El 7 de agosto de 1942, cuando los marines estadounidenses desembarcaron en Guadalcanal, nadie se imaginaba que ese iba a ser el comienzo de una de las batallas más largas y decisivas de la guerra en el Pacífico. El objetivo aliado era impedir la entrada en servicio de una base aérea japonesa en la isla, y al finalizar el día siguiente parecía haberse logrado ya: los marines habían consolidado sus posiciones en la costa norte de Guadalcanal y tenían en su poder el aeródromo en construcción, además de la isla de Tulagi y los islotes de Gavutu y Tanambogo (frente a las costas de la isla Florida, al norte de Guadalcanal). Las pérdidas habían sido escasas. Las más graves fueron las causadas por ataques de aviones japoneses con base en Rabaul, que hundieron el buque de transporte George F. Elliott y causaron daños graves al destructor Jarvis. En los combates aéreos los estadounidenses perdieron una veintena de aparatos. Los japoneses, el doble.
Las perdidas de aviones preocuparon al comandante de las fuerzas navales aliadas en Guadalcanal, el vicealmirante Frank Jack Fletcher. La tarde del 8 de agosto tomó la decisión de retirar sus portaaviones. El desembarco había sido un éxito y suponía que ya no existía ninguna amenaza grave que hiciese necesaria su presencia. En cambio, los propios portaaviones, debilitados por las pérdidas de cazas de sus grupos aéreos, estarían expuestos al ataque de los torpederos enemigos. La flota de desembarco se quedaba así sin cobertura aérea. De todos modos, la fuerza anfibia continuaba protegida por una poderosa flota de ocho cruceros, quince destructores y nueve dragaminas al mando del contraalmirante británico (al servicio de la Real Marina Australiana) Victor Crutchley. Su comandante, el contraalmirante Richmond K. Turner, ordenó acelerar las labores de desembarco para poder retirarse en cuanto fuese posible.
Mientras tanto, en Rabaul, el vicealmirante japonés Gunichi Mikawa había reunido todos los buques disponibles para formar una fuerza de ataque y dirigirse al encuentro de la flota aliada. En la propia Rabaul se encontraban el crucero pesado Chōkai, los cruceros ligeros Tenryū y Yūbari y el destructor Yūnagi. Desde Kavieng se sumaron otros cuatro cruceros pesados, el Aoba, el Furutaka, el Kako y el Kinugasa. Mikawa buscaría el enfrentamiento la noche del 8 al 9 de agosto, anulando así la superioridad aérea aliada y aprovechándose de la gran experiencia que las tripulaciones de la Marina Imperial tenían en operaciones nocturnas. Solo esperaba que su flota no fuese descubierta por el enemigo antes de tiempo. Pero no tuvo suerte. Nada más zarpar de Rabaul los buques japoneses fueron avistados en el canal de San Jorge por el submarino estadounidense S-38, que envió un mensaje por radio alertando de su partida.
La mañana del 8 de agosto la flota de Mikawa fue descubierta frente a la costa de Bougainville por dos aviones australianos de reconocimiento marítimo con base en Nueva Guinea. En ambos casos hubo problemas con las comunicaciones por radio y los tripulantes no pudieron informar de los avistamientos hasta después de haber regresado a su base. Aun así, hacia el mediodía el mando australiano ya tenía conocimiento de que una importante fuerza naval japonesa (aunque identificada erróneamente como “tres cruceros, tres destructores y dos portahidroaviones”) se encontraba en aguas de las Salomón. Por algún motivo desconocido, esa información no se trasladó a la flota de Turner hasta las 7 de la tarde.
También hacia el mediodía regresaron los hidroaviones de reconocimiento japoneses. Sus informes indicaban que la fuerza principal aliada se encontraba frente a la costa norte de Guadalcanal. Mikawa decidió ir a su encuentro bordeando por el sur Savo (una pequeña isla situada frente al cabo Esperanza, el extremo noroccidental de Guadalcanal) y siguiendo en paralelo la costa hasta dar con el enemigo. Una vez destruido, se dirigirían al norte, para buscar la fuerza secundaria que se encontraba frente a la isla Florida.
