En las últimas semanas me he encontrado varias veces con comentarios y artículos en los que se hacía un paralelismo entre el triunfo del FN en Francia en las elecciones europeas y la llegada al poder del partido nazi en Alemania. Hay quien dice que, igual que ocurrió entonces, la crisis económica y la falta de soluciones de los partidos tradicionales han hecho que el voto obrero se fuese en masa a apoyar a formaciones de extrema derecha. No estoy seguro de que ese sea el caso de Francia. Después de todo, eran unas elecciones europeas, que allí interesan tan poco o menos que aquí (en España).
¿Y qué hay de cierto en la segunda parte de la comparación? ¿Realmente fueron los obreros alemanes los que dieron el poder a Hitler?
Veamos:
El SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) era uno de los pilares sobre los que se asentaba la República de Weimar. En mayo de 1928 ganó las elecciones al Reichstag con 9,2 millones de votos. Segundo, con 4,4 millones, fue el DVNP (Partido Nacional del Pueblo Alemán), de ideología nacionalista y conservadora. El KPD (Partido Comunista de Alemania) quedó en cuarto lugar, por detrás del Zentrum (de centro, como se puede adivinar por su nombre), con 3,3 millones. El NSDAP era todavía un partido marginal, con un peso político insignificante.
En las elecciones de septiembre de 1930 el NSDAP dio la sorpresa y se convirtió en la segunda fuerza política con 6,3 millones de votos. El SPD, aunque perdió escaños, siguió siendo el partido más votado, con 8,6 millones. En el tercer puesto apareció con fuerza el KPD (4,6 millones). Entre socialdemócratas y comunistas consiguieron 13,2 millones de votos, 700.000 más que en las elecciones anteriores.
En julio de 1932 el NSDAP se convirtió en el primer partido de Alemania con 13,7 millones de votos. Sería el mejor resultado conseguido por Hitler en unas elecciones realmente libres. El SPD siguió bajando (8 millones), pero el KPD continuó con su ascenso (5,3). Fueron el segundo y tercer partido más votados, respectivamente, y superaron entre ambos la suma de 13,2 millones de votos que habían conseguido dos años antes.
Después de que Hitler se negase a apoyar un gobierno de centro, al canciller Von Papen no le quedó más remedio que disolver el parlamento y volver a convocar elecciones. Se celebraron apenas tres meses más tarde, el 6 de noviembre de 1932. El NSDAP perdió dos millones de votos, quedándose en 11,7. El SPD, aunque continuó su descenso, conservó el segundo puesto con 7,2 millones. El KPD llegó a los 6 millones. Entre ambos partidos sumaron de nuevo en torno a los 13,2 millones, millón y medio más que los nazis.
Los resultados de las elecciones de marzo de 1933 no se pueden tener en cuenta. El presidente Von Hindenburg había nombrado canciller a Hitler y los nazis habían entrado en el gobierno y tenían todos los instrumentos del Estado a su servicio. Las votaciones se celebraron en un estado de excepción y en medio de una campaña de acoso contra los comunistas aprovechando el incendio de Reichstag. Muchos dirigentes comunistas habían sido ya detenidos, y ni uno solo llegaría a ocupar su escaño. En solo cuatro meses transcurridos desde la convocatoria de noviembre, el KPD perdió más de la mitad de sus votos y el SPD una cuarta parte. Sin embargo, ni siquiera así el NSDAP pudo lograr la mayoría absoluta.
En la actualidad es más difícil identificar el sentido del voto por estratos sociales. Todos los partidos aspiran a ser transversales, y cuentan con la ventaja de que el sentimiento de clase hoy en día está muy diluido (si es que sigue existiendo). En los años 30 las cosas estaban más claras. La mayoría del voto de izquierdas provenía de la clase obrera, entendiendo esta como la formada por los asalariados industriales. Así que si los obreros se hubiesen pasado al nazismo se habría notado en un descenso en el apoyo a socialistas y comunistas, algo que vemos que no ocurrió en absoluto. En las cuatro convocatorias electorales que hubo entre 1928 y 1932, mientras el NSDAP pasaba de ser un partido marginal a ser la primera fuerza política de la nación, la suma de votos del SPD y el KPD se mantuvo sorprendentemente estable en torno a los 13 millones de votos, con un porcentaje de voto que oscilaba en una estrecha franja entre el 36% y el 38%, y ambas formaciones se habían consolidado entre las tres primeras del parlamento. El NSDAP no creció a costa de los partidos que recibían tradicionalmente el voto obrero. Estos, en conjunto, mantuvieron e incluso aumentaron su base electoral, además con una visible radicalización, con una reducción del voto socialdemócrata y un ascenso de los comunistas, que en 1932 estaban ya pisando los talones al SPD.
Por tanto la creencia de que fue la clase obrera la que llevó al poder a Hitler no se sostiene a la vista de los distintos resultados electorales. A pesar de todos los esfuerzos de los nazis por presentarse a sí mismos como un movimiento de base obrera, no se puede decir que tuviesen éxito. Y si no fueron los obreros ¿quiénes votaron a Hitler? En primer lugar, y en una primera fase, el NSDAP se hizo con el voto nacionalista tradicional, numeroso por ejemplo en las regiones agrícolas protestantes. El DVNP, que en 1928 era la segunda fuerza política, en 1930 perdió gran parte de su base electoral a favor del NSDAP y pasó al quinto puesto, adelantado incluso por los centristas católicos del Zentrum. Más tarde, a medida que los efectos de la Gran Depresión se hacían notar en la economía alemana, los nazis fueron ganando apoyos entre las clases medias urbanas. Eran profesionales liberales, pequeños empresarios, comerciantes, artesanos, funcionarios... sectores que estaban sufriendo con dureza la crisis económica y que se veían ignorados por las fuerzas políticas tradicionales (la izquierda proletaria y la derecha conservadora).
Lo que no voy a hacer ahora es analizar la política francesa contemporánea para ver si realmente existen coincidencias con la Alemania de la República de Weimar. No era esa mi intención. Tan solo quería dar mi opinión sobre una afirmación que he escuchado y leído con frecuencia estos últimos días y que me parecía equivocada. Ese análisis queda para quien quiera hacerlo. Puede que incluso tengan algo de razón. Pero suele ser un error hacer paralelismos entre situaciones o hechos ocurridos en épocas distintas.