¿Hay alguien ahí?

Al atardecer del 4 de noviembre de 1944 el 466th Squadron de la RAAF (la Real Fuerza Aérea Australiana) despegó de su base de Driffield, en el este de Inglaterra, en una misión de bombardeo nocturno que tenía como objetivo el complejo minero-industrial de Bochum, en la cuenca del Ruhr. A esas alturas de la guerra la Luftwaffe apenas podía ya enfrentarse a los raids masivos que arrasaban las ciudades alemanas, pero tripular un bombardero aliado en una misión sobre el Reich aún suponía un gran riesgo. Miles de baterías antiaéreas protegían las áreas de mayor importancia estratégica de Alemania. Y una de ellas era precisamente la región industrial del Ruhr. Allí los bombarderos tenían que enfrentarse a la mayor concentración de defensas antiaéreas de toda Europa.

El 466th Squadron operaba con bombarderos pesados Handley Page Halifax, cuatrimotores de fabricación británica con una tripulación de siete hombres y una carga de casi seis toneladas de bombas cada uno. Como se esperaba, al llegar sobre el objetivo los Halifax fueron recibidos por un intenso fuego de artillería. Volando entre las explosiones de los proyectiles antiaéreos y las luces de los reflectores que barrían el cielo, soltaron sus cargamentos de bombas y se alejaron lo más rápido que pudieron.


Uno de los Halifax del 466th Squadron estaba pilotado por el flight lieutenant (el rango equivalente a capitán en las fuerzas aéreas de la Commonwealth) Joseph B. Herman, un experimentado piloto que sumaba más de treinta misiones de combate. En cuanto su oficial de bombardeo le comunicó que habían acabado de lanzar las bombas, Herman puso rumbo al oeste para alejarse del fuego antiaéreo. Cuando parecía que habían dejado atrás lo peor, un proyectil golpeó al avión en la cola, e instantes después otros dos impactaron en ambas alas. Los depósitos de combustible situados en las alas comenzaron a arder. Herman, sabiendo que el bombardero estaba condenado y que podía explotar en cualquier momento, dio a su tripulación la orden de abandonarlo.

Herman se quedó a los mandos, tratando de mantener el avión nivelado, mientras sus compañeros se lanzaban en paracaídas. Cuando creía que ya habían saltado todos, oyó por el intercomunicador la voz del artillero de la torreta dorsal, el sargento John Vivash, pidiendo ayuda. Se giró y vio a Vivash intentando llegar hasta él arrastrándose con una pierna herida. Herman desabrochó las correas de su asiento, se quitó el casco de cuero y fue a recoger su paracaídas, guardado en un contenedor en el compartimento del ingeniero de vuelo. Estaba a punto de alcanzarlo cuando el ala derecha del Halifax se dobló y desapareció en medio de una bola de fuego. El avión comenzó a caer en espiral y Herman fue arrojado contra un lateral del fuselaje. Cuando apoyó sus manos en él, el fuselaje se abrió y Herman se encontró flotando en el vacío. El bombardero se había desintegrado en el aire.

Durante unos segundos Herman fue presa del pánico. Pataleó y gritó, tratando desesperadamente de hacer algo. Pero cualquier cosa que pudiese hacer sería inútil. Cuando fue consciente de ello, se relajó. Iba a morir. Recordó haber visto que el marcador de altitud indicaba 17.500 pies (unos 5.300 metros) instantes antes de que el avión estallase. No sabía cuánto tiempo se tardaba en recorrer 17.500 pies en caída libre, pero supuso que sería algo más de un minuto. Después todo se acabaría.

Estaba rodeado de piezas de metal, aparentemente estáticas a pocos metros de distancia. Tardó unos instantes en darse cuenta de que eran fragmentos del avión que caían a su misma velocidad. Tuvo la esperanza de encontrar su paracaídas flotando entre aquellos restos. Pero no había nada que se le pareciese, y, de cualquier modo, no habría sabido cómo hacer para alcanzarlo en el caso de que lo encontrase. A la luz de la luna distinguió bajo él el curso sinuoso de un río. Podía tener la suerte de caer en él. Sabía perfectamente que a esa velocidad no habría mucha diferencia entre aterrizar en una masa de agua o en un suelo de hormigón, pero su mente se agarró a aquella última esperanza. Mientras caía, girando sobre sí mismo, alternaba los momentos de terror con otros en los que tenía una sensación de desapego, de estar viendo aquella situación como espectador, y no como protagonista.

De repente su cuerpo golpeó bruscamente contra algo. Su primer pensamiento fue que al fin se había estrellado en el suelo. Pero un instante después se dio cuenta de que seguía con vida. Inconscientemente se había aferrado con ambos brazos al objeto que le había golpeado. Cuando se fijó mejor tuvo un sobresalto al percatarse de que estaba abrazado a un par de piernas. Entonces escuchó una voz conocida, la del sargento Vivash:

- ¿Hay alguien ahí?

- Sí, estoy aquí abajo.

- ¿Dónde? ¿Dónde estás?

- Aquí, justo debajo. Estoy colgado de tus piernas.

En ese momento fue cuando Vivash reconoció la voz de Herman.

- Ten cuidado con mi pierna derecha, Joe, creo que está rota.

- O.K.

En realidad no estaba rota. Vivash tenía ambas piernas con múltiples heridas de metralla y entumecidas, pero con todos los huesos sanos. El paracaídas de Vivash estaba desplegado sobre ellos. Tardaron tres o cuatro minutos en llegar al suelo. En ese tiempo casi no volvieron a hablar. Vivash estaba más preocupado de su pierna que de su compañero, y Herman estaba concentrado únicamente en agarrarse. Los brazos le dolían, y a medida que pasaba el tiempo el cansancio era cada vez mayor. Cuando ya pensaba que no iba a ser capaz de aguantar más, pasaron entre las ramas de un árbol e instantes después cayeron a tierra. El final del descenso tomó por sorpresa a Herman. No tuvo tiempo de soltarse, y Vivash aterrizó pesadamente sobre su pecho, rompiéndole un par de costillas.

Durante unos minutos se quedaron en el suelo, recuperando el aliento. Cuando Herman se incorporó vio que estaban en un pequeño claro en medio de un bosque de pinos. El paracaídas se había quedado colgado encima de ellos, enganchado a un árbol. Las costillas rotas le provocaban un fuerte dolor en el pecho. Además descubrió que tenía una gran cantidad de cortes en la cara y en la pierna izquierda. Vivash sangraba por sus heridas en las piernas. Herman las vendó con tiras de seda arrancadas del paracaídas y le ayudó a ponerse en pie. Sin perder tiempo enterraron el paracaídas y se alejaron de allí. Durante cuatro días permanecieron ocultos, siempre moviéndose en dirección oeste, con la esperanza de alcanzar las líneas aliadas en Holanda. Pero finalmente el 8 de noviembre fueron descubiertos y capturados. Pasaron el resto de la guerra en un campo de prisioneros alemán.

Herman había sobrevivido gracias a una increíble casualidad. Durante su caída estuvo consciente en todo momento. Vivash, en cambio, perdió el conocimiento con la explosión del avión. Seguramente descendieron todo el tiempo el uno junto al otro. Alguno de los objetos que había visto Herman acompañándole en su caída tuvo que ser el cuerpo de su compañero, aunque él no pudo reconocerlo. Tras más de un minuto de descenso (cuando reconstruyeron mentalmente lo ocurrido calcularon que habrían recorrido más de 3.500 metros en caída libre), Vivash recuperó la consciencia lo suficiente como para tirar del cordel de apertura del paracaídas (él no recordaba haberlo hecho, así que puede que lo hiciese de forma instintiva cuando aún estaba semiinconsciente). Cuando el paracaídas comenzó a desplegarse, el cuerpo de Vivash hizo un movimiento de bamboleo. Sus piernas se quedaron por un mínimo instante en posición casi horizontal. Ese fue el momento en el que golpearon el cuerpo de Herman. La casualidad quiso que Herman, que caía girando sobre sí mismo, tuviese los brazos en dirección al cuerpo de Vivash en el momento exacto en el que sintió el golpe. Unas décimas de segundo más tarde, el paracaídas se habría desplegado lo suficiente como para empezar a frenar la caída de Vivash y los dos hombres se habrían separado definitivamente. Cuando Vivash comenzó a desacelerar, Herman ya se había aferrado a sus piernas. Un gesto instintivo que le había salvado la vida.

