Cuando el Comité Olímpico de Estados Unidos amenazó con boicotear los Juegos de Berlín si el gobierno de Adolf Hitler mantenía su política discriminatoria contra los deportistas judíos, las autoridades alemanas reclamaron la presencia de varios atletas judíos que habían sido expulsados de los clubes y selecciones deportivas o habían abandonado el país tras la llegada de los nazis al poder. Entre ellos estaba la saltadora de altura Gretl Bergmann, de 22 años, que residía en Inglaterra desde 1933. Bergmann aceptó regresar a su país cuando le aseguraron que podría competir en igualdad de condiciones con el resto de atletas. En las pruebas de selección consiguió una plaza para los Juegos, igualando el record nacional con un salto de 1'60 metros. Bergmann se presentaba como una de las más claras opciones a medalla del atletismo alemán. Pero dos semanas antes del inicio de la competición recibió una carta de su federación en la que le comunicaban que se quedaba fuera del equipo olímpico por bajo rendimiento. Las medidas cosméticas de Hitler habían convencido a los estadounidenses, que habían retirado sus amenazas de boicot, lo que tuvo como consecuencia que veinte judíos alemanes clasificados para los Juegos Olímpicos (todos menos la esgrimista Helene Mayer, muy popular en Estados Unidos) fuesen expulsados de sus selecciones.
El lugar de Bergmann en el equipo alemán lo ocupó una prometedora saltadora de Bremen de tan solo diecisiete años llamada Dora Ratjen. En los Juegos Dora tuvo un papel más que meritorio, acabando cuarta, a un paso del podium, con un mejor salto de 1'58 metros. El oro fue para la húngara Ibolya Csák (judía, por cierto). En los años posteriores Ratjen tuvo una progresión meteórica. En 1937 se impuso en los Campeonatos de Atletismo de Alemania con una marca de 1'63. En 1938, en los Campeonatos de Europa celebrados en Viena, ganó la medalla de oro igualando el récord mundial con un salto de 1'67. En segundo lugar quedó la húngara Csák, dando inicio a lo que prometía ser una mítica rivalidad deportiva entre las dos mejores saltadoras de su época.
Dora Ratjen superando los 1'63 en los campeonatos nacionales de 1937:
Pero poco después ocurrió algo que iba a acabar con la carrera deportiva de Dora Rajten. De hecho, acabaría con la existencia oficial de Dora Rajten.
El 21 de septiembre de 1938 Dora tomó un tren expreso para viajar de Viena a Colonia. Al llegar a Magdeburgo el revisor bajó del tren y se presentó en el puesto de policía de la estación afirmando que en uno de los vagones viajaba un joven travestido de mujer. Siguiendo las indicaciones del empleado del ferrocarril, los agentes se dirigieron a Dora y la obligaron a bajarse para interrogarla. Dora les mostró su documentación, en la que se atestiguaba que efectivamente era una chica, pero ante la insistencia de los agentes acabó por derrumbarse y confesar que en realidad era un hombre. Fue arrestada y obligada a someterse a un reconocimiento médico. El estudio dictaminó que Dora Rajten era biológicamente un hombre, aunque sufría varias malformaciones genitales de nacimiento (hipospadias, criptorquidia y micropene) que hacían que a simple vista pudiera parecer que tenía órganos sexuales femeninos.
Dora Ratjen nació el 20 de noviembre de 1918 en Erichshof, un pequeño pueblo cerca de Bremen. Tras el parto surgieron las primeras dudas sobre el sexo del bebé. La partera en un primer momento anunció el nacimiento de un varón, pero unos minutos más tarde cambió de opinión. Sus padres finalmente “decidieron” que habían tenido una hija. Cuando tenía nueve meses, y ya había sido bautizado e inscrito en el registro civil con el nombre de Dora, un médico le inspeccionó y confirmó a los Ratjen lo que ellos creían, que su hijo era una niña. Y como tal fue educado durante toda su infancia. A los diez u once años comenzó a darse cuenta de que era en realidad un chico, pero nunca se atrevió a enfrentarse a sus padres. Todos a su alrededor le trataban como a una chica, y él acabó aceptándolo como algo inevitable contra lo que no podía luchar. A medida que crecía sus rasgos masculinos se hacían más visibles, y él reaccionó encerrándose cada vez más en sí mismo. Sentía que para la gente se había convertido en un bicho raro, pero la vergüenza le impedía pedir ayuda o explicar a alguien lo que le estaba pasando. En su adolescencia Dora se volcó en el deporte, una actividad que le servía como refugio y le daba una oportunidad de destacar y de encontrar su lugar en la sociedad. Su confesión a la policía supuso una auténtica liberación para Dora, después de veinte años viviendo una vida que no era la suya.
Fotografías de la ficha policial de Dora Ratjen:
Dora tuvo que enfrentarse a una acusación de fraude. El 10 de marzo de 1939 el juez dictaminó que al no haber intención de lucro no se podía considerar que hubiese cometido delito alguno. Además la sentencia obligaba a Dora a abandonar la actividad deportiva y a comenzar a vivir como un hombre. Al principio su padre se opuso e insistió en que se le siguiese considerando mujer, pero finalmente, veinte días después, él mismo se dirigió a la oficina del registro de Bremen para solicitar el cambio de nombre. A partir de ese momento Dora se convirtió oficialmente en Heinrich Ratjen.
