Inmediatamente después del fracaso de la gran ofensiva de octubre contra Campo Henderson, las fuerzas japonesas en Guadalcanal comenzaron a preparar un nuevo ataque, aún mayor que el anterior. La escala de las operaciones no había dejado de aumentar desde el comienzo de la batalla, de forma que los refuerzos que iban a necesitar para la nueva ofensiva no podrían ser transportados a la isla únicamente en los destructores del Expreso de Tokio. A comienzos de noviembre se concentraron en Rabaul 7.000 soldados de la 38ª División de Infantería con todo su armamento y equipo pesado. Para su traslado a Guadalcanal la Marina reunió un convoy de once barcos de transporte (grandes, pero lentos) y doce destructores de escolta, al mando del contraalmirante Raizo Tanaka. Iría precedido por una escuadra comandada por el vicealmirante (acababa de ser ascendido, en la batalla de Santa Cruz era contraalmirante) Hiroaki Abe, e integrada por los acorazados Hiei y Kirishima, el crucero ligero Nagara y once destructores. Su misión sería bombardear e inutilizar la base aérea de Campo Henderson para cubrir el desembarco en el oeste de la isla. Los cañones de los acorazados estaban equipados con granadas rompedoras, efectivas para bombardear objetivos terrestres, pero mucho menos eficaces si tenían que enfrentarse a buques enemigos (tendrían dificultades para atravesar el blindaje de un crucero). La fuerza de Abe partió la mañana del 12 de noviembre.
El mismo día 12 llegó a Guadalcanal un gran convoy estadounidense al mando del contraalmirante Richmond K. Turner. Esa tarde, mientras desembarcaban las tropas y los suministros en la costa norte de la isla, un avión de reconocimiento dio la alerta al descubrir que una gran fuerza naval japonesa se dirigía hacia allí. Turner ordenó la retirada de los barcos de transporte y que los buques de guerra que los habían escoltado hasta Guadalcanal saliesen al encuentro de la escuadra enemiga. Una vez más esperarían a los japoneses en el paso entre el cabo Esperanza y la isla de Savo (pronto empezaría ser conocido como el estrecho del Fondo de Hierro, en inglés Ironbottom Sound, por la gran cantidad de buques que se hundieron en aquellas aguas). A pesar de que entre sus subordinados estaba el contraalmirante Norman Scott, que un mes antes y en el mismo lugar ya había derrotado a los japoneses en un combate nocturno, Turner decidió respetar el criterio de antigüedad y poner al mando de la fuerza de ataque al contraalmirante Daniel J. Callaghan (aunque la diferencia de antigüedad en el rango entre ambos oficiales -amigos y compañeros de promoción en Annapolis, por cierto- era de unos pocos días). En total Callaghan contaba con dos cruceros pesados (San Francisco y Portland), tres cruceros ligeros (Helena, Juneau y Atlanta) y ocho destructores.
Los cruceros pesados San Francisco y Portland durante unas maniobras en julio de 1942:
Callaghan cometió varios errores en el despliegue de sus fuerzas. Formó sus buques en una línea, con los cruceros en el centro y los destructores guardando la cabeza y la retaguardia. Pero no se preocupó de situar junto a los destructores algún buque equipado con los nuevos radares ya probados en la batalla del cabo Esperanza. Ni le importó escoger como buque insignia el crucero San Francisco, que tampoco contaba con radar de nueva generación. Al descuidar los extremos de su línea de batalla, parecía que no tenía más plan que esperar a que la flota japonesa apareciese desde el oeste y se encontrase de frente con el centro de su escuadra. Después de todo, eso mismo es lo que había hecho Scott un mes antes, y le había servido para lograr la victoria.
