Pánico

El 10 de mayo de 1940 comenzó la ofensiva alemana en el frente occidental con un ataque masivo contra Bélgica y Holanda. Mientras las mejores divisiones aliadas se movilizaban hacia el interior de Bélgica para formar junto a los belgas una línea defensiva en el río Dyle, el Grupo de Ejércitos A de Von Rundstedt avanzó a toda velocidad hacia el oeste a través de Las Ardenas, un terreno que el mando aliado había considerado infranqueable para las unidades motorizadas. El 12 de mayo la punta de lanza de Von Rundstedt, el XIX Cuerpo Panzer del general Heinz Guderian, salió de Las Ardenas y entró en territorio francés. Allí la principal línea de defensa aliada se encontraba a lo largo del río Mosa. Los franceses se apresuraron a volar los puentes y atrincherarse en la orilla occidental. Más al norte, en Dinant (todavía en Bélgica), Erwin Rommel sería el primero en cruzar el Mosa con su 7ª División Panzer. Pero el enfrentamiento decisivo iba a tener lugar en la ciudad de Sedán, casualmente el escenario de una de las derrotas más humillantes de la historia de Francia, la rendición de Napoleón III y todo su ejército a los prusianos en septiembre de 1870.

El cruce del Mosa en el sector de Sedán iba a correr a cargo de las tres divisiones acorazadas del Grupo Panzer Guderian. La 1ª División Panzer sería la encargada de atravesar el río al norte de la ciudad, mientras que la 10ª Panzer lo haría al sur. La 2ª División Panzer se mantendría a la espera para explotar la ruptura en cuanto esta se produjese.

Enfrente esperaba la 55ª División francesa del general Lafontaine. Era una división de las catalogadas como B, integrada mayoritariamente por reservistas (al no esperar los aliados una ruptura a través de Las Ardenas, aquel sector del frente había sido asignado a unidades de segunda línea), con un entrenamiento deficiente, pero con una posición defensiva muy ventajosa. La división estaba desplegada en las alturas del Bois (bosque) de La Marfée, desde donde dominaba el Mosa, y a lo largo de la orilla izquierda contaba con una red de bunkers y emplazamientos defensivos que, aunque estaban en gran parte inacabados, servirían para entorpecer o impedir las maniobras de los alemanes en el cruce del río. Además tendrían un fuerte apoyo artillero por parte de la artillería divisional y de un buen número de baterías pesadas del X Cuerpo de Ejército francés.

Pero los franceses descuidaron la defensa en un punto fundamental: el aire. Aún no habían aprendido las lecciones de la campaña de Polonia y se vieron sorprendidos por el novedoso uso del poder aéreo que hacía la blitzkrieg alemana, concentrando centenares de aparatos en un estrecho sector del frente para apoyar la ruptura de las fuerzas de tierra. A primera hora de la mañana del 13 de mayo la Luftwaffe inició el ataque con una serie de devastadores bombardeos de sus Dornier Do 17 contra las líneas de comunicaciones y los centros de mando de la artillería. Hacia el mediodía fueron relevados por los aviones de ataque en picado Junkers Ju 87 Stuka, que se dedicaron a machacar todo tipo de objetivos en tierra, con preferencia por los bunkers y las baterías de artillería. Dorniers y Stukas se fueron turnando en su tarea de arrasar las defensas francesas, protegidos en todo momento por los cazas Bf 109 y Me 110, sin que la aviación aliada apenas hiciese acto de presencia. El bombardeo aéreo permitió a las fuerzas acorazadas alemanas desplegarse en la orilla derecha del río y prepararse para el ataque.

Pese a la eficacia de los ataques aéreos, las fuerzas francesas que defendían el río mantenían gran parte de su capacidad de combate. Por la tarde, las primeras unidades de zapadores alemanes que trataron de cruzar el Mosa en botes de goma sufrieron pérdidas pavorosas (en el sector de la 10ª Panzer solo lo consiguieron tres de los cincuenta botes de la primera oleada de asalto). Al final de la tarde algunas fuerzas de infantería de la 1ª Panzer, apoyadas por tropas de élite del regimiento Grossdeutschland, habían logrado asegurar una pequeña franja de terreno en la orilla izquierda, al norte de Sedán. Desde allí comenzaron a trabajar en el tendido de un puente de barcas que permitiese el paso de los vehículos de la división.

La batalla no había hecho más que comenzar. Y entonces ocurrió...

