Bombarderos

Una oración antes del despegue:


Este B-24 continúa con la misión, pese a los daños en su cola:


El piloto de este B-26 alcanzado en el ala izquierda trata desesperadamente de mantener el control del avión. El bombardero se estrelló poco después de tomarse esta fotografía:


A pesar de tener la cola casi destrozada, este B-17 en misión de bombardeo sobre Italia logró regresar a su base. Pero no lo hizo con su tripulación al completo, ya que el artillero de cola había saltado en paracaídas cuando el avión fue alcanzado por la artillería antiaérea:


Un bombardero medio Douglas A-20 con los tanques de combustible ardiendo, alcanzado por la artillería antiaérea durante una misión de bombardeo a baja cota sobre Alemania:


Un B-24 alcanzado el 7 de septiembre de 1944, durante un raid sobre Austria. Todos los Liberators que participaron en la misión fueron derribados excepto uno, desde el que se tomó esta fotografía:


Durante una misión en el sur de Francia, un B-26 Marauder recibe un impacto directo en su motor derecho, que se desprende con la hélice todavía girando. Los daños en el sistema hidráulico han bajado el tren de aterrizaje situado detrás del motor. El avión se estrelló momentos después:


El regreso. En las caras de la tripulación de este bombardero no hay alegría. Quizá solo alivio por seguir con vida un día más:


Fotos:
Gun Camera - World War II: Photography from Allied Fighters and Bombers over Occupied Europe
L. Douglas Keeney


Apocalypse Before

El hundimiento del Príncipe de Gales y el Repulse es una película japonesa dirigida por Kajiro Yamamoto en 1942, apenas unos meses después de los hechos que relata, el ataque de la aviación japonesa a los dos buques de la Royal Navy frente a las costas de Malasia.

Atención al minuto 6:00:



¿No os recuerda a algo?



No tengo ninguna duda de que el compositor japonés se inspiró en Wagner. La pregunta es: ¿se inspiraría Coppola en Yamamoto?

Un Tarán griego


El 28 de octubre de 1940 los ejércitos de Mussolini iniciaron la invasión de Grecia desde la frontera albanesa. En el aire los italianos tenían un dominio casi absoluto. La modesta Fuerza Aérea Helena, que contaba con apenas unas docenas de aparatos, no era rival para la Regia Aeronautica. La unidad destinada a la defensa de Salónica era el 22º Escuadrón de Caza, equipado con cazas de fabricación polaca PZL P.24. Ninguno de sus pilotos tenía experiencia en combate. En realidad apenas tenían entrenamiento en vuelo. Uno de aquellos pilotos era un joven de 20 años llamado Marinos Mitralexis, que se había graduado pocos meses antes como alférez en la academia de la Fuerza Aérea Helena.

La mañana del 2 de noviembre, el quinto día de la guerra, el caza de Mitralexis despegó junto con otros siete compañeros del 22º Escuadrón para interceptar a una fomación de quince bombarderos trimotores italianos Cant Z.1007 Alcione que regresaban a su base en Albania después de efectuar un raid sobre Salónica. Mitralexis abrió fuego contra uno de los bombarderos, que pareció responder con una serie de movimientos erráticos en el cielo. Él no lo sabía, pero con su primera ráfaga de ametralladora había matado al piloto italiano, el teniente Pasqualetto, y el resto de la tripulación se estaba esforzando en mantener el avión en vuelo. Mitralexis continuó persiguiendo al Alcione y disparando sus ametralladoras, hasta que se quedó sin munición.

Lo que ocurrió entonces dejó boquiabierto a su punto (compañero de ala), el sargento Constantinos Lambropoulos: “Yo estaba bastante cerca, y vi cómo Mitralexis volaba con su avión directamente contra el bombardero italiano. Fue la cosa más extraordinaria que he visto nunca”. Mitralexis golpeó la parte trasera del avión enemigo con el morro de su caza, destrozándole el timón de cola con la hélice. Milagrosamente, el bombardero logró tomar tierra cerca del pueblo de Gerakalou, pese a que sin el timón era casi imposible de controlar.

Los cuatro supervivientes salieron del Alcione tambaleándose, aturdidos después del aterrizaje forzoso. Los italianos vieron entonces que una turba de campesinos griegos, armados con cuchillos, picos y otras armas improvisadas, se dirigían hacia el lugar en el que se encontraban, aparentemente decididos a acabar ellos. En ese momento se oyó un grito y apareció un pequeño oficial de la fuerza aérea griega con su pistola desenfundada, ordenando a los aldeanos que se alejasen. Era Mitralexis, que había aterrizado a poca distancia de allí con su PZL con la hélice retorcida. El alférez griego condujo a pie hasta su base a los cuatro prisioneros. Los italianos le acompañaron sin resistirse, agradecidos por que les hubiese librado de una situación tan comprometida.

La historia se difundió en periódicos y revistas, y Mitralexis se convirtió en un héroe nacional. Incluso le dedicaron un sello de correos. Fue ascendido a teniente y premiado con la condecoración más alta del país, la Cruz de Oro al Valor (fue el único oficial de la Fuerza Aérea que la recibió durante la guerra).

En abril de 1941 Grecia se rindió a los alemanes, y Mitralexis huyó a Egipto pilotando su caza, junto a otros supervivientes de la Fuerza Aérea griega, para unirse a los aliados y continuar la lucha desde allí. Durante la guerra reclamó el derribo de otros cinco aviones enemigos. Murió en septiembre de 1948, al estrellarse en el Egeo durante un entrenamiento de rutina con un Airspeed Oxford.

Fuentes:
http://www.athensnews.gr/old_issue/13258/16864?action=print
http://en.wikipedia.org/wiki/Marinos_Mitralexis


Tarán

El primer caso de la historia en el que un piloto derribó a un aparato enemigo embistiéndolo con su propio avión ocurrió al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Por entonces los aviones todavía no estaban armados con ametralladoras para el combate aéreo, y como mucho las tripulaciones podían intercambiar disparos con sus armas cortas personales. El 8 de septiembre de 1914 el piloto ruso Pyotr Nikolayevich Nesterov dirigió su avión contra un biplaza de reconocimiento austríaco, golpeándole en el timón. Ambos aparatos cayeron a tierra y los tres hombres murieron. La acción de Nesterov se convirtió en "un símbolo de la abnegación, coraje y valentía" para los pilotos rusos.

Décadas después, durante la Operación Barbarroja, cuando los ejércitos alemanes avanzaban imparables hacia el corazón de Rusia, los mandos de la VVS (la Fuerza Aérea Soviética), desesperados por frenar a las escuadrillas de la Luftwaffe que bombardeaban objetivos vitales en Moscú y otras ciudades, emitieron órdenes escritas para que sus pilotos embistiesen a los aviones atacantes. Las directivas suponían, la mayor parte de las veces, una sentencia de muerte para los pilotos soviéticos. Cientos de ellos perdieron la vida cuando estrellaron sus aviones contra los bombarderos alemanes. Fueron las llamadas tácticas Tarán (“ariete” en ruso).

Los primeros ataques Tarán tuvieron lugar en las primeras horas de la invasión alemana. El primer día de la guerra, según las cifras oficiales soviéticas, al menos seis pilotos embistieron a aviones enemigos después de agotar sus municiones. La primera embestida de la guerra fue anunciada de forma concisa por un programa de radio de Moscú: “A las 05:15 horas del 22 de junio de 1941, cerca de 200 millas dentro de territorio ruso, el teniente de vuelo Líder Juvenil Leonid Butelin se estrelló contra un bombardero alemán Junkers-88, cortándole la cola con la hélice de su caza”.

Otros nueve bombarderos alemanes fueron abatidos en ataques Tarán en los meses de julio y agosto. El 2 de julio un Heinkel He-111, preparado para vuelo a gran altura, se dirigía a Moscú en misión de reconocimiento fotográfico cuando fue interceptado por un Yak-1 pilotado por el teniente Sergei Goshko. El oficial soviético logró derribar al bombardero alemán golpeandole en la cola con el ala de su avión. El Heinkel capturado transportaba mapas, códigos e información de inteligencia de gran valor. Por su hazaña, Goshko recibió la más alta condecoración de la URSS, la Estrella de Oro de Héroe de la Unión Soviética.

A partir de julio Moscú se convirtió en el blanco principal de los ataques aéreos alemanes. La Luftwaffe contaba para ese propósito con una gran fuerza formada por millares de aviones, incluyendo bombarderos como los He-111, Ju-88 y Do-215. El primer ataque masivo contra Moscú fue lanzado en la noche del 22 de julio de 1941, con la participación de 220 bombarderos. Aquella fue la primera de una larga serie de batallas aéreas libradas en los cielos de Moscú en los meses siguientes. Entre julio y diciembre los alemanes lanzaron aproximadamente 120 raids contra la capital rusa. La eficaz defensa antiaérea soviética logró detener la mayor parte de aquellos ataques. Pero fue precisamente en las batallas aéreas en torno a Moscú donde se realizaron la mayor parte de los ataques Tarán de la guerra.

La noche del 6 de agosto tuvo lugar uno de aquellos combates. Aunque los pilotos de las escuadrillas encargadas de la defensa de Moscú no tenían experiencia en combate nocturno, al sonido de las alarmas antiaéreas saltaron a las cabinas de sus cazas y comenzaron a despegar en la oscuridad con la orden de interceptar a los bombarderos enemigos. Uno de aquellos cazas era un Polikarpov I-16 pilotado por un teniente de 23 años llamado Viktor Talalikhin. Volando a 4.500 metros, el joven piloto distinguió a la luz de la luna un bombardero enemigo (un He-111). Talalikhin abrió fuego con las ametralladoras de su I-16 y alcanzó al bombardero en un motor. El avión alemán, con el motor en llamas, inició una maniobra evasiva, descendiendo y cambiando de rumbo bruscamente. No logró deshacerse de Talalikhin, que siguió disparando hasta agotar la munición. Aunque estaba desarmado, se negó a abandonar a su presa y continuó la persecución. Inesperadamente, una ametralladora del bombardero abrió fuego y alcanzó a Viktor en un brazo. Como respuesta al golpe de dolor, el piloto soviético aceleró al máximo y se estrelló contra el Heinkel, que se precipitó a tierra envuelto en llamas. Pero el avión de Talalikhin también comenzó a caer incontrolablemente. Viktor saltó en paracaídas y acabó en un lago poco profundo. Fue rescatado por unos campesinos y poco tiempo después pudo reincorporarse a su regimiento. Aquel fue el primer ataque Tarán nocturno de la guerra. Talalikhin fue condecorado con la Estrella de Oro de Héroe de la Unión Soviética, y su hazaña fue ampliamente difundida por la prensa. En los meses siguientes derribó otros cinco aviones alemanes. Murió el 27 de octubre de 1941, en un combate aéreo con tres Messerschmitt Me-109.

