Alves dos Reis, el estafador que clonó el Banco de Portugal


El 5 de diciembre de 1925 el diario de Lisboa O Século destapó un gigantesco fraude cometido por el Banco de Angola y la Metrópolis, una entidad bancaria creada en Luanda pocos meses antes. Sus investigaciones comenzaron cuando su corresponsal en Angola informó de la sospechosa política comercial del banco, que estaba literalmente inundando de billetes la colonia portuguesa, concediendo créditos a muy bajo interés a pesar de que apenas contaba con depósitos. En un principio los periodistas creyeron estar detrás de una operación de los servicios secretos alemanes, que estarían sirviéndose del banco para poner en circulación billetes falsos en grandes cantidades con el objetivo de desestabilizar a la colonia portuguesa. Angola había sido una ambición histórica de Alemania, y no habría sido la primera vez que desde su vecina colonia de África del Suroeste (Namibia) se lanzaban ataques más o menos encubiertos contra ella. Namibia, ocupada por tropas sudafricanas durante la Gran Guerra, había quedado por mandato de la Sociedad de Naciones bajo la administración de la Unión Sudafricana, pero para los portugueses de Angola los alemanes seguían siendo el enemigo tradicional.

Sin embargo, las investigaciones de los periodistas de O Século revelaron algo sorprendente: los billetes que el banco angoleño estaba poniendo en circulación eran totalmente auténticos. Lo único falso era la orden de emitirlos. El responsable de aquella genial falsificación era el propietario del Banco de Angola y la Metrópolis, un lisboeta de 27 años llamado Virgilio Alves dos Reis.

Artur Virgilio Alves dos Reis nació en Lisboa el 3 de septiembre de 1898. Hijo de un comerciante de ganado arruinado, en otro tiempo su familia había gozado de una situación económica desahogada, pero a él le tocó crecer en un ambiente de relativa penuria. Su vergüenza por la ruina familiar aumentó cuando se casó, muy joven, con Maria Luisa Jacobetty de Azevedo, una muchacha perteneciente a la alta sociedad lisboeta. Sintiendo el desprecio de sus suegros (real o imaginario, no lo sabemos) por sus orígenes humildes, decidió marcharse a las colonias y no regresar hasta que hubiese conseguido hacer fortuna. Con solo 19 años, Alves embarcó con destino a Angola.

En África, Alves tuvo varios empleos relacionados con las obras públicas y la administración colonial. Finalmente acabó consiguiendo un puesto de gerente en la compañía Ferrocarriles Transafricanos de Angola tras presentar un título de ingeniero concedido por la inexistente Polytechnic School of Engineering de Londres. Aquella fue su primera falsificación conocida. El falso ingeniero (en Lisboa había iniciado los estudios de ingeniería, pero los había abandonado en su primer año) logró con su trabajo ganarse la confianza de sus jefes y de los directivos de la empresa. No le iba mal, pero aquello no era suficiente para él. Lo que Alves deseaba por encima de todo era regresar algún día a Portugal convertido en un personaje al que nadie pudiese mirar por encima del hombro. Necesitaba hacerse rico, y rápidamente. Así que comenzó a valerse del respeto que se había ganado en la colonia como empleado modélico de la compañía de ferrocarriles para cometer todo tipo de fraudes con cheques sin fondos y contratos falsos. Al final pasó lo que tenía que pasar. En julio de 1924 fue detenido por estafa.

Alves acabaría saliendo absuelto por falta de pruebas, pero antes de eso tuvo que pasar dos meses en prisión a la espera del juicio. Aquel paso por la cárcel resultó ser de lo más provechoso para él, ya que parece que fue allí donde urdió su gran plan. Su cómplice principal iba a ser José Bandeira, un joven de familia aristocrática, hermano de Antonio dos Santos Bandeira, el embajador de Portugal en Holanda. Entre sus colaboradores más cercanos también estaban un financiero holandés llamado Karel Marang y un oscuro personaje conocido como Adolf Henies, de nombre auténtico Hans Döring, un agente del servicio secreto alemán con valiosos contactos en el mundo de la diplomacia.

Alves se inventó un supuesto contrato que había firmado con el gobierno de Portugal por el que se le autorizaba a poner en circulación cien millones de escudos (una cifra enorme, equivalente al 1% del PIB portugués de la época) con el teórico objetivo de ayudar al desarrollo económico de la colonia de Angola. Fabricó un documento con las firmas falsificadas del administrador y el tesorero del Banco de Portugal en el que se recogía la autorización gubernamental para imprimir doscientos mil billetes de 500 escudos. Sin saber a qué país tendría que acudir con él, consiguió que el contrato fuese firmado por los embajadores portugueses en Holanda (recordemos, hermano de José Bandeira), Gran Bretaña, Alemania y Francia.

