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La obstinada lucha de Ben Kuroki por su derecho a arrasar la patria de sus padres

Ben Kuroki era un joven de Hershey, una pequeña ciudad agrícola del estado norteamericano de Nebraska en la que la práctica totalidad de la población era de ascendencia centroeuropea o nórdica. Ben vivía y trabajaba junto a sus hermanos en la granja de sus padres, un matrimonio de inmigrantes japoneses llamados Shosuke y Naka. Cuando la Marina Imperial atacó Pearl Harbor y el país entró en guerra, Ben y su hermano Fred, animados por su propio padre, fueron a la oficina de reclutamiento de la capital del condado para alistarse en el Ejército. Ambos eran ciudadanos estadounidenses, nacidos y criados en Estados Unidos, pero, al igual que la mayoría de los nisei (hijos de emigrantes japoneses nacidos en el extranjero), fueron rechazados sin más explicaciones. En lugar de rendirse, lo intentaron de nuevo en una oficina de otra ciudad situada a más de doscientos kilómetros de distancia. Allí no les pusieron ningún problema (según Ben, porque el reclutador cobraba dos dólares por cada recluta que conseguía). Los hermanos Kuroki fueron dos de los primeros nisei que se alistaron en el Ejército de los Estados Unidos después del ataque a Pearl Harbor.

En enero de 1942 fueron enviados a Sheppard Field, en Texas, uno de los principales centros de entrenamiento de la USAAF. Tras completar la formación básica, Ben Kuroki fue destinado a un puesto administrativo en el 93º Grupo de Bombardeo con base en Fort Myers, Florida. En agosto de 1942, cuando la unidad fue asignada a la Octava Fuerza Aérea, desplegada en Gran Bretaña, a Kuroki le comunicaron que por ser de origen japonés no tenía permitido servir en ultramar. Tras mucho insistir, Ben consiguió el permiso para acompañar a su unidad a Inglaterra. Una vez allí, gracias a la escasez de personal, logró que sus mandos aceptasen destinarle a un puesto de combate. Completó un curso de entrenamiento para artilleros aéreos y se convirtió en artillero de torreta dorsal en un bombardero Consolidated B-24 Liberator.

Ben Kuroki en uniforme de vuelo:


En diciembre de 1942 el 93º Grupo de Bombardeo fue transferido a la Vigésima Fuerza Aérea para dar apoyo aéreo a la operación Torch (los desembarcos aliados en el norte de África). En febrero de 1943 el B-24 de Kuroki tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en el Protectorado Español de Marruecos a causa de un fallo mecánico. La tripulación fue internada por las autoridades españolas. A veces, como adorno a su biografía, se cuenta que Kuroki se fugó de su internamiento, aunque en realidad él y sus compañeros fueron liberados tres meses más tarde gracias a las presiones del Departamento de Estado de Estados Unidos al gobierno de Franco (que por cierto incumplió la Convención de Ginebra, que obligaba a los países neutrales a internar a los combatientes de los estados beligerantes hasta el final del conflicto).

El 1 de agosto de 1943 Kuroki participó en la operación Tidal Wave (“Maremoto”), un bombardeo masivo a cargo de 162 B-24 estadounidenses con base en Libia contra nueve refinerías de petróleo situadas en los alrededores de Plioesti, en Rumanía. La misión fue el mayor fracaso de la historia de la USAAF. Solo 88 bombarderos regresaron a sus bases, 55 de ellos dañados. El resto, exceptuando algunos que consiguieron alcanzar la neutral Turquía, fueron derribados por las baterías antiaéreas (la mayor parte) o por los cazas rumanos y búlgaros. 440 tripulantes estadounidenses murieron, y otros 220 fueron hechos prisioneros o dados por desaparecidos.