A medida que la línea del frente se acercaba a Moscú, la Luftwaffe aumentaba sus ataques a la capital soviética. En octubre los alemanes realizaron más de 2.000 salidas, llegando a bombardear hasta el mismísimo Kremlin. Los ataques Tarán continuaban sin descanso. Los soviéticos tenían que recurrir incluso a sus aviones más viejos, que no eran rivales para los modernos aparatos alemanes. El 7 de octubre un anticuado biplano de madera y lona Polikarpov R-5 pilotado por el teniente Ivan Denisov embistió frontalmente a un Henschel-129. Ambos aviones se estrellaron, pero Denisov logró sobrevivir saltando en paracaídas.

A partir de 1942 la relación de fuerzas en los cielos de Rusia comenzó a cambiar, y las embestidas de los pilotos soviéticos se hicieron cada vez más esporádicas. El último ataque Tarán en la defensa de Moscú tuvo lugar el 2 de junio de 1943, cuando un MiG-3 pilotado por el teniente Gennady Sirishikov seccionó con su hélice la cola de un Junkers-88.

Pero Moscú no fue el único frente en el que los soviéticos recurrieron a las embestidas. En Murmansk, en el Ártico ruso, el piloto Alexei Khlobystov reclamó el derribo de dos aviones alemanes (un Bf-109 y un Bf-110) en ataques Tarán el mismo día, el 8 de abril de 1942, y otro más (otro Bf-109) el 14 de mayo. Pero este último, en el que además perdió su avión, un Curtiss P-40 de fabricación estadounidense, es como mínimo dudoso, ya que ese día los alemanes no sufrieron ninguna pérdida en el sector en el que se encontraba Khlobystov.

Oficialmente, las órdenes rusas de ataques en embestida cesaron en septiembre de 1944. Para entonces los pilotos soviéticos dominaban los cielos y pocos aviones de la Luftwaffe se aventuraban fuera del territorio aún ocupado por los alemanes. Pero se siguieron dando casos aislados prácticamente hasta el final de la guerra. El 18 de marzo de 1945 Piotr Kozachenko, Héroe de la Unión Soviética con 12 derribos, fue alcanzado por un avión enemigo mientras escoltaba a unos PE-2. El último mensaje que envió por radio fue: "Me han dado, voy a efectuar un Tarán". No se sabe si tuvo éxito.

Las órdenes soviéticas de embestir a los aviones enemigos no se hicieron públicas hasta tres décadas después del fin de la guerra. Sin embargo, no eran un secreto. Muchos de aquellos pilotos se convirtieron en héroes, recibieron las más altas condecoraciones, y en ocasiones fueron entrevistados por la prensa de Moscú. Algunas de sus hazañas fueron conocidas incluso en Estados Unidos. Y por supuesto en Alemania. Las tripulaciones de la Luftwaffe que eran destinadas al frente oriental pronto comprobaban que los rumores que circulaban sobre las tácticas cuasi-suicidas soviéticas eran ciertas.

Se suponía que los ataques Tarán eran un recurso de última instancia para los pilotos rusos. En las primeras semanas y meses de la invasión la fuerza aérea soviética no era rival para la todopoderosa Luftwaffe. Generalmente los aviones alemanes eran tecnológicamente superiores y sus pilotos tenían la ventaja de contar ya con una importante experiencia en combate. Las directivas de guerra soviéticas especificaban cuándo tenían que recurrir sus pilotos a los ataques Tarán. Por ejemplo, una directiva dirigida a los pilotos del 6 º Cuerpo Aéreo, a cargo de la defensa de Moscú, explicaba: “Si las ametralladoras se encasquillan, si los cartuchos se gastan antes de tiempo, si el enemigo se dirige contra un objetivo de importancia para el Estado, se deberá atacar y destruir al enemigo con una embestida”. Según esta directiva, los pilotos no eran enviados a misiones suicidas: “Embestir al enemigo es un acto de supremo heroísmo y valentía, pero no es un acto de autosacrificio”. Y añadía: “El piloto debe saber cómo embestir”, una afirmación que era seguida por cuatro páginas en las que se explicaban las distintas técnicas de embestida. Así es como el Mariscal Jefe de la Fuerza Aérea Soviética, A. A. Novikov, consideraba el acto de embestir a un avión enemigo: “Cualquier técnica de combate aéreo exige valentía, coraje y habilidad por parte del piloto. Pero un ataque Taràn exige incalculablemente más a un piloto. El Tarán precisa, en primer lugar, de disposición para el sacrificio. Es una prueba de lealtad al pueblo, a los ideales de la Patria”. También defendía la importancia de las embestidas en un sentido puramente táctico. Como explicó después de la guerra: “El miedo de los pilotos enemigos a nuestras embestidas dio a los nuestros muchas ventajas, como mayores posibilidades de maniobra, y ayudó a impulsar su creciente superioridad en tácticas de combate aéreo”. El as soviético Alexander Pokryshkin, que derribó oficialmente 59 aviones y terminó la guerra como mariscal del aire, también defendió las tácticas Tarán: “Un ataque de embestida es un arma para pilotos con nervios de acero. En la defensa de Moscú, este método fue justamente necesario. A distancias cortas, detrás de la cola de un bombardero enemigo, nuestro caza era invulnerable. Se metía en la zona muerta de fuego enemigo, se acercaba más y le seccionaba una parte de la cola o de un ala”.

Los que sobreviveron a los ataques Tarán al comienzo de la guerra pudieron enseñar más tarde a otros pilotos sus tácticas de embestida. Pero un número imposible de calcular no tuvo esa suerte. En los informes oficiales se explicaba que los pilotos sobrevivían si eran capaces de saltar en paracaídas o si se las arreglaban para aterrizar con sus cazas dañados, aunque no se mencionaba que en muchas ocasiones los aviones eran incontrolables después de la colisión con el aparato enemigo y en la mayoría de los casos estaban condenados. Según las cifras oficiales “únicamente” murió el 37% de los pilotos que efectuaron un ataque Tarán. Hubo incluso casos de pilotos que realizaron varias embestidas en el transcurso de un mismo combate aéreo y sobrevivieron para contarlo.

Fuente principal:
A.Axell/H.Kase: Kamikaze, Japan's Suicide Gods
Más:
http://es.wikipedia.org/wiki/Tar%C3%A1n
http://surfcity.kund.dalnet.se/soviet_khlobystov.htm


El secuestro de Hitler

Un día de febrero de 1941 un hombre llamado Kiroff, que decía ser el suegro del piloto personal de Hitler, se presentó en la embajada británica en Sofía, la capital de Bulgaria, solicitando ser recibido por algún funcionario de alto nivel. Kiroff fue conducido al despacho del agregado militar, y allí hizo una propuesta sorprendente. Según él, su yerno era un opositor al régimen nazi y estaba planeando desertar. Y no solo eso: su intención era huir a Inglaterra pilotando el avión del Führer y con el mismísimo Hitler a bordo.

Por algún extraño motivo, el Foreign Office y el servicio secreto británico se tomaron en serio la historia de Kiroff, al menos lo suficiente como para comenzar a organizar el secuestro de Hitler. Solicitaron la colaboración de Arthur Harris, subjefe del Estado Mayor del Aire (más tarde se haría famoso como comandante del Mando de Bombardeo de la RAF), que escogió un aeródromo del sureste de Inglaterra, la base aérea de Lympne, en Kent, y en el mayor de los secretos comenzó los preparativos. La guarnición fue reforzada con dos pelotones y fueron instaladas baterías antiaéreas en la base. Se prepararon planes para guiar al avión hasta la pista con señales luminosas y para neutralizar a los escoltas que viajasen con el Führer en el caso de que opusiesen resistencia. Habría una furgoneta y dos motoristas esperando permanentemente para trasladar a Londres al misterioso visitante en cuanto el avión tomase tierra.

A través de Kiroff los británicos acordaron con el piloto los detalles del plan. La fecha fijada para el vuelo iba a ser el 25 de marzo de 1941, preferentemente al amanecer o anochecer. El lugar de destino, el aeródromo de Lympne. Para ser identificado, el piloto tendría que disparar bengalas rojas cada treinta segundos. Después de tomar tierra, el Führer sería introducido en la parte posterior del vehículo que le estaría esperando y trasladado inmediatamente al Ministerio del Aire en Londres. Según Roger Moorhouse, allí le esperaba una ejecución sumaria.

Llegó el día y no ocurrió nada. El dispositivo se mantuvo a la espera durante más de dos meses, hasta el 1 de junio, pero el avión del Führer nunca apareció por Lympne. Después, los refuerzos que habían sido enviados a la base aérea fueron trasladados a otros destinos, sin que hubiesen sido informados del objetivo real de su misión. El señor Kiroff no volvió a dar señales de vida.

El avión de Hitler, un cuatrimotor Focke-Wulf Fw 200 Condor modificado, con matrícula D-2600:


El piloto personal de Hitler se llamaba Hans Baur. Era un hombre de su absoluta confianza, perteneciente a su círculo de colaboradores más estrecho. Estaba a su servicio desde 1932, antes de la llegada de los nazis al poder, y era el único al que le estaba permitido pilotar su avión. Terminó la guerra con el grado de SS-Gruppenführer (teniente general de las Waffen-SS). Se mantuvo fiel al Führer hasta el final. Permaneció junto a él en el búnker de la Cancillería durante la batalla de Berlín. Fue una de las últimas personas que vieron a Hitler con vida y uno de los designados por él para quemar su cuerpo después del suicidio. Más tarde fue herido tratando de huir del Berlín sitiado. En un hospital de Posen le fue amputada la pierna derecha. Allí le encontraron los soviéticos, que le tuvieron prisionero hasta 1955. Después fue entregado a los franceses, que le mantuvieron en cautividad otros dos años más. Tras salir de prisión publicó su autobiografía, con el título Ich mit flog Mächtigen, algo así como “Yo volé con el Poderoso”. En ella no hay ninguna referencia al supuesto plan de secuestro del Führer.