El siguiente paso era averiguar el nombre de la empresa encargada de la fabricación de los billetes para el Banco de Portugal. Aquella era una información que se mantenía en el más absoluto secreto, pero lo cierto es que no les costó demasiado conseguirla. Marang se presentó en las oficinas de una compañía holandesa especializada en la impresión de papel moneda, supuestamente para negociar el nuevo contrato. Fueron los propios holandeses quienes le explicaron que alguien le había informado mal, ya que los fabricantes de los billetes portugueses no eran ellos, sino una firma de Londres llamada Waterlow & Sons. En diciembre de 1924 Marang viajó a Inglaterra para reunirse con el señor Waterlow. Además del falso contrato, le entregó una carta falsificada del administrador del Banco de Portugal en la que le exigía la máxima confidencialidad. Se le solicitaba la impresión de doscientos mil billetes de quinientos escudos, con la efigie de Vasco de Gama, exactamente iguales a los billetes de curso legal en Portugal.

Todo salió tal como habían planeado. Marang y Bandeira transportaban tranquilamente los billetes nuevos desde Londres hasta Lisboa. Allí el dinero era repartido entre los miembros del grupo. Alves se quedaba con un 25%. Con su parte fundó en Luanda el Banco de Angola y la Metrópolis. Al mismo tiempo decidió hacerse con el control del auténtico Banco de Portugal, por entonces una entidad semiprivada, en parte propiedad del Estado y en parte de inversores particulares. Alves comenzó a comprar a través de testaferros acciones del banco central portugués esperando conseguir las necesarias para controlar su consejo de administración. Así se aseguraría de que la máxima autoridad monetaria del país no investigaría si alguna vez aparecían indicios de la falsificación. En el momento en que fue descubierto se había hecho ya con un 20% de las acciones.

Virgilio Alves lo había conseguido. Con 26 años se había convertido en uno de los financieros más ricos y poderosos de Portugal. Comenzó a llevar una vida de lujo, haciendo ostentación de riqueza de forma imprudente. Su irrupción en la alta sociedad lisboeta llamó demasiado la atención, casi tanto como las extrañas operaciones de su Banco de Angola y la Metrópolis. Solo unos meses más tarde las investigaciones de la prensa portuguesa destaparon el fraude.

Cuando estalló el escándalo, en diciembre de 1925, Alves se encontraba en Angola junto a su socio, el misterioso alemán Adolf Henies. Ambos lograron cruzar la frontera de Namibia y embarcar en un paquebote alemán que zarpaba con rumbo a Europa. Allí fueron descubiertos. Cuando iban a ser arrestados, Henies huyó saltando por la borda. Reapareció en su país poco después. Nunca fue juzgado. Alves fue detenido y trasladado a Lisboa. En el juicio, celebrado en 1930 (parece que la justicia portuguesa de la época era casi tan lenta como la española de hoy), se defendió argumentando que su único interés había sido contribuir al progreso de Angola. Su supuesto altruismo no convenció a los jueces, que le sentenciaron a veinte años de cárcel. Bandeira fue condenado a ocho años. Marang fue juzgado en Holanda y condenado a once meses por asociación ilícita. Otros muchos personajes de su amplia red de colaboradores cumplieron penas menores. El asunto también acabó con la carrera profesional de los más altos responsables del Banco de Portugal, a los que Alves había dejado en ridículo.

Virgilio Alves salió de prisión en mayo de 1945. Siete años más tarde, en 1952, fue detenido de nuevo por haber tratado de engañar a un comerciante vendiéndole un cargamento inexistente de café angolano. Murió de un paro cardiaco en julio de 1955, poco después de haber sido condenado a cuatro años de prisión por aquella nueva estafa.

Uno de los billetes de Alves dos Reis, expuesto en el Museo del Dinero de Utrech, en Holanda:


El billete tiene un sello con la palabra VALSCH ("falso" en holandés). En realidad, es discutible que se pueda considerar un caso de falsificación de moneda, ya que los billetes se imprimieron utilizando las planchas auténticas y por la empresa con la que el Banco de Portugal tenía contratada la fabricación de su papel moneda. Lo único que los diferenciaba de los billetes "oficiales" eran sus números de serie.

