Mercancías a la deriva

Mucho antes de que la USAAF iniciase la campaña de bombardeos masivos en las islas metropolitanas de Japón, la guerra de la U.S. Navy contra las comunicaciones navales enemigas en el Pacífico había comenzado a dañar gravemente la capacidad de producción de la industria japonesa. Los ataques continuos de su flota de submarinos o de las fuerzas aéreas a los mercantes y el sembrado masivo de minas navales en las rutas de abastecimiento habían logrado a comienzos de 1945 cortar casi totalmente las comunicaciones del archipiélago japonés con su todavía extenso imperio e interrumpir la llegada de materias primas básicas para mantener su esfuerzo bélico. Las dramáticas pérdidas de navíos mercantes no podían ser compensadas por los sobrecargados astilleros japoneses, y la escasez de petróleo hacía difícil que los barcos supervivientes pudiesen incluso salir de sus puertos. Aquella situación llevó al gobierno japonés a considerar las sugerencias de sus oceanógrafos, que afirmaban que se podían utilizar las corrientes marinas para el transporte de artículos de primera necesidad.

La corriente de Kuroshio (en español "Río Negro", llamada así por sus características aguas de color azul oscuro) es una fuerte corriente oceánica, no muy ancha y de aguas veloces, que recorre el Pacífico occidental. Partiendo desde Taiwan, continúa por las islas Ryukyu y las costas orientales del archipiélago japonés. Al igual que ocurre con la famosa corriente del Golfo en el Atlántico, la Kuroshio transporta aguas cálidas desde el trópico hasta las regiones frías del norte. La alta temperatura de sus aguas es la responsable de que existan arrecifes coralinos en Japón (los arrecifes de coral más septentrionales que existen en el mundo). La rama que se adentra en el mar de Japón, entre Corea y las costas occidentales japonesas, recibe el nombre de corriente de Tsushima.

Mapa de las corrientes marinas japonesas, donde se pueden ver los recorridos de las corrientes de Kuroshio y Tsushima:


En un principio la idea era utilizar la corriente de Tsushima para el transporte de mercancías entre la península coreana y las islas metropolitanas sin necesidad de consumir un combustible vital para otros usos ni de poner en riesgo los escasos navíos mercantes con los que todavía contaba Japón. Desde la antigüedad se sabía que muchos objetos dejados a la deriva en la costa del sur de Corea acababan en las playas de Honshu, la isla más septentrional del archipiélago japonés. Más tarde se pensó en hacer lo mismo desde Formosa aprovechando la corriente de Kuroshio. Después de la guerra, el NavTechJap (la Misión Técnica Naval en Japón, el departamento de la U.S. Navy creado para estudiar la tecnología naval nipona) tuvo acceso a los estudios realizados por los oceanógrafos japoneses. Los estadounidenses descubrieron que incluso se había logrado realizar una prueba con éxito, enviando un barco de madera de 200 toneladas desde Busan, en el sur de Corea, hasta Honshu. Los japoneses planeaban llenar bidones flotantes de metal (algunos de ellos equipados con radios para facilitar su localización) con cargamentos de soja de Manchuria y otros productos esenciales, y lanzarlos a la deriva desde el sur de Corea, Formosa o las Ryukyu, para recogerlos en Japón, a donde llegarían arrastrados por las corrientes de Tsushima y Kuroshio. El proyecto fue abandonado al final de la guerra.

Poon Lim: Ciento treinta y tres días a la deriva

El 23 de noviembre de 1942 el submarino alemán U-172, que había iniciado su regreso a Europa después de completar su tercera patrulla por aguas del Atlántico Sur, se encontró con un solitario mercante unas 750 millas al este de la costa brasileña, cerca del ecuador. Parecía una presa fácil. El barco estaba armado, pero era de movimientos lentos y navegaba en solitario. El Kapitanleutnant Carl Emmermann ordenó lanzar dos torpedos contra el carguero. El impacto de uno de ellos abrió un boquete en la sala del calderas. Al contacto con el agua de mar las calderas estallaron, haciendo que el barco se hundiese en pocos minutos.

El mercante hundido era el Ben Lomond, un vapor británico de 6.630 toneladas en ruta de Port Said a Nueva York. En el naufragio murieron cincuenta y tres tripulantes (el capitán, cuarenta y cuatro marineros, y ocho artilleros, encargados de operar las armas del barco). Tan solo hubo un superviviente, un marinero de veinticuatro años natural de Hainan, una isla del sur de China, llamado Poon Lim.

Poon trabajaba en el Ben Lomond como mayordomo de buque. Cuando el impacto del primer torpedo sacudió el barco, apenas tuvo tiempo de ponerse un chaleco salvavidas y saltar por la borda justo antes de la explosión de las calderas. Pasó más de una hora en el agua antes de encontrar una balsa salvavidas (un flotador Carley) y lograr subirse a ella. La balsa tenía el suelo de madera y medía unos dos metros y medio de diámetro. En su interior Poon encontró una garrafa de agua de treinta litros, varias latas de galletas, algo de chocolate, una bolsa de terrones de azúcar, algunas bengalas, dos botes de humo y una linterna.

Los primeros días Poon Lim sobrevivió gracias a los alimentos y el agua que encontró en la balsa. Cuando se agotaron tuvo que ingeniárselas para conseguir agua dulce y comida. Utilizó su chaleco salvavidas como lona para capturar el agua de lluvia. Para pescar, hizo un pequeño anzuelo con un cable de la linterna y otro más grande (para tiburones y peces de mayor tamaño) con uno de los clavos que sujetaban las tablas de la balsa. Como sedal utilizaba una cuerda de cáñamo que había encontrado flotando en el mar (casi con seguridad proveniente del naufragio de su propio barco). Cuando capturaba un pez, lo abría con un cuchillo hecho con una lata de galletas y lo dejaba secar en el piso de la balsa. De vez en cuando lograba cazar algún ave. Se dio cuenta de que al hacerlo la pesca desaparecía, ya que los restos de las aves que mataba atraían a los tiburones y espantaban al resto de peces. Probó entonces a utilizarlas como cebo para pescar tiburones. Si mordían el anzuelo los arrastraba hasta la balsa y los golpeaba con la garrafa de agua para rematarlos. La sangre de tiburón le salvó de morir de sed en una ocasión, cuando sus reservas de agua dulce se habían agotado después de varios días sin llover.