Tras dejar la Fuerza Aérea, Joseph Herman siguió volando como piloto comercial y fumigador aéreo.

Una grabación en la que se puede oir a Joe Herman relatando su historia (en inglés, claro):

https://www.awm.gov.au/collection/S00113/

Nick Alkemade, un hombre con suerte


La noche del 24 al 25 de marzo de 1944 la Royal Air Force lanzó un gran raid contra Berlín en el que participaron más de 800 aviones. En el vuelo de regreso muchos de los bombarderos británicos fueron empujados hacia el sur por un fuerte viento que les llevó directamente sobre la región industrial del Ruhr, la zona con mayor concentración de defensas antiaéreas del Reich. Poco antes de la medianoche, uno de aquellos aviones, un Avro Lancaster del 115th Squadron, fue atacado por un caza nocturno Junkers Ju 88. Los cañones del caza alemán destrozaron el ala izquierda del Lancaster, que empezó a caer envuelto en llamas. Sin ninguna posibilidad de salvar el bombardero, su piloto, el teniente James Newman, ordenó a sus seis compañeros que abandonasen el avión antes de saltar él mismo en paracaídas.

En la torreta de cola se encontraba el sargento Nick Alkemade, de 21 años. El acristalamiento había saltado por los aires, y Nick se encontraba expuesto a las gélidas temperaturas del aire exterior. Cuando abrió la escotilla para tratar de escapar se encontró con que toda la parte trasera del bombardero estaba ardiendo. La torreta trasera era demasiado estrecha como para que el artillero que la ocupaba llevase puesto el paracaídas. Éste se guardaba en un recipiente junto a la escotilla, de forma que el artillero no tenía más que engancharlo al arnés, que sí llevaba siempre colocado, antes de saltar del avión. Pero cuando Alkemade se asomó fuera de la torreta vio el paracaídas ardiendo dentro de su contenedor. Huyendo del fuego, que le chamuscaba ya la cara, volvió a cerrar la portezuela. Alkemade estaba atrapado en el interior de un avión en llamas a punto de estrellarse.

Por si fuera poco, el fuego alcanzó el líquido hidráulico de la torreta, que también empezó a arder. Las llamas prendieron en su traje y le quemaban las manos y la cara, aunque Alkemade estaba tan excitado que no sintió dolor. Sus únicas opciones eran quedarse y morir abrasado o saltar al vacío. Así que se giró y se dejó caer fuera del avión. Según contó más tarde, sintió una gran tranquilidad. No tenía ninguna sensación de estar cayendo, era más bien como si estuviese suspendido en el aire. Tampoco recordó haber tenido miedo. Había aceptado con una extraña naturalidad la idea de que iba a morir. A pesar de tanta serenidad, o quizá debido a ella, en un momento indeterminado de la caída Alkemade perdió el conocimiento.

Se despertó tres horas más tarde. Estaba tumbado en la nieve, rodeado de abetos. Por encima de él veía las estrellas a través del agujero que había abierto entre las ramas durante su caída. Estaba casi ileso. Aparte de las quemaduras y los cortes sufridos dentro del avión, tan solo tenía una torcedura en una rodilla. Había perdido sus botas, seguramente desprendidas de sus pies cuando cayó golpeando contra las ramas. Después de unos instantes de confusión, Alkemade comprendió lo que había pasado: las ramas de los árboles habían ido amortiguando su caída lo suficiente como para que al llegar al suelo bastase el colchón de nieve que lo cubría (de cerca de medio metro de espesor) para salvarle la vida. A pocos metros de distancia se acababa el bosque, y allí, sin la sombra de los árboles, la nieve había desaparecido casi por completo.

Incapaz de moverse, debido al esguince de su rodilla, dolorido y aterido de frío, Alkemade sacó su silbato de emergencia y lo sopló para pedir socorro. Unos civiles alemanes le encontraron y le llevaron al hospital de Meschede, una pequeña ciudad a orillas del Ruhr. Allí le atendieron de sus quemaduras y de los cortes producidos por fragmentos del plástico de la torreta y del fuselaje del avión. Más tarde recibió la “visita” de la Gestapo. Cuando le preguntaron qué había hecho con el paracaídas y él respondió que había saltado sin él, los interrogadores no le creyeron y amenazaron con ejecutarle por espía. Por suerte tenía una prueba irrefutable. Alkemade les indicó que si querían confirmar su historia no tenían más que ir al lugar de la caída y buscar su arnés, sin utilizar, que se había quitado cuando estaba esperando ayuda.

Después de tres semanas en el hospital, Alkemade fue enviado al centro de tránsito de prisioneros de Dulag Luft, cerca de Frankfurt. Allí su milagrosa supervivencia le convirtió en una pequeña celebridad entre los otros prisioneros. Para dar fe de la veracidad de su historia, algunos de sus compañeros de cautiverio redactaron una especie de certificado en una hoja arrancada de una Biblia:

"Dulag Luft.
Ha sido investigado y corroborado por las autoridades alemanas que la afirmación del sargento Alkemade, No. 1431537, es verdadera en todos los aspectos, a saber: que ha hecho un descenso de 18.000 pies sin paracaídas y ha hecho un aterrizaje seguro sin heridas. Su paracaídas había ardido en el avión. Él aterrizó en la nieve entre unos abetos.
Corroborado y atestiguado por:
Teniente de vuelo H.J. Moore (Oficial superior británico)
Sargento de vuelo R.R. Lamb
Sargento de vuelo T.A. Jones
(25/4/44) "


Alkemade fue enviado al Stalag Luft III, el campo de prisioneros de La gran evasión. Fue liberado al finalizar la guerra. Tras su desmovilización consiguió trabajo en una planta química de su ciudad natal, donde se dice que sobrevivió a una descarga eléctrica severa, una intoxicación con gas de cloro, una rociada de ácido sulfúrico y el golpe de una viga de acero. Murió en 1987.

Nick Alkemade no ha sido ni mucho menos el único superviviente a una caída a gran altura sin paracaídas, pero sí el más famoso. De hecho ya había aparecido en este blog en alguna ocasión, como cuando conté la anécdota de cómo rechazaron su solicitud de ingresar en el Caterpillar Club. Su fama relativa, en comparación con otros casos similares, puede deberse a que a él mismo le gustaba contar su historia. No parecía guardar ningún tipo de trauma por su experiencia. Aquí le vemos, años después, visitando el lugar donde aterrizó y hablando para un reportaje de la televisión francesa:

Remolachas salvavidas

En septiembre de 1939, cuando comenzó la invasión alemana de Polonia, el joven alférez Zbigniew Gutowski acababa de completar su formación como piloto de caza en la Academia del Aire polaca. Nunca llegó a entrar en combate con la Fuerza Aérea de su país. Cuando la derrota era ya inevitable huyó a Rumanía y desde allí viajó a Francia con la intención de alistarse en la Armée de l'air y continuar la lucha contra los nazis. Tampoco allí tuvo su bautismo de fuego, ya que los franceses le destinaron a una base aérea en Argelia, muy lejos de los frentes de batalla. Cuando Francia pidió el armisticio, Gutowski huyó una vez más. Consiguió llegar al Reino Unido y se unió a la Royal Air Force. Tras pasar por un nuevo periodo de instrucción, en junio de 1941 fue destinado al 302th Polish Squadron, una unidad de caza de la RAF formada íntegramente por personal polaco.