Las condiciones eran ideales para hacer del radar el arma decisiva de la batalla. Era una noche lluviosa y sin luna, con visibilidad casi nula. Y lo cierto es que los radares estadounidenses no fallaron, aunque sí lo hicieron las comunicaciones y la coordinación del mando. La Marina estadounidense no aprovechó las lecciones de la batalla de cabo Esperanza y no había desarrollado procedimientos para comunicar y procesar los datos recogidos por sus equipos de radar. En lugar de eso, cuando los informes sobre contactos de radar llegaron al puente de mando del San Francisco, el almirante Callaghan perdió un tempo precioso tratando de conjuntar toda la información y determinar las posiciones propias y del enemigo.
Los japoneses llegaron desde una dirección imprevista. Su aproximación a Savo había sido por el norte, por lo que no hicieron su entrada en el Fondo de Hierro desde el oeste, sino desde el noroeste. Los primeros barcos que se encontraron fueron los destructores del extremo superior de la línea estadounidense. Además, la escuadra de Abe acababa de salir de un fuerte chubasco, que había hecho que los buques perdiesen contacto entre sí y rompiesen la formación. En lugar de llegar en columna, la fuerza japonesa apareció dispersa y dividida en pequeños grupos. Eso dificultó todavía más la tarea de Callaghan de determinar las posiciones de los buques enemigos.
Las dos flotas se encontraron a la una y media de la madrugada del viernes 13 de noviembre. Hacía ya varios minutos que los radares estadounidenses habían localizado a los buques japoneses, pero Callaghan seguía tratando de hacerse una idea de la situación general antes de ordenar abrir fuego. En el lado japonés, Abe se sorprendió cuando sus vigías comunicaron la presencia de buques enemigos. Sus cañones tenían preparada munición rompedora, de alto poder explosivo pero poca capacidad de penetración. Abe dudaba entre continuar adelante o dar la orden de retirada para permitir a sus acorazados cambiar la munición. La indecisión de ambos comandantes hizo que los buques de las dos escuadras se entremezclasen mientras sus capitanes aguardaban ansiosos a que les llegase la orden de abrir fuego.
Es imposible saber quién disparó primero. Pero en cuanto sonó el primer cañonazo el resto de buques abrieron fuego sin esperar órdenes. En ese momento ya no se mantenía ningún tipo de formación por parte de ninguno de los dos bandos. La batalla iba a ser una lucha confusa y caótica en la que los radares ya no iban a jugar ningún papel. La ventaja pasaba a ser japonesa, gracias a sus visores ópticos de mayor calidad y a la extraordinaria preparación de sus mandos y sus tripulaciones para el combate nocturno.
El primer objetivo de los estadounidenses fue el destructor Akatsuki, que instantes antes de iniciarse el combate había encendido un proyector para iluminar al Atlanta, convirtiéndose él mismo en un blanco perfecto. Al menos cuatro cruceros (Atlanta, San Francisco, Helena y Portland) y varios destructores concentraron el fuego en el Akatsuki, que fue alcanzado por decenas de proyectiles y se hundió en pocos minutos.
El crucero ligero Nagara y varios destructores japoneses eligieron como blanco al crucero Atlanta. El impacto de un torpedo inutilizó sus turbinas y dejó al buque estadounidense sin propulsión. El Atlanta, machacado por la artillería japonesa y fuera de control, entró en la línea de fuego del San Francisco. Un proyectil disparado desde el buque insignia de Callaghan impactó en el puente de mando del Atlanta, matando al almirante Scott y a casi todos los que se encontraban allí. El destructor Cushing fue el siguiente objetivo de los destructores japoneses. Fue alcanzado por decenas de proyectiles y acabó flotando a la deriva e indefenso en medio de la batalla. Más tarde volvería a ser atacado por un grupo de destructores, lo que obligaría a la tripulación a abandonar el barco. El Cushing se hundió varias horas más tarde.
El Hiei, el buque insignia de Abe, rompió la columna estadounidense cruzando entre los destructores de vanguardia. Las distancias eran tan cortas que las baterías principales y secundarias del acorazado no podían bajar lo suficiente como para apuntar a los destructores. Uno de ellos, el Laffey, después de casi colisionar contra el buque japonés, barrió su superestructura con fuego de artillería y ametralladoras. Al ataque se sumaron los otros dos destructores, el Sterett y el O'Bannon. Una ráfaga de ametralladora alcanzó el puente e hirió al almirante Abe.