Poon Lim apenas sabía nadar y tenía pánico a caerse al agua, por lo que dormía atado a la cuerda. Al principio contaba los días haciendo nudos en ella, pero con el paso del tiempo se cansó y se limitó a contar las lunas llenas. Una vez un mercante pasó a su lado. Según Poon (a mí me resulta difícil de creer) la tripulación le vio, pero no quisieron recogerle cuando se dieron cuenta de que era chino. En otra ocasión se encontró con un submarino alemán. Varios hombres estaban haciendo prácticas de tiro con las armas antiaéreas, disparando contra las gaviotas, y, de nuevo según Poon, ignoraron al náufrago. Otro día estuvo a punto de ser rescatado cuando fue avistado por una escuadrilla de aviones de patrulla marítima estadounidenses. Uno de los aparatos dejó caer una boya de señalización para marcar el lugar, pero justo en ese momento se desató una tormenta y Poon volvió a perderse en el océano.

Un día Poon supo que se estaba acercando a tierra cuando vio que el color del agua había cambiado del azul oscuro del océano profundo a un tono verdoso. Poco a poco las señales esperanzadoras aumentaron: algas flotando, una mayor cantidad y variedad de aves... Finalmente el 5 de abril de 1943 fue descubierto por los tres tripulantes de un pequeño pesquero brasileño. Había pasado 133 días a la deriva en una balsa salvavidas.

Tres días después Poon fue trasladado a Belém. Había perdido diez kilos, aunque en todo momento pudo caminar por sí solo. Después de cuatro semanas recuperándose en un hospital, el cónsul británico organizó su regreso a Inglaterra. Allí fue recibido como un héroe. El rey Jorge VI le otorgó la Medalla del Imperio Británico. Su experiencia fue incluida en los manuales de supervivencia de la Royal Navy. Cuando le dijeron que nadie había sobrevivido tanto tiempo en una balsa a la deriva, respondió: “Espero que nadie tenga que batir este record”. Hasta el día de hoy nadie lo ha hecho.

Después de la guerra, Poon Lim emigró a Estados Unidos. Murió en Nueva York en 1991.

Teruo Nakamura: El último soldado del Emperador no era japonés

Durante la Segunda Guerra Mundial miles de coreanos, manchúes, taiwaneses y soldados procedentes del resto de territorios del Imperio sirvieron en las fuerzas armadas de Japón. Los no japoneses en muy raras ocasiones eran encuadrados en unidades de combate, siendo habitualmente relegados a tareas auxiliares (aunque en los meses finales de la guerra llegó a haber incluso pilotos kamikazes coreanos). Pero hubo una importante excepción, una fuerza de élite del Ejército Imperial constituida por extranjeros: las Unidades de Voluntarios Takasago estaban formadas por nativos de Formosa, hombres reclutados en los pueblos del interior de la isla, provenientes de una cultura de cazadores-recolectores y con una centenaria tradición guerrera. Su adaptación al clima tropical y a un entorno selvático, en el que podían desenvolverse sin necesidad de un gran apoyo logístico, les convertía en los candidatos ideales para operaciones de infiltración tras las líneas enemigas en las junglas del sudeste asiático y el Pacífico. Además de sus cualidades innatas para ese tipo de misiones, los voluntarios taiwaneses recibían un entrenamiento especializado en operaciones de comando y guerra de guerrillas en la Escuela de Inteligencia de Nakano.

Miembros de una unidad Takasago se despiden con gritos de "¡Banzai!" antes de partir a una misión; los oficiales (japoneses étnicos), reconocibles por las fajas blancas, alzan sus espadas, mientras que el resto de los hombres levantan los cuchillos largos tradicionales de los guerreros taiwaneses:


Teruo Nakamura era el nombre japonés de Attun Palalin, un taiwanés probablemente perteneciente a la etnia amis, uno de los pueblos indígenas más numerosos de Formosa. En 1943, con 23 años, Nakamura fue reclutado por la 4ª Unidad Takasago del Ejército Imperial. A mediados de 1944 esta unidad fue enviada como refuerzo a la isla indonesia de Morotai, al norte de las Molucas, para hacer frente a los desembarcos enemigos que el alto mando japonés suponía inminentes.

La batalla de Morotai comenzó la mañana del 15 de septiembre de 1944 con el desembarco de la 31ª División de los Estados Unidos, y se prolongó oficialmente hasta el 4 de octubre, día en que la isla fue declarada segura por los norteamericanos. Los aeródromos capturados a los japoneses jugaron un importante papel en la campaña de las Filipinas, que se inició el 25 de octubre con los desembarcos aliados en Leyte, y fueron utilizados hasta el final de la guerra por la Real Fuerza Aérea Australiana en operaciones contra objetivos en las Indias Orientales Holandesas y las Filipinas. Desde abril de 1945 Morotai se convirtió también en la principal base del I Cuerpo de Ejército Australiano, ocupado por entonces en los preparativos de la campaña de Borneo.

Mientras los australianos convertían Morotai en su principal base de apoyo y logística en toda Indonesia, las tropas estadounidenses continuaban con las operaciones de limpieza contra los restos de las fuerzas japonesas, que todavía mantenían una resistencia activa en el norte y el oeste de la isla. La 31ª División permaneció en Morotai hasta abril de 1945, cuando partió para participar en los desembarcos de Mindanao y fue reemplazada por la 93ª División de Infantería, una unidad "afroamericana". Desde ese momento hasta el final de la guerra, los infantes de la 93ª División se vieron envueltos en numerosas escaramuzas con pequeños grupos dispersos de soldados japoneses. El 2 de agosto el coronel Kisou Ouchi fue hecho prisionero por una patrulla del 25º Regimiento de Infantería. Ouchi fue el oficial japonés de más alto rango capturado con vida en toda la guerra.

Después de la rendición de Japón, Morotai siguió siendo una importante base aliada. La fuerza australiana responsable de la ocupación y la administración militar de las Indias Orientales Holandesas fijó allí su cuartel general hasta abril de 1946, cuando se restableció el gobierno colonial holandés. Miles de soldados japoneses, provenientes de las guarniciones de Halmahera y otras islas cercanas, capitularon y entregaron las armas en Morotai. Entre ellos, había también unos 650 supervivientes de la guarnición original de la isla.

No todos se rindieron. Teruo Nakamura se ocultó en la jungla junto a un grupo de soldados taiwaneses. Durante más de diez años permaneció con ellos, hasta que en torno a 1956 decidió abandonarles y establecerse en solitario. Buscó un lugar alejado de todo, limpió un pequeño terreno en la selva y construyó allí una cabaña. Según explicó más tarde, se vio obligado a dejar el grupo después de que sus compañeros hubiesen intentado matarle.