El 8 de noviembre de 1941 el 302th Squadron dio escolta a una formación de bombarderos en una misión que tenía como objetivo una instalación industrial en la zona de Lille, en el norte de Francia. Poco después de iniciar el regreso los polacos tuvieron que enfrentarse a un grupo de cazas alemanes Fw 190 enviados a interceptarlos. Durante el combate el Spitfire de Gutowski fue alcanzado y entró en barrena. En el último momento el piloto recuperó el control del aparato y consiguió evitar que se estrellase, pero el caza había empezado a arder y el fuego se extendía rápidamente. Gutowski se vio obligado a abandonar el avión y saltar desde una altura de unos cincuenta metros.

Antes de la invención del asiento eyectable, los pilotos que saltaban de un avión a baja altura no tenían casi ninguna posibilidad de sobrevivir. A menos de 120 metros de altitud los paracaídas eran prácticamente inútiles, ya que no tenían tiempo de desplegarse por completo (aunque de vez en cuando ocurrían milagros: el récord de salto en paracaídas a menor altitud, unos 9 metros, lo tiene otro piloto de la RAF, el comandante Terrence Spencer, cuya vida de película ya conté hace un tiempo).

Cuando saltó del Spitfire en llamas, Gutowski sabía que la altura era insuficiente, pero no tenía otra opción. Al llegar al suelo el paracaídas solo había comenzado a salir de su mochila. Pero Gutowski tuvo la enorme fortuna de aterrizar sobre una gran pila de hojas de remolacha que amortiguó su caída. Se incorporó y comprobó que estaba ileso. Tan solo había perdido una bota. A pocos metros de distancia ardían los restos de su avión.

Gutowski permaneció oculto durante una semana antes de ser capturado por los alemanes. Fue enviado al Stalag Luft III, el campo de prisioneros de La gran evasión. Participó en la construcción de uno de los túneles, pero no llegó a fugarse porque era uno de los últimos de la lista y la huida fue descubierta antes de que llegase su turno (por fortuna para él, ya que la mayor parte de los fugados fueron capturados y ejecutados). Después de la guerra continuó en la RAF, donde sirvió hasta 1949, y más tarde emigró a Canadá. Nunca regresó a Polonia. Murió el año pasado, a la edad de 99 años.

Las declaraciones de guerra en la Segunda Guerra Mundial (algunos datos curiosos)

- La Segunda Guerra Mundial en Europa comenzó el 1 de septiembre de 1939 cuando Polonia fue invadida, sin previa declaración de guerra, por los ejércitos de Alemania... y Eslovaquia.

- El 3 de septiembre de 1939 Francia, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda declararon la guerra a Alemania en respuesta a la invasión de Polonia. El quinto país en hacerlo, el 4 de septiembre, fue Nepal. Su gobierno trataba de asegurar así la máxima protección legal a los gurkhas nepalíes que servían en el Ejército británico. En los días posteriores les seguirían Canadá, Sudáfrica y los protectorados británicos de Omán y Bahréin.

- La Francia de Vichy, pese a ser oficialmente no beligerante, mantuvo una guerra no declarada con los Aliados que costó miles de vidas en Argelia, Siria, Madagascar... Uno de los ataques que sufrió se produjo entre el 23 y el 25 de septiembre de 1940, cuando tropas de la Francia Libre apoyadas por la Royal Navy trataron de hacerse con el control de Dakar. Esos mismos días fuerzas japonesas atacaron Lang Son, en la Indochina Francesa. Durante tres días Francia estuvo librando dos guerras paralelas no declaradas, una contra los Aliados y otra contra una de las potencias del Eje.

- El primer país que declaró la guerra a Japón después del ataque a Pearl Harbor fue Panamá. Lo hizo su presidente Ricardo Adolfo de la Guardia el 7 de diciembre de 1941, el mismo día del ataque, adelantándose a Estados Unidos, Filipinas, los países de la Commonwealth, Holanda y otros estados centroamericanos y del Caribe, que hicieron la declaración formal al día siguiente. De la Guardia llevaba menos de dos meses en el cargo, después de que un golpe de estado hubiese apartado del poder al anterior presidente, Arnulfo Arias Madrid, a quien los estadounidenses acusaban de simpatizar con el Eje.

- Aunque China estaba en guerra con Japón desde 1937, el gobierno de Chiang Kai-shek solo presentó una declaración formal el 8 de diciembre de 1941, el día siguiente al ataque a Pearl Harbor. Además de a Japón, declaró también la guerra a Alemania e Italia. Se aseguraba así de que la guerra chino-japonesa fuese considerada parte del conflicto mundial.

- Solo en una ocasión el gobierno de Hitler hizo una declaración formal de guerra previa al inicio de las hostilidades con otro país. Fue a Estados Unidos, el 11 de diciembre de 1941. Aunque, de hecho, hacía meses que la US Navy y los submarinos alemanes estaban librando una guerra no declarada en el Atlántico.

- El 11 de diciembre de 1941 el gobierno polaco exiliado en Londres declaró la guerra a Japón. El gobierno japonés no aceptó la declaración, argumentando que Polonia había sido empujada a presentarla por las presiones británicas. En realidad tanto la declaración como su rechazo fueron sobre todo gestos propagandísticos.

- Portugal permaneció neutral durante todo el conflicto, a pesar de que ambos bandos atacaron e invadieron territorio portugués. La colonia de Timor Oriental fue ocupada por tropas australianas y holandesas en diciembre de 1941, y por fuerzas japonesas en febrero de 1942. La ocupación se mantuvo hasta la rendición de Japón en septiembre de 1945.

- El último país que declaró la guerra a Alemania fue Finlandia, el 3 de marzo de 1945. Lo cierto es que ya llevaban seis meses en guerra. Tras firmar el armisticio con la URSS, en septiembre de 1944, los finlandeses cambiaron de bando y se enfrentaron a las tropas alemanas desplegadas en su territorio. Las presiones soviéticas hicieron que el gobierno finlandés presentase una declaración de guerra formal cuando los alemanes ya habían sido casi totalmente derrotados.

- El último país en entrar en la guerra fue Chile. En una acción puramente simbólica (la participación chilena en el conflicto fue nula), el gobierno de Juan Antonio Ríos declaró la guerra a Japón el 13 de abril de 1945.

- Después de unirse Chile a los Aliados, la totalidad del continente americano estaba en guerra con Japón, con una única excepción: Colombia. El 26 de noviembre de 1943 el gobierno colombiano declaró la guerra a Alemania por los reiterados ataques que habían sufrido barcos colombianos por parte de submarinos alemanes en el Caribe. Pero Colombia nunca llegó a unirse oficialmente a la guerra contra el Imperio Japonés.

- La última declaración formal de guerra la presentó la República Popular de Mongolia a Japón el 10 de agosto de 1945, dos días después de que lo hiciese la URSS, y cuando tropas mongolas ya habían iniciado junto a las soviéticas la invasión de Manchuria. Mongolia era el país número 41 que declaraba la guerra a Japón. Anteriormente había estado en guerra con Alemania.

- En esos momentos el único aliado que le quedaba a Japón (sin contar estados títeres sin reconocimiento internacional, como Manchukuo) era Tailandia. Pero tras el derrocamiento del impopular mariscal Phibun en agosto de 1944 el gobierno tailandés fue distanciándose progresivamente de los japoneses, y un año después la teórica alianza solo existía sobre el papel. El 16 de agosto de 1945 el primer ministro decretó que la declaración de guerra promulgada en 1942 contra Estados Unidos y el Reino Unido había sido inconstitucional, por lo que no tenía ninguna validez. Así evitaba pedir el armisticio.

- El continente con más países oficialmente neutrales (o no beligerantes, que no era exactamente lo mismo) durante toda la Segunda Guerra Mundial fue Europa (Portugal, España, Andorra, Irlanda, Suecia, Suiza, Liechtenstein y el Vaticano), seguido de Asia (Yemen, Afganistán, Bután y el Tibet). El resto del mundo estuvo oficialmente en guerra en algún momento del conflicto.