Cuando Kuroki completó su período obligatorio de veinticinco misiones se ganó su derecho de volver a casa, pero decidió presentarse voluntario para volar cinco más. Regresó a Estados Unidos como un veterano sargento con treinta misiones de combate en Europa y el norte de África. Fue enviado a California a la espera de nuevo destino. Allí se sentía incómodo caminando por las calles, incluso de uniforme. Todos los habitantes de origen japonés de los estados de la costa oeste (aunque fuesen ciudadanos estadounidenses, o aunque no hubiesen tenido en su vida ningún tipo de relación con Japón) habían sido internados en campos de concentración situados en el interior del país. Aprovechando su notoriedad (la propaganda militar le había dado a conocer como un héroe, y hasta la revista Time le había dedicado un artículo), Kuroki comenzó a hacer campaña a favor de la restauración de los derechos civiles de los americano-japoneses. El Ejército le llevó en una gira por los campos de internamiento para alentar a los jóvenes nisei a que se alistasen. Comprensiblemente, muchos de los internados no entendieron su posición y le recibieron como a un traidor. Otros, en cambio, le vieron como un ejemplo a seguir. La comunidad japonesa estaba dividida entre los que se rebelaban contra la injusticia que se estaba cometiendo con ellos y los que defendían la colaboración con las autoridades para demostrar que eran ciudadanos leales. Miles de jóvenes de origen japonés se enrolaron en el Ejército de los Estados Unidos para combatir en Europa. Por supuesto, luchar en el Pacífico contra Japón estaba prohibido para ellos.

Aquella fue otra barrera que Kuroki quiso superar. Solicitó reengancharse en un nuevo periodo de servicio para servir en el teatro de operaciones del Pacífico. Inicialmente su solicitud fue denegada. Kuroki aprovechó su fama para recurrir a instancias superiores hasta llegar al mismísimo secretario de Guerra, Henry Stimsom, quien tuvo que intervenir personalmente para hacer que el Ejército cambiase de opinión. Kuroki fue finalmente aceptado y destinado al 505º Grupo de Bombardeo, con base en la isla de Tinian, en las Marianas. Volando en un Boeing B-29 Superfortress, participó en veintiocho misiones de bombardeo que se sumaron a las treinta que había completado en Europa y África. La primera de ellas fue un ataque a la guarnición japonesa de Iwo Jima en febrero de 1945, en uno de los bombardeos previos al desembarco de los marines en la isla. Le siguieron otras muchas misiones contra infraestructuras estratégicas y objetivos militares en Truk, Okinawa y el archipiélago japonés. A partir de la primavera de 1945 tomó parte en la serie de grandes raids nocturnos contra las ciudades japonesas que tenían como único objetivo arrasar con bombas incendiarias áreas densamente pobladas y que causaron cientos de miles de muertos.

Los que me leen habitualmente, que los hay, ya saben que me gustan los títulos llamativos, incluso engañosos. En este caso el titular llama mucho la atención (o eso pretende), pero es injusto. La lucha de Ben Kuroki fue por encima de todo una lucha por los derechos civiles de los estadounidenses de origen japonés. Habrá razones para criticar su decisión desde un punto de vista ético, pero su motivación está fuera de toda duda. Y también su disposición al sacrificio personal. En los meses finales de la guerra los bombarderos de la USAAF reducían a cenizas casi con total impunidad las ciudades japonesas, pero cuando Kuroki se presentó voluntario para un segundo periodo de servicio no podía saber ni que ese iba a ser el objetivo ni que el riesgo para las tripulaciones estadounidenses iba a ser mínimo. Él había sido testigo de los peores años de la campaña de bombardeo en el teatro europeo. Había sobrevivido al infierno de Plioesti y a otras muchas misiones en las que las posibilidades de regresar eran aproximadamente las mismas que las de acertar lanzando una moneda al aire. Cuando se reenganchó, lo único que podía tener seguro era que estaba tentando a la suerte.