A mediados de 1974 un avión descubrió accidentalmente la cabaña en medio de la jungla. Hacía solo unos meses que el teniente Hirō Onoda había aparecido en las Filipinas, y la sociedad japonesa estaba deseosa de noticias sobre nuevos casos de soldados imperiales rescatados en remotas islas del Pacífico. En noviembre de 1974 la embajada de Japón en Yakarta solicitó al gobierno indonesio una operación de búsqueda y rescate. El 18 de diciembre fuerzas del Ejército del Aire indonesio llegaron al lugar donde había sido vista la cabaña, capturaron a Nakamura y se lo llevaron por la fuerza a Yakarta. Poco después fue repatriado a Japón.

Llegada a Tokio de Teruo Nakamura:


El recibimiento a Nakamura fue mucho más frío que el que los japoneses brindaron a Hirō Onoda o a Shōichi Yokoi. Lo cierto es que su aparición, además de suponer un problema diplomático, era un recordatorio del polémico pasado colonialista de Japón. Porque Teruo Nakamura no era japonés. De hecho se había convertido en un apátrida. Después de la guerra, las Naciones Unidas habían reconocido la soberanía china de Formosa. En los años posteriores se sucedieron sangrientos disturbios en la isla cuando los pueblos nativos se rebelaron contra el dominio chino. La situación empeoró para ellos cuando la guerra civil china terminó con la victoria de Mao, y millones de refugiados, partidarios del Kuomintang, llegaron a Taiwan e instauraron allí la República de China (que pretendía ser el único gobierno chino legítimo, y que como tal fue reconocido por un gran número de países). Para los japoneses Nakamura no era japonés, pero desde luego tampoco era chino. No hablaba ni japonés ni mandarín. La prensa taiwanesa le llamaba por su nombre chino, Lee Guang-Hui, un nombre que él nunca había oído hasta entonces. Pese a todo, Nakamura decidió regresar a Taiwan, su tierra natal. Murió de cáncer de pulmón en junio de 1979, solo cuatro años después de dejar su cabaña en la jungla de Morotai.

Fuentes principales:
http://laescaleradeiakob.blogspot.com.es/2011/10/los-soldados-japoneses-que-no-se.html
http://en.wikipedia.org/wiki/Teruo_Nakamura

http://en.wikipedia.org/wiki/Battle_of_Morotai


George Tweed: Ningún hombre es una isla

En diciembre de 1941, cuando los japoneses desembarcaron en Guam, George Ray Tweed era un operador de radio de la US Navy de 39 años destinado en la Oficina de Comunicaciones de Agaña (en chamorro Hagåtña, la capital de la isla). La mañana de los desembarcos Tweed logró evitar su captura huyendo junto a su compañero Al Tyson. Cruzaron la isla en el coche de Tweed hasta llegar a la costa oriental. En la localidad de Yona fueron acogidos por un ranchero llamado Manuel Aguon. En su hacienda se reunieron con otros cuatro fugitivos estadounidenses, dos compañeros suyos de la Oficina de Comunicaciones, L.W. Jones y A. Yabolonsky, y dos marineros del dragaminas Penguin (hundido en el puerto de Agaña por su propia tripulación para evitar que fuese capturado por el enemigo), llamados L.L. Krump y C.B. Johnson. Los seis hombres permanecieron varios días ocultos en la plantación de Aguon, gracias a la ayuda de los vecinos de la localidad, que les llevaban alimentos, agua y otros suministros. Estaban convencidos de que tan solo tendrían que permanecer escondidos unas cuantas semanas, el tiempo que tardarían los estadounidenses en reconquistar la isla.

Los rumores sobre los norteamericanos ocultos en la plantación se extendieron tanto que en poco tiempo llegaron a oídos de los japoneses. Para capturar a los fugitivos organizaron un grupo de búsqueda, peinando la zona con soldados armados precedidos por una larga línea de unos doscientos civiles isleños. Pero los chamorros avanzaban haciendo todo el ruido que podían, de forma que los estadounidenses pudieron oírles desde lejos y tuvieron tiempo de escapar.

Cuando los japoneses intensificaron la búsqueda y comenzaron a recurrir a las detenciones y torturas de civiles para conseguir información, los seis estadounidenses decidieron separarse, pensando que en grupos más pequeños tendrían más posibilidades de ocultarse. Tweed y Tyson se quedaron solos. Mientras tanto, los japoneses habían detenido a Manuel Aguon. Su hermano Vicente fue a avisar a Tweed y Tyson para que huyesen. Los dos estadounidenses estaban ya cansados de su vida de fugitivos y estaban considerando regresar a Agaña y entregarse, pero Vicente les convenció de que no lo hiciesen. Les dijo que era demasiado tarde, ya que los japoneses estaban decididos a matarles. Tweed y Tyson se separaron y huyeron cada uno por su lado.

En sus primeros meses como fugitivo en solitario, Tweed estuvo continuamente cambiando de escondite. Muchos chamorros arriesgaron sus vidas para ocultarle y alimentarle. Algunos llegaron a ser íntimos amigos suyos, como un empresario de Agaña llamado Joaquín Limtiaco, que se encargaba de trasladarle por toda la isla en busca de nuevos refugios. Más tarde muchos de ellos serían arrestados y torturados como sospechosos de ocultar al fugitivo, pero ninguno reveló nunca su paradero.

Durante un tiempo Tweed se ocultó con la familia Santos, en Mangilao, en la costa oriental de la isla. Más tarde se trasladó al rancho de José Luján, en Toto, en la región central. Durante su estancia allí le llegaron rumores de que los japoneses habían encontrado y matado a tres estadounidenses. Poco después Wen Santos (uno de los hijos de la familia Santos, y una de las personas en las que más confiaba Tweed) le confirmó que Jones, Yabolonsky y Krump habían sido capturados y decapitados.

En las semanas siguientes los japoneses intensificaron la búsqueda de los tres fugitivos supervivientes. Muchos chamorros de la parte central de la isla fueron interrogados y torturados. Viendo que se estrechaba el cerco en torno a él, Tweed tuvo que cambiar de escondite una vez más. Wen Santos le trasladó de nuevo a la costa oriental y le ocultó en una cueva en Fadian. En una ocasión, cuando llevaba comida a Tweed, Wen fue descubierto por el dueño de la propiedad, un hombre llamado Francisco Pangelinan. Pero en lugar de denunciarles, Pangelinan se ofreció a encargarse él mismo de llevar los suministros a Tweed a partir de entonces, para evitar que los movimientos de Wen pudiesen levantar sospechas.