Para proteger a la flota de desembarco durante la noche, el almirante Crutchley había desplegado sus buques en una línea que utilizaba la isla de Savo como punto de referencia. Al sur, entre Savo y el cabo Esperanza (por donde iba a pasar la escuadra de Mikawa), se situó él mismo con su buque insignia, el crucero Australia, otros dos cruceros, el también australiano Canberra y el estadounidense Chicago, y los destructores estadounidenses Patterson y Bagley. Al norte, entre Savo y Florida, patrullaban los cruceros Vincennes, Astoria y Quincy, y los destructores Helm y Wilson, todos ellos estadounidenses. Un tercer grupo, formado por el crucero estadounidense San Juan, el australiano Hobart, y dos destructores, se situó al este de las fuerzas de desembarco. Otros siete destructores permanecieron junto a los buques de transporte para darles protección antisubmarina. Los dos destructores restantes de la flota de Crutchley eran dos buques estadounidenses equipados con radar, el Ralph Talbot y el Blue. Ambos fueron enviados a patrullar al oeste de Savo para servir como avanzada y dar la alerta si detectaban la flota enemiga en camino a Guadalcanal.
Mapa en el que se muestra la disposición de la flota estadounidense y la ruta que siguió la escuadra de Mikawa en su aproximación:
Por tanto, Crutchley había tomado todas las medidas necesarias en el despliegue de sus fuerzas para hacer frente a un posible ataque enemigo. Pero después de dos días de operaciones bajo un calor agobiante, las tripulaciones estaban agotadas. La mayor parte de los capitanes decidieron aprovechar la noche para dar un merecido descanso a sus hombres. Pocos se mantuvieron en estado de alerta.
A última hora de la tarde Crutchley fue llamado por Turner para discutir la situación en la que les había dejado la retirada de los portaaviones. Abandonó la zona de patrulla con su buque, el Australia, dejando al mando de la agrupación sur a Howard D. Bode, capitán del Chicago. Bode se encontraba descansando en su camarote cuando le comunicaron que asumía el mando del grupo. La primera medida que tomó fue volver a su litera y seguir durmiendo. No ordenó poner al Chicago a la vanguardia de la agrupación, como habitualmente hacían los buques insignia. Los otros comandantes no se enteraron de la marcha del Australia ni del cambio en el mando.
Mientras, en la reunión (a la que también asistió el general Vandegrift, jefe de la 1ª División de Marines), Turner trasladó a Crutchley los informes enviados por los aviones de reconocimiento australianos, que hablaban de una fuerza de dos portahidroaviones con escolta de cruceros y destructores que se dirigía hacia allí. Llegaron a la conclusión de que esa noche podían estar tranquilos, ya que había que descartar un ataque nocturno a cargo de hidroaviones. Creyendo que no había ningún peligro inminente, Crutchley decidió que el Australia permaneciese aquella noche en el fondeadero de los transportes de Guadalcanal y no regresase a su zona de patrulla hasta la mañana siguiente.
Cuando la flota japonesa estaba ya aproximándose a aguas de Guadalcanal, Mikawa ordenó lanzar tres hidroaviones para que realizasen un último reconocimiento. Los aparatos sobrevolaron varios buques estadounidenses y australianos, pero nadie abrió fuego contra ellos ni dio la alarma al mando de la flota. Al volar con las luces de reconocimiento encendidas, todos dieron por sentado que eran aviones aliados.
Pasada la medianoche, los vigías del Chōkai, el buque que encabezaba la columna japonesa, avistaron al Blue, uno de los dos destructores dotados de radar que patrullaban al oeste de la isla de Savo. Mikawa ordenó disminuir la velocidad, para dejar estelas menos visibles, y todos los buques japoneses en línea dieron un rodeo por el norte para evitar la posición del destructor estadounidense. El Blue llegó a estar a menos de dos kilómetros de distancia de los navíos enemigos, pero ni su radar ni sus vigías detectaron nada anormal. Fue una suerte para ellos, ya que en esos momentos todos los cañones de la flota de Mikawa estaban apuntando al destructor preparados para abrir fuego a la menor señal de haber sido sido descubiertos, y una desgracia para el resto de la flota aliada, que sería tomada por sorpresa poco después.