La larga lucha legal de los nisei estadounidenses

En las semanas posteriores al ataque a Pearl Harbor y la entrada de Estados Unidos en la guerra surgió una creciente desconfianza de los norteamericanos hacia sus conciudadanos de origen japonés, en especial en los estados de la costa del Pacífico, donde constituían una minoría relativamente numerosa. En un principio las autoridades, incluyendo al propio presidente Roosevelt, rechazaban que se pudiese poner en duda la lealtad de los americano-japoneses. Pero la presión sobre la administración aumentó rápidamente, alimentada por la actitud de buena parte de la prensa, que advertía continuamente de los peligros de una quinta columna que supuestamente estaría dispuesta a colaborar con el enemigo en caso de ataque, y por los rumores que circulaban sobre casos de espionaje o sabotaje protagonizados por residentes de origen japonés. En poco tiempo el gobierno se sintió obligado a tomar medidas drásticas para tranquilizar a la opinión pública.

El 19 de febrero de 1942 el presidente Roosevelt firmó la Orden Ejecutiva 9066, que permitía al teniente general DeWitt (comandante del Mando de Defensa Occidental, responsable militar de los estados de la costa oeste) restringir los movimientos y las libertades de miles de ciudadanos de origen japonés, independientemente de que tuviesen o no la nacionalidad estadounidense. El 23 de marzo DeWitt decretó un toque de queda entre las 8 de la noche y las 6 de la mañana que afectaba a los residentes japoneses y americano-japoneses. Las medidas restrictivas se sucedieron en las semanas posteriores, hasta que finalmente el 3 de mayo de 1942 se emitió una orden que obligaba a los ciudadanos de origen japonés a presentarse en las oficinas gubernamentales para ser trasladados a los llamados centros de reubicación, campos de internamiento vigilados por el Ejército situados en los estados del interior.

Minoru Yasui era el tercero de nueve hijos de un matrimonio de inmigrantes japoneses propietarios de una explotación hortofrutícola en Hood River, en el estado de Oregón. En 1939, con 23 años, Minoru acabó sus estudios de Derecho y, gracias a los contactos de su padre, consiguió un empleo de agregado en el consulado japonés de Chicago. En diciembre de 1941, al estallar la guerra, el consulado fue cerrado, y Yasui regresó a Oregón para incorporarse al Ejército (era alférez en la Reserva). Cuando los militares rechazaron su solicitud de alistamiento (por haber trabajado para el gobierno de Japón), decidió instalarse como abogado en Portland, ofreciendo servicios legales a los ciudadanos de origen japonés.

El 23 de marzo de 1942 se implantó el toque de queda para los americano-japoneses en la región de Portland. Yasui no tenía ninguna duda de que aquella medida era inconstitucional, y decidió demostrarlo con un desafío a las autoridades. El 28 de marzo rompió deliberadamente el toque de queda paseándose por el centro de la ciudad. Se dirigió a una comisaría de policía para que le pusiesen una denuncia y volvió a casa. Antes de que fuese llamado a juicio, se decretó la orden de internamiento de los residentes de origen japonés. Yasui se negó a cumplirla y regresó a la casa familiar en Hood River, violando también las restricciones a los viajes que se habían impuesto a los americano-japoneses. Fue arrestado en su pueblo natal.

El juicio se celebró en el Tribunal de Distrito de Portland. En la sentencia, emitida el 16 de agosto de 1942, el juez Albert Fee determinaba que, como el gobierno no había decretado la ley marcial, la aplicación del toque de queda a ciudadanos estadounidenses era inconstitucional, tal como alegaba Yasui. Pero añadía que Yasui había renunciado a su ciudadanía por haber trabajado para el gobierno japonés. Al ser considerado un extranjero, sí se le podían aplicar las normas dictadas por las autoridades militares. En consecuencia, el juez condenó a Yasui a un año de cárcel y 5.000 dólares de multa.

