La práctica de los pilotos de caza de embestir bombarderos enemigos con sus aviones fue relativamente frecuente en la Segunda Guerra Mundial, en especial en la VVS (Fuerza Aérea Soviética), donde se llegó a oficializar mediante órdenes escritas. Las directivas soviéticas aconsejaban los ataques de embestida (que ellos denominaban
Tarán, “Ariete” en ruso) cuando el piloto se hubiese quedado sin municiones o el bombardero enemigo se dirigiese a un objetivo de gran importancia para el Estado. Las directrices oficiales reconocían la disposición para el sacrificio del piloto, pero al mismo tiempo detallaban las distintas técnicas de ataque que permitían realizar las embestidas de la manera más efectiva y segura posible, ya que, aunque suponían un gran riesgo, no se consideraban ataques suicidas. Hubo cientos de ataques Tarán durante la guerra. Muchos pilotos soviéticos murieron en ellos, aunque otros llegaron a sobrevivir a varios ataques y se convirtieron en auténticos especialistas. En
otras fuerzas aéreas se dieron casos aislados de pilotos que por iniciativa individual embistieron un bombardero enemigo. No necesariamente eran acciones suicidas. A menudo bastaba con destrozar el timón de cola con la hélice o golpear un ala para derribar el avión contrario, pero también con demasiada frecuencia el piloto perdía el control de su propio avión tras el golpe y ambos aparatos acababan estrellándose.
Pero si hablamos de disposición al sacrificio, es difícil que algún otro país estuviese a la altura de los japoneses. Tanto en las fuerzas aéreas del Ejército Imperial como en las de la Marina se pueden encontrar casos de pilotos de caza que por propia iniciativa decidieron estrellarse contra aviones enemigos, igual que otros lo hicieron contra barcos u objetivos terrestres desde mucho antes del
nacimiento oficial de las escuadrillas kamikaze.
El 8 de mayo de 1943, en el este de Nueva Guinea, un solitario B-17 de la USAAF de nombre
The Fighting Swede fue atacado por una escuadrilla de cazas Nakajima Ki-43 del Ejército Imperial. Cuando parecía que el bombardero iba a conseguir librarse de sus atacantes, un Ki-43 pilotado por el sargento Takao Oda lo embistió de frente. Los dos aviones se estrellaron, muriendo todos los tripulantes. El sargento Oda recibió un ascenso póstumo a teniente por su sacrificio. Unos días antes, el 1 de mayo de 1943, durante un combate aéreo sobre Rangún, el sargento Miyoshi Watanabe, del 64º Sentai (grupo aéreo del Ejército Imperial), golpeó con su Ki-43 la cola de un B-24 Liberator. Ambos aviones se vieron obligados a hacer un aterrizaje de emergencia, y los tripulantes del bombardero estadounidense fueron hechos prisioneros (solo tres de ellos sobrevivirían a su cautiverio). El 26 de octubre de 1943 otro Ki-43 del 64º Sentai, también sobre Birmania, embistió a un B-24 e hizo que se estrellase en la jungla. Solo hubo un superviviente, el alférez Gus Johnston, que fue capturado y pasó el resto de la guerra en un campo de prisioneros. El piloto japonés, un cabo novato de 19 años llamado
Tomio Kamiguchi, salvó la vida al saltar en paracaídas. El Ejército dio publicidad a su acción como una muestra de heroísmo, aunque sus compañeros más veteranos no estaban nada de acuerdo. Según decían, el bombardero estadounidense ya había sido dañado por el fuego de varios cazas y estaba cayendo cuando el Ki-45 de Kamiguchi lo golpeó. Estos son solo tres ejemplos de ataques de embestida de cazas del Ejército Imperial, todos ellos por iniciativa personal de los pilotos. Siguió siendo así hasta que en los meses finales del conflicto aparecieron en escena los bombarderos B-29. Impotentes para hacer frente a los
raids de las superfortalezas volantes, las fuerzas aéreas del Ejército Imperial no solo aceptaron la embestida como una táctica válida, sino que llegaron a crear unidades suicidas especializadas en ese tipo de ataques.