Pasado aquel primer obstáculo, Mikawa ordenó volver a aumentar la velocidad y poner rumbo al sur de Savo. A la una y veinticinco de la madrugada dio la orden al destructor Yunagi de permanecer en la retaguardia y a todos sus cruceros de desplegarse para buscar y destruir a las unidades enemigas de forma independiente. La batalla de la isla de Savo había comenzado.
El primer buque enemigo avistado por los japoneses fue el destructor Jarvis, que había sido dañado el 7 de agosto en un ataque aéreo e iba camino de Australia para ser reparado. El crucero Furutawa lanzó contra él cuatro torpedos, pero todos fallaron. El Jarvis continuó navegando sin llegar a percatarse de que había sido atacado. Más tarde se encontraría con el Yunagi, con el que tendría un intercambio de fuego de artillería sin consecuencias.
Poco después aparecieron ante los vigías japoneses los buques de la agrupación sur. La tripulación del destructor Patterson era una de las pocas que permanecían en estado de alerta. Fue el primer buque aliado en dar la alarma y el primero en abrir fuego, cuando sus vigías descubrieron varios buques enemigos aproximándose desde el oeste. Los hidroaviones japoneses comenzaron a lanzar bengalas para iluminar a la flota enemiga. A la luz de las bengalas, los cruceros pesados Chōkai, Aoba, Furutaka y Kako concentraron el fuego de sus cañones contra el Canberra. El crucero australiano respondió inmediatamente, pero poco podía hacer contra el ataque combinado de los cuatro buques. Los primeros impactos hirieron mortalmente al capitán Frank Getting, inutilizaron los sistemas de control de tiro y destruyeron los cuartos de calderas, dejando al buque sin potencia. Pocos minutos más tarde el crucero comenzó a escorarse a estribor (todos los buques enemigos se encontraban a babor, así que es bastante probable que fuese el impacto de un torpedo lanzado por el destructor estadounidense Bagley, situado tras él, el causante de la escora). La falta de potencia impedía el funcionamiento de las bombas de achique. El Canberra estaba sentenciado.
Fotografía tomada desde el crucero japonés Chōkai en la que se ve al Canberra bajo el fuego enemigo e iluminado por las bengalas:
El capitán Bode despertó cuando los primeros proyectiles empezaron a caer sobre el Chicago. Minutos más tarde un torpedo estalló en la proa del buque. Un segundo torpedo también impactó en el crucero, aunque no llegó a hacer explosión, y un proyectil de artillería derribó el mástil principal y mató a dos hombres. Bode dio orden de alejarse del combate y dirigirse al oeste, dejando al norte la formación enemiga, pero también dejando atrás al resto de buques sobre los que teóricamente tenía el mando.
La única intervención del destructor Bagley en el combate fue el lanzamiento de una salva de torpedos, uno de los cuales pudo alcanzar accidentalmente al Canberra. El Patterson fue el único buque de la fuerza sur que realmente presentó batalla a los japoneses (sin contar al Canberra, que casi no tuvo oportunidad de defenderse). Durante el intercambio de fuego de artillería con los cruceros enemigos recibió un impacto en la popa que causó la muerte de diez hombres. Pese a ello, cuando los buques de Mikawa pusieron rumbo nordeste para dirigirse al encuentro de la fuerza norte, el destructor trató de ir tras ellos.
Los buques de la fuerza norte habían recibido los mensajes de alarma del Patterson, y además todos pudieron ver las bengalas, los destellos de los cañonazos y las explosiones del combate, pero la respuesta de sus comandantes fue de una lentitud inexplicable. A las dos menos cuarto, cuando los cruceros japoneses comenzaron a lanzar sus torpedos contra ellos, aún había buques que no habían pasado al estado de alerta máxima.