Diplomacia de talonario: las extrañas amistades de Nauru

Nauru ya ha salido alguna vez en este blog. Es una pequeña isla de poco más de ocho kilómetros cuadrados situada en medio de ninguna parte, en el Pacífico central. A pesar de su insignificancia geográfica, hubo una época en la que tuvo una gran importancia estratégica. Como conté hace un tiempo, Nauru fue el único territorio del Pacífico atacado por la Kriegsmarine durante la Segunda Guerra Mundial. Su valor entonces estaba en sus abundantes depósitos de fosfatos, hoy agotados. En la actualidad la isla es famosa principalmente por dos motivos: por ser la república más pequeña del mundo (y el tercer estado, por detrás de la Ciudad del Vaticano y el Principado de Mónaco), y por ser el único país del planeta en peligro real de desaparición física. Se están quedando sin isla, literalmente. La sobreexplotación a la que fueron sometidos durante décadas los yacimientos de fosfatos que la cubrían ha convertido la mayor parte de su territorio en un pedregal estéril cada vez más amenazado por el aumento del nivel del mar.

Vista aérea de Nauru:


Tras el colapso de su única riqueza económica, los nauruanos han tenido que recurrir a originales fuentes de ingresos para sobrevivir. Por ejemplo, la que voy a explicar a continuación, con una historia que empieza en el otro extremo del mundo, a orillas del mar Negro.

En agosto de 2008 finalizó el conflicto bélico entre Georgia y los territorios separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, dos pequeñas repúblicas autónomas situadas en plena cordillera del Cáucaso que contaban con el apoyo nada disimulado de Rusia (de hecho hubo una fuerte intervención militar directa del ejército ruso). Ese mismo mes ambas repúblicas fueron reconocidas como estados independientes por la Asamblea Federal de la Federación Rusa. Los llamamientos del gobierno ruso a eso que se suele llamar “comunidad internacional” para que siguiesen su ejemplo y reconociesen a ambos estados no tuvieron mucho éxito. En un primer momento solo lo hizo Nicaragua, donde acababa de ganar las elecciones el Frente Sandinista (quizá necesitaban algún gesto que ayudase a resaltar su independencia respecto a los Estados Unidos). Un año más tarde obtuvieron también el reconocimiento de la Venezuela de Hugo Chávez.

Mapa de Georgia, en el que se pueden ver las repúblicas rebeldes de Abjasia (verde) y Osetia del Sur:


Fue entonces, en los últimos meses de 2009, cuando Rusia fijó su atención en la región del Pacífico y trasladó hacia allí todo su poder de persuasión.

En diciembre de 2009 Nauru se convirtió en el cuarto país del mundo, tras Rusia, Nicaragua y Venezuela, en reconocer oficialmente a las dos pequeñas repúblicas caucásicas como estados independientes. Al mismo tiempo, el ministro de Relaciones Exteriores de Nauru, Kieren Keke, de visita en Sujumi (la capital de la República de Abjasia), anunciaba el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países. Hasta ese momento, a excepción de Rusia, ningún otro estado del mundo se había planteado tener representación diplomática en Abjasia.

Esta estrecha amistad entre dos países minúsculos separados por miles de kilómetros, sin relaciones comerciales o culturales previas, y sin absolutamente ningún interés en común, resulta bastante sorprendente. La explicación podría estar en los diez millones de dólares que poco después Nauru recibió de Rusia en concepto de ayuda al desarrollo. Por supuesto, el gobierno ruso negó que su generosidad tuviese algún tipo de relación con las curiosas alianzas internacionales de Nauru.

A Nauru le siguieron otras dos pequeñas naciones insulares del Pacífico, Vanuatu y Tuvalu, que (supuestamente) a cambio de un módico precio aceptaron reconocer a Abjasia como estado independiente. Tuvalu, un conjunto de atolones de solo 11.000 habitantes con un grave problema de abastecimiento de agua dulce (y cuya casi única fuente de ingresos es la venta de los derechos del apetecible dominio web .tv), reconoció a Abjasia tras recibir un cargamento de agua embotellada. La ofensiva diplomática rusa en el Pacífico obligó a Georgia a contraatacar. Vanuatu y Tuvalu acabarían retirando sus reconocimientos, en mayo de 2013 y marzo de 2014 respectivamente, quizá después de aceptar alguna contraoferta georgiana. Fiyi, un “pequeño gigante” en la región, recibió en pocos meses la visita de los ministros de Asuntos Exteriores de Georgia y Rusia, ambos repentinamente interesados en el desarrollo del país.