Heinrich/Dora fue despojado de sus títulos deportivos y su nombre se eliminó de los registros de las competiciones en las que había participado. El caso Ratjen fue un duro golpe para la imagen deportiva del Reich. Nada menos que la campeona alemana y europea de salto de altura resultaba ser un hombre. Además, la medalla de oro del campeonato de Europa de Viena pasaba automáticamente a Ibolya Csák, la judía húngara, lo que tampoco haría demasiada gracia a los nazis.
No es fácil saber qué fue de Heinrich a partir de entonces. Al parecer se volvió a cambiar el nombre por Heinz, y después de la guerra se hizo cargo de la cantina que sus padres tenían en Bremen. Hizo todo lo que pudo por llevar una vida anónima y siempre rechazó las peticiones de la prensa cuando trataron de contactar con él. Murió en Bremen en 2008.
Desde hace décadas circula una versión de esta historia según la cual Heinrich habría sido obligado por los nazis a hacerse pasar por mujer. Supuestamente quisieron ahorrar a Hitler la vergüenza de ver cómo una judía ganaba una medalla para Alemania en los Juegos Olímpicos de Berlín, y lo único que se les ocurrió para impedirlo fue sustituir a Gretl Bergmann por un hombre. Aparte de que parece un plan absurdo (y que, de hecho, la única judía del equipo olímpico alemán, Helene Mayer, ganó una medalla de plata), no hay ninguna prueba que indique que Dora pudo ser una “creación” de los nazis. Ni siquiera hay pruebas de que las autoridades conociesen y ocultasen su verdadera condición, que yo sepa, y no tiene ningún sentido que le hiciesen continuar con la farsa una vez acabadas las competiciones en las que participaba.
Dora Ratjen en 1937:
En este caso no se puede decir aquello de “no es lo que parece”. Resulta difícil de creer, viendo las fotografías que se pueden encontrar de él, que nadie sospechase nada. Pero parece que fue así. Gretl Bergmann, la judía expulsada del equipo alemán en el último momento, contó muchos años después que Dora tenía un comportamiento extraño. Era “una chica muy tímida” que, por ejemplo, siempre evitaba desnudarse ante sus compañeras. Pero nadie planteó nunca dudas sobre su sexo. Y no es que fuese un tema novedoso. En los Juegos Olímpicos de Berlín se habló mucho del aspecto excesivamente masculino de algunas atletas. El caso más sonado fue el de las dos primeras clasificadas en la prueba de los 100 metros lisos, la estadounidense Helen Stephens y la polaca Stanislawa Walasiewicz. Stephens llegó a protagonizar un desnudo integral ante los jueces para demostrar su feminidad. Por entonces Dora tenía solo diecisiete años. Puede que su aspecto fuese todavía muy aniñado. Dos años más tarde habría cambiado lo suficiente como para llamar la atención de un revisor de tren que no le conocía de nada. Es posible también que, aunque no hubiese manipulación consciente de las autoridades, a Dora le beneficiase el haber competido siempre en casa (los Campeonatos de Europa de 1938 se celebraron en Viena poco después de la anexión de Austria al Reich). En cualquier caso, no le hicieron ningún favor.
Pobre mujer -o pobre hombre-. Desubicada y vuelta a ubicar gracias al deporte. Debió ser muy frustrante tener que dejarlo todo y pasar por aquella vergüenza. Quién sabe si fue una estratagema de los nazis. La duda siempre quedará en el aire.
ResponderEliminarUn saludo.
Bueno, también se puede ver de otra manera. Pasó un mal trago y una experiencia humillante (fue arrestado, sometido a exámenes médicos y juzgado) y tuvo que abandonar el deporte, pero al menos habrá que suponer que su vida mejoró después de aquello. Dejó de vivir en una mentira.
EliminarUn saludo, Cayetano.
En realidad, Heinz es el diminutivo de Heinrich. Saludos, Nonsei
ResponderEliminarGracias por la corrección, Iakob.
EliminarPero existe como nombre ¿no? Heinz Guderian, por ejemplo, se llamaba así.
O Karl-Heinz Rummenigge.
Si, claro, es un caso similar a Santiago y Yago.
EliminarBueno, aparte todo lo dicho sobre su género, impresiona ver, en la primera fotografía, cómo se puede alcanzar casi el metro setenta con ese estilo de salto, casi a tijera, ni siquiera el ventral anterior al Fosbury.Ya tiene mérito.
ResponderEliminarUn saludo.
Y en los saltos masculinos andaban ya por encima de los 2 metros por aquellos años. Cornelius Johnson ganó la medalla de oro en Berlín con un salto de 2'03. que era record olímpico. No sé en cuánto estaría el record mundial.
EliminarEn el momento de celebrarse los Juegos de Berlín, el récord mundial estaba en los 2'07 m. compartido por los norteamericanos Cornelius Johnson y Dave Albritton (ambos afroamericanos), oro y plata en Berlín. Ambos lo habían batido el mismo día: el 12 de julio de 1936, apenas dos semanas antes de comenzar las Olimpiadas, en Nueva York, durante la disputa de las pruebas de selección para los Juegos.
EliminarGracias por la información, Iakob.
EliminarUna curiosidad: si hubiesen saltado al estilo Fosbury el salto se habría considerado nulo. Es lo que le pasó a Babe Didrikson en Los Ángeles 1932. Era una atleta total. Ganó el oro en dos pruebas tan distintas como los 80 metros vallas y el lanzamiento de jabalina. En salto de altura solo pudo ser plata, pero los jueces le anularon su mejor salto por "haber pasado antes el listón con la cabeza que con los pies".
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