Cuando las bengalas y los reflectores del Chōkai iluminaron al crucero Astoria, los servidores de algunos de sus cañones abrieron fuego contra el buque japonés. Su comandante, el capitán Greenman, se despertó con los cañonazos y, temiendo que estuviesen disparando contra barcos aliados, subió corriendo al puente para ordenar que cesase el fuego. No tardó en darse cuenta de su error, al ver cómo caían a su alrededor los proyectiles enemigos. El Chōkai concentró el fuego de sus cañones en el Astoria. Minutos más tarde se le unieron el Aoba, el Kinugasa y el Kako, que machacaron con su artillería al crucero estadounidense. A las dos y cuarto el Astoria estaba inmovilizado y envuelto en llamas, aunque aún respondía al fuego con las torretas que seguían operativas. El Chōkai recibió un impacto en su torreta delantera que le causó daños de cierta consideración.
En el Quincy se vivió la situación opuesta. Cuando los reflectores de los buques japoneses lo iluminaron, su capitán dio la orden de abrir fuego, pero los artilleros todavía no estaban preparados. Como en otros buques, en el Quincy también se habían recibido los mensajes de alarma y se habían visto los destellos de la batalla al sur de su posición, pero su paso al estado de alerta fue increíblemente lento. El crucero estadounidense quedó bajo el fuego combinado del Aoba, el Furutaka y el Tenryū. Uno de los proyectiles cayó en el puente de mando, matando a casi todos los que se encontraban allí, incluyendo el capitán. El impacto de dos torpedos del Tenryū y uno del Aoba lo inmovilizaron definitivamente. A las dos y cuarto toda la superestructura del buque estaba en llamas y todos sus cañones habían sido silenciados. Se hundió a las tres menos veinte.
El Quincy bajo el fuego enemigo, a la luz de los proyectores y las bengalas:
El tercer crucero de la fuerza norte, el Vincennes, también tuvo una entrada en combate caótica. Su capitán dudó si dar la orden de abrir fuego, al no poder identificar a los buques que lo iluminaron con sus reflectores. Solo lo hizo cuando comenzaron a caer a su alrededor los proyectiles disparados por los cañones del Kako. Unos minutos más tarde el crucero estadounidense recibió el impacto de dos torpedos lanzados por el Chōkai. La artillería del Vincennes logró alcanzar al Kinugasa, que se había unido al Kako en la lucha, provocándole daños de relativa importancia. Pero el cañoneo de los cruceros japoneses continuó incansablemente, inutilizando sus calderas y provocando varios incendios que se hicieron incontrolables. Finalmente el buque fue alcanzado por un tercer torpedo y comenzó a escorarse a babor. A las dos y cuarto el capitán Frederick Riefkohl dio la orden de abandonar el barco. El Vincennes se hundió media hora más tarde.
Los dos destructores de la fuerza norte, el Helm y el Wilson, prácticamente no intervinieron en el combate. Sí lo hizo el Ralph Talbot, que se encontraba en su zona del patrulla, al noroeste de la isla de Savo. Los cruceros ligeros Tenryū y Yubari y el crucero pesado Furutaka se habían separado de la columna japonesa, tomando rumbo oeste. Cuando se encontraron con el Ralph Talbot abrieron fuego contra él. El destructor sufrió daños graves, pero consiguió huir.
A las dos y veinte el almirante Mikawa dio la orden a sus buques de iniciar el regreso. La flota de desembarco aliada estaba casi desprotegida y a su alcance, pero él no podía saberlo. Creía que los portaaviones estadounidenses seguían en aguas de Guadalcanal, y no podía arriesgarse a lanzar contra ellos su fuerza de cruceros sin contar con cobertura aérea.
A primera hora de la mañana el oficial al mando del Canberra dio orden de abandonar el barco, que sería torpedeado más tarde por destructores estadounidenses para asegurar su hundimiento. La tripulación del Astoria confiaba en poder salvar el suyo, pero, tras luchar toda la mañana contra los incendios y las inundaciones, al mediodía también tuvieron que abandonarlo y dejar que se hundiese. La noche siguiente la flota aliada abandonó Guadalcanal. La batalla les había costado más de mil vidas y la pérdida de cuatro cruceros pesados. Fue una de las mayores derrotas sufridas por la US Navy en toda su historia.