El piloto de caza que escoltó a un bombardero enemigo

La 527ª Escuadrilla de Bombardeo (527th Bombardment Squadron) era una unidad de la USAAF perteneciente a la 8ª Fuerza Aérea, el cuerpo aéreo estadounidense enviado a Inglaterra a mediados de 1942 para iniciar la campaña de bombardeos estratégicos contra Alemania. Con base en Kimbolton, cerca de Cambridge, la 527ª Escuadrilla estaba equipada con bombarderos pesados B-17 Flying Fortresses. Los B-17 eran aviones muy resistentes y con un buen blindaje, pero lentos y poco maniobrables. Para hacerlos menos vulnerables al ataque de los cazas, la USAAF adoptó un sistema de bombardeos en formación escalonada, donde los aviones se cubrían unos a otros, minimizando las lagunas defensivas que presentarían en formaciones abiertas. El inconveniente de esa táctica era que durante el combate aéreo un bombardero no podía realizar una maniobra evasiva individualmente. Si se salía de la formación, no solo sería el objetivo prioritario de los cazas enemigos, sino que estaría expuesto a ser el blanco accidental de las ametralladoras o incluso de las bombas de sus compañeros. Un B-17 alcanzado por fuego enemigo o que hubiese sufrido problemas mecánicos y que se hubiese visto obligado a abandonar la formación tenía pocas posibilidades de regresar a casa.

El 20 de diciembre de 1943 la 527ª Escuadrilla de Bombardeo despegó de Kimbolton en una misión cuyo objetivo era la fábrica de aviones Focke-Wulf de Bremen, en el norte de Alemania. En la reunión previa los tripulantes de los B-17 fueron informados de que se esperaba que el fuego antiaéreo en la zona fuese especialmente intenso. Y así fue. Cuando se aproximaban al objetivo, antes de que comenzasen a lanzar sus bombas, fueron recibidos por las decenas de baterías antiaéreas que defendían la fábrica. Uno de los B-17 que abrían la formación, bautizado con el nombre de Ye Olde Pub, recibió un impacto directo que destrozó el morro del avión e inutilizó su motor nº 2. Poco después el motor nº 4 empezó a fallar y el piloto se vio obligado a estrangular la entrada de combustible para evitar que empezase a arder. Con solo dos motores, el bombardero perdió potencia y no pudo seguir al resto de la formación. Ye Olde Pub se quedó rezagado y expuesto al ataque de los cazas alemanes.

Durante más de diez minutos, Ye Olde Pub soportó el ataque de más de una docena de cazas Messerschmitt Bf 109 y Focke-Wulf Fw 190. El bombardero fue acribillado por los aparatos enemigos. El artillero de cola, el sargento Hugh Eckenrode, murió alcanzado por un impacto directo. Otros tripulantes fueron heridos de gravedad: el operador de radio, el sargento Dick Pechout, fue alcanzado por metralla en un ojo, uno de los artilleros laterales, el sargento Alex Yelesanko fue herido en una pierna, y el artillero de la torreta de bola, el sargento Sam Blackford, sufrió la congelación de sus pies (las congelaciones eran muy habituales, y podían producirse en segundos en cuanto el tripulante quedaba expuesto al aire exterior, que a grandes alturas podía ser de decenas de grados bajo cero). También el piloto y comandante del avión, el alférez Charlie Brown, resultó herido en el hombro derecho. El B-17 perdió parte del timón de cola, se quedó sin sistemas hidráulicos, sin oxígeno y con averías graves en los sistemas eléctricos. Además fue alcanzado el motor nº 3, lo que hizo que el avión perdiese todavía más potencia. Cuando el B-17 entró en pérdida y comenzó a caer, los cazas alemanes lo dieron por derribado y abandonaron la persecución. Pero en el último momento el piloto recuperó el control del aparato y evitó que se estrellase.

Volando muy bajo, el renqueante B-17 pasó sobre un aeródromo de la Luftwaffe donde en esos momentos se encontraba repostando un Bf 109 pilotado por el teniente Franz Stigler, un veterano oficial del JG 27 (Jagdgeschwader 27, o Ala de Caza 27). Stigler despegó inmediatamente y salió en persecución del bombardero. Cuando lo alcanzó y pudo ver de cerca los daños que tenía, el piloto alemán se quedó sorprendido. Nunca había visto volar un avión en ese estado. Dos de sus cuatro motores estaban parados, y un tercero funcionaba a trompicones. Parte del morro había desaparecido, y a través de los numerosos agujeros que tenía en el fuselaje podía ver cómo los tripulantes que aún se mantenían en pie atendían a sus compañeros heridos. Stigler no pudo abrir fuego. Le pareció que habría sido un acto inmoral, equivalente a disparar a un aviador derribado que hubiese saltado en paracaídas. Después de todo, pensaba, era imposible que el bombardero consiguiese regresar a Inglaterra, así que ya no suponía una amenaza ni en el presente ni en el futuro. Decidió intentar convencer al piloto para que aterrizase en suelo alemán. Se acercó todo lo que pudo, tratando de mantenerse fuera de la línea de fuego de las ametralladoras (aunque la mayor parte de ellas parecían no funcionar), y comenzó a hacer señas con la mano.

El alférez Brown se sorprendió de que el piloto del caza no abriese fuego contra el bombardero casi indefenso (las únicas armas que seguían operativas eran las dos ametralladoras de la torreta dorsal y una de las delanteras). No respondió a sus señales, aunque era evidente que estaba intentando obligarle a aterrizar. Stigler, viendo que los estadounidenses no tenían intención de rendirse, decidió escoltar al bombardero hasta la costa. Desde allí podrían tratar de llegar a la neutral Suecia, donde recibirían atención médica y serían internados hasta el final de la guerra. De nuevo hizo señas a Brown para intentar comunicarle sus intenciones. Brown y sus compañeros no entendieron lo que el piloto alemán estaba tratando de decirles, pero vieron cómo el caza se aproximaba aún más hasta situarse en paralelo al bombardero, casi ala con ala, para protegerlo de las baterías antiaéreas (si veían un avión amigo volando tan próximo, se lo pensarían mucho antes de abrir fuego contra el B-17). Stigler les acompañó hasta que llegaron a mar abierto. Después saludó con la mano y dio media vuelta.

Stigler se equivocaba al suponer que los estadounidenses pondrían rumbo a Suecia. A pesar de su estado, Ye Olde Pub consiguió atravesar el mar del Norte y aterrizar en la base aérea de Seething, en el sureste de Inglaterra. El alférez Brown explicó en el informe que presentó sobre la misión su amistoso encuentro con el caza alemán. Sus superiores le prohibieron volver a comentar nada sobre el asunto. Pensaban que la difusión de historias sobre comportamientos caballerescos de los pilotos enemigos podría suponer un peligro si hacía que otras tripulaciones bajasen la guardia.

El teniente Stigler no informó del incidente a sus superiores, ya que temía que su gesto humanitario fuese considerado un acto de traición y pudiese costarle una corte marcial. Terminó la guerra sirviendo en el Jagdverband 44, una unidad de élite de la Luftwaffe equipada con los aviones a reacción Messerschmitt Me 262 e integrada por algunos de los mayores ases de caza alemanes (eran conocidos como Die Jet Experten). El propio Stigler era un as con 29 victorias en combates aéreos, aunque eso no le sirvió de mucho en la Alemania de postguerra. Durante un tiempo tuvo que subsistir con cupones de comida y con los trabajos que encontraba como ayudante de albañil. En 1953 emigró a Canadá. Allí se hizo empresario y consiguió una posición acomodada.