En octubre de 1942 Tweed tuvo que volver a cambiar de escondite, escapando por poco de una patrulla de búsqueda japonesa. Con la ayuda de su amigo Joaquín Flores se trasladó a Yigo, en el norte de la isla. Allí fue acogido por Antonio Artero, hijo del español Pascual Artero, uno de los mayores terratenientes de Guam. Antonio ocultó a Tweed en sus tierras, en una cueva situada en un acantilado, con vistas al océano. Tres días después de instalarse en su nuevo refugio, Tweed recibió la noticia de que Tyson y Johnson habían sido capturados y ejecutados a pocos kilómetros de allí. George Tweed era el único fugitivo que quedaba con vida en Guam.

Tweed permaneció oculto en la cueva hasta su rescate en julio de 1944. Artero le proveía de comida y otros suministros esenciales. Tan solo Antonio Artero y algunos miembros de su familia (su padre, su mujer y su hermano José) conocían su escondite. Mientras tanto, las patrullas japonesas continuaban buscándole por toda la isla. Durante todo ese tiempo, muchos chamorros fueron detenidos y torturados por los japoneses, que trataban de encontrar a cualquier precio alguna pista del estadounidense.

Apenas unos días antes de los desembarcos norteamericanos en Guam, en julio de 1944, Joaquín Limtiaco (el empresario amigo de Tweed) llegó a la hacienda de Artero para avisarle de que los japoneses sabían que estaba ayudando al fugitivo y planeaban detenerle. Artero decidió abandonar el rancho y esconderse con su familia hasta que los marines reconquistasen la isla. Con su mujer y sus ocho hijos se dirigió a la cueva en la que se ocultaba Tweed. Cuando llegaron la encontraron vacía. Tweed había dejado una nota explicando que un destructor estadounidense había enviado un bote para llevarle a bordo.

Un día Tweed vio desde su cueva dos destructores frente a la costa noroeste de la isla. Con dos banderas de señales hechas por él mismo y un espejo de bolsillo, subió a la cima del acantilado y comenzó a hacer señales a uno de los buques (el destructor McCall), dando información de las fuerzas japonesas en el norte de la isla y pidiendo que enviasen a alguien a recogerle. Poco después el destructor arrió un bote. Tweed corrió a la cueva para escribir la nota a Artero y se dirigió a la playa para encontrarse con los marineros que iba a rescatarle. Así fue como George Tweed abandonó Guam. Era el 10 de julio de 1944. Tweed había sobrevivido treinta y un meses en la clandestinidad en las selvas de la isla.

Aquellos dos años y medio burlando todos los esfuerzos que los japoneses habían hecho para capturarle hicieron de Tweed una figura legendaria en Guam. Cuando la isla volvió a ser reconquistada por los norteamericanos, se había convertido en auténtico héroe, pero también en un personaje controvertido. Y es que muchos chamorros le reprochaban el sufrimiento que había provocado con su negativa a rendirse.

Tras su regreso a Estados Unidos, Tweed publicó un libro titulado Robinson Crusoe, USN, en el que relataba sus vivencias como fugitivo en Guam. En el libro explica que pensó en entregarse cuando tuvo conocimiento de las torturas a las que eran sometidos los sospechosos de haberle ayudado. Según cuenta, compartió sus dudas con una respetada educadora local llamada Agueda Johnston durante una reunión que mantuvieron a mediados de 1942, pero la mujer le convenció de que no debía rendirse porque ya entonces se había convertido en un símbolo de esperanza para todo el pueblo chamorro. Al parecer, más adelante, cuando las represalias japonesas se intensificaron, varios chamorros, entre ellos la propia señora Johnston, le pidieron que se rindiese. Pero Tweed ignoró sus súplicas.

Un sacerdote católico japonés, el padre Komatsu, también le rogó que se entregase por medio de una carta que fue distribuida entre la población. En ella, Komatsu prometía que el norteamericano sería tratado como un prisionero de guerra y no sería asesinado por los japoneses. Y concluía: "Como sacerdote, le pido en el nombre de los nativos que se rinda para aliviar así el sufrimiento y la angustia de los chamorros". No se sabe si Tweed llegó a leerla. Si lo hizo, evidentemente no confió en las palabras del sacerdote.

En todo caso, fueron muchas las personas que arriesgaron voluntariamente sus vidas para ayudar a George Tweed. En una entrevista publicada en un diario de la época, su amigo Joaquín Limtiaco explicó por qué él y otros chamorros estaban dispuestos a sufrir torturas para proteger al fugitivo estadounidense: "Tweed era un símbolo de que los Estados Unidos estaban luchando en la guerra por una gran causa. Estábamos decididos a luchar nosotros también, a nuestro modo, y a morir si era necesario".

En 1962 se estrenó la película No Man Is an Island ("Ningún hombre es una isla"), basada en la historia de George Tweed y protagonizada por Jeffrey Hunter. Como dato anecdótico, los "chamorros" que aparecen en ella en realidad hablan tagalo (la película se rodó en las Filipinas).



Fuentes principales:
http://guampedia.com/george-tweed/
http://en.wikipedia.org/wiki/George_Ray_Tweed


Otros "rezagados"

Imagino que a estas alturas ya estaré aburriendo a los lectores del blog con las historias de zan-ryū Nippon hei ("soldados japoneses dejados atrás"). Y es que todos los casos en realidad parecen versiones de la misma historia: el soldado japonés que se niega a rendirse y se oculta en la jungla, donde sobrevive durante años sufriendo infinitas penalidades, que se niega a creer que la guerra ha terminado cuando es descubierto, hasta que al fin logran convencerle y regresa a su país convertido en un héroe.

Pero estas historias no siempre tenían un final feliz.

Información de United Press International publicada el 14 de noviembre de 1955:

REZAGADO SE SUICIDA
MANILA - Un rezagado japonés que fue capturado a principios de este mes después de 11 años en las junglas de Luzón se ha ahorcado hoy, ha informado un portavoz del ejército filipino. El marinero Noboru Kinoshita, de 33 años, previamente había pedido a los guardias del ejército filipino que le matasen porque le avergonzaba regresar derrotado a Japón.


(Ver aquí)

También estaban los desaparecidos voluntariamente que fueron encontrados muy a su pesar. Esta otra información, también de United Press International, fue publicada el 17 de julio de 1973 (a 28 años del final de la guerra, nada menos):

REZAGADO JAPONÉS ENCONTRADO EN FILIPINAS
MANILA - Un rezagado japonés de la Segunda Guerra Mundial al que se suponía muerto ha sido encontrado en la isla de Mindanao por su hermano gemelo después de 28 años de búsqueda, ha informado hoy la embajada japonesa.
Un portavoz ha explicado que Sozo Miki, de 51 años, identificó al rezagado como su desaparecido hermano gemelo Ryoji, un antiguo marinero de la Marina Imperial.
"No tengo ningún detalle", ha dicho el portavoz de la embajada, "pero Sozo Miki simplemente me dijo que había encontrado a su hermano gemelo en algún momento de este mes en Mindanao, y que Ryoji expresó su deseo de que le dejasen tranquilo y de permanecer en Filipinas".
Afirmó que la embajada conoció el descubrimiento de Miki solo después de que su hermano lo comunicase oficialmente este lunes.
Ryoji Miki, ha dicho el funcionario, aparentemente se casó con una mujer filipina y formó una familia en Mindanao.
"Sozo me comentó" dijo el funcionario de la embajada "que a pesar de que su hermano fue declarado oficialmente muerto, él se negó a creerlo".