A última hora de la tarde, el coronel Poncelet, comandante de artillería del X Cuerpo de Ejército francés, recibió un informe del teniente coronel Dourzal, jefe del Grupo B de artillería pesada, desplegado en apoyo de la 55ª División, en el que aseguraba que habían estallado violentos combates a unos pocos cientos de metros de su puesto de mando y solicitaba permiso para retirarse. Cuando Poncelet pidió más detalles, Dourzal confirmó que estaba bajo el fuego de las ametralladoras enemigas y que en pocos minutos estaría rodeado. Es posible que estuviese exagerando para obtener la autorización y abandonar el lugar, pero que realmente creyese que su situación era crítica. Al parecer un motorista de enlace había llegado a su cuartel general avisando de que se habían visto tanques enemigos en los bosques próximos a Bulson y que era cuestión de minutos que llegasen hasta allí. Poncelet autorizó la retirada confiando en la palabra de su subordinado. Aquello provocó una reacción en cadena. Los hombres que abandonaban sus posiciones arrastraron tras de sí a todos los que se encontraban por el camino, asegurando que se había dado la orden de retirada y extendiendo rumores sobre la inminente llegada de los panzer. Aterrorizados y desmoralizados después de haber estado soportando espantosos ataques aéreos durante todo el día, no necesitaban mucho más para emprender la huida en dirección sur, lejos del río. Algunos jefes de batería tuvieron la precaución de inutilizar sus cañones antes de retirarse para evitar que pudiesen ser usados por el enemigo. Otros se limitaron a salir corriendo, abandonando todo el equipo pesado. No todos se dejaron llevar por el pánico. Hubo quien mantuvo sus posiciones, e incluso quien avanzó hacia el frente siguiendo el sentido contrario de la marea humana. Pero fueron excepciones.

En el cuartel general de la 55ª División, a unos kilómetros del pueblo de Bulson, el general Lafontaine vio aparecer por la carretera una riada de soldados aterrorizados, muchos disparando sus armas contra no se sabía quién. Según decían, los tanques enemigos habían alcanzado ya Bulson. En realidad ningún carro había cruzado todavía el Mosa, y las fuerzas alemanas en la orilla izquierda del río se reducían a algunas unidades de zapadores que a duras penas podían mantener la franja de terreno desde la que se estaba tendiendo el puente. Lafontaine intentó sin éxito que aquellos hombres entrasen en razón. Los oficiales a los que se dirigía le aseguraban que habían recibido la orden de retirarse, pero el general sabía perfectamente que él no la había dado. Finalmente decidió trasladar su puesto de mando a Chémery, ocho kilómetros al sur, para tratar de reorganizar sus fuerzas. Lo que se encontró allí fue todavía peor. Por entonces a la desbandada se habían sumado gran parte de la 55ª División y elementos de la 71ª División, desplegada en su flanco derecho: “La riada de fugitivos atraviesa el pueblo sin cesar: todas las fuerzas de la división concentradas en esta zona (unidades de combate, planas mayores regimentales, columnas de suministros, parques móviles...) se dirigen al sur, junto con rezagados; naturalmente, como por arte de magia, sus oficiales han recibido una misteriosa orden de retirada”. El general Baudet, comandante de la 71ª División, fue informado de la presencia de tanques enemigos en Bulson y decidió retrasar varios kilómetros su cuartel general para situarlo en un lugar más seguro. Aquel traslado, en el momento más crítico, le hizo perder casi completamente el contacto con sus tropas. La 71ª División se sumió en el caos, y no estaría en condiciones de oponer resistencia cuando los alemanes lanzasen el ataque auténtico al día siguiente. Por su parte, la 55ª División, en la práctica, había dejado de existir.

Los hombres de la primera línea francesa permanecieron en sus posiciones, ajenos a todo lo que ocurría detrás de ellos. Pero la infantería que defendía el Bois de La Marfée se había quedado sin apoyo artillero y sin capacidad para lanzar un contraataque. Los ingenieros alemanes continuaron trabajando en la construcción del puente sin ser molestados por la artillería enemiga. A medianoche completaron el puente, y a primera hora de la mañana del 14 de mayo los tanques de la 1ª División Panzer comenzaron a atravesarlo. Las puertas de Francia se habían abierto para los ejércitos alemanes.

El coronel Poncelet, destrozado por su responsabilidad en el desastre, se suicidó unos días más tarde.

4 comentarios:

  1. Un buen artículo, Nonsei. No hay peor enemigo que el pánico y los rumores, para poner en retirada a toda una división de infantería, sin apenas combatir. Un pequeño detalle: El Regimiento de Infantería Grossdeutschland no pertenecía a las SS, sino al Ejército de tierra alemán.

    Saludos

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  2. El peor enemigo de todos es sin duda el que has señalado, responsable de muchas calamidades como la que señalas o el hundimiento bursátil en más de una ocasión. Un arma tambien en manos de los terroristas.
    Un saludo.

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    1. Es un enemigo casi invencible. La única forma de derrotarlo es impedir su aparición. En casos como este, eso se hace entrenando a la tropa para que esté preparada y sepa reaccionar en todo momento. En otras áreas es más fácil, basta con dar a la gente la información correcta.
      Un saludo.

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