Las baterías principales y secundarias del Hiei, inútiles para defenderse de los destructores, dirigieron su fuego contra el San Francisco, al mismo tiempo que lo hacía el otro acorazado japonés, el Kirishima. Las granadas de fragmentación que disparaban los cañones de los acorazados no podían atravesar el blindaje del crucero, pero arrasaron gran parte de su superestructura, incluido el puente de mando. Allí murieron el almirante Callaghan y el comandante del buque, el capitán Young. Durante el intercambio de fuego de artillería un proyectil destruyó los generadores de los sistemas de dirección del Hiei, dejando al buque japonés casi ingobernable. Los artilleros japoneses dieron un respiro al San Francisco cuando hicieron una pausa de varios minutos para sustituir las granadas rompedoras (que creían que estaban siendo totalmente inefectivas) por munición perforante. El momento fue aprovechado por el crucero para alejarse de la lucha.
Los únicos dos almirantes de la US Navy muertos en combate en toda la Segunda Guerra Mundial perdieron la vida en esta batalla; en la foto, el almirante Callaghan en el puente del San Francisco:
El otro crucero pesado estadounidense, el Portland, después de intervenir en el ataque al Akatsuki fue alcanzado por un torpedo lanzado por alguno de los destructores japoneses. El torpedo estalló en la popa y atascó su timón, dejando al buque navegando en círculos y sin capacidad de maniobra. Así acabó su participación en la batalla.
Después de su ataque al Hiei, el Laffey se encontró con un grupo de tres destructores japoneses (Asagumo, Murasame y Samidare). En el combate el Laffey fue alcanzado por varios proyectiles y un torpedo y acabó envuelto en llamas. Cuando uno de los incendios llegó a un pañol de municiones el buque saltó por los aires y se hundió casi al instante. El mismo grupo se enfrentó más tarde a otro destructor estadounidense, el Monssen. El fuego combinado de los cañones de los tres buques inutilizó todos sus sistemas y obligó a la tripulación a abandonar el barco. El Monssen se hundió poco después.
Los destructores Amatsukaze y Yūdachi se dirigieron al sur para atacar a los buques que cerraban la formación estadounidense. Dos torpedos del Amatsukaze golpearon al destructor Barton, que se hundió en pocos minutos. A continuación el Amatsukaze lanzó otro torpedo contra el Juneau, que estaba respondiendo a un ataque del Yūdachi. La explosión abrió una vía de agua en el crucero e inutilizó gran parte de sus sistemas, obligándole a abandonar la batalla. El Amatsukaze también tuvo que retirarse muy dañado después de ser alcanzado de lleno por la artillería del Helena.
El Yūdachi fue abandonado por su tripulación después de sufrir un duro ataque con artillería y torpedos por parte de los destructores Aaron Ward y Sterett, aunque sorprendentemente se mantuvo a flote. El Sterett se vio obligado a retirarse después de sufrir graves daños en un combate con el destructor Teruzuki, mientras que el Aaron Ward se quedó sin propulsión tras un desigual enfrentamiento con el acorazado Kirishima.
Después de cuarenta minutos de lucha caótica y salvaje, Gilbert Hoover, capitán del Helena y comandante accidental de la escuadra estadounidense, tuvo que ordenar la retirada. Solo le quedaban dos buques en condiciones de seguir combatiendo, el propio Helena y el destructor Fletcher. En cuanto a los japoneses, ni uno solo de sus buques había salido ileso de la batalla, aunque el acorazado Kirishima, el crucero Nagara y al menos cuatro destructores tan solo presentaban daños leves, y otros buques, a pesar de estar más dañados, aún tenían capacidad de combate. La escuadra japonesa había logrado la victoria y estaba en condiciones de completar su misión y bombardear Campo Henderson. Sin embargo, el almirante Abe también dio la orden de retirada.