Yasui fue encarcelado en la prisión del condado de Multnomah, en Portland. Allí pasó nueve meses, esperando a que el recurso que había presentado llegase a un tribunal superior. Al fin, en mayo de 1943 la Corte Suprema de los Estados Unidos se hizo cargo del caso, saltándose los tribunales de apelación estatales, y uniéndolo al de otro nisei llamado Gordon Hirabayashi.

Gordon Hirabayashi era un joven de 24 años de Seattle, estudiante de sociología en la Universidad de Washington. Igual que Yasui, había incumplido el toque de queda como protesta por una medida que consideraba injusta. Fue arrestado por el FBI y condenado a 90 días de prisión. Hirabayashi no tenía la formación legal de Yasui, pero contaba a su favor con el apoyo incondicional de su comunidad religiosa, los cuáqueros (una iglesia que se ha destacado históricamente por su activismo pacifista). Viendo las similitudes que presentaban los casos de Hirabayashi y Yasui, el Tribunal Supremo decidió tratarlos de forma conjunta.

El 21 de junio de 1943 la Corte Suprema emitió su veredicto. En él se afirmaba que la aplicación del toque de queda a ciudadanos estadounidenses era constitucional. Aquello daba la razón al juez que había condenado a Hirabayashi en primera instancia. En el caso de Yasui las conclusiones no eran tan evidentes, ya que el dictamen se oponía al mismo tiempo a los argumentos de la defensa y a la sentencia del juez Fee. Según el tribunal, Yasui debía de ser considerado ciudadano estadounidense, y como tal era culpable de haber incumplido el toque de queda, lo que suponía un delito menor. La Corte Suprema devolvió el caso al tribunal de distrito para que dictase una nueva sentencia de acuerdo con ese criterio. En la revisión, Fee eliminó la multa de 5.000 dólares y redujo la pena a 15 días de cárcel, que Yasui ya había cumplido con creces. Por consiguiente fue puesto en libertad. O, para ser más precisos, salió de prisión para ser conducido a un campo de concentración.

Minoru Yasui fue trasladado al Centro de Reubicación de Minidoka, en Idaho. En el verano de 1944 se le permitió abandonar el campo y poco después se instaló como abogado en Denver. Gordon Hirabayashi volvió a prisión, para cumplir una condena de un año por insumisión. Se había negado a rellenar un cuestionario en el que el Ejército le exigía una renuncia a la fidelidad al Emperador, un requisito que consideraba discriminatorio. Después de la guerra se mudó a la ciudad canadiense de Edmonton para ejercer como profesor de sociología en la Universidad de Alberta.

Fred Korematsu era un joven nisei de la ciudad de Oakland, en el norte de California, con pocos estudios y que nunca había logrado mantener un trabajo más allá de unos meses. Pero no era esa precisamente la circunstancia que hacía que su caso fuese distinto al de los universitarios Yasui e Hirabayashi: a diferencia de ellos, cuando Korematsu incumplió la orden de internamiento no lo hizo pensando en ser un ejemplo para su comunidad. De hecho trató de ocultar su origen japonés, inventándose un nombre falso y asegurando que era descendiente de hispano-hawaianos. El 30 de mayo de 1942 fue detenido en plena calle y enviado a prisión. En el juicio, celebrado en San Francisco el 8 de septiembre de 1942, fue declarado culpable de violar las órdenes emitidas por las autoridades militares y condenado a cinco años de libertad condicional. Recurrió la sentencia con el apoyo de varios miembros de la ACLU (American Civil Liberties Union, o Unión Americana de Libertades Civiles).

Korematsu fue internado con su familia en el Centro de Reubicación de Topaz, en Utah. Según contaría más tarde, el campo era peor que la cárcel. Se alojaba en una especie de establo y tenía que trabajar ocho horas al día por un salario miserable. Además, también según Korematsu, él y su familia sufrieron el aislamiento y el desprecio del resto de internos por su actitud desafiante hacia los militares. La mayor parte de los americano-japoneses cooperaron con las autoridades con la esperanza de que su colaboración sirviese para demostrar su lealtad como estadounidenses, Para ellos, la lucha de Korematsu por sus derechos era una amenaza que ponía en riesgo a toda la comunidad.