Una formación de B-29 soltando sus cargamentos de bombas sobre Yokohama:
El Boeing B-29 Superfortress podría considerarse el arma más mortífera de toda la guerra. Era un bombardero pesado, enorme para su época, que permitía transportar una carga de hasta 9 toneladas de bombas. Su alta cota de vuelo lo hacía prácticamente invulnerable a la artillería antiaérea y al ataque de muchos de los modelos de caza japoneses. Los interceptores que podían alcanzar su altura tenían que hacer frente a su impresionante armamento defensivo, consistente en diez ametralladoras repartidas por todo el aparato y un cañón de 20 mm en la cola, y para derribarlos necesitaban mucho más que el fuego de sus ametralladoras, que los bombarderos soportaban sin demasiados problemas gracias a la robustez de su diseño. En el verano de 1944 los B-29 comenzaron a atacar con relativa impunidad todo tipo de objetivos estratégicos en el sur de Japón, Formosa y otros territorios del Imperio. A partir del otoño, con la entrada en servicio de las bases aéreas de las Marianas, todo el archipiélago japonés quedó dentro del radio de acción de las fortalezas volantes. Los pilotos de caza que defendían los cielos japoneses, frustrados por sus casi nulos resultados en sus intentos de detenerlos, comenzaron a estrellar sus aviones contra los bombarderos estadounidenses. El primer caso conocido de embestida suicida contra un B-29 lo protagonizó el sargento Shigeo Nobe, del 4º Sentai. El 20 de agosto de 1944 el sargento Nobe despegó con su Kawasaki Ki-45 para hacer frente a una incursión de bombarderos B-29 contra las acerías de Yawata, en Fukuoka, se dirigió de frente contra uno de los bombarderos enemigos y se estrelló intencionadamente contra él. La explosión provocó daños fatales a un segundo bombardero, que también cayó derribado. Su ejemplo y el de otros pilotos que se sacrificaron de la misma manera en las semanas siguientes demostraron que, desde un punto de vista práctico, la embestida de los cazas era una de las pocas tácticas válidas que se podían utilizar contra las superfortalezas volantes.
Con ese convencimiento, varios comandantes de Sentai (grupos aéreos del Ejército) se decidieron a crear unidades de “Ataque Especial” (el eufemismo con el que se conocía habitualmente a las unidades suicidas) específicamente preparadas para realizar ataques de embestida contra los bombarderos enemigos. Estas unidades recibieron la denominación de Shinten Seiku Tai, algo así como “Unidad de Superioridad Aérea”. Sus integrantes eran voluntarios provenientes de las escuadrillas de cada uno de los Sentai. En teoría era un destino sin retorno: se esperaba que los pilotos encadenasen misiones hasta acabar muertos o incapacitados para seguir volando. La más conocida de todas esas unidades fue la Shinten Seiku Tai del 244º Sentai, un grupo de caza con base en Chofu, un suburbio de Tokio, que en los meses siguientes se destacaría en la defensa de la capital contra las incursiones de bombarderos enemigos. El 244º Sentai estaba bajo el mando del capitán Teruhiko Kobayashi, que con solo 24 años era el comandante de grupo más joven del Ejército Imperial. En noviembre de 1944 Kobayashi organizó una Unidad de Superioridad Aérea con pilotos voluntarios de sus tres Chotais (escuadrillas) equipada con cazas Kawasaki Ki-61 Hien.
El Ki-61 era un caza muy ligero y veloz, pero frágil y con poca potencia de fuego. Sus líneas, poco habituales en los cazas japoneses, hicieron creer a la inteligencia estadounidense que en realidad se trataba del italiano Macchi MC 202, supuestamente importado o construido bajo licencia en Japón, por lo que en la
nomenclatura aliada recibió la muy italiana denominación de “Tony”. Para las misiones de embestida a los cazas se les retiró el armamento y la mayor parte de su blindaje, con lo que se redujo todavía más su peso y aumentó su velocidad de ascenso.
Un Ki-61 del 244º Sentai:
No hubo un modelo específico de caza para este tipo de misiones. Cada Sentai recurría a los aparatos que tenía a su disposición. Así, mientras la Shinten Seiku Tai del 244º Sentai utilizaba los Ki-61 aligerados, la del 47º Sentai contaba con cazas Nakajima Ki-44, y la del 53º Sentai con bimotores Kawasaki Ki-45, que, paradójicamente, gracias a su armamento pesado (un cañón de 37 mm situado en el morro del avión) y a sus buenas prestaciones a gran altura, era un interceptor idóneo para enfrentarse a los B-29 en ataques convencionales. Pero en los meses finales de la guerra la mayor carencia de las fuerzas aéreas japonesas no eran los aviones, sino los pilotos. La inmensa mayoría de los aviadores experimentados habían muerto en combate en los años anteriores, y la desesperada situación bélica obligaba a que los nuevos pilotos entrasen en servicio mucho antes de que hubiesen completado la formación mínima. Un piloto inexperto no podría sacar demasiado partido de un buen caza en un combate aéreo convencional, pero no se necesitaban muchos recursos para enseñarle a estrellarse contra un objetivo.