Se podría pensar que una "diplomacia de talonario" tan descarada es contraproducente. Después de todo, si algún país serio se hubiese estado planteando la posibilidad de reconocer a las repúblicas rebeldes georgianas como estados independientes, lo más probable es que acabase descartando la idea por miedo a que la comunidad internacional les incluyese en el exclusivo club formado por Nauru, Tuvalu y Vanuatu (a Venezuela y Nicaragua no las meto en el mismo saco, ya que su reconocimiento fue anterior). Pero este inconveniente se compensa con un importante beneficio. Estos diminutos, pobres y políticamente irrelevantes estados insulares del Pacífico son miembros de pleno derecho de la ONU. Si algún día la Asamblea General de las Naciones Unidas tiene que debatir sobre la cuestión de Abjasia, el voto de Nauru tendrá tanto valor como el de cualquier otro país. Llegado el momento, Rusia, o la potencia de turno, se habrá asegurado su apoyo a un coste realmente reducido.

Hace unos años fueron China y Taiwán los que compitieron en una auténtica subasta para lograr el reconocimiento de estos países, en medio de acusaciones mutuas (y probablemente fundadas) de sobornos y de estar utilizando la ayuda humanitaria o las promesas de inversión para fines políticos. Nauru retiró su reconocimiento de Taiwán en el año 2002 y la volvió a reconocer en el 2004. Siempre al mejor postor.

Noor Inayat Khan


Noor Inayat Khan era la hija mayor del matrimonio formado por Hazrat Inayat Khan, un maestro sufí y músico perteneciente a una importante familia de la nobleza musulmana india (descendiente del sultán Fateh Ali Tipu, histórico monarca del antiguo reino de Mysore), y la estadounidense Ora Meena Ray Baker, hermana de otro conocido maestro sufí. Nació en San Petersburgo el 2 de enero de 1914. Pocos meses más tarde, cuando la Gran Guerra estaba a punto de estallar, la familia abandonó Rusia y se estableció en Londres, donde nacieron los tres hermanos de Noor. Al término del conflicto los Inayat Khan se mudaron a Suresnes, cerca de París. En Francia Noor creció en un ambiente culto y cosmopolita. Estudió psicología infantil en la universidad de la Sorbona y música en el Conservatorio de París. Comenzó su carrera artística escribiendo poemas y cuentos infantiles para diversas publicaciones. En 1939 publicó su primer y único libro, Veinte cuentos Jataka, una recopilación de cuentos de tradición budista.

En junio de 1940, cuando Francia estaba siendo invadida por las tropas alemanas, Noor, su madre y sus hermanos (su padre había muerto en 1927) huyeron del país y regresaron a Gran Bretaña. Aunque nunca había vivido en la India, Noor se sentía india de corazón y estaba en contra del dominio colonial británico. Además siempre había sido una seguidora incondicional de las enseñanzas de su padre, un pacifista “radical”. Sin embargo, en Inglaterra decidió que no podía quedarse al margen y que su deber era unirse a la lucha para derrotar los nazis.

En noviembre de 1940 Noor se alistó en la WAAF (Women's Auxiliary Air Force, el cuerpo auxiliar femenino de la RAF). Un año más tarde fue reclutada por el SOE (Special Operations Executive), la organización encargada de las operaciones encubiertas en territorio controlado por el enemigo. Durante su formación como agente adoptó el alias de Nora Baker. A mediados de 1943, de forma bastante apresurada, fue designada como agente de enlace del SOE con uno de los principales grupos de resistencia de la zona de París. Probablemente habría necesitado algo más de entrenamiento, pero la destreza que demostró como operadora de radio, su conocimiento del país y del idioma, y, sobre todo, la dramática escasez de agentes experimentados que por entonces sufría el SOE, hicieron que fuese destinada a Francia antes de tiempo.

Noor, que utilizaría el nombre en clave de Madeleine, fue la primera mujer del SOE enviada como operadora de radio a territorio enemigo. La noche del 16 al 17 de junio de 1943 un pequeño avión de enlace Westland Lysander la dejó en una pista de aterrizaje improvisada en el norte de Francia. Allí la estaban esperando miembros del grupo de resistencia conocido con el nombre en clave de Physician. Su llegada a París se produjo en el peor momento posible. La red Physician había sido infiltrada por agentes alemanes, y el SD (Sicherheitsdienst, “Servicio de Seguridad”, parte del imperio de las SS) se disponía a lanzar contra ella una campaña de hostigamiento, redadas y arrestos masivos. Seis semanas más tarde la organización había sido desmantelada casi en su totalidad. Por entonces, Noor, ocultándose bajo la identidad falsa de Jeanne-Marie Regnier, era la única operadora de radio de la organización de resistencia que aún no había sido capturada.