Tras pasar (este sí) por el Tribunal de Apelaciones, el caso Korematsu llegó a la Corte Suprema de los Estados Unidos a finales de 1944. El 18 de diciembre se dictó sentencia, ratificando la decisión del tribunal de primera instancia. Aunque se reconocía que el internamiento forzoso era constitucionalmente “sospechoso”, el jurado consideraba que estaba justificado por las circunstancias de emergencia que vivía el país, Según la sentencia, la necesidad de protegerse contra las posibles acciones de espionaje y sabotaje por parte de agentes enemigos estaban por encima de los derechos individuales de Fred Korematsu y del resto de ciudadanos de ascendencia japonesa. No fue una decisión unánime. Tres de los nueve miembros del jurado votaron en contra. En sus votos particulares, los jueces discrepantes argumentaban que era evidente un fondo racista en las órdenes decretadas por las autoridades militares (no se habían adoptado medidas similares para los ciudadanos de origen alemán o italiano), y advertían de que aquel caso iba a suponer un peligroso precedente que podría utilizarse en el futuro con fines oscuros, al permitir que el Ejército se saltase la Constitución alegando circunstancias excepcionales.

Ese mismo día, el 18 de diciembre de 1944, la Corte Suprema emitió un veredicto totalmente contradictorio con el del caso Korematsu. Mitsuye Endo era una nisei de 22 años de Sacramento, funcionaria del estado de California (había perdido su empleo tras el ataque a Pearl Harbor), cristiana metodista practicante, que solo hablaba inglés y nunca había estado en Japón. Nada de aquello le sirvió para evitar su internamiento y el de su familia en el campo de concentración de Tule Lake, en Utah. La Liga de Ciudadanos Americano-Japoneses vio en ella el ejemplo perfecto para demostrar la irracionalidad de la orden de internamiento. Los abogados de la Liga presentaron un recurso de habeas corpus en su nombre alegando que Endo era una ciudadana estadounidense totalmente asimilada. El juez de distrito falló en su contra sin ninguna explicación, y el Tribunal de Apelación se inhibió pasando el caso a la Corte Suprema. El gobierno trató de detener el recurso ofreciendo a Endo su liberación, pero ella decidió continuar internada hasta que se dictase sentencia. La decisión del Tribunal Supremo fue unánime: el gobierno de Estados Unidos no tenía ninguna razón para detener a una ciudadana leal, y por tanto tenía que permitir a la joven abandonar el campo de internamiento.

La diferencia con el caso Korematsu, cuya sentencia se dio a conocer el mismo día, estaba en un pequeño matiz: en el caso Endo la Corte Suprema determinaba que el gobierno no podía privar de libertad a un ciudadano si no podía demostrar su deslealtad. Pero Mitsuye Endo no opuso resistencia a su traslado al campo de reubicación. A Korematsu, en cambio, se le castigaba por incumplir la orden de internamiento, es decir, por su negativa a ser encarcelado... aunque esa encarcelación fuese ilegal.

Estas son explicaciones que se han querido dar a posteriori, porque en su fallo la Corte Suprema se limitó a considerar las circunstancias particulares del caso Endo, sin querer abordar la cuestión de la probable inconstitucionalidad de la orden de internamiento. Lo cierto es que no hacía falta. Las repercusiones de la sentencia eran evidentes. Dos semanas después de que se hiciese pública el gobierno derogó las órdenes de exclusión y dio permiso a los ciudadanos de origen japonés para que comenzasen a regresar a sus hogares.