(Ver aquí)

Muchos japoneses no quisieron regresar a su país al finalizar la guerra. Puede que en un principio gran parte de ellos temiesen el deshonor de volver a casa derrotados, aunque otros tenían motivos más terrenales: habían formado una familia, se habían integrado en las poblaciones locales, o se habían unido a las guerrillas de Indonesia, Malasia o Filipinas (por espíritu aventurero, por ideología, o simplemente porque ya no sabía hacer otra cosa).

Y por último quedan los cientos de soldados japoneses escondidos en las junglas del Pacífico que nunca fueron encontrados. Como es lógico, de esos no hay noticias.

("Rezagado" es la traducción que hago del inglés straggler, aunque si alguien quiere proponer una palabra más apropiada puede hacerlo)

La captura de Murata Sasumu

En el repaso que estoy dando a la historia de los zan-ryū Nippon hei (los "soldados japoneses dejados atrás") más conocidos, ya han salido varias veces las islas Marianas: la supervivencia en solitario de Shōichi Yokoi o en pareja de Itō y Minagawa en Guam, la resistencia del capitán Sakae Ōba en Saipan, o los náufragos que se refugiaron en la isla de Anatahan cuando los buques que les llevaban a Saipan fueron torpedeados. Para completar la lista (que de paso sirve para hablar un poco de una de las campañas militares más sangrientas y decisivas de la guerra en el Pacífico), faltaba por aparecer la isla que fue escenario de la tercera gran batalla de las Marianas, además de Saipan y Guam: Tinian.

La batalla de Tinian comenzó el 24 de julio de 1944 con el desembarco en la isla de dos divisiones de marines, con el apoyo de una poderosa flota y de la artillería instalada en Saipan, a solo ocho kilómetros de distancia en dirección nordeste. Los defensores eran unos 9.000 hombres, pertenecientes al Ejército y a las Fuerzas Especiales de Desembarco de la Marina. La batalla fue muy similar a la desarrollada en Saipan un mes antes. Los japoneses recurrieron a ataques nocturnos de infiltración, rehuyendo el combate durante el día. El terreno, más llano que en Saipan, favorecía a los estadounidenses, que pudieron utilizar con mayor eficacia los tanques y el apoyo artillero. Con superioridad numérica, el control absoluto del aire y la ayuda de la artillería y la US Navy, los infantes de marina de Estados Unidos tardaron poco más de una semana en conquistar la isla. El 31 de julio los japoneses supervivientes lanzaron una última carga banzai. Al día siguiente los marines anunciaron que Tinian estaba completamente bajo su control.

Después de la batalla, Tinian se convirtió en una gigantesca base aérea que albergaba a decenas de miles de militares y trabajadores civiles. Los estadounidenses construyeron seis pistas de aterrizaje de 2.400 metros de longitud cada una, desde las que operaban los B-29 Superfortress del XXI Comando de Bombardeo de la USAAF que participaban en la campaña de bombardeo estratégico contra Japón. La actividad en Tinian fue mayor que en cualquier otra base aérea de la Segunda Guerra Mundial. Desde allí despegaron el Enola Gay y el Bockscar, los B-29 que lanzaron las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Igual que ocurrió en Saipan, varios cientos de japoneses supervivientes de la batalla de Tinian se refugiaron en las junglas y mantuvieron una actividad guerrillera durante meses. La guarnición de Aguijan, una pequeña isla situada siete kilómetros al sur, al mando del teniente Kinichi Yamada, no capituló hasta el 4 de septiembre de 1945, varios días después de la rendición oficial de Japón. Pero aún tendrían que pasar otros ocho años para que el último soldado japonés de Tinian se entregase a un policía llamado Cristino Dela Cruz (sic).

Cristino era un chamorro de Saipan con antepasados españoles y alemanes. En 1944, cuando tenía 17 años, fue reclutado por la 4ª División de Marines como "marine provisional" para ayudar a localizar los almacenes de municiones que los japoneses habían ocultado por toda la isla antes de los desembarcos estadounidenses.

Después de dejar el ejército me alisté en la recién creada policía local. En 1953, cuando estaba destinado en Tinian, se descubrió que todavía había un soldado japonés oculto en la isla. Alguien había encontrado su cabaña cerca de un pantano (...). Fui allí con un pequeño grupo de hombres armados para capturarle con vida. Le dije que saliese con las manos en alto o le mataría. Se lo repetí tres veces hasta que acabó saliendo. Le pregunté si había alguien más. Él dijo: "No". Le pregunté varias veces más, pero siempre me contestaba que él era el único. Entonces, tomé mi carabina M-1 y vacié un cargador en su choza. Empecé a recargar, pero cuando levanté la vista el japonés estaba llorando. Cuando le pregunté por qué, me dijo que yo había destruido su única provisión de salsa de soja. Le dije que no importaba, ya que iba a encontrar un montón de salsa de soja en Saipan. Su nombre era Murata Sasumu, y fue repatriado a Japón.

Fuentes:
Testimonio de Cristino Dela Cruz:
Bruce M. Petty: Saipan, Oral Histories of the Pacific War.
Sobre la batalla de Tinian: http://www.stamfordhistory.org/ww2_tinian.htm

Dos soldados testarudos

Cuando los marines estadounidenses completaron la conquista de Guam, en agosto de 1944, cientos de soldados japoneses supervivientes de la batalla se negaron a rendirse y se ocultaron en las selvas del interior de la isla. Entre ellos se encontraban dos jóvenes de 24 años, el sargento Masashi Itō y el cabo Bunzo Minagawa. Habían huido a la jungla junto a un centenar de hombres, pero poco tiempo después, viendo la poca disciplina que existía en el grupo, se separaron del resto pensando que ellos solos tendrían más posibilidades de sobrevivir. Al principio subsistían gracias a la comida que robaban a los campesinos, pero el miedo a las patrullas estadounidenses les hizo adentrarse cada vez más en la selva hasta que acabaron perdiendo totalmente el contacto con el resto de la humanidad. Con el tiempo fueron adquiriendo los conocimientos y las habilidades necesarias para sobrevivir en la jungla. Se alimentaban de serpientes, ranas, ratas, cangrejos y cocos. Tenían fusiles, aunque muy raramente cazaban con ellos para no delatar su presencia. Las precauciones que tomaban para no ser descubiertos llegaban casi hasta la obsesión. Comían los animales crudos, por temor a ser localizados si encendían fuego. Hablaban siempre en susurros, y cuando se desplazaban trataban de borrar todas las huellas que dejaban tras de sí.