Su mujer en 1941, su segunda esposa, se llamaba Maria. Su apellido de soltera era Pohl, y era originaria de Danzig. No se le conoce ninguna relación con Bulgaria. Se casaron el 13 de mayo de 1936 en Munich, con Hitler como testigo. Maria tuvo dos hijos, y murió cuando su marido estaba en cautiverio en la URSS.

En conclusión, toda la historia de la deserción de Baur y el secuestro de Hitler parece que fue una invención del tal Kiroff. Cuáles fueron sus motivos o sus auténticos objetivos es algo que probablemente nunca se sabrá.

Puede parecer extraño que los británicos se dejasen engañar con una historia aparentemente tan poco creíble. En realidad se la tomaron con más escepticismo de lo que demostraron. El propio Harris, el encargado de organizar la operación, la definió como "una historia fantástica". Pese a ello quisieron estar preparados por lo que pudiese pasar. Y no se puede decir que hiciesen mal, porque cosas más raras se vieron. El 10 de mayo de 1941, cuando los británicos aún mantenían en Lympne el dispositivo para “recibir” al Führer, Rudolf Hess, el segundo en la jerarquía nazi, voló hasta Escocia pilotando su propio avión y saltó en paracaídas, supuestamente para hacer una oferta de paz.

Fuentes:
Roger Moorhouse: Matar a Hitler
James Hayward: Mitos y leyendas de la Segunda Guerra Mundial
http://news.bbc.co.uk/local/kent/hi/people_and_places/history/newsid_9363000/9363982.stm
http://war-combat.com/objetivo-secuestrar-a-hitler/
http://en.wikipedia.org/wiki/Hans_Baur


Iron Sky (subtitulada)

¿Os acordáis de Iron Sky?

Pues aquí la tenéis completa, con subtítulos en español:



Que nadie espere una obra maestra. Lo mejor es la ambientación de la base lunar nazi, bastante lograda, en mi opinión. Pero el guión no funciona demasiado bien ni como comedia ni como sátira política.

Al menos es original

Paths of Hate

Paths of Hate ("Senderos de odio") es un cortometraje de animación creado por el polaco Damien Nenow. La película comienza recreando magistralmente un combate aéreo en la Segunda Guerra Mundial, para acabar derivando en una historia surrealista que nos muestra a dónde conduce el odio si nos dejamos arrastrar por él.

Cómo fugarse jugando al Monopoly

En diciembre de 1939 el Ministerio de la Guerra británico creó el MI9, una nueva rama del Servicio Secreto encargada de la recuperación de las tropas que habían quedado en territorio ocupado por el enemigo y de ayudar a la evasión de los capturados. A los militares británicos se les enseñaba que todo soldado que hubiese sido hecho prisionero tenía el deber de intentar fugarse siempre que fuese posible. El trabajo del MI9 era ayudarles en las fugas con todos los medios a su alcance. Así, por ejemplo, establecieron en los países europeos ocupados por el Eje, en colaboración con los grupos de resistencia locales, redes que conducían hasta las fronteras a los prisioneros fugados o a los pilotos derribados. También se dedicaban a fabricar todo tipo de utensilios que facilitasen la evasión a los aviadores o soldados aislados tras las líneas enemigas. Detrás de muchos de los planes más ingeniosos del MI9 estaba un hombre llamado Christopher Clayton-Hutton, que ideó una gran variedad de ayudas de escape, como botas de vuelo y uniformes que podrían ser convertidos fácilmente de forma que pareciesen ropas de civil, o brújulas ocultas en el interior de botones. Clayton consideraba que el accesorio más importante que podía necesitar un soldado aislado en territorio enemigo era un mapa de la región en la que se encontraba. Entre sus primeros proyectos se encontraban mapas impresos en seda y brújulas en miniatura, que se fabricaron por millares para ser distribuidos entre las tripulaciones aéreas británicas (y más tarde también estadounidenses). La idea era que un aviador derribado tras las líneas enemigas tuviese los medios para evitar su captura, o para escapar, en caso de haber sido hecho prisionero. Los mapas estaban estampados en seda para hacerlos muy finos (y así poderlos ocultar en sitios como el tacón hueco de una bota o un paquete de cigarrillos) y resistentes al agua y al desgaste, a diferencia de los mapas de papel normales.

Pero una cosa era proporcionar a los miembros de las fuerzas armadas “kits de fugas” por si acaso, y otra hacérselos llegar a los que ya se encontraban en los campos de prisioneros de guerra para ayudarles en sus planes de evasión. Para eso el MI9 contaría con la colaboración de Waddington PLC, una empresa de impresión de Leeds famosa por comercializar una gran variedad de juegos de mesa, en especial el popular Monopoly.

Cumpliendo con la Convención de Ginebra, los alemanes permitían a los prisioneros de guerra (a los de las potencias occidentales, claro, porque en otros frentes no se respetaba ninguna norma en el trato a los cautivos) recibir paquetes enviados por sus familias o por organizaciones de socorro como la Cruz Roja. Los británicos consideraron que no sería ético ocultar los mapas y demás accesorios en los paquetes de la Cruz Roja. Los envíos eran revisados a fondo, y si los alemanes descubrían que estaban siendo utilizados para ayudar a las fugas, quedaría comprometida la neutralidad de la organización y se pondría en peligro la llegada de más paquetes. En lugar de eso el MI9 se inventó una serie de organizaciones caritativas totalmente ficticias, dedicadas al envío de ropa de abrigo, lecturas y otras pequeñas comodidades a los prisioneros de guerra.

En los paquetes de ayuda se incluían distintas clases de juegos de mesa, ajedrez o barajas. Y es que uno de los principales problemas de la vida en cautividad es el aburrimiento. Los prisioneros agradecían mucho cualquier cosa que les ayudase a matar el tiempo, y los guardias de los campos tampoco lo veían mal, ya que sabían que la mejor forma de evitar conflictos era tener a los prisioneros entretenidos.

En colaboración con un selecto grupo de empleados de Waddington, y en el mayor de los secretos, el MI9 comenzó a ocultar mapas de seda en pequeñas cavidades preparadas en los tableros de Monopoly y otros juegos. También incluían dinero, en moneda alemana o italiana, y brújulas y otros pequeños objetos ocultos entre las piezas de los juegos.

En su mayor parte los mapas eran de escalas pequeñas y abarcaban grandes áreas, aunque como es lógico variaban dependiendo del campo al que estaban destinados. Algunos daban además algún tipo de información adicional que pudiese ser útil para el fugado. Este muestra una ruta desde Salzburgo, en Austria, a Mojstrana en el norte de Yugoslavia (en manos de las fuerzas proaliadas); la ruta marcada en rojo indica el camino más seguro para atravesar las montañas:


Es imposible saber cuántos de los mapas que se lograron introducir en los campos de prisioneros llegaron a utilizarse. Durante toda la guerra, más de 35.000 soldados británicos y de otras nacionalidades se las arreglaron para escaparse de los campos y llegar hasta las líneas aliadas. Se calcula que entre un tercio y la mitad de ellos habrían contado con la ayuda de los mapas de seda. En cualquier caso es seguro que los mapas, las brújulas y los demás objetos salvaron la vida de muchos prisioneros fugados.

Fuentes:
http://www.mapforum.com/04/escape.htm
http://www.snopes.com/military/monopoly.asp


Cascos de bebé

En la década de los 30 el recuerdo del uso de gas venenoso en los frentes de la Gran Guerra y los avances tecnológicos en aviación perseguían a los planificadores de defensa civil. Sabían que era imposible evitar un ataque aéreo en el que el enemigo esparciese armas químicas sobre sus ciudades. Cuando se estaban preparando para un futuro conflicto, todas las potencias daban por hecho que iban a tener que proteger a sus ciudadanos de los ataques químicos.

Durante la crisis de Munich en septiembre de 1938 el gobierno británico distribuyó máscaras antigás entre la población. Solo entonces se dieron cuenta de que no existía ningún sistema de protección válido para los bebés y los niños pequeños. Los adultos utilizaban máscaras estandar que se ajustaban al rostro, pero esas máscaras no servían para los niños, que a causa de sus pulmones poco desarrollados no podrían inhalar el aire a través de los filtros. El problema se solucionó unos meses más tarde, cuando la RAF presentó un equipo de protección al que llamó "casco de bebé" (baby helmet). El 13 de marzo de 1939 se hicieron las primeras pruebas en el Ayuntamiento de Holborn, con resultados satisfactorios. En unos pocos meses se fabricaron y distribuyeron 1.400.000 unidades.

Al estallar la guerra, casi todos los adultos de Inglaterra poseían una máscara de gas. Un mes después, el gobierno había distribuido equipos de protección también para los bebés y los niños.


El "casco" cubría completamente al niño. Estaba hecho de tela recubierta de goma, con un visor de gran tamaño, y se sujetaba al cuerpo por medio de un arnés. El aire se suministraba por medio de una bomba manual que tenía que ser accionada por un adulto. Podía ser utilizado por niños de hasta cinco años de edad.

Neville Mooney, el primer bebé nacido en el Reino Unido con el país en guerra, el 3 de septiembre de 1939:


Fuentes:
http://www.theatlantic.com/technology/archive/2011/06/old-weird-tech-world-war-ii-gas-helmet-for-babies-edition/241171/
http://www.telegraph.co.uk/history/britain-at-war/6056684/Second-World-War-evacuating-London.html?image=3


El ataque a Pearl Harbor según Zenji Abe


Zenji Abe nació en 1916 en un pequeño pueblo de montaña de la prefectura de Yamaguchi, en el extremo sur de la isla de Honshu. Su madre murió cuando él tenía nueve años. Su padre, un productor de sake, pasaba apuros para mantener a la familia, pero aun así el hombre se las arregló para enviar al hermano mayor de Abe a la universidad: "Mi padre no era hábil en su negocio, pero prestó mucha atención a la educación de sus hijos".