Charlie Brown completó su período de servicio y regresó a Estados Unidos. En 1949 reingresó en la USAF, donde sirvió hasta su retiro como teniente coronel en 1965. Muchos años después, en 1986, durante una reunión de veteranos, alguien le pidió que contase una anécdota de su servicio durante la guerra y Brown recordó la historia del caza alemán que le había dado escolta cuando sobrevolaba territorio enemigo. Más tarde decidió que tenía que averiguar la identidad de aquel piloto. Consultó los archivos de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos y de la República Federal Alemana y se puso en contacto con asociaciones de excombatientes. Durante cuatro años no tuvo ningún éxito en su búsqueda, hasta que finalmente en 1990 recibió una respuesta desde Canadá a una carta que había enviado a un boletín de una asociación de ex pilotos de caza. Era Stigler, asegurándole que él era el hombre que buscaba. En una conversación telefónica posterior, los datos que dio sobre el encuentro que habían tenido casi medio siglo antes convencieron a Brown. Franz Stigler y Charlie Brown mantuvieron una estrecha amistad hasta la muerte de ambos en 2008, con pocos meses de diferencia.

Operación Ke, la evacuación japonesa de Guadalcanal

Guadalcanal fue la gran batalla de desgaste de la guerra en el Pacífico. Pero más que para las fuerzas terrestres que luchaban por el control de la isla, lo fue para las marinas de guerra de ambos bandos. Entre agosto y diciembre de 1942 hubo siete grandes batallas navales en torno a Guadalcanal, además de muchos otros enfrentamientos menores y continuos ataques de aviones, submarinos y lanchas torpederas a convoyes y barcos aislados. Numéricamente, si se considera como una única gran batalla naval de cinco meses de duración, la victoria habría sido para los japoneses. La US Navy perdió más de 5.000 hombres, además de dos portaaviones, siete cruceros y otros quince barcos de guerra de distintos tipos. Las pérdidas de la Marina Imperial, aunque también traumáticas, fueron inferiores: 3.500 hombres, dos acorazados, un portaaviones ligero, cuatro cruceros y otros diecisiete barcos de guerra. Tomando las batallas una por una, también hubo una mayoría de victorias tácticas de los japoneses, aunque éstas nunca les sirvieron para alcanzar sus objetivos estratégicos. Pero la campaña había llevado a la Marina Imperial a una situación límite. Su capacidad de reponer las pérdidas era muy inferior a la de la US Navy, y cada barco hundido o dañado podía comprometer gravemente operaciones futuras. En diciembre de 1942 el almirante Yamamoto tomó la decisión de abandonar Guadalcanal y reservar la Flota Combinada para enfrentamientos posteriores. A pesar de las cifras favorables a los japoneses, considerada como una batalla de desgaste Guadalcanal fue una clara victoria estadounidense.

La decisión de la Marina Imperial de no arriesgar más buques en la defensa de Guadalcanal encontró inicialmente la oposición del Ejército, cuyos mandos aún esperaban poder revertir el curso de la batalla. Pero los continuos fracasos en las misiones de abastecimiento acabaron por convencerles. La capacidad de combate de las tropas japonesas en Guadalcanal disminuía cada día que pasaba, al mismo tiempo que se fortalecía la del bando contrario, que ya no tenía problemas para recibir refuerzos y suministros de forma masiva.

El 31 de diciembre de 1942 el Cuartel General Imperial aprobó las recomendaciones de la Flota Combinada y dio instrucciones para que comenzasen los preparativos de la retirada. El 9 de enero el Estado Mayor de la Flota Combinada y el 8º Ejército de Área (del que dependían las tropas de Guadalcanal) presentaron el plan de evacuación, que tenía el nombre en clave de Operación Ke. La clave de su éxito estaría en mantener ocultas sus intenciones, haciendo creer a los estadounidenses que los japoneses estaban preparando una gran ofensiva. Para ello se generaría tráfico falso de radio y la aviación y la flota incrementarían su actividad en la zona. En enero, el progresivo incremento en el aumento del número de buques y aviones japoneses destacados en las Marshall y el archipiélago de Bismark y el llamativo aumento del tráfico de radio en la región convencieron a los servicios de inteligencia estadounidenses de que era inminente una operación de gran envergadura en las Salomón o en Nueva Guinea.

La evacuación estaría a cargo de los destructores de la 8ª Flota del vicealmirante Gunichi Mikawa, con base en Rabaul. Contarían con el apoyo de casi 400 aviones de la Marina y el Ejército, con los que se esperaba obtener una superioridad aérea momentánea. No lo iban a tener fácil: entre el Saratoga, el Enterprise, media docena de portaaviones de escolta, la Cactus Air Force en Campo Henderson, y los bombarderos con base en Espíritu Santo, los estadounidenses podían contar con más de 500 aviones en el área de Guadalcanal.

A comienzos de enero las fuerzas estadounidenses en Guadalcanal sumaban más de 50.000 hombres del Ejército y los Marines, con numerosa artillería e incluso carros de combate. En el bando contrario, de los 36.000 soldados japoneses que habían desembarcado en la isla desde el principio de la batalla, apenas quedaban 14.000 con vida. Muchos de los supervivientes estaban enfermos, heridos o demasiado débiles por la desnutrición y no podían valerse por sí mismos. No contaban con armamento pesado y apenas tenían municiones, por lo que no estarían en condiciones de oponer una resistencia efectiva durante la retirada. Por ello el plan preveía el desembarco previo de un batallón del Ejército para cubrir su retaguardia durante la marcha hacia el oeste.

El 14 de enero un convoy de nueve destructores trasladó a Guadalcanal una fuerza de 750 hombres y una batería de cañones de montaña (que podían desmontarse y transportarse a hombros) al mando del mayor Keiji Yano (como era habitual en el Ejército japonés, la unidad recibió el nombre de su comandante, Batallón Yano). El desembarco se llevó a cabo sin grandes problemas, aunque en el regreso a Rabaul los destructores fueron atacados por la aviación estadounidense y varios de ellos sufrieron daños. Junto a las tropas de refuerzo desembarcó un grupo de oficiales del Estado Mayor del 8º Ejército de Área con la misión de coordinar las operaciones de retirada con el general Harukichi Hyakutake, comandante de las tropas japonesas en Guadalcanal. El 18 de enero el cuartel general del 17º Ejército de Hyakutake, situado en Kokumbona, en la costa norte de la isla, dio las primeras instrucciones a sus unidades para proceder a la evacuación. El día 20 la 38ª División de Infantería abandonaría sus posiciones para dirigirse al cabo Esperanza. Cinco días después la seguiría la 2ª División, quedando el Batallón Yano en la retaguardia para cubrir la retirada.

El 20 de enero, el día que la 38ª División comenzó su retirada, coincidió con una ofensiva estadounidense contra las alturas al sur de Kokumbona. Los norteamericanos avanzaron sin encontrar mucha resistencia, y dos días después amenazaban con rodear las posiciones que ocupaba la 2ª División. La noche del 22 Hyakutake tuvo que ordenar antes de lo previsto la retirada hacia el oeste de todas sus fuerzas. La mañana siguiente los estadounidenses capturaron Kokumbona. En los días posteriores continuaron la retirada japonesa y el avance norteamericano, ralentizado con éxito por las tropas del Batallón Yano. El 29 de enero los hombres de Yano ocuparon posiciones defensivas en la orilla izquierda del río Bonegi y lograron retener a las tropas enemigas durante tres días.

Mientras tanto habían comenzado los ataques aéreos con los que los japoneses pretendían dar la impresión de que estaba a punto de iniciarse una gran ofensiva. La mayoría eran pequeñas incursiones con pocas consecuencias, pero entre ellas se lanzaron dos ataques a gran escala por parte de aparatos de la Marina y del Ejército, respectivamente. El 25 de enero casi sesenta Zeros se enfrentaron sobre Guadalcanal a los Wildcats y P-40 de la Cactus Air Force. Los cazas japoneses tuvieron que retirarse, aunque apenas sufrieron bajas. Dos días después una formación de nueve bombarderos Kawasaki Ki-48 y setenta y cuatro cazas Nakajima Ki-43 del Ejército Imperial fue interceptada por los cazas estadounidenses al norte de la isla. En el combate fueron derribados media docena de aparatos de cada bando. Los Ki-48 llegaron a bombardear posiciones estadounidenses en tierra, aunque el ataque apenas causó daños.