Ocho años después, en 1952, alguien descubrió algún rastro suyo y dio aviso al ejército. Los norteamericanos comenzaron a lanzar en la zona pasquines y periódicos para tratar de convencerles de que la guerra había terminado y podían entregarse. Itō y Minagawa desconfiaban, pensando que podían ser trucos del enemigo para capturarles. Sin embargo, decidieron asegurarse siguiendo las instrucciones que les daban en aquellas hojas. Eligieron un árbol en un lugar de paso y grabaron en él sus ideogramas familiares con un cuchillo. Los estadounidenses encontraron las señales, las fotografiaron y enviaron las imágenes a Tokio. El gobierno japonés contactó con el padre de Itō, que escribió una estremecedora carta a su hijo rogándole que volviese a casa. Los militares norteamericanos dejaron la carta en el mismo árbol en el que los fugitivos habían escrito sus nombres. Pero mientras tanto Itō y Minagawa habían encontrado una noticia en uno de los periódicos que les habían lanzado que les hizo sospechar. En ella se informaba de que el precio de las tortas de habas se había fijado en diez yenes. Aquella cifra era ridícula. Diez yenes era la mitad del sueldo mensual de un suboficial del Ejército. Sin duda los oficiales de propaganda estadounidenses habían cometido un error. Convencidos de que todo aquello era un montaje del enemigo para engañarles, se adentraron aún más en la jungla. Nunca regresaron al árbol para comprobar si había respuesta. Itō y Minagawa no podían saber nada de la fuerte inflación que había sufrido Japón en los años de postguerra.

Pasaron otros ocho años. Todo el mundo se había olvidado ya de los dos japoneses ocultos en la selva. Hasta mayo de 1960, cuando dos leñadores chamorros se encontraron en medio del bosque con un hombre vestido únicamente con un taparrabos. Era Minagawa. Trató de escapar, pero los leñadores le capturaron y le entregaron a las autoridades. Unos días después, al ver que su compañero no regresaba, Itō salió de la selva y se entregó voluntariamente. El miedo a la soledad había podido más que su sentido del deber y su temor al trato que recibiría del enemigo. Los dos hombres fueron reconocidos por médicos estadounidenses, que les encontraron en un estado de salud sorprendentemente bueno. Habían sobrevivido quince años y diez meses en la jungla.

Los dos soldados estaban convencidos de que la guerra no había terminado y de que iban a ser ejecutados por sus captores. Se negaron a comer y beber, e intentaron suicidarse cortándose las venas con los muelles de las camas. Para calmarles pusieron en contacto telefónico a Minagawa con su hermana, pero aquello tampoco dio resultado. Al final los estadounidenses optaron por una solución drástica: les ataron y les subieron a un avión con destino a Tokio. Itō y Minagawa hicieron todo el viaje pensando que en cualquier momento iban a ser arrojados al océano. Solo cuando bajaron del avión y vieron a sus familiares esperándoles se convencieron de que la guerra había terminado para ellos.

Fuente principal:
http://www.elcorreo.com/vizcaya/ocio/201401/18/sabado-japoneses.html

Los robinsones samurais de Mindoro

Mindoro es la séptima isla de Filipinas por su tamaño. Es muy montañosa, su clima es extremadamente húmedo (con lluvias casi todos los días del año), y está cubierta en su mayor parte por una espesa jungla. Se encuentra en el centro del archipiélago, al sur de Luzón, la isla principal. A pesar de su privilegiada situación y de su nombre (del español "Mina de Oro"), los japoneses no mostraron el más mínimo interés por ella durante el tiempo que ocuparon las Filipinas. A finales de 1944 la guarnición japonesa en Mindoro estaba formada tan solo por un millar de hombres del Ejército Imperial, a los que se sumaron unos doscientos supervivientes de transportes de tropas hundidos en ruta hacia Leyte (la primera isla filipina en la que desembarcaron los aliados, en octubre de 1944).

El 15 de diciembre de 1944 dos divisiones del Ejército de los Estados Unidos y un regimiento paracaidista desembarcaron en Mindoro. La batalla duró apenas 48 horas. Ni la Marina Imperial ni las fuerzas aéreas japonesas hicieron acto de presencia en la isla, a excepción de varios ataques kamikazes que se lanzaron desde bases en Luzón contra la flota de desembarco. En tierra los norteamericanos hicieron valer su aplastante superioridad numérica y superaron las defensas japonesas sin mucha dificultad. Los supervivientes huyeron a la selva, donde se ocultaron hasta el final de la guerra.

El interés del general MacArthur por Mindoro se debía a que era el lugar ideal para establecer bases aéreas que permitiesen dar cobertura de caza a las fuerzas que iban a desembarcar en la isla de Luzón. Antes de acabar el primer día de la batalla, los ingenieros del Ejército estaban ya trabajando para poner a punto los campos de aviación. Menos de catorce días después dos bases estaban plenamente operativas y listas para proporcionar apoyo aéreo directo a las operaciones anfibias en Luzón.

El día de Año Nuevo de 1945 desembarcó en Mindoro una fuerza de treinta y nueve japoneses al mando del teniente Shigeichi Yamamoto, un maestro de escuela en la vida civil. Parece ser que era parte de una operación que pretendía un ataque simultáneo a las bases aéreas de la isla a cargo de tres grupos distintos. La unidad de Yamamoto tenía como objetivo el campo de aviación de San José, en el extremo meridional de la isla. En una marcha de varios días, los japoneses se abrieron paso a través de la jungla hasta llegar a las proximidades de la base aérea. Allí se encontraron con una fuerte vigilancia que les hizo sospechar que el enemigo estaba sobre aviso y esperaba su ataque. Mientras trataban de ocultarse de las patrullas estadounidenses, Yamamoto decidió que la única forma que tenían de terminar con su misión era lanzar una carga banzai contra San José. Pero los norteamericanos se adelantaron a sus planes al descubrirles y atacarles. Los japoneses huyeron y se dispersaron en la jungla. Yamamoto y ocho de sus hombres vagaron sin rumbo durante semanas. Al final, cansados de moverse de un lado a otro por la selva, fijaron su campamento en un pequeño valle bordeado de montañas de más de 1.200 metros de altura.