El 3 de diciembre de 1944 la Shinten Seiku Tai del 244º Sentai despegó para hacer frente a una incursión de bombarderos B-29 contra la factoría de motores de aviación de Musashino y las instalaciones portuarias de Tokio. El oficial al mando de la escuadrilla, el teniente Toru Shinomiya, embistió un bombardero enemigo y consiguió regresar a la base pese a que su caza
había perdido parte de un ala. El sargento Matsumi Nakano golpeó con su Ki-61 otro B-29 y logró hacer un aterrizaje de emergencia en un campo de cultivo. Y el sargento Masao Itagaki embistió a un tercer bombardero, saltó en paracaídas cuando perdió el control de su caza y llegó a tierra ileso. Hasta ese día la existencia de las Unidades de Superioridad Aérea se había mantenido en secreto, pero las hazañas de aquellos tres pilotos, con final feliz, merecían que se les diese publicidad para que sirviesen como ejemplos de valor y sacrificio. Cuatro días más tarde nacía por un edicto imperial el Bukosho, la más alta condecoración del Ejército japonés. El teniente Shinomiya y los sargentos Nakano e Itagaki fueron sus tres primeros receptores. El 27 de enero de 1945 Itakagi sobrevivió a otra embestida contra un B-29 y fue condecorado con un segundo Bukosho, siendo uno de los dos únicos militares conocidos que recibieron la distinción por partida doble. Sorprendentemente, logró llegar vivo al final de la guerra.
Precisamente en la acción del 27 de enero las Unidades de Superioridad Aérea obtuvieron su mayor triunfo. Ese día se contabilizaron un mínimo de diez embestidas de cazas japoneses contra una formación de superfortalezas volantes que participaban en una misión de bombardeo sobre Tokio y Nagoya. Fueron siete Ki-61 del 244º Sentai, dos Ki-44 de 47º Sentai, y un Ki-45 biplaza de la División de Entrenamiento Aéreo de Hitachi. Cuatro de los pilotos sobrevivieron, entre ellos el sargento Itagaki y el capitán Kobayashi, el comandante del 244º Sentai. Los demás, incluyendo al piloto y al cadete que tripulaban el avión de entrenamiento, murieron estrellándose contra los bombarderos norteamericanos. Los informes estadounidenses destacaron que tuvieron que hacer frente a una oposición sin precedentes de la aviación enemiga, con un elevado número de intentos de embestida. Según sus datos oficiales, perdieron nueve de los 74 bombarderos que tomaron parte en la incursión.
El capitán Teruhiko Kobayashi tenía fama de ser uno de los mejores cazadores de superfortalezas volantes de las fuerzas aéreas japonesas. Como comandante del 244º Sentai, teóricamente no podía participar en los ataques semisuicidas de la Shinten Seiku Tai. Sin embargo, en el combate del 27 de enero embistió un B-29 con su Ki-61. Parece ser que lo hizo cuando se le encasquillaron las ametralladoras, aunque puede que en realidad solo quisiese dar ejemplo a sus hombres. Kobayashi saltó en paracaídas y resultó ileso. En la fotografía, en la que posa a bordo de su caza, se ven pintadas bajo la carlinga las siluetas de los B-29 que supuestamente derribó; uno de ellos aparece atravesado por otro avión, el símbolo que representaba una victoria en un ataque de embestida:
En marzo de 1945 dos hechos redujeron drásticamente las opciones de las unidades de caza japonesas en su desigual lucha contra los B-29. A comienzos de ese mes la 20ª Fuerza Aérea cambió de estrategia, hasta entonces centrada en los bombardeos diurnos de precisión contra objetivos concretos, e inició su campaña de bombardeos nocturnos de alfombra con bombas incendiarias que redujeron a cenizas una tras otra las ciudades japonesas y costaron la vida a cientos de miles de civiles inocentes. También en marzo las primeras escuadrillas de cazas de largo alcance P-51 Mustang comenzaron a operar desde los aeródromos conquistados por los marines en Iwo Jima y a dar escolta a los B-29 en sus misiones sobre Japón. Desde ese momento, si querían llegar hasta los bombarderos, los interceptores japoneses tenían que superar en primer lugar la cobertura de cazas que los acompañaban, algo que muy pocos conseguían. Las Unidades de Superioridad Aérea siguieron activas, aunque las embestidas habían dejado de ser una táctica efectiva contra las superfortalezas volantes.