Las incursiones aéreas ayudaron a reforzar la creencia de que era inminente una ofensiva japonesa en Guadalcanal u otro punto de las Salomón. Para hacer frente a la supuesta amenaza, a finales de enero partió de Nueva Caledonia un gran convoy estadounidense con refuerzos con destino a Guadalcanal. Al mismo tiempo una fuerza naval al mando del contraalmirante Robert C. Giffen fue enviada al estrecho de Nueva Georgia con la misión de proteger la llegada del convoy y los desembarcos previstos para el 30 de enero. La escuadra recibió la denominación de Task Force 18, y estaba formada por tres cruceros pesados, tres cruceros ligeros, dos portaaviones de escolta y doce destructores. El 29 de enero Giffen dividió sus fuerzas al decidir dejar atrás los portaaviones, demasiado lentos para mantener la velocidad del resto de los buques, acompañados de algunos de los destructores. Esa tarde un submarino japonés descubrió la escuadra estadounidense y envió un mensaje informando de su posición. Poco después despegaron de Rabaul 32 bombarderos Mitsubishi G4M y G3M armados con torpedos para lanzar un ataque a la Task Force 18.

Al anochecer los aviones japoneses encontraron la escuadra de Giffen frente a la isla Rennell, al sur de Guadalcanal. Tanto los G3M como los G4M eran bimotores de gran tamaño, casi tan voluminosos como los B-17 estadounidenses, que, aunque podían ser utilizados como torpederos, eran muy vulnerables en ese cometido al tener que realizar su aproximación al blanco a baja velocidad y muy baja altura. Sin embargo, Giffen había dejado su escuadra sin cobertura aérea al ordenar que los portaaviones de escolta se separasen para no ralentizar la marcha del convoy. En el ataque, lanzado en dos oleadas, solo tres de los aparatos fueron derribados por el fuego antiaéreo de los buques. Dos torpedos alcanzaron al crucero pesado Chicago, causándole graves inundaciones y una pérdida total de potencia. Giffen ordenó la retirada de su fuerza naval, a excepción de seis destructores que se quedaron para dar escolta al Chicago y al remolcador Navajo, enviado en su ayuda desde Tulagi.

La tarde del 30 de enero once bombarderos G4M lanzaron un nuevo ataque. En esta ocasión el Chicago sí contaba con la protección de cazas de los portaaviones cercanos. Ocho de los once bombarderos atacantes fueron derribados por la aviación estadounidense, aunque muchos de ellos lograron lanzar antes sus torpedos. Uno golpeó al destructor La Vallette, ocasionándole graves daños. Otros cuatro torpedos alcanzaron al Chicago, que se hundió poco después.

En otro enfrentamiento naval, la noche del 29 de enero el submarino japonés I-1, que transportaba suministros a Guadalcanal, fue hundido por las corbetas neozelandesas Kiwi y Moa en la bahía Kamimbo, en la costa noroeste de la isla.

El 30 de enero el convoy de refuerzos estadounidenses llegó a Guadalcanal. El grueso de la flota aliada permanecía al sur de las Salomón, aguardando acontecimientos. El 31 los destructores de Mikawa se reunieron en las Shortland. La primera misión de evacuación estaba prevista para la noche del 1 al 2 de febrero. La retirada de la Task Force 18 facilitaba los planes japoneses, aunque los aliados aún contaban con superioridad aérea. La mañana del 1 de febrero una formación de B-17 con base en Espíritu Santo atacó el fondeadero de las Shortland. Ningún buque fue alcanzado, y los estadounidenses perdieron cuatro bombarderos en la incursión. Por la tarde, seis bombarderos Ki-48 y veintitrés cazas Ki-43 del Ejército Imperial lanzaron un ataque contra Campo Henderson, que no tuvo consecuencias.

La mañana del 1 de febrero un batallón de marines desembarcó en Verahue, en la costa oeste de Guadalcanal, al sur del cabo Esperanza. Por la tarde un hidroavión de reconocimiento japonés avistó la flotilla de desembarco (un antiguo destructor de la Primera Guerra Mundial reconvertido en transporte rápido de tropas, varias LCTs y cuatro destructores de escolta), muy próxima al lugar donde horas más tarde embarcarían los hombres de la 38ª División, y envió un mensaje al cuartel general de la Marina Imperial en Rabaul. Inmediatamente despegó de Buin una fuerza de ataque formada por catorce bombarderos en picado Aichi D3A y cuarenta Zeros. Los aviones localizaron la flotilla en el estrecho del Fondo de Hierro, entre el cabo Esperanza y la isla de Savo. Los bombarderos se lanzaron contra los buques mientras los cazas entablaban combate con los aviones de la Cactus Air Force que protegían el convoy. El destructor Nicholas fue alcanzado por dos impactos cercanos que dañaron su timón, pero pudo continuar navegando. Otro destructor, el De Haven, fue golpeado por tres bombas y se hundió casi inmediatamente. Murieron 167 hombres, más de la mitad de su tripulación. Además, los estadounidenses perdieron tres Wildcats durante el combate aéreo. Por parte japonesa, cayeron derribados cinco bombarderos y tres Zeros.

Mientras tanto, estaba ya en camino el primer convoy de evacuación formado por veinte destructores (once para el transporte de tropas y nueve de escolta), al mando del contraalmirante Shintarō Hashimoto. La flotilla fue denominada oficialmente Unidad de Refuerzo, un nombre con el que los japoneses pretendían engañar al enemigo sobre sus verdaderas intenciones. El convoy sufrió dos ataques aéreos consecutivos en los que participaron casi cien aviones de la Cactus Air Force. El primero de ellos no tuvo consecuencias. En el segundo, un impacto cercano dejó sin propulsión al destructor Makinami, el buque insignia de Hashimoto. El Makinami tuvo que regresar a las Shortland remolcado por el Fumizuki, mientras Hashimoto continuaba al frente de la misión a bordo de otro de los destructores, el Shirayuki. Los estadounidenses perdieron cuatro aviones.

Por la noche una flotilla de lanchas torpederas salió al encuentro del convoy japonés en el Ironbottom Sound. Los destructores de la escolta se enfrentaron a ellas y con ayuda de hidroaviones de la Marina Imperial con base en Rabaul lograron hundir tres de las lanchas. Cuando parecía que la lucha había terminado, un torpedo golpeó al destructor Makigumo, que quedó inmovilizado y fue abandonado y barrenado por la tripulación.

Mientras los buques de escolta mantenían alejadas a las torpederas, los destructores de transporte llegaron a los puntos de evacuación, frente al cabo Esperanza y en la bahía Kamimbo, y recogieron a los 5.000 hombres supervivientes de la 38ª División que esperaban en las playas. Tras completar el embarque, el convoy volvió a reagruparse e inició el regreso. La Unidad de Refuerzo arribó a las Shortland sin más contratiempos el mediodía del 2 de febrero. La primera misión de evacuación de la operación Ke se había completado con un coste de un destructor hundido y otro dañado, pero podía considerarse un éxito.

La mañana del 4 de febrero zarparon de nuevo veinte destructores (habían sido enviados dos desde Truk para reemplazar los perdidos) en la segunda misión de evacuación. Igual que había ocurrido tres días antes, los aviones de Campo Henderson atacaron por dos veces el convoy y dañaron de gravedad uno de los buques, el Maikaze, que tuvo que regresar a la base escoltado por el Nagatsuki. Los atacantes perdieron once aparatos, derribados por las armas antiaéreas y los Zeros de escolta. Esa noche no aparecieron las lanchas torpederas, por lo que los destructores de Hashimoto pudieron embarcar sin contratiempos a casi 4.000 hombres, en su mayor parte de la 2ª División de Infantería. Entre los evacuados estaba el general Hyakutake, el comandante supremo de las fuerzas japonesas en Guadalcanal.