Los nueve japoneses decidieron esperar allí a que el Ejército Imperial reconquistase Mindoro. Consiguieron semillas y animales de los nativos a cambio de sus relojes y se establecieron como agricultores y ganaderos. “Los primeros tres años fueron una dura lucha”, contaría mucho tiempo después el cabo Jintaro Ishii. “Vivíamos como Robinson Crusoe, pero estábamos siempre alerta, como samurais, aunque nunca matamos a nadie”. Cuando llegaron las primeras cosechas, la búsqueda de alimento dejó de ser un problema para ellos. Al término del segundo año contaban ya con 4.000 metros cuadrados de cultivos, setenta gallinas y veinte cerdos. Pero en la jungla de Mindoro morir de hambre no era el único peligro. Aquellas tierras húmedas e insanas estaban infestadas de insectos portadores de la malaria y otras enfermedades. Entre 1952 y 1953 cinco de los hombres murieron a causa de las fiebres tropicales.

Los cuatro supervivientes se adaptaron sorprendentemente bien a la vida en la jungla. Aprendieron a fabricar sus propias herramientas rudimentarias y a hacer ropas y mantas con las pieles de los animales. Yamamoto diseñó una vivienda de troncos y paja, camuflada para no ser vista desde el aire (aún temían a los aviones estadounidenses), y con comodidades insólitas, como agua corriente, bañera, un horno para hacer pan o un alambique para destilar aguardiente. El cabo Jahei Nakano tenía como pasatiempo la fabricación artesanal de flautas e instrumentos de cuerda con fibra de bambú, ya que, como él decía, “los seres humanos necesitamos la música para poder convivir en armonía”. Con el paso del tiempo su relación con los nativos se fue haciendo cada vez más amistosa. Los soldados les enseñaron algunas técnicas agrícolas japonesas, y ellos les correspondían invitándoles a comer con bastante frecuencia.

Un día de 1956 un estadounidense llegó a la región buscando un lugar para establecer una plantación, y Yamamoto decidió contactar con él pensando en negociar la rendición. Fue entonces cuando descubrieron que la guerra había terminado hacía más de una década, aunque no se convencieron totalmente hasta que les hicieron llegar una carta del embajador japonés en Manila en la que les animaba a salir de la jungla. En ese momento tomaron la decisión definitiva de entregarse. Era el 28 de octubre de 1956. La mayor oposición la encontraron en una de las muchachas nativas, que se había enamorado de Ishii y le rogaba que se quedase con ella. “Era una buena chica, pero nuestra relación era platónica", explicaría Ishii más tarde, sin poder evitar sonrojarse.

En diciembre de 1956 el teniente Shigeichi Yamamoto, de 35 años, y los cabos Jintaro Ishii, de 36, Jahei Nakano, de 35, y Masaji Isumita, de 44, regresaron a su país después de haber logrado sobrevivir doce años en la jungla de Mindoro. Al desembarcar fueron recibidos como héroes, con escolares agitando banderines y personalidades locales pronunciando discursos. “Dimos gracias a los dioses. Nunca pensamos que regresaríamos a Japón”, dijo Yamamoto.

Fuentes principales:
http://www.newspapers.com/newspage/27993675/
http://www.elcorreo.com/vizcaya/ocio/201401/18/sabado-japoneses.html
http://en.wikipedia.org/wiki/Battle_of_Mindoro

Sakae Ōba, el zorro de Saipan

Sakae Ōba nació en marzo de 1914 en Gamagori, una ciudad de la prefectura de Aichi, en Honshū. Con diecinueve años se graduó como educador y aceptó un puesto de maestro en una escuela pública de su ciudad. Pero poco después, en 1934, abandonó su trabajo para alistarse en el Ejército. Se unió al 18º Regimiento de Infantería del Ejército Imperial, con base en la vecina ciudad de Toyohashi. En julio de 1937, cuando la intervención japonesa en China acabó en guerra abierta, su regimiento fue movilizado y enviado al frente. En la guerra Ōba fue ganando ascensos, y en 1943 era ya capitán al mando de una compañía.

A principios de 1944 el 18º Regimiento, por entonces desplegado en Manchukuo, fue destinado a reforzar la defensa de Guam, en las Marianas. El 29 de febrero el transporte militar que les trasladaba fue torpedeado cerca de Saipan por un submarino estadounidense. Los supervivientes fueron rescatados y llevados a tierra. La mayor parte de los hombres fueron enviados más tarde a Guam, pero un numeroso grupo, entre los que se encontraba el capitán Ōba, tuvieron que quedarse en Saipan.

La batalla de Saipan comenzó el 15 de junio de 1944 con el desembarco en la isla de las Divisiones de Marines 2ª y 4ª. El avance estadounidense fue lento y costoso. Los japoneses, utilizando a su favor el accidentado terreno volcánico y una gran cantidad de cuevas naturales o excavadas por ellos, lanzaban continuos ataques contra las posiciones enemigas, a menudo desde su retaguardia. Pero el control del aire y el mar por parte de los norteamericanos les impedía recibir refuerzos y suministros, y poco a poco los defensores se fueron quedando sin medios para seguir resistiendo. El 7 de julio, el general Saitō, comandante de la guarnición, reunió a todas sus fuerzas y ordenó un último ataque. En la mayor carga banzai de toda la guerra, unos 3.000 soldados y marineros japoneses se lanzaron contra las posiciones estadounidenses. Muchos de ellos iban armados tan solo con bayonetas o granadas (las municiones prácticamente se habían agotado). Los atacantes fueron totalmente aniquilados. El 9 de julio el almirante Turner anunció oficialmente que las tropas norteamericanas controlaban toda la isla y la batalla por Saipan había concluido. Ese mismo día el general Saitō realizaba el seppuku, el suicidio ritual del guerrero. Se calcula que en Saipan se suicidaron unos 9.000 japoneses. Los estadounidenses tan solo pudieron hacer 921 prisioneros. Entre ellos no estaba el capitán Ōba, así que todos supusieron que era uno de los caídos. El 30 de septiembre el Ejército Imperial japonés declaró oficialmente muerto a Sakae Ōba y le concedió un ascenso póstumo a comandante.