Los responsables de la Sección F trataron de organizar la evacuación de Noor, conscientes del peligro que corría, pero ella se negó a regresar a Londres y abandonar a sus compañeros franceses. Su trabajo era vital para mantener operativo lo que quedaba de la red y tratar de reconstruirla. Pero los británicos no eran los únicos que conocían la importancia de su misión. El SD tenía su descripción y conocía su nombre en clave, Madeleine. Los alemanes sabían que si lograban capturarla se cortarían definitivamente las comunicaciones entre Londres y una de las redes principales de la resistencia francesa. Noor se convirtió en el agente enemigo más buscado por servicios de seguridad alemanes en París. Se mantenía continuamente en movimiento, limitando sus comunicaciones por radio a unos pocos minutos cada vez para evitar ser localizada.

Noor logró burlar a sus perseguidores durante semanas, hasta que finalmente, a mediados de octubre, fue capturada por el SD. Parece que su arresto fue debido a una traición, aunque hay al menos dos versiones distintas sobre cómo ocurrió. Unos creen que fue traicionada por Henri Dericourt, un agente francés del SOE, ex piloto de la Fuerza Aérea Francesa, del que se sospecha que era un agente doble. Otros piensan que la entregó una resistente llamada Renée Garry, según se dice celosa por la relación de Noor con otro agente del SOE del que estaba enamorada.

Noor fue conducida al cuartel general de la Gestapo en París. Durante más de un mes fue sometida a continuos interrogatorios. No hay pruebas de que fuese torturada físicamente. Tampoco hay ninguna evidencia de que aceptase cooperar ni de que compartiese cualquier tipo de información con los alemanes. En realidad no fue necesario. Incumpliendo las normas de seguridad más elementales (posiblemente a causa de un entrenamiento deficiente y de la precipitación con la que se decidió su envío a Francia), Noor había guardado una copia de todos los mensajes que había intercambiado con el SOE. Cuando los agentes del SD encontraron sus cuadernos de notas, los alemanes pudieron utilizar toda aquella información para mantener las comunicaciones con Londres haciéndose pasar por Madeleine y haciéndoles creer que seguía en libertad.

Por lógica, al conocer el acoso al que estaban siendo sometidos sus agentes en Francia por parte del contraespionaje alemán, el SOE habría estado obligado a extremar las medidas de seguridad, pero de forma inexplicable en la Sección F se limitaron a dar por buenos los mensajes que recibían de la falsa Noor, sin más comprobaciones. Peor aún, una colaboradora francesa del SOE llamada Sonya Olschanezky (de nombre en clave Tania) se las había arreglado para alertar a Londres del arresto de Madeleine, pero al provenir de una agente de importancia secundaria el aviso no se consideró fiable y fue ignorado. Como resultado, las falsas transmisiones continuaron y tuvieron como consecuencia el arresto y la ejecución de un buen número de agentes del SOE en Francia, entre ellos la propia Olschanezky. Varios agentes enviados desde Inglaterra fueron capturados nada más pisar suelo francés.

El 25 de noviembre Noor fue descubierta cuando trataba de huir del edificio del SD en París a través del tejado aprovechando el caos que siguió a una alerta de ataque aéreo. Dos días después se decidió su traslado a la prisión de Pforzheim, en el sur de Alemania. Considerada una prisionera muy peligrosa, permaneció en total aislamiento los diez meses que estuvo allí encarcelada.

El 11 de septiembre de 1944 Noor Inyayat Khan fue trasladada desde Pforzheim al campo de concentración de Dachau junto a otras tres agentes capturadas del SOE, la británica Eliane Plewman y las francesas Yolande Beekman y Madeleine Damerment. Dos días más tarde, la mañana del 13 de septiembre, las cuatro mujeres fueron ejecutadas de un tiro en la nuca.

En el año 2012 se inauguró un busto de Noor Inayat Khan en el parque londinense de Gordon Square. Se dice que es el único monumento que existe en Gran Bretaña dedicado a una mujer musulmana.