Mientras, en tierra, el Batallón Yano seguía bloqueando el avance estadounidense hacia el oeste de la isla. Los primeros días de febrero las tropas japonesas se atrincheraron en la orilla izquierda del río Segilau antes de continuar la retirada el día 4. Los norteamericanos, convencidos de que los convoyes nocturnos habían servido para transportar refuerzos, se mostraban cautelosos. El 6 de febrero los últimos 2.000 soldados japoneses, pertenecientes al batallón Yano y a unidades rezagadas de la 2ª División, se replegaron a la bahía Kamimbo. Al día siguiente el avance norteamericano siguió igual de lento, a pesar de que la resistencia era ya casi inexistente.

El 7 de febrero partió de las Shortland el tercer y último convoy de evacuación al mando de Hashimoto. Por la tarde los destructores fueron atacados por una fuerza de 36 aviones de la Cactus Air Force. Uno de los buques, el Isokaze, sufrió daños graves y tuvo que retirarse escoltado por el Kawakaze. El resto del convoy continuó hacia la bahía Kamimbo. A medianoche el embarque de casi 2.000 soldados se había completado. Antes de iniciar el regreso, varios botes recorrieron la costa durante más de una hora para asegurarse de que no dejaban a nadie en tierra. La mañana siguiente la Unidad de Refuerzo arribó a Bougainville sin novedad. Así terminaba la operación Ke. En total la Marina japonesa evacuó a 10.652 hombres de Guadalcanal. Unos 600 de ellos murieron en los días posteriores a causa de las heridas o las enfermedades que habían contraído en la isla.

El 8 de febrero las tropas estadounidenses llegaron al cabo Esperanza y Kamimbo, sin encontrar más que a unos pocos soldados japoneses moribundos abandonados a su suerte. Solo entonces se convencieron de que los convoyes de los días anteriores no habían estado enviando refuerzos a la isla, sino evacuando a las tropas japonesas. La tarde del 9 de febrero las fuerzas que avanzaban desde el norte se encontraron en la aldea de Tenaro con los marines del batallón que había desembarcado en Verahue. El general Alexander Patch, comandante de las fuerzas aliadas en Guadalcanal, dio la batalla por finalizada. En el mensaje que envió al almirante Halsey concluía: "El Expreso de Tokio ya no tiene su terminal en Guadalcanal".

La noche de los destructores (la batalla de Tassafaronga)

En noviembre de 1942 una flotilla de lanchas torpederas de la Marina estadounidense comenzó a operar desde Tulagi con la misión de patrullar por las noches las aguas al oeste de Guadalcanal. La amenaza de las torpederas obligó a los japoneses a renunciar a los convoyes nocturnos de destructores del Expreso de Tokio. En su lugar tuvieron que recurrir a los submarinos para continuar abasteciendo a las tropas que combatían en la isla. Todas las noches, desde el 16 de noviembre, un sumergible descargaba en Tassafaronga entre 20 y 30 toneladas de alimentos y suministros, una cantidad que ni siquiera daba para cubrir las necesidades del día. El 26 de noviembre, después de solo once misiones de transporte a cargo de los submarinos, el mando del Ejército en Guadalcanal dio la voz de alarma al comunicar que muchas de sus unidades, en especial las de primera línea, estaban en una situación crítica de desabastecimiento. En Rabaul el contraalmirante Raizō Tanaka comenzó a preparar un nuevo convoy de destructores para hacer llegar los suministros que las tropas de Guadalcanal necesitaban con urgencia.

Los japoneses idearon un sistema que permitiría a los destructores permanecer un tiempo mínimo en aguas de Guadalcanal. Los suministros fueron introducidos en bidones herméticos y cargados en la cubierta de los buques. Cuando llegasen frente a la costa de Guadalcanal, los bidones se dejarían caer al mar y se quedarían flotando hasta que fuesen recogidos por botes enviados desde tierra o hasta que las corrientes los arrastrasen a la orilla. Parte de los suministros podrían perderse, pero los buques estarían menos expuestos al ataque de las torpederas durante las labores de descarga, y ganarían unas horas valiosísimas para salir del radio de acción de los aviones de Campo Henderson antes del amanecer.

El convoy de Tanaka estaba formado por ocho destructores. Dos de ellos, el Naganami y el Takanami, hacían las funciones de escolta. Los otros seis (Kuroshio, Oyashio, Kagerō, Suzukaze, Kawakaze y Makinamise) transportaban los bidones, unos 200 por buque. Para aligerarlos se les había retirado todo el peso no imprescindible, incluidos los torpedos. Tan solo llevarían los cargados en los tubos.

El 29 de noviembre, un día antes de la partida del convoy, la inteligencia naval estadounidense (que descifraba las comunicaciones de la Marina Imperial) interceptó un mensaje transmitido desde Rabaul a Guadalcanal en el que se detallaban los detalles de la operación. Desde la isla de Espíritu Santo salió al encuentro de los japoneses una fuerza naval al mando del vicealmirante Carleton H. Wright, compuesta por los cruceros pesados Minneapolis, New Orleans, Pensacola y Northampton, el crucero ligero Honolulu, y cuatro destructores (Fletcher, Drayton, Maury y Perkins). Durante la travesía se les unieron los destructores Lamson y Lardner, que regresaban de una misión de escolta en Guadalcanal.

El plan de Wright era sorprender a los japoneses mientras desembarcaban los suministros frente a la punta Tassafaronga, al este del cabo Esperanza. Había preparado a su escuadra para una batalla nocturna. Los destructores, la mayoría de ellos equipados con radar, abrirían la marcha y atacarían con sus torpedos en cuanto localizasen al enemigo. A continuación se retirarían para dejar paso a los cruceros, que rematarían a los buques japoneses con sus cañones.

La fuerza de Wright se dirige a Guadalcanal; la fotografía está tomada desde el destructor Fletchet; tras él navegan el Perkins, el Maury y el Drayton; a lo lejos se pueden distinguir los cruceros:


La flota japonesa zarpó de Rabaul la mañana del 30 de noviembre. Desconociendo que el enemigo estaba al tanto de sus planes, Tanaka guió el convoy dando un rodeo por el norte de las islas de Choiseul y Santa Isabel esperando no ser descubierto por los aviones de patrulla marítima aliados. Pero fueron los buques de Wright los que fueron avistados por un hidroavión de reconocimiento japonés. Cuando Tanaka fue informado de que una escuadra enemiga se dirigía a Guadalcanal dio orden a sus capitanes de prepararse para una batalla nocturna. La retirada no era una opción. Tanaka sabía que los suministros que transportaban eran vitales para las tropas que luchaban por el control de la isla.

A las once de la noche los buques japoneses llegaron a la primera de las zonas donde tenían que soltar los bidones, frente al arrecife Doma. Allí se separaron el Naganami, el Kawakaze y el Suzukaze, mientras el Takanami se alejaba de la costa para proteger la columna y el resto del convoy continuaba hasta el segundo punto de descarga, la punta Tassafaronga.

La formación estadounidense estaba encabezada por los destructores Fletcher, Perkins, Maury y Drayton (los otros dos destructores, el Lamson y el Lardner, que se habían unido en el último momento a la escuadra, no conocían el plan de batalla, por lo que fueron enviados a cerrar la formación). Sus radares comenzaron a detectar el convoy japonés antes de que éste se dividiese. A las once y cuarto el capitán William M. Cole, capitán del Fletcher y del grupo de destructores, comunicó a Wright que tenían varios buques fijados en los radares y solicitó permiso para lanzar sus torpedos. Wright respondió que los objetivos aún estaban a demasiada distancia y ordenó que se acercasen más. En los minutos que pasaron hasta que los destructores recibieron el permiso para disparar sus salvas de torpedos, los vigías del Takanami descubrieron la columna enemiga y Tanaka ordenó a todos sus buques suspender el lanzamiento de bidones y prepararse para el combate.