Al terminar los estudios primarios, Abe se matriculó en la Escuela Militar Bocho, una escuela privada fundada y administrada por altos oficiales del Ejército japonés. A los 16 años ingresó en la Academia Naval Imperial. Durante cuatro años estuvo sometido al duro programa de estudios y a la disciplina brutal en la que se formaba a los futuros oficiales de la Marina Imperial: "Desde el momento en que tocaban diana disponíamos de dos minutos para vestirnos, hacer la cama y llegar al comedor situado a 150 metros de distancia. Todo aquel que llegara incorrectamente vestido o un segundo tarde era sacado de filas y apaleado".

Con el rango de alférez, Abe ingresó en la Escuela de Aviación Naval, Un año más tarde se graduó como piloto naval. Fue asignado al portaaviones Soryu, y voló en numerosas misiones durante la guerra chino-japonesa. En 1941, como líder de una escuadrilla de bombarderos en picado Aichi D3A Val, comenzó a prepararse para el ataque a Pearl Harbor:

En abril de 1941 yo estaba al mando de una escuadrilla de nueve bombarderos a bordo del portaaviones Akagi. Todos los aviones de seis portaaviones se reunieron en varios aeródromos en Kyushu, donde entrenamos muy duro día y noche, sin descanso.

Los bombarderos tenían que atacar en un ángulo de 50 a 60 grados y lanzar sus bombas sobre el objetivo a una altitud de 400 metros
[la altura teórica para soltar las bombas era de 800 metros, lo que permitía a los bombarderos salir del picado sin riesgo, pero para esta misión se decidió reducir la altura a la mitad, con el peligro que suponía]. Nuestro objetivo era un buque de guerra que intentaba escapar de nosotros. Cada avión utilizaba ocho bombas de práctica en el buque. Hubo algunos bombarderos que se estrellaron en el mar a causa del agotamiento grave de sus pilotos, causado por el exceso de entrenamiento.

Los cazas Zero (Mitsubishi A6M2) estaban ocupados con ejercicios de combate aéreo y prácticas de tiro. Los bombarderos de ataque (Nakajima B5N2) se ejercitaban en ejercicios de bombardeo horizontal en formación a 3.000 metros y en el lanzamiento de torpedos a una altura extremadamente baja.

Como teniente de la Marina y comandante de la escuadrilla, entrené a mis hombres (sin saber para qué se estaban entrenando) para que pusieran la mayor atención a sus objetivos en el bombardeo de precisión. Mi escuadrilla tenía que adiestrarse en varios deberes, pero cuando atacábamos y bombardeábamos barcos, incluso si estábamos bombardeando durante cinco horas, y nuestras bombas no golpeaban las naves, nuestro entrenamiento se consideraba sin valor y teníamos que continuar con el bombardeo. Cuando pienso en el duro entrenamiento de los aviones torpederos que volaban cada día sobre la ciudad de Kagoshima, casi rozando los tejados y practicando en lanzar torpedos a baja altura, debo concluir que nuestro Estado Mayor ya había empezado a planear el raid a Pearl Harbor.

Pronto tuvimos la confirmación. Habíamos practicado muchos ejercicios combinados, y la preparación de los tripulantes en cada tipo de avión había alcanzado su nivel exigido. Un día de octubre, todos los oficiales superiores al grado de comandante de escuadrilla de nuestra fuerza de ataque nos reunimos en el aeródromo de Kasanohara, en el sur de Kyushu. El comandante Minoru Genda, el jefe de operaciones, entró en la sala de conferencias y sin ninguna ceremonia descorrió una cortina en la pared frontal para descubrir unas maquetas de Pearl Harbor y la isla de Oahu que ocupaban toda la pared.

A continuación explicó el plan del ataque a Pearl Harbor. Después, el contraalmirante Munetaka Sakamaki, que acababa de regresar de Alemania, informó de los progresos que la fuerza aérea alemana había logrado en la guerra. Todo esto fue confiado únicamente a los oficiales que dirigirían el ataque, y todo se mantuvo en el más estricto secreto.

Cuando me concedieron un permiso de unos días en noviembre, fui a ver a mi esposa a Kagoshima, temiendo que podía ser la última vez que nos viésemos. Tratando de mostrarme despreocupado, la hice ir a ella y a nuestro bebé de 6 meses a su pueblo natal, sin decirle nada de la guerra que se avecinaba.

Los aviones ya estaban a bordo de sus portaaviones. Un día antes de salir de Kyushu a la isla Kunashiri, nuestro último punto de reunión, celebramos una fiesta de despedida en un restaurante de Kagoshima. El vicealmirante Chuichi Nagumo, comandante en jefe de la fuerza de ataque, brindó y dio la mano a cada uno de los oficiales. A mí me pareció ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.

Nuestros seis portaaviones se dirigieron al punto de reunión en la bahía de Hitokappu, cada uno acompañado por un destructor. Algunos cruzaron por el Mar de Japón, mientras que los otros lo hicieron por la costa del Pacífico. Nuestra salida fue cubierta por aviones de entrenamiento de varios aeródromos de Kyushu, que continuaron emitiendo mensajes de radio similares a los realizados por nuestros aviones durante los ejercicios, con el fin de camuflar el repentino cambio en las comunicaciones cuando nos marchamos.

Entre el 19 y el 22 de noviembre, todos los buques de la fuerza de ataque de la operación contra Hawai se reunieron en la bahía de Hitokappu. En total la fuerza estaba formada por: nuestra escuadra al mando del almirante Nagumo, integrada por seis portaaviones: Akagi, Kaga, Soryu, Hiryu, Shokaku y Zuikaku, con la misión de realizar el ataque aéreo contra Pearl Harbor y las instalaciones militares en Oahu; la escuadra de protección, formada por del crucero ligero Abukuma y nueve destructores bajo el mando del contraalmirante Sentaro Omori; la escuadra de reserva, consistente en los acorazados Hiei y Kirishima y los cruceros pesados Tone y Chikuma bajo el mando del contraalmirante Gunichi Mikawa; la fuerza de exploración con tres submarinos al mando del capitán Kijiro Imaizumi; la fuerza de ataque a la isla de Midway, con tres destructores bajo el mando del capitán Yojin Konishi; y la escuadra de abastecimiento de ocho buques tanque al mando del capitán Kyokuto Maru.

En los pocos días que estuvimos en Hitokappu se realizaron los preparativos finales. A las 6 de la mañana del 26 de noviembre partimos de la bahía de Hitokappu, navegando hacia el este a través del tormentoso Pacífico norte, alejándonos de las rutas mercantes (el secreto era vital).

Pero en aquellos momentos todavía no estaba tomada la decisión de comenzar las hostilidades. La flota de Nagumo avanzaba hacia un área de espera, a 42º de latitud norte, 170º oeste.

El 2 de diciembre la flota combinada recibió un mensaje telegrafiado en el que se comunicaba que la guerra iba a estallar el 8 de diciembre (hora de Tokio). Fue entonces cuando la flota de Nagumo continuó su avance, acelerando a 24 nudos. A las 7 de la mañana del 7 de diciembre se había acercado rápidamente a Oahu.

Antes del amanecer del día siguiente, 8 de diciembre, la flota de Nagumo estaba a 200 kilómetros al norte de Oahu. La primera oleada de la fuerza de ataque aéreo despegó a las 1:30 am (30 minutos antes de la salida del sol). La segunda oleada saldría aproximadamente una hora más tarde. La fuerza de asalto de 354 aviones de estaba al mando de Mitsuo Fuchida.

"El destino del Imperio descansa en esta batalla. Que cada uno cumpla con su deber”. Esta fue la famosa señal que el almirante Heihachiro Togo izó en su buque insignia, el Mikasa, en la batalla de Tsushima durante la guerra ruso-japonesa, 36 años antes. Ahora, justo encima de mi cabeza, la misma señal ondeaba al viento en la punta del mástil de nuestro buque insignia, el Akagi.

El viento competía con el rugido de los motores de los aviones que calentaban en las pistas. Los primeros en despegar fueron los cazas Zero, liderados por el teniente Shigeru Itaya. Los aviones eran guiados por linternas en la oscuridad. Se movían de uno en uno hasta su posición y despegaban hacia el oscuro cielo.

A continuación, despegó el comandante Fuchida, seguido de cerca por sus catorce bombarderos de ataque. Después, el teniente Juji Murata con sus doce aviones torpederos. Se veía a los radiooperadores y observadores agitando sus hachimakis
[cintas para la frente] con el símbolo del Sol Naciente (especialmente preparadas para aquel día) en respuesta a la despedida de la tripulación del buque. Todos estaban unidos en un propósito común.

Desde los otros cinco portaaviones, los aviones despegaban y entraban en formación, mientras ganaban altura, alrededor de la fuerza de ataque. Cuando completaron sus formaciones, fijaron su rumbo hacia el sur.

Todos los portaaviones eran hormigueros de actividad. Se sacaron los aviones de los hangares y se prepararon para el despegue de la segunda oleada, que en una hora iba a seguir a la primera. Desde el Akagi saldrían nueve cazas Zero al mando del teniente Saburo Shindo y los dieciocho bombarderos, de los que yo era el líder de la segunda escuadrilla.

Mis hombres estaban de pie, en fila. Sus ojos estaban brillantes y ansiosos, y su boca firme. Tal era el grado de preparación que me limité a ordenar “Adelante”, sabiendo que harían exactamente lo que se debía hacer, incluso en circunstancias inesperadas.

Fui a mi avión, y desde el asiento del piloto probé el tubo de voz con mi observador, el suboficial Chiaki Saito. Luego examiné los instrumentos con mucho cuidado.

El barco se balanceaba y cabeceaba, pero no lo suficiente como para preocuparme. Me sentí como si se tratase de un ejercicio de rutina.

Los portaaviones maniobraron para situarse a favor del viento. Despegamos uno a uno, como había hecho la primera oleada. Giramos a mi izquierda y formamos mientras ganábamos altura en el luminoso cielo. Nuestra oleada estaba dirigida por el teniente Shigekazu Shimazaki, y estaba compuesta por 35 cazas y los 78 bombarderos del teniente Takashige Egusa. Mi propia unidad, el Grupo de Asalto 11, estaba al mando del teniente Takehiko Chihaya, que ocupaba el puesto del observador-artillero en el bombardero en picado líder. Como buntaicho (jefe de escuadra), yo cerraba la formación.

