La WAAF (Women's Auxiliary Air Force) era el cuerpo femenino de la Fuerza Aérea británica. Aunque no tenían permitido pilotar aviones ni formar parte de tripulaciones aéreas, decenas de miles de mujeres sirvieron en la RAF durante la guerra, ocupándose de todo tipo de tareas en centros de mando, estaciones de radar, centros de comunicaciones, equipos de análisis de inteligencia, servicios meteorológicos, talleres de mantenimiento y reparación de aeronaves...
A comienzos de 1945 la LACW (Leading Aircraftwoman, o soldado de primera) Margaret Horton estaba destinada en Hibaldstow, un aeródromo secundario de la base aérea de Kirton in Lindsey, en Lincolnshire. utilizado para tareas de entrenamiento. Allí trabajaba como mecánica en el mantenimiento de los cazas de la unidad de entrenamiento de la base.
El viernes 9 de febrero de 1945 amaneció frío y desapacible. Durante toda la mañana el tiempo estuvo revuelto, con vientos racheados y lluvias intermitentes. Margaret y sus compañeros terminaron de reparar un Supermarine Spitfire y, siguiendo la rutina habitual, uno de los instructores de vuelo de la base subió al avión para realizar un corto vuelo de prueba. En los días de viento, como aquel, el procedimiento marcaba que uno de los mecánicos debía sentarse sobre la cola mientras el aparato rodaba desde el hangar hasta la pista, para evitar que la parte trasera del avión se levantase. Cuando llegaba al comienzo de la pista, antes de iniciar el despegue, el piloto tenía que detenerse un momento para permitir que el mecánico saltase a tierra.
Cuando el Flight Leutnant (capitán) Neil Cox arrancó el motor del Spitfire, a Margaret le tocó subirse a la cola para hacer contrapeso. Así llegó al inicio de la pista de despegue, sentada sobre el estabilizador horizontal. Antes de comenzar a rodar por la pista, Cox detuvo por un instante el aparato e inició los controles rutinarios previos al despegue. En ese momento el piloto hizo un gesto casual con la mano, que Margaret interpretó como un “espera, no bajes todavía”. Instantes después, sin percatarse de que la chica aún seguía subida a la cola del avión, Cox aceleró e inició la maniobra de despegue.
Antes de que Margaret pudiese reaccionar, el Spitfire ya había tomado demasiada velocidad como para atreverse a saltar. Se aferró lo mejor que pudo a la aleta vertical, rodeándola con el torso por un lado y las piernas por el otro, y cerró los ojos mientras el avión comenzaba a separarse del suelo. En tierra una compañera suya vio lo ocurrido y fue corriendo a avisar a su sargento. El suboficial por un momento pensó que la chica estaba bromeando, pero su cara de susto no tardó en convencerle de que iba en serio. El hombre se dirigió a toda velocidad a la torre de control para informar de lo que estaba sucediendo. La torre envió un mensaje por radio al capitán Cox ordenándole que aterrizase cuanto antes, sin darle más explicaciones para no ponerle nervioso.
Mientras tanto, Cox había despegado y había ascendido hasta los 800 pies (unos 250 metros). Desde el primer momento notó que algo iba mal. Le había costado ganar altura, y le parecía que el avión estaba pesado y no respondía correctamente a los controles. Eran el peso de Margaret en la cola y el impulso instintivo que la obligaba a agarrarse, aunque fuese a los timones de profundidad o de dirección, los que provocaban el comportamiento irregular del aparato. Así que cuando Cox recibió el mensaje de la torre no necesitó nada más para convencerle de que lo que mejor que podía hacer era completar un circuito de pruebas cuanto antes y volver a aterrizar. Mientras estuvo en el aire, en ningún momento fue consciente de que llevaba una pasajera.
El caza aterrizó sin problemas, e instantes después una ambulancia cruzó la pista para trasladar a Margaret hasta la enfermería, aunque el único daño que había sufrido era una torcedura en un brazo y ella insistía en volver cuanto antes a su puesto.
La investigación oficial del incidente se cerró sin consecuencias para ninguno de los implicados, aunque la soldado Horton fue amonestada por sus superiores... por haber perdido su boina.
En los años posteriores Margaret Horton aceptó varias veces posar para la prensa subida en la cola de un Spitfire para recordar su involuntario paseo por las nubes.
Lo más surrealista de la historia es que amonestasen a Margaret por perder la boina. Bastante tenía con agarrarse a la cola del Spitfire para salvar su vida, como para preocuparse por el estado de su uniforme.
ResponderEliminarLo importante es que todo quedó en un susto, y Cox pudo aterrizar salvando a ambos. Supongo que para ella será una de esas anécdotas en las que en el momento de vivirla estás aterrorizado, pero que con el paso de los años las recuerdas hasta con una sonrisa.
Muy bueno el artículo, Nonsei.
Un saludo.
Parece que no quedó nada traumatizada. No tenía ningůn problema en recordar su aventura y en darla a conocer.
EliminarUn saludo, Fer.