A las once y veinte Wright dio al fin la orden. Los destructores dispararon una veintena de torpedos y a continuación, siguiendo el plan, lanzaron bengalas para iluminar los blancos y se hicieron a un lado. Instantes después los cruceros abrieron fuego con sus cañones. Casi todos ellos eligieron como objetivo el Takanami, el más próximo de los buques enemigos. El destructor fue destrozado por la artillería de los cruceros y acabó envuelto en llamas y fuera de control. Mientras tanto, los restantes buques japoneses habían pasado desapercibidos para los estadounidenses. Habían tenido tiempo de maniobrar para evitar las salvas de torpedos lanzadas por los destructores (todos se perdieron sin alcanzar ningún blanco) y para colocarse en disposición de lanzar ellos las suyas.

Con el Naganami cubriéndoles con fuego de artillería y una cortina de humo, los dos destructores que se encontraban frente a Doma, el Kawakaze y el Suzukaze, dispararon todos sus torpedos (los ocho que tenían en los tubos) en dirección a los destellos que producían los cañones de los cruceros estadounidenses. En el otro grupo, dos de los destructores, el Makinamise y el Oyashio, lanzaron también todos los torpedos con los que contaban, mientras que el Kuroshio disparó la mitad de los suyos. A continuación viraron en redondo y se alejaron.

El Minneapolis, el buque insignia de Wright, fue el primero en ser alcanzado. Dos torpedos estallaron en su parte delantera, doblando la proa y dejando al buque sin capacidad de maniobra. Además las explosiones inutilizaron tres de sus cuatro calderas y causaron un gran incendio al alcanzar los depósitos de combustible de los hidroaviones. Murieron 37 hombres.

Poco después un torpedo golpeó en el New Orleans, bajo los depósitos de municiones de las torres de artillería delanteras. Una gran explosión sacudió la proa, que se desprendió del resto del buque y se hundió al instante. El New Orleans, que había perdido toda su parte delantera, estaba totalmente fuera de control, aunque continuaba a flote. Murieron 183 tripulantes.

El tercero en ser alcanzado fue el siguiente en la formación, el Pensacola. Un torpedo golpeó en el centro del buque, causando un gran incendio y una fuerte escora a babor. El crucero se quedó sin maniobrabilidad, casi sin propulsión y con graves fallos eléctricos que afectaban a sus comunicaciones y a sus sistemas de control de daños. 125 tripulantes perdieron la vida.

El crucero ligero Honolulu, sin dejar de disparar sus cañones contra el enemigo que se alejaba, maniobró por entre los buques que le habían precedido en la formación, todos ellos envueltos en llamas, y salió de la zona de peligro sin ser alcanzado. Tras él iba el cuarto crucero pesado estadounidense, el Northampton. Después de dejar atrás los buques ardiendo, el Northampton fue golpeado por un torpedo bajo la línea de flotación que provocó la inundación de la sala de máquinas, e instantes después por un segundo torpedo que abrió una gran vía de agua en la popa. El buque se quedó sin propulsión, escorado a babor y en llamas. Murieron 50 tripulantes.

Los destructores Lamson y Lardner fueron atacados por error por la artillería del New Orleans y se alejaron de la zona sin haber participado en la batalla. Los cuatro destructores de vanguardia del capitán Cole salieron a toda máquina tras los buques japoneses, pero abandonaron la persecución al llegar al oeste de la isla de Savo sin haber conseguido mantener el contacto.

El único buque japonés dañado durante la batalla fue el destructor Takanami, que se encontraba ardiendo y sin propulsión y no había podido seguir al resto del convoy en la retirada. Tanaka ordenó a los destructores Oyashio y Kuroshio regresar para ayudar al Takanami, pero la presencia de buques enemigos en la zona les impidió acercarse al buque en llamas y les obligó a abandonar su misión de rescate. Cuando los incendios se hicieron incontrolables, el capitán se vio obligado a dar la orden de abandonar el barco. En ese momento una gigantesca explosión hizo saltar el buque por los aires. De una tripulación de 244 hombres, apenas 50 supervivientes consiguieron llegar a las playas de Guadalcanal.

Mientras tanto, la tripulación del Northampton, que durante más de una hora había tratado inútilmente de contener las vías de agua y los incendios, tuvo que abandonar su barco. Los supervivientes fueron rescatados por los destructores estadounidenses mientras el buque se hundía. Los otros cruceros dañados, el Minneapolis, el New Orleans y el Pensacola, pudieron llegar por sus propios medios a Tulagi. Allí permanecieron varios días para ser sometidos a reparaciones de emergencia y poder continuar su camino hasta Australia. Los tres, con graves averías y daños estructurales, estuvieron fuera de servicio casi un año.

El crucero Minneapolis en Tulagi después de la batalla:


La batalla de Tassafaronga fue una de las más humillantes derrotas de la US Navy en toda su historia. A pesar de contar con unas fuerzas muy superiores (cuatro cruceros pesados, un crucero ligero y seis destructores, contra ocho destructores con el mínimo de armamento) y de tener conocimiento previo de los planes del enemigo, la escuadra norteamericana fue destrozada una vez más en un combate nocturno gracias a la mejor preparación de las tripulaciones y los comandantes de la Marina Imperial. A los estadounidenses les costó mucho aceptar que la derrota fue consecuencia de la gran superioridad de las tácticas japonesas. El almirante Wright se negó a creer que había sido vencido por una flotilla de destructores y llegó a afirmar que en realidad sus buques habían sido torpedeados por submarinos no detectados. Sin embargo, su fracaso no afectó a su carrera militar. De hecho, fue condecorado por su actuación durante la batalla.

La victoria de Tanaka fue aplastante pero relativa, ya que los estadounidenses habían conseguido su objetivo de impedir la llegada de suministros a las tropas japonesas en Guadalcanal. Tres noches más tarde hubo un nuevo intento. Un convoy de destructores llegó frente a las costas de Guadalcanal y lanzó su cargamento de bidones, pero el acoso de los aviones de Campo Henderson impidió al personal del Ejército en la isla recuperar la mayor parte de los suministros. La noche del 7 al 8 de diciembre un tercer convoy tuvo que regresar sin completar su misión debido al ataque de un grupo de lanchas torpederas. El cuarto intento tendría lugar la noche del 11 al 12 de diciembre. Para entonces el almirante Yamamoto ya había dado la orden al mando de la Marina en Rabaul de dejar de utilizar destructores para abastecer a las tropas de Guadalcanal, por el gran riesgo que esas misiones suponían para los buques. Cuando el 11 de diciembre Tanaka zarpó de Rabaul al mando de un convoy de once destructores, todos sabían que aquella iba a ser la última misión del Expreso de Tokio. La flotilla fue atacada frente a las costas de Guadalcanal por cinco torpederas. El buque insignia de Tanaka, el Teruzuki, fue alcanzado por un torpedo y se hundió. Los destructores restantes tuvieron que retirarse antes de haber completado la descarga. Menos de la quinta parte de los bidones pudieron ser recogidos por las tropas japonesas.

El 12 de diciembre la Marina Imperial reconoció su incapacidad para hacer llegar suministros a las fuerzas japonesas en Guadalcanal y propuso la retirada del Ejército de la isla. Dos semanas después el Cuartel General Imperial dio el permiso para iniciar la evacuación. El éxito de los estadounidenses en sus esfuerzos para cortar las líneas de abastecimiento japonesas había decidido la batalla.

El contraalmirante Tanaka, herido en el torpedeamiento del Teruzuki, fue relevado del mando y trasladado a Singapur. Poco después fue destinado a un puesto administrativo en Birmania. No volvería a tener mando de buques en el resto de la guerra. En contraste con lo que le ocurrió al vicealmirante Wright, que fue premiado por su derrota, Tanaka, uno de los mejores comandantes de destructores de la Marina Imperial, cayó en desgracia por su fracaso en abastecer a las tropas japonesas en Guadalcanal.