Nuestros 167 aviones giraron al sur, con los cazas cubriendo los lados de la formación, una hora después de la primera oleada. El tiempo no era muy bueno. Soplaba un viento de más de 10 km/h del noreste, y el mar estaba agitado.

Mientras volábamos, pensé en muchas cosas. Si no encontrábamos los portaaviones, los objetivos secundarios serían los cruceros. Me pregunté si los mini-submarinos especiales habrían llegado al puerto. Tenían que esperar hasta que el ataque aéreo empezase. ¿Cómo podría un hombre tener tanta paciencia? Me preocupaba que alguna de nuestras bombas cayese por error sobre ellos.

No sé cuánto tiempo estuve meditando, pero a voz del alférez Saito me hizo volver bruscamente a la realidad. Desde el asiento trasero, Saito me hizo saber que había captado una señal de radio.

El comandante Fuchida había dado la señal para atacar. Era 3:19 am, 8 de diciembre, hora de Tokio y 7:49 am, 7 de diciembre, hora de Honolulu.

Miré hacia atrás y mis aviones me seguían fielmente, como si yo fuese su padre. Me aseguré de que todos ellos habían escuchado y entendido el mensaje de radio.

Esperé durante lo que me parecieron millones de horas a recibir el siguiente mensaje. En realidad pasaron solo unos minutos hasta que el alférez Saito me comunicó a través del tubo de voz: "Señor, el ataque sorpresa ha sido un éxito”. Saito era un hombre excelente y también todo un experto como observador y operador de radio. Tenía mucha experiencia en combate. Siempre actuaba en los momentos más críticos como si estuviera jugando. Murió al año siguiente.

Él estaba tranquilo, como de costumbre, en aquel momento histórico. Yo, en cambio, estaba un poco nervioso. Respiré profundamente y probé mis armas. Comprobé el combustible, el medidor de altitud y todos los aparatos una vez más. La velocidad era de 125 nudos, altitud 4.000 metros... Todo estaba bien.

Los aviones en formación enfrente de mí volaban majestuosamente como si nada pudiera detenerlos. Estaba lleno de impaciencia. ¿Cuál sería el aspecto de Pearl Harbor?¿La isla de Oahu se parecería al mapa que había estudiado? Mis ojos escudriñaban el horizonte a través de los claros entre las nubes.

Finalmente, apareció una línea blanca, rompiendo el borde liso donde el agua se encontraba con el cielo. Sobre de la línea blanca de las olas apareció una masa de un color azul-violeta. "Eso es Oahu”, informó Saito a través del tubo de voz, tratando de mantener la voz calmada. Me acerqué a la isla con una mezcla de miedo y fascinación terrible. Pensé que era la "isla del diablo" de las leyendas japonesas. Me pregunté si batallas aéreas ya habían empezado sobre la isla.

Las nubes dispersas disminuyeron gradualmente, y pude ver una parte de la “isla del diablo” con claridad. Cuando nos aproximábamos a la línea de costa, un grupo de bocanadas de humo negro aparecieron justo enfrente de nosotros, y luego otro grupo apareció muy cerca de nuestra formación. ¡Fuego antiaéreo! Excepto por algunos disparos dispersos en China, era la primera vez que experimentaba aquello. Veía las explosiones acercarse más y más. Por mi mente cruzó la idea de que tal vez nuestro ataque sorpresa no era una sorpresa en absoluto. ¿Volveríamos a tener éxito? Me sentí muy mal.

Dejamos Kahuku Point a nuestra derecha. El comandante Shimazaki acababa de cambiar nuestra dirección. Entonces vi la Base Aérea de Kaneohe, tal como estaba planeado. Esto era solo como un ejercicio. Todo estaba bien. Mi nerviosismo se fue. Me tranquilicé.

Como no teníamos la oposición de cazas enemigos que esperábamos, nuestros propios cazas rompieron la formación para atacar los aeródromos. El comandante Shimazaki dio la señal de ataque y a continuación rompió la formación, conduciendo a la mayor parte de su grupo contra Hickam Field. El resto atacamos la base aérea de Kaneohe y la isla Ford. Nuestro bombardeo fue a una altitud de 400 metros, por debajo de la capa de nubes. A pesar de que era una altitud extremadamente baja y del intenso fuego antiaéreo, nuestro grupo no perdió ningún avión.

Nuestros 78 bombarderos giraron a la derecha, y, liderados por Egusa, se aproximaron a Pearl Harbor desde el este. Como líder de escuadrilla, yo cerraba la marcha de la formación. En esos momentos nuestra altitud era de 4.000 metros, y por debajo de las nubes podía ver Pearl Harbor frente a mí. Los bombarderos picaron para iniciar el ataque.

Por encima de la ciudad de Honolulu, las escudrillas cogieron velocidad sucesivamente y se situaron en formación de ataque. Revisé mi equipo de bombardeo y deslicé la cubierta sobre la carlinga. No podía ver bien, debido al humo, pero cuando me acercaba pude divisar una línea de buques de guerra junto a la isla Ford. Algunos estaban cubiertos por el humo, y otros estaban soltando por sus costados grandes olas marrones de petróleo. Sus cubiertas y superestructuras bailaban con los destellos de las armas antiaéreas, que parecían estar todas apuntándome a mí. Vi a otra formación de bombarderos por debajo de mí, a la derecha, y ya no me sentí solo. Iniciaron picado uno a uno, hasta el último de ellos. A continuación llegó nuestro turno.

Hice una señal a mis hombres y me dirigí hacia abajo. Desde el suelo, miles de balas trazadoras se disparaban hacia arriba, pareciendo ganar velocidad al pasar cerca de mi avión. Mi altura era de 3.000 metros y mi velocidad de 200 nudos. Quité la tapa de mi visor de bombardeo. Estaba bajando en picado en un ángulo de 50 grados. No había portaaviones en el puerto, así que decidí atacar un crucero.

La isla Ford estaba en llamas, y un pesado manto de humo flotaba en el aire de la mañana. Con los ojos pegados a la mira de bombardeo, era como si las balas inflamadas color caramelo se dirigiesen directamente a mi ojo, pero en el último momento parecía que pasaban silbando a los costados de mi avión. Los otros ocho bombarderos de mi escuadrilla me seguía de cerca en línea recta.

Fijé mi objetivo, un crucero grande, justo en el centro de la escala de la mira. El alférez Saito comenzó a darme la altitud. Un fuerte viento del este empujaba el avión a la izquierda. Corregí la deriva mientras el el objetivo se hacía más y más grande, hasta que casi llenó la mira. "Seiscientos metros”, gritó Saito. “Listo ... lanzamiento!”

Liberé la bomba y al mismo tiempo tiré hacia atrás de la palanca. Por un momento casi me desmayé, pero me espoleó el sonido de la voz de Saito por el tubo. Mi observador estaba emocionado anunciando los resultados de nuestro bombardeo: "Líder de formación corto. Segundo avión corto. ¡Tercer avión blanco! Ajuste correcto. ¡Segundo escalón éxito!”. Más tarde pude identificar nuestro objetivo como el el crucero ligero Raleigh, de la clase Omaha.

Todo el ataque duró unas dos horas. Yo solo vi sólo la parte en la que la que participó la segunda oleada. Más tarde, a nuestro regreso, escuché la historia de la primera oleada de los propios labios del Comandante Fuchida.

Mientras la primera oleada se acercaba Pearl Harbor, se podía ver colgada sobre el agua una tenue bruma de humo de las cocinas que preparaban el desayuno. Era una escena pacífica. Fuchida observaba a través de sus prismáticos, y cuando se acercaron, divisó los mástiles de los acorazados Nevada, Arizona, Tennessee, West Virginia, Oklahoma, California y Maryland apareciendo a través de la bruma. Todos los acorazados de la Flota del Pacífico de los Estados Unidos estaban en el puerto. No había portaaviones, pero Fuchida sonrió por la suerte que el destino le había concedido. Dio la orden para iniciar la formación de ataque y llevó a su propia formación hacia la parte oeste de Oahu y sobre Barbers Point. Esa zona tenía fuertes instalaciones antiaéreas, pero no hubo ni un disparo.

Al acercarse a la flota, nada se movía. Todo el mundo parecía profundamente dormido. Confiado en el éxito de su misión y en la obediencia a sus instrucciones, comunicó por radio: "Nuestro ataque por sorpresa es un éxito”.

La señal fue recogida por nuestro buque insignia, el Akagi, que informó al Consejo Imperial en Tokio y al Nagato, el buque insignia de la flota combinada en Hiroshima. Tras la recepción del mensaje, se envió la señal a las unidades que esperaban para atacar Malasia, Hong Kong, Guam, Wake y otros objetivos.

Poco después de que Fuchida enviara su mensaje, columnas de humo negro se elevaban por encima de Hickam Field y la isla Ford. Eso indicaba que el bombardeo había comenzado. A lo lejos, Hoiler Field también estaba cubierto de denso humo negro denso.

Desde su puesto como comandante del ataque y líder del grupo de los bombardeos en horizontal, Fuchida vio cómo un chorro de agua, y luego otro, y otro, aparecían al lado del grupo de buques de guerra. El ataque de los torpederos también estaba en marcha.

Fuchida dio la orden de ataque a su formación para comenzar los bombardeos. De repente, un intenso fuego antiaéreo estalló frente a sus aviones. Al principio las explosiones se sucedían delante de ellos, pero luego ajustaron hasta acabar estallando entre los bombarderos de su grupo. La mayor parte del fuego provenía de los buques, pero algunos disparos llegaban también desde posiciones antiaéreas en tierra.

A Fuchida le admiró la capacidad que demostró el enemigo para reaccionar ante un ataque y defenderse con tanta rapidez tras el comienzo del raid. El fuego antiaéreo se hizo más y más preciso. De repente, el avión de Fuchida se estremeció violentamente. Más tarde se descubrió que uno de sus cables de control habían estado a punto de salir disparado. Pese a esos problemas, puso sus aviones en formación de ataque para bombardear Diamond Head. Cuando de aproximaba, una torre de fuego de color rojo y negro, de casi 1.000 metros de altura, se levantó del acorazado Arizona, en el lado este de la isla de Ford. La explosión fue tan violenta que sacudió a los aviones a través del puerto. Hizo una señal a sus bombarderos para atacar de nuevo al Maryland, y la batalla se hizo más y más intensa. En el momento en el que llegó la segunda oleada, la batalla estaba en su apogeo.

