinazi.
El día del entierro de Matthias Sindelar se superaron todas las previsiones y decenas de miles de personas abarrotaron las calles de Viena. Muchos de los amigos del futbolista estaban convencidos de que Sindelar y su novia habían sido asesinados por la Gestapo, que supuestamente habría manipulado las conducciones de gas de su casa. Otros seguían creyendo que el acoso al que les estaban sometiendo los nazis había empujado al suicidio a la pareja. La muerte de Sindelar se convirtió en un apasionado tema de debate en bares y reuniones familiares, aunque en público pocos se atrevieron a poner en duda las explicaciones oficiales.
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