Pudieron ser varias la razones que llevaron a Abe a tomar aquella decisión: falta de información sobre el estado real en el que habían quedado sus fuerzas y las del enemigo, escasez de munición de fragmentación (buena parte de ella se había gastado en la batalla naval), o el temor a que si no lograban neutralizar Campo Henderson sus buques quedasen expuestos a los ataques aéreos en cuanto amaneciese. Psicológicamente le tuvieron que afectar sus propias heridas y la muerte de varios de sus colaboradores más cercanos en el puente de mando del Hiei. Fuese cual fuese el motivo, el hecho es que el convoy de Tanaka recibió la orden de regresar a Rabaul, y todos los buques de la escuadra de Abe que podían valerse por si mismos (con la excepción de los destructores Yukikaze y Teruzuki que se quedaron para ayudar al Hiei) abandonaron la zona.
Por la mañana los buques estadounidenses que se retiraban en dirección a las islas Santa Cruz fueron descubiertos por el submarino japonés I-26. El sumergible lanzó un torpedo contra el crucero Juneau, que ya anteriormente, durante la batalla, había sido golpeado por otro torpedo. El Juneau se partió en dos por la explosión y se hundió casi instantáneamente. El miedo a un nuevo ataque del submarino hizo que el resto de la formación continuase su camino sin detenerse a auxiliar a la tripulación del crucero. Unos cien hombres que sobrevivieron al hundimiento fueron abandonados en el océano hasta que ocho días más tarde aparecieron los hidroaviones de rescate. Para entonces casi todos habían muerto a consecuencia de la deshidratación, las heridas, el cansancio o los tiburones. De una tripulación de 697 hombres, solo hubo 10 supervivientes.
Al amanecer aún había cinco buques japoneses en el estrecho del Fondo de Hierro. La tripulación del Amatsukaze consiguió hacer las reparaciones de urgencia necesarias para retirarse justo a tiempo de evitar el ataque de los bombarderos con base en Campo Henderson. El casco abandonado del Yūdachi fue hundido por el Portland, que seguía sin poder maniobrar, pero que aún tenía operativas sus torres de artillería. Quedaban el Hiei y los dos destructores que lo escoltaban. A primera hora de la mañana comenzaron los ataques de los aviones de Campo Henderson, a los que a lo largo del día se sumarían los del portaaviones Enterprise (recién llegado de Nueva Caledonia tras completar sus reparaciones en un tiempo récord) y los B-17 con base en Espíritu Santo. Por la mañana Abe embarcó en el Yukikaze y abandonó el acorazado a su suerte. El Hiei se hundió aquella noche, después de sufrir continuos ataques aéreos durante toda la jornada.
El Hiei durante el ataque de los B-17, dejando tras él una gran mancha de combustible:
Los estadounidenses también tuvieron que dejar atrás tres de sus buques, inmovilizados por averías en la dirección o en la propulsión. Durante el día el Portland y el destructor Aaron Ward pudieron ser reparados y abandonaron el campo de batalla. Solo quedaba el Atlanta, a la deriva y con daños críticos, que finalmente fue abandonado por su tripulación y se hundió a primera hora de la noche.
La que es habitualmente conocida como primera batalla naval de Guadalcanal (en realidad fue la quinta, y la tercera en las inmediaciones de la isla de Savo) fue uno de los episodios más sangrientos de la historia de la US Navy. Murieron 1.439 estadounidenses (entre ellos dos almirantes), y acabaron hundidos los cruceros Atlanta y Juneau y los destructores Cushing, Laffey, Monssen y Barton. La decisión de Abe de ordenar la retirada convirtió lo que habría sido una victoria (a pesar de la pérdida del Hiei y dos destructores) en una derrota estratégica japonesa. La misma mañana del día 13, el almirante Isoroku Yamamoto, comandante de la Flota Combinada, consciente de la importancia de neutralizar Campo Henderson para permitir la llegada del convoy de refuerzos a Guadalcanal, ordenó al vicealmirante Nobutake Kondō que comenzase a preparar de inmediato una segunda fuerza de ataque.
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