Después de dos horas rompimos el contacto y volvimos a nuestros portaaviones, a los que llegamos a las 8:30. Las pérdidas totales fueron nueve cazas, quince bombarderos en picado, cinco bombarderos torpederos y 54 hombres muertos en acción. Habíamos destruido la principal fuerza de la Flota del Pacífico de los Estados Unidos. Se nos había escapado nuestro objetivo principal, los portaaviones, ya que estaban en el mar, pero el Almirante Nagumo consideraba que habíamos cumplido con nuestra misión.

Yo todavía estaba en un estado de aturdimiento y de ensueño cuando volví a mi habitación. Entré en el pequeño cuarto, y empece a quitarme el uniforme de vuelo. En el centro de mi escritorio limpio de lo contrario poner el sobre con mi última voluntad, dirigido a mi padre. De repente, levanté el ánimo. Era bueno estar vivo.

A las 9 de la mañana la flota puso rumbo al noroeste, y comenzamos el regreso a casa. El ataque había terminado. Habíamos cumplido nuestra misión. La guerra estaba en marcha.


Después de Pearl Harbor, Abe participó en numerosos combates aeronavales en las Aleutianas, el Pacífico, Australia y el Índico. Durante la Batalla del Mar de Filipinas, el 19 de junio de 1944, tomó parte en un ataque sin retorno lanzado desde el portaaviones Junyo. Como no tenía combustible para regresar, después de descargar sus bombas contra los buques estadounidenses tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en la isla de Rota, entre Saipan y Guam. Allí estuvo escondido durante meses en una cueva. En agosto de 1945 se rindió a los estadounidenses. Durante todo aquel tiempo, su esposa lo creyó muerto.

Fuentes:
http://www.historynet.com/lieutenant-zenji-abe-a-japanese-pilot-remembers.htm
http://www.elmundo.es/magazine/m92/textos/

Mataría por un baño caliente

La Primera Guerra Mundial terminó oficialmente a las 11 de la mañana del día 11 del mes 11 de 1918. Hace unos días, cuando conté la historia de Henry Gunther, muerto en el último minuto de la guerra, explicaba que en cuanto se supo la hora en la que entraría en vigor el alto el fuego, tanto sus compañeros como los enemigos que tenían enfrente se dedicaron a dejar pasar el tiempo esperando a que se cumpliese el plazo. Seguro que en todo el frente hubo muchos casos como ese, pero otros soldados tuvieron menos suerte. Algunos mandos aliados decidieron que tenían que aprovechar las últimas horas de la guerra para ganar un poco de gloria para sí mismos, y de paso enviar a la muerte a unos cientos de hombres. El historiador Joseph Persico calculó que en las menos de seis horas que transcurrieron entre el momento de la firma del armisticio (las cinco y diez de la mañana) y la hora en que se haría efectivo (las once en punto) hubo en el frente occidental un total de 10.944 bajas, de ellas 2.738 muertes. Estas cifras de bajas son bastante mayores que la media diaria en todo el frente occidental durante la guerra.

Una de las acciones más injustificables fue la ordenada por el general estadounidense William Mason Wright, comandante de la 89ª División de Infantería. Su división, como la mayor parte de la Fuerza Expedicionaria Estadounidense en Francia, se encontraba desplegada en el frente de la ofensiva Mosa-Argonne. El 11 de noviembre Wright ordenó un ataque contra la pequeña ciudad de Stenay, aun sabiendo que los alemanes iban a tener que entregar la población unas horas después. El asalto le costó a la división 365 bajas. Más tarde, cuando las noticias sobre el caso provocaron una gran indignación en Estados Unidos, Wright justificó el ataque explicando que, al ver a sus soldados sucios y desharrapados, pensó que era urgente que pudiesen disfrutar de los baños de la ciudad francesa.

La batalla de Stenay no tuvo ninguna consecuencia negativa en la carrera militar del general Wright. Pocos años después fue nombrado Jefe de Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos. Cuando fue condecorado con la Medalla al Servicio Distinguido, la mención aclaraba:

"Por servicios excepcionalmente meritorios y distinguidos. Estuvo al mando sucesivamente de la 35ª División, el 3º, 5º y 7º Cuerpos, bajo el 8º Ejército francés en la cordillera de los Vosgos, y más tarde mandó la 89ª División en la ofensiva de St. Mihiel y en las operaciones finales en el río Mosa, donde demostró ser un líder enérgico y agresivo".

Los otros James Bond

A raíz de una crítica cinematográfica que ha publicado Canichu en El Tornillo de Klaus sobre la última película de James Bond, 007: Operación Skyfall, me dio por dar un repaso a la larga lista de personajes reales que supuestamente inspiraron a Ian Fleming para crear a su agente secreto “con licencia para matar”. Ya hablé en el blog de alguno de ellos, como William Stephenson, director de las redes de inteligencia británicas en Norteamérica y creador de Camp X, un mítico centro de entrenamiento para agentes situado en Canadá. Pero Stephenson no es el único. El propio Ian Fleming fue miembro de la Inteligencia Naval británica durante la guerra, y su hermano Peter un importante agente del SOE en Oriente Medio, los Balcanes y el sudeste asiático. Tanto uno como otro conocieron a muchos de los más destacados nombres de los servicios de inteligencia británicos en aquellos años, entre los que abundaban los personajes pintorescos de todo tipo. Los espías británicos siempre han sido gente rara. Así que si algo le sobraba a Ian eran fuentes de inspiración.

Como digo, estuve buscando por internet información sobre los distintos personajes que pudieron inspirar el personaje de James Bond. Así me encontré con la historia de cómo se conocieron entre sí dos de ellos, y cómo el deslumbrante estilo de vida de uno, muy “bondiano”, pudo influir para que el otro acabase también metido en el mundillo de los servicios de inteligencia.

Fitzroy MacLean era miembro de una familia aristocrática escocesa, nacido en Egipto y criado en Italia. Después de licenciarse en Historia en Cambridge, en 1933, se unió al servicio diplomático. En 1935 el joven Fitzroy (tenía 23 años) era tercer secretario de la embajada británica en París. El día de Año Nuevo el embajador Sir George Clark invitó a una fiesta en su residencia a todos los miembros de la legación. Durante la comida a Fitzroy le tocó sentarse al lado de una impresionante rubia norteamericana elegantemente vestida. Se llamaba June Dunderdale, de soltera Morse (era nieta de Samuel Morse, el inventor). MacLean le preguntó a qué se dedicaba, y ella respondió que su marido era un empleado de la Oficina Británica de Control de Pasaportes. Más tarde le presentó a su esposo, el comandante Wilfred Dunderdale. La pareja le invitó a cenar en su casa una semana más tarde.

Aquella noche resultó ser toda una revelación para el joven diplomático. Los Dunderdale vivían en un magnífico apartamento cerca de la Torre Eiffel, con un impresionante vestíbulo de mármol. Durante la cena, para veinticuatro invitados, el champagne corría a raudales. Después Dunderdale llevó a sus invitados a un club nocturno propiedad de un general zarista exiliado. El general saludó efusivamente a Dunderdale, que presentó al joven Fitzroy diciendo: "Este es mi amigo MacLean, quiero que tenga champán gratis cada vez que venga por aquí". El grupo permaneció toda la noche en el local. Al amanecer, Dunderdale propuso un viaje en barco por el Sena. Fitzroy pensaba que hablaba de un bateau mouche, pero cuando llegaron al río se encontró con un yate privado. También allí se servía champagne sin límite. MacLean nunca había visto tanto derroche.

Por la mañana, Fitzroy llego a su despacho tambaleándose y medio dormido. Cuando se encontró con el agregado militar, le contó su aventura nocturna, mostrando su extrañeza de que un simple funcionario pudiera permitirse semejante estilo de vida. El agregado se rió: “¿No sabes lo es que la Oficina de Control de Pasaportes? Es una tapadera habitual del SIS”.
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Dunderdale había nacido en Odessa de padres británicos, aunque fue criado como un nativo ruso. En 1924 se unió a la inteligencia británica. Entre 1925 y 1939 fue el representante del SIS en París. Seguramente para el servicio secreto británico el glamour de su mujer June era un activo más valioso que el propio comandante Dunderdale.

Poco después Fitzroy pidió un destino en Moscú, buscando dar algo de emoción a su vida. En la Unión Soviética se dedicó a viajar por el país, especialmente por regiones remotas prohibidas a los extranjeros. Al comenzar la Segunda Guerra Mundial renunció al servicio diplomático para poder ingresar en el Ejército como soldado raso. En 1942 se distinguió en incursiones de comando tras las líneas enemigas como miembro del SAS (Special Air Service) en el norte de África. Al mismo tiempo, había iniciado su carrera política. En 1941 fue elegido diputado por el partido Conservador. Su relación con Winston Churchill permitió que le confiasen misiones en Persia y sobre todo en Yugoslavia, donde hizo de enlace con los partisanos de Tito, a pesar de su anticomunismo declarado.

Por su parte, Dunderdale continuó en París al mando de la inteligencia británica en Francia. Era cliente habitual del restaurante Maxim's, conducía un Rolls Royce y lucía trajes hechos a mano y gemelos Cartier. Todo un bon vivant amante de los coches veloces y las mujeres atractivas. Cuando los alemanes invadieron Francia, regresó a Londres. Allí se convirtió en el enlace del MI6 con la inteligencia polaca.

En 1940 Ian y Peter Fleming conocieron en Londres a Fitzroy MacLean y Wilfred Dunderlane. Ambos son considerados por los estudiosos del tema (que los hay) como dos de los principales personajes que sirvieron de inspiración a Ian Fleming para crear a James Bond.

Por un minuto

Henry Gunther nació el 6 de junio de 1895 en Baltimore, en el estado norteamericano de Maryland. Sus padres eran hijos de inmigrantes alemanes, al igual que muchos de sus vecinos. Se crió en Highlandtown, un barrio del este de Baltimore con una fuerte influencia de la comunidad germano-americana.

Cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, Henry trabajaba como contable en el National Bank of Baltimore. No se presentó voluntario para ingresar en el Ejército, pero en septiembre de 1917 fue reclutado para su servicio militar. Fue destinado al 313º Regimiento, el "Baltimore's Own", que estaba integrado en la 79ª División de Infantería. En julio de 1918 la división desembarcó en Francia como parte de la Fuerza Expedicionaria Estadounidense. El 12 de septiembre llegó al frente. Henry era sargento de intendencia, encargado de la equipación y la ropa de su unidad.

Un día Henry escribió una carta a un amigo suyo de Baltimore, en la que hablaba de las "condiciones miserables" que tenía que soportar en el frente, y le aconsejaba que intentase cualquier cosa para evitar ser reclutado. La carta fue interceptada por los censores. Su contenido se consideró una violación de los reglamentos del Ejército, y como castigo Henry fue degradado de sargento a soldado raso.

El 11 de noviembre de 1918 Alemania firmó el armisticio que ponía fin a la guerra. La firma se había hecho ese día a las cinco de la mañana, pero el alto el fuego no se haría efectivo hasta unas horas después, a las once en punto. La 79ª División estaba desplegada en el frente de la ofensiva Mosa-Argonne. A media mañana el 313º recibió la orden de avanzar hacia Metz. En las cercanías del pueblo de Chaumont-devant-Damvillers, el pelotón de Henry se encontró con una barricada bloqueando la carretera, defendida por dos ametralladoras alemanas. Desde las posiciones alemanas se hicieron algunos disparos sobre las cabezas de los estadounidenses para obligarles a detenerse, y luego cesó el fuego. Nadie se movía. Los dos bandos mantenían sus posiciones a la espera de que llegase la hora en la que el armisticio entraría en vigor. Pero en el último momento, desoyendo los gritos de su sargento (y su mejor amigo) Ernest Powell, Henry se levantó y cargó con la bayoneta calada contra la posición enemiga. Los soldados alemanes le gritaron y le hicieron señales con los brazos para que parase, pero él continuó con su carrera y disparó "un tiro o dos". Cuando se acercó demasiado a las ametralladoras, apenas a unos metros, los alemanes abrieron fuego. Henry murió en el acto. Eran las 10:59. Fueron los mismos alemanes los que colocaron su cuerpo en una camilla y se lo entregaron a sus compañeros.

James M. Cain, que años después se convertiría en un famoso novelista (autor de El cartero siempre llama dos veces), era en aquella época corresponsal del Baltimore Sun. Después de entrevistar a sus compañeros de armas concluyó que "Gunther meditó mucho sobre su castigo, y terminó obsesionado con la determinación de hacerse valer ante sus oficiales y compañeros. Particularmente estaba preocupado porque creía que se sospechaba que era un simpatizante de los alemanes. El regimiento entró en acción un par de días después de que Gunther fuese degradado, y desde el primer momento mostró una voluntad de lo más inusual para exponerse a todo tipo de riesgos ".

Al día siguiente el general John J. Pershing, comandante en jefe de la Fuerza Expedicionaria Estadounidense, mencionó a Gunther en la orden del día, como el último soldado norteamericano muerto en la guerra. El Ejército restauró a título póstumo su rango de sargento. Además fue condecorado con la Cruz de Servicios Distinguidos.

En el último momento, Henry Gunther consiguió demostrar que podía ser un héroe.

Fuentes:
http://en.wikipedia.org/wiki/Henry_Gunther
http://www.findagrave.com/cgi-bin/fg.cgi?page=gr&GRid=16204809
http://articles.baltimoresun.com/2008-11-11/news/0811100097_1_henry-gunther-11th-month-war-i


Krystyna Skarbek, la primera chica Bond


Krystyna Skarbek nació el 1 de mayo de 1915 en una hacienda de Mlodzieszyn, 50 km al oeste de Varsovia. Era la hija menor del conde Jerzy Skarbek y Stefania Goldfeder, hija a su vez de un rico banquero judío. Se podría decir que el suyo era un matrimonio de conveniencia, que permitió al conde Skarbek pagar sus deudas y continuar con el lujoso estilo de vida al que estaba acostumbrado. Krystyna recibió una buena educación, y demostró tener una gran facilidad para los idiomas. Además del polaco, hablaba con fluidez inglés, francés y alemán. Creció compartiendo el amor de su padre por los caballos. Junto a la equitación, su otra pasión era el esquí, un deporte que empezó a practicar durante las estancias de su familia en Zakopane, en las montañas del sur de Polonia.

La crisis económica de 1929 dejó a la familia en una situación financiera desesperada. Tuvieron que deshacerse de la hacienda de Mlodzieszyn y mudarse a Varsovia. En 1930 murió el padre de Krystyna. En poco tiempo el imperio financiero de la familia Goldfeder se derrumbó, dejando apenas el dinero suficiente para mantener a la condesa viuda Stefania.

Krystyna encontró trabajo en un concesionario de Fiat, pero pronto tuvo que abandonarlo a causa de una enfermedad pulmonar. Como su padre había muerto de tuberculosis, los primeros diagnósticos apuntaban a esa dolencia. Pero más tarde le diagnosticaron una enfermedad provocada por las emanaciones de gases de los automóviles, lo que le permitió cobrar una indemnización del seguro de su empresa. Siguiendo el consejo de sus médicos de pasar todo el tiempo posible al aire libre, dedicaba los días a practicar el senderismo y el esquí en las montañas de Tatra, en el sur de Polonia. En aquella época Krystyna se casó por primera vez, con un joven hombre de negocios llamado Karol Getlich. Pronto se dieron cuenta de que eran incompatibles, y el matrimonio terminó amistosamente unos meses después.

Un día, mientras esquiaba en Zakopane, Krystyna perdió el control descendiendo por una ladera. En el último momento un hombre enorme se interpuso en su camino y la salvó. Su nombre era Jerzy Gizycki, un joven excéntrico y brillante que provenía de una rica familia ucraniana. A los catorce años se había escapado de casa después de pelearse con su padre. Había vivido en Estados Unidos, trabajando en oficios como el de cowboy o buscador de oro. Con el tiempo se convirtió en escritor, y se dedicaba a viajar por el mundo en busca de material para sus libros y artículos.

Krystyna y Jerzy se casaron en Varsovia el 2 de noviembre de 1938. Poco después Jerzy aceptó un cargo diplomático en Etiopía, donde se desempeñó como cónsul general de Polonia hasta septiembre de 1939. Cuando estalló la guerra y Polonia fue invadida por los alemanes, el matrimonio se dirigió a Kenia para llegar desde allí a Inglaterra. En Londres Krystyna ofreció sus servicios a los servicios secretos británicos. Estaba dispuesta a regresar a su país y servir como enlace entre la resistencia polaca y los aliados. Por mediación del periodista Frederick Voigt consiguió ser aceptada como agente del SIS (Servicio Secreto de Inteligencia).

Krystyna viajó a Hungría, y en diciembre de 1939 persuadió al esquiador olímpico polaco Jan Marusarz para que la guiase a entrar en la Polonia ocupada a través de las montañas Tatra, cubiertas de nieve. Al llegar a Varsovia Krystyna se reencontró con su madre, a la que rogó que saliese del país. Stefania se negó a hacerlo. Fue la última vez que se vieron. Poco tiempo después la condesa fue arrestada y asesinada por la Gestapo. En un cruel giro del destino, murió en la prisión Pawiak de Varsovia, que había sido diseñada a mediados del siglo XIX por un antepasado de Krystyna, Fryderyk Skarbek Florian, reformador de prisiones y padrino de Frédéric Chopin.

Un incidente ocurrido en febrero de 1940 ilustra el peligro al que se enfrentaba trabajando como agente encubierta en su propio país. En un café de Varsovia fue reconocida por una mujer, que exclamó: "¡Krystyna, Krystyna Skarbek! ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Me dijeron que te habías ido al extranjero!" Skarbek, con frialdad, negó que ese fuese su nombre, aunque la mujer insistió en que el parecido era tal que ella habría jurado que era Krystyna Skarbek. Después de que la inoportuna señora se marchase, Krystyna permaneció algún tiempo en el café antes de salir, para no despertar sospechas.

Krystyna ayudó a organizar un equipo de mensajeros polacos que llevaban informes de inteligencia de Varsovia a Budapest. Entre ellos estaba su primo Ludwik Popiel, que logró sacar de contrabando un fusil antitanque Modelo 35 (zw.35), con la culata y el cañón serrados para poder ser transportado más fácilmente. El wz.35, pionero en la munición con núcleo de tungsteno, era una de las joyas de la ingeniería armamentística polaca. Era un arma tan secreta que no fue distribuida entre las divisiones polacas hasta la movilización inmediatamente anterior a la guerra. El riesgo que corrió Popiek no sirvió de mucho, ya que los aliados no sacaron ningún provecho de su fusil. Los diseños y especificaciones técnicas habían sido destruidos durante la invasión alemana, y no había medios para aplicar la ingeniería inversa. Krystyna tuvo un tiempo el arma escondida en su apartamento de Budapest.

En Hungría Krystyna se reencontró con un amigo de la infancia llamado Andrzej Kowerski. Cuando eran niños, mientras el padre de Andrej se reunía con el conde para hablar de negocios, ellos jugaban en los establos de la hacienda de Mlodzieszyn. Kowerski era un ex-oficial del ejército polaco que había perdido parte de una pierna en un accidente de caza antes de la guerra, lo que no le impedía ser un hombre muy atlético y un experto paracaidista. También era un agente británico, que ayudaba a salir de Polonia a militares y agentes de inteligencia polacos y aliados. En sus tratos con los ingleses utilizaba el nombre de “Andrew Kennedy”.

A comienzos de 1941 Krystyna era ya muy conocida por la Gestapo. A pesar de ello, estaba planeando otro viaje a Polonia en compañía de Kowerski. Sus planes se truncaron cuando ambos fueron arrestados en Budapest. En ese momento Krystyna demostró su rapidez de reflejos y su sangre fría al fingir los síntomas de la tuberculosis mordiéndose la lengua hasta escupir sangre. Hungría aún no había entrado en la guerra, y Krystyna estaba lejanamente emparentada con el regente húngaro, el Almirante Mikos Horthy (un primo suyo se había casado con una pariente de Horthy). Gracias a eso evitó que les entregasen a la Gestapo y consiguió su liberación y la de Kowerski. La pareja consiguió salir de Hungría a través de los Balcanes y Turquía.