Cuatro meses después la Marina estadounidense abrió una comisión de investigación para determinar las posibles responsabilidades en la increíble cadena de errores que habían llevado al desastre a la flota de Crutchley. Tras cuatro meses más de trabajo, la comisión tenía listas sus conclusiones. Se exculpaba a todos los almirantes con mando en las fuerzas navales aliadas en Guadalcanal (Fletcher, Turner, Crutchley y McCain, el comandante de la fuerza de desembarco), así como a la mayor parte de los capitanes de los buques que intervinieron en la batalla. El capitán Riefkohl, comandante del Vincennes y de la fuerza norte, aunque oficialmente también fue exonerado, no volvería a mandar un buque en toda la guerra. Pero el principal responsable a ojos de la comisión fue el capitán Howard Bode, el hombre al que Crutchley puso al mando de la fuerza sur aquella fatídica noche. Bode se encontraba en la base naval de Balboa, en Panamá, cuando se enteró de que se le consideraba el gran culpable de la derrota y de que iba a ser cesado. Se suicidó disparándose con su pistola el 19 de abril de 1943.
Sin embargo, paradójicamente, muchos creen que el error más decisivo de todos lo cometió el vencedor en la batalla. Si Mikawa hubiese decidido atacar a los buques de transporte habría dejado a las fuerzas estadounidenses en Guadalcanal en una situación crítica. Una victoria japonesa habría evitado que Guadalcanal fuese el punto de inflexión de la guerra en el Pacífico. Mikawa fue muy criticado a posteriori por su decisión, pero lo cierto es que en aquel momento, y con la información que él tenía, parecía la más adecuada. Enviar su fuerza de cruceros, sin cobertura aérea, contra una flota que teóricamente estaba protegida por varios portaaviones enemigos suponía un riesgo que ningún comandante sensato habría estado dispuesto a correr.
Bien, nuestra dosis de nonsei también en semana santa!
ResponderEliminarLa reflexión final debería hacerse en todas las entradas, con lo habitual que es hoy en día leer a "aficionados e historiadores alternativos" sacar conclusiones desde el presente!
Sinceramente, yo también soy un aficionado que saca conclusiones desde el presente.
EliminarLa decisión de Mikawa me parece lógica. Había conseguido una victoria y no quiso arriesgarla. Y la amenaza de los portaaviones era demasiado seria. Pero también es verdad que de haber atacado la flota de transportes incluso podría haber cambiado el curso de la guerra. Quién sabe...
Guadalcanal habría sido una derrota estadounidense, y la pérdida de barcos de transporte habría limitado mucho las posibilidades de iniciar una nueva ofensiva a corto plazo, con lo que la iniciativa volvería a ser japonesa. En ese sentido sí fue un error decisivo, porque tuvo más importancia que los errores mucho más graves que cometieron los mandos estadounidenses en la batalla. Decisivo, pero no criticable.
Un saludo, Nomar.
Es inevitable analizar desde el presente, pero no podemos hacerlo considerando que todos los actores tenían la misma imagen e información de la que se dispone hoy en día , y de ahí sacar conclusiones y valoraciones, como la tercera oleada sobre Pearl Harbor, y que a vece ssirven de llesca para conspiraciones varias.
EliminarEs innegable que Mikawa no sé equivoco con la información disponible, y el siempre se reafirmó en su decisión hasta su muerte, por lo que sé.
Una diferencia entre este caso y el de Pearl Harbor es que Nagumo tomó su decisión de no lanzar la tercera oleada de ataque en contra de la opinión de varios de sus oficiales, en especial de Fuchida, que había visto con sus propios ojos la situación en Pearl Harbor. En Savo, aunque es cierto que se consideró la posibilidad de continuar el ataque, todos los subordinados de Mikawa estuvieron de acuerdo en que la mejor opción era retirarse. Nagumo sí tenía información sobre el estado en que habían quedado las defensas enemigas y su capacidad de respuesta, y fue demasiado conservador. No se puede decir lo mismo de Mikawa.
EliminarLo que está claro que es mucho más fácil juzgar sus decisiones décadas después y con toda la información a nuestra disposición. A veces eso nos hace ser injustos con ciertos personajes o situaciones.