Las sentencias de los casos Yasui, Hirabayashi y Korematsu fueron muy criticadas, ya antes del final de la guerra y en los años posteriores. Muchos expertos en derecho opinaban que detrás de las decisiones judiciales se escondía un mal disimulado racismo. En la década de los 80 salieron a la luz documentos que demostraban que el gobierno sabía que no había razones militares que justificasen las órdenes de exclusión de los ciudadanos de origen japonés. La oficina del fiscal general tenía en su poder informes del FBI y la inteligencia militar en los que se llegaba a la conclusión de que los residentes japoneses no constituían ningún riesgo para la seguridad nacional. Sin embargo, los fiscales retuvieron la información y no la hicieron pública durante los juicios, lo que podría haber supuesto incluso un delito de ocultación de pruebas. En lugar de ello, utilizaron contra los acusados rumores sobre quintacolumnistas japoneses, pese a saber que no tenían ninguna base.

Con esa nueva información, Yasui, Hirabayashi y Korematsu acudieron una vez más a los tribunales para solicitar la revocación de sus condenas. El primero en conseguirlo fue Korematsu. El 10 de noviembre de 1983 un juez del Tribunal de Distrito de San Francisco anulaba formalmente la condena dictada cuarenta años antes contra él. Yasui intentó lo mismo en Portland, pero el tribunal desestimó sus argumentos. Hirabayashi, por su parte, que residía en Canadá, presentó su caso en el Tribunal Federal de Apelaciones del Noveno Circuito (el encargado de los estados del Pacífico). En 1987 el jurado anuló su condena, lo que implícitamente significaba que la de Yasui también quedaba revocada. Minoru Yasui no pudo disfrutar de aquella última victoria. Había muerto poco tiempo antes, el 12 de noviembre de 1986.

En 1988 el presidente Ronald Reagan pidió disculpas en nombre del gobierno de los Estados Unidos a los ciudadanos de origen japonés internados injustificadamente durante la guerra y autorizó el pago de una reparación de 20.000 dólares a cada uno de ellos. Un total de 82.219 sobrevivientes o herederos aceptaron la compensación económica.

¿Quién fue el primer jugador no blanco de la NBA?

Una pregunta de las que ponen a prueba al típico amigo enciclopedia-deportiva-andante que todos tenemos, aprovechando que hoy empieza el Mundial de Baloncesto. Lo cierto es que la respuesta no es nada obvia, y seguro que sorprenderá a más de uno. Estamos acostumbrados a ver cómo el baloncesto norteamericano está dominado por enormes e hipermusculados jugadores de raza negra. Pero el primero que logró romper las barreras raciales en el baloncesto profesional estadounidense pertenecía a un grupo étnico que no destaca precisamente por su altura ni por sus condiciones atléticas... ni por su afición al basket. Además, hizo su carrera deportiva en unos años en los que tuvo que enfrentarse a los prejuicios y la hostilidad de buena parte de sus conciudadanos.

Wataru "Wat" Misaka era un nisei (hijo de emigrantes japoneses) nacido en 1923 en Ogden, en el estado de Utah. Era un jugador más bien bajo (1'70 metros) que se había destacado en sus años de instituto liderando a su colegio en la consecución del campeonato estatal de Utah dos años seguidos. En 1943 se matriculó en ingeniería en la Universidad de Utah y se unió al equipo de baloncesto (en gran parte del oeste del país el gobierno había decretado el internamiento forzoso de los ciudadanos de origen japonés, pero Utah había quedado fuera de la zona de exclusión). En 1944 ganaron el torneo universitario de la NCAA. Poco después Misaka hizo un paréntesis en sus estudios para alistarse en el Ejército. Se licenció en 1946 con el rango de sargento, después de un año sirviendo como intérprete para las fuerzas de ocupación en Japón. A su regreso volvió a jugar con el equipo de su universidad. En 1947 recibieron una invitación para jugar un torneo de exhibición en Nueva York. Se hicieron con el título venciendo en la final a la Universidad de Kentucky, una de las más poderosas, en un partido disputado en el mítico Madison Square Garden. Allí Misaka llamó la atención de los técnicos del equipo local, los New York Knicks.

Los Knicks seleccionaron a Misaka en el Draft