En Polonia Skarbek había establecido contacto con una organización de resistencia conocida como “los mosqueteros", creada en octubre de 1939 por un ingeniero e inventor llamado Stefan Witkowski (que sería asesinado en octubre de 1941). Krystyna fue informada a través de sus conexiones con los mosqueteros de la concentración de tropas alemanas en las fronteras orientales y de otros detalles que permitían predecir que Hitler estaba preparando la invasión de la Unión Soviética. Era una información explosiva, pero en realidad nada nuevo para los servicios de inteligencia británicos, que conocían de sobra los planes alemanes gracias a Ultra, la descodificación de sus comunicaciones militares.

Cuando llegaron a las oficinas del SOE de El Cairo (el SOE, Special Operations Executive, había nacido en julio de 1940 a partir de la sección D del SIS, la encargada de las operaciones encubiertas en territorio ocupado por el enemigo), se sorprendieron al descubrir que estaban bajo sospecha debido a la facilidad con la que habían obtenido del cónsul del gobierno de Vichy en Estambul los permisos de tránsito por Siria y el Líbano. La desconfianza venía sobre todo por parte de las fuerzas polacas y del gobierno polaco en el exilio. Los servicios secretos británicos, que conocían mejor que sus compatriotas las actividades que Skarbek y Kowerski habían estado desarrollando para ellos, acabaron disipando las dudas de los polacos. Andrzej Kowerski pudo reanudar su trabajo como agente de inteligencia. Por su parte, Krystyna Skarbek se quedó en los años siguientes apartada de la acción en primera línea. Cuando se reencontró con su marido le confesó que amaba a Andrzej. Poco después Gizycki renunció a su propia carrera como agente de inteligencia y emigró a Canadá. Por aquella época Krystyna comenzó a utilizar el alias Christine Granville, un nombre que después de la guerra adoptaría legalmente.

En 1944 el SOE se enfrentaba a la escasez de equipos de inteligencia experimentados necesarios para los preparativos de la invasión de Francia. Tenían una gran cantidad de agentes en formación, pero todavía no estaban suficientemente preparados, y enviarles antes de tiempo pondría en peligro, además de la vida de los propios agentes, la seguridad de las redes de resistencia con las que tenían que contactar. El SOE recurrió de nuevo a Krystyna, una agente con mucha experiencia que además hablaba francés con fluidez. Su desempeño anterior en Polonia había sido excepcional, y tan solo requería alguna pequeña orientación sobre las particularidades de trabajar en Francia.

Skarbek fue la elegida para reemplazar a Cecily Lefort, una agente del SOE que había sido capturada por la Gestapo (acabaría encarcelada en el campo de concentración de Rabensbrück y ejecutada en febrero de 1945, después de meses de torturas). Lefort era la enlace entre el SOE y la red de resistencia conocida como “Jockey”, que actuaba en el valle del Ródano y estaba dirigida por un belga-británico llamado Francis (o François) Cammaerts. Este era un personaje curioso. Era un joven muy culto, licenciado en historia e inglés por la universidad de Cambridge e hijo del poeta belga Emil Cammaerts. Pacifista convencido, en 1940 había conseguido que los tribunales británicos le reconociesen su derecho a la objeción de conciencia. Mientras el resto del mundo ardía en la mayor guerra jamás conocida por la Humanidad, él llevaba una vida tranquila, trabajando en una explotación agrícola de Lincolnshire. Pero un día recibió la noticia de la muerte de su hermano Pieter, piloto de la RAF, y decidió que no podía mantenerse al margen por más tiempo. Se unió voluntariamente al SOE, esgrimiendo como gran mérito su dominio del idioma francés. En marzo de 1943 saltó en paracaídas sobre la Francia ocupada. Unos meses después dirigía la principal red de resistencia que operaba en el sureste del país.

El 6 de julio de 1944 Skarbek, que en Francia se haría llamar Pauline Armand, fue lanzada en paracaídas en el sur de Francia. Kristina ayudó a poner en contacto a Cammaerts con partisanos italianos y maquis franceses para operaciones conjuntas contra los alemanes en los Alpes, y a inducir a la deserción de soldados polacos y de otras nacionalidades que habían sido reclutados por las fuerzas de ocupación alemanas.

El 13 de agosto de 1944, justo dos días antes del inicio de la Operación Dragón (los desembarcos aliados en el sur de Francia), Francis Cammaerts, otro agente de SOE llamado Xan Fielding, y un oficial francés, Christian Sorensen, fueron detenidos en un control de carretera. Cuando Skarbek se enteró de que iban a ser ejecutados, consiguió que la recibiese el capitán Albert Schenck, oficial francés de enlace entre la prefectura de Digne y la Gestapo. Se presentó como la esposa de Cammaerts y como una sobrina del mariscal Montgomery (nada menos). Amenazó a Schenck con que los británicos vengarían cualquier daño que sufriesen los prisioneros, reforzando su amenaza con una oferta de dos millones de francos por la liberación de los tres hombres. Schenck la condujo a un oficial de la Gestapo llamado Max Waem.

Durante tres horas, Krystyna negoció con Waem, combinando las amenazas con las promesas de soborno. Le dijo que los aliados desembarcarían en cualquier momento, que ella era agente aliada y estaba en contacto diario por radio con las fuerzas británicas. “Si yo fuese usted me pensaría muy bien la proposición que le hago. Como le dije al capitán Schenck, si algo le pasa a mi marido o a sus amigos, las represalias serán rápidas y terribles, porque no tengo que decirle que tanto usted como el capitán tienen una infame reputación entre los locales”. Cada vez más alarmado por la idea de lo que podría ocurrirle si los aliados y la Resistencia decidían vengar los numerosos asesinatos que había cometido, Waem golpeó la culata de su revólver sobre la mesa y dijo: “Si los saco de la prisión, ¿qué vas a hacer para protegerme?”.

Cuando Cammaerts y los otros dos hombres fueron sacados de sus celdas, estaban convencidos de que iban a ser ejecutados. En lugar de eso les condujeron hasta un coche, en el que se encontraron con una sonriente Krystyna sentada al volante. Años después del incidente de Digne, Skarbek reconoció que durante sus negociaciones con la Gestapo no fue consciente del peligro que corría. Solo después de que ella y sus compañeros hubiesen escapado se dijo: "¿Qué he hecho? ¡Podrían haberme matado!"

Krystyna recomendó al capitán Schenck que abandonase Digne. No lo hizo, y fue asesinado poco después por personas desconocidas. Su esposa se quedó con el dinero del soborno. Después de la guerra fue detenida cuando trataba de cambiarlo por nuevos francos, pero fue liberada después de que las autoridades investigasen su historia. Se las arregló para cambiar el dinero, pero solo recibió una pequeña parte de su valor.

Cuando los equipos del SOE regresaron de Francia, Krystyna se había ganado una gran reputación militar. Siendo polaca, era ideal para ser destinada a las misiones que estaba planeando el SOE en su tierra natal en los meses finales de la guerra. El gobierno británico y el gobierno polaco de Londres estaban colaborando para establecer una red que tenía que informar sobre lo que ocurría en Polonia, que en esos momentos estaba siendo ocupada por el Ejército Rojo. Las fuerzas polacas en el exilio ya habían olvidado sus sospechas sobre la lealtad de Kowerski y Skarbek, y a comienzos de 1945 ambos se preparaban para saltar sobre Polonia. Sin embargo, la misión, la Operación Freston, fue cancelada cuando el primer grupo enviado al país fue capturado por los soviéticos (los agentes serían puestos en libertad en febrero de 1945).

Cuando terminó la guerra Krystyna Skarbek/Christine Granville/Pauline Armand era la agente femenina más veterana del SOE, de hecho cuando la organización nació oficialmente ella era ya una agente experimentada. Krystyna se licenció con el grado de capitán de la Women's Auxiliary Air Force (a todas las agentes se les asignaba un rango militar, y el suyo era el más alto al que había llegado cualquier otra mujer del SOE). Fue condecorada con la George Medal por su misión en Digne. En mayo de 1947 fue nombrada Oficial de la Orden del Imperio Británico. También el gobierno francés le concedió la Croix de Guerre, en reconocimiento a su contribución a la liberación de Francia.

Pero todos aquellos reconocimientos no le sirvieron de mucho. Unas semanas después del final de la guerra Krystyna fue despedida con un mes de salario. No podía regresar a su país, convertido en una dictadura comunista, debido a sus conexiones con el gobierno polaco en el exilio y a su origen aristocrático. Demasiado orgullosa para pedir otro tipo de ayuda, se fue a El Cairo, al tiempo que solicitaba un pasaporte británico. Mientras la lenta burocracia hacía su trabajo, la hija del conde Skarbek se convirtió en una apátrida sin recursos económicos. En los años siguientes tuvo que ganarse la vida con trabajos modestos, como el de dependienta en varias tiendas. Su último empleo fue de azafata en un trasatlántico.

Krystyna Skarbek tuvo un final trágico y prematuro. El 15 de junio 1952 murió apuñalada en el vestíbulo de un hotel barato de Kensington. Su asesino fue un hombre llamado Dennis Muldowney, un compañero de trabajo (mayordomo en el trasatlántico) obsesionado con ella que no pudo soportar su rechazo. Muldowney fue juzgado y condenado por asesinato. Fue ajusticiado en la horca el 30 de septiembre de 1952.

En los últimos años de su vida Krystyna conoció a Ian Fleming, con quien supuestamente tuvo una aventura amorosa (aunque de eso no hay ninguna prueba). Hay quien cree que Vesper Lynd, el personaje femenino de la primera novela de Fleming, Casino Royale (y la primera “chica Bond”), estaba inspirada en ella. Lo cierto es que ninguna chica Bond resistiría una comparación con Krystyna Skarbek.

Fuentes:
http://polishgreatness.blogspot.com.es/2011/02/spy-week-famous-polish-spies-krystyna.html
http://cosmopolitanreview.com/component/content/article/296
http://en.wikipedia.org/wiki/Krystyna_Skarbek
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