Pero el capitán Ōba había sobrevivido a la batalla. Se había refugiado en lo más profundo de la jungla, al mando de cuarenta y seis soldados y guiando a unos ciento sesenta civiles japoneses. Aparte de organizar, cuidar y enseñar a sobrevivir a los civiles que tenían a su cargo, Ōba y sus hombres decidieron continuar la lucha. Desde sus campamentos ocultos en la selva, iniciaron una guerra de guerrillas contra los marines estadounidenses. Ōba convenció a sus hombres de que las tropas imperiales estaban preparando un contraataque y la reconquista de Saipan era inminente. Los refuerzos que esperaba nunca llegaron, sin embargo nunca perdió la esperanza en la victoria. Estaba convencido de que las noticias que les llegaban sobre las derrotas y los desastres japoneses no eran más que propaganda enemiga.

Los guerrilleros de Ōba se movían con velocidad y sigilo por toda la isla. Sus acciones eran de una audacia casi insultante. Para obtener información se infiltraban en los campos de prisioneros. Cuando se les agotaban las provisiones, recurrían a redadas nocturnas en los campamentos estadounidenses para robar alimentos, medicamentos y otros suministros esenciales. En una ocasión unos militares norteamericanos instalaron un cine al aire libre en un campo al lado de su campamento. No podían imaginar que tras las últimas filas, oculto entre la vegetación, se sentaba el mismísimo Ōba a disfrutar de las películas.

El capitán Ōba tuvo noticias del final de la guerra, pero aún tardó varios meses en convencerse de que era cierto que Japón había sido derrotado. Finalmente, aceptó abandonar la lucha, pero no lo iba a hacer de cualquier manera. Se negó a rendirse si no recibía la orden directa de un oficial superior. Los estadounidenses tuvieron que trasladar expresamente a la isla al general de división Umahachi Amaha, comandante de la 9ª Brigada Mixta Independiente durante la batalla de Saipan. El 27 de noviembre de 1945 Amaha ordenó al capitán Ōba que se entregase con sus hombres a los norteamericanos. El 1 de diciembre, tres meses después de la rendición oficial del Japón, los guerrilleros descendieron de su campamento en una ladera del monte Tapochau y se presentaron ante los marines de la 18ª Compañía de Artillería Antiaérea. Con gran formalidad y dignidad el capitán Ōba entregó su espada al oficial al mando, el teniente coronel Howard G. Kurgis, del Cuerpo de Marines. Tras él, sus hombres entregaron sus armas y su bandera. Habían pasado 512 días desde el final de la batalla de Saipan.

Sakae Ōba entrega su espada al coronel Kurgis:


Ōba creía que al decidir continuar la lucha había sido más valioso para su país que si hubiese optado por un suicidio honorable, como hicieron cientos de sus compatriotas en Saipan. Pero al regresar a Japón muchos le consideraron un cobarde por ello. Cuando se confirmó que seguía con vida, su ascenso póstumo a comandante fue anulado. Tras su repatriación en 1946 se reunió con su esposa Mineko y su hijo, al que veía por primera vez. Había nacido en 1937, justo después de que su regimiento fuese destinado a China

Fuentes principales:
http://www.japantimes.co.jp/life/2011/05/15/general/japans-renegade-hero-gives-saipan-new-hope/#.Uua2D9K0osY
http://en.wikipedia.org/wiki/Sakae_%C5%8Cba


Los irreductibles de Peleliu

Tras la conquista de las Marianas, en el verano de 1944, el alto mando estadounidense se fijó en las Palaos, un archipiélago situado a medio camino de sus siguientes objetivos (las Filipinas y Formosa), y en especial en una pequeña isla llamada Peleliu, con una superficie de tan solo 13 Km². Su importancia en la guerra habría sido nula, de no ser por un aeródromo que ocupaba toda la parte occidental de la isla. Los aliados decidieron que antes de emprender operaciones más ambiciosas era necesario neutralizar aquel campo de aviación.

Para defender la isla los japoneses enviaron a la 14ª División de Infantería del Ejército, que se unió a las fuerzas de la Marina y auxiliares coreanos que se encontraban ya allí, sumando un total de unos 11.000 hombres. En Peleliu los japoneses iban a adoptar por primera vez una estrategia que se repetiría más tarde en Iwo Jima y otras islas volcánicas del Pacífico. Renunciaron a defender las playas y a los ataques banzai, y planificaron una defensa basada en posiciones estáticas para obligar al enemigo a una gran batalla de desgaste con continuos ataques frontales contra fortificaciones casi inexpugnables. Trabajaron contra reloj para construir una enorme red de bunkers, trincheras y cuevas conectadas entre sí por kilómetros de túneles que recorrían toda la isla y que les permitirían evacuar posiciones o volver a ocuparlas según fuese necesario.

La batalla de Peleliu fue una de las más duras y sangrientas de la guerra. Comenzó el 15 de septiembre de 1944 y duró oficialmente hasta el 27 de noviembre, cuando la isla fue declarada segura. En 73 días los estadounidenses habían sufrido 9.800 bajas, una cifra solo ligeramente inferior a la de los japoneses (con la diferencia de que la inmensa mayoría de las bajas japonesas eran muertes en combate, mientras que los norteamericanos tenían un porcentaje muy alto de heridos). Los marines apenas pudieron hacer doscientos prisioneros, la mayor parte de ellos coreanos de unidades auxiliares. Pequeños grupos de soldados japoneses supervivientes mantuvieron una guerra de guerrillas hasta febrero de 1945. En contra de lo que se había previsto, la base aérea tuvo un papel muy secundario en la campaña de las Filipinas. Después de la matanza, Peleliu volvió a ser la isla insignificante que había sido hasta entonces.

A finales de marzo de 1947 un grupo de japoneses que había permanecido más de dos años oculto en las cuevas de Peleliu decidió reanudar la lucha. Lo formaban ocho marineros del 45º Cuerpo de Guardia y veintiséis soldados de la 14ª División de Infantería al mando del teniente del Ejército Ei Yamaguchi. Los japoneses atacaron a una patrulla de marines con granadas de mano. No hubo víctimas, pero la acción causó una gran alarma en la guarnición estadounidense. Y no era para menos, porque en aquellos momentos en la isla había tan solo ciento cincuenta marines. Inmediatamente se enviaron refuerzos a Peleliu. Acompañando a las tropas llegó un almirante japonés para tratar de convencer a los rebeldes de que se entregasen pacíficamente. Los japoneses se rindieron en dos grupos separados. El 22 de abril de 1947, año y medio después de la capitulación de su país, Ei Yamaguchi entregó su espada y la bandera de su unidad, protagonizando la última rendición oficial de la Segunda Guerra Mundial.

En 1995, en una entrevista para un programa de la televisión estadounidense, preguntaron a Yamaguchi por qué había tardado tres años en rendirse:

No podíamos creer que hubiésemos perdido. Siempre fuimos instruidos en la idea de que nunca podríamos perder. La tradición japonesa dice que hay que luchar hasta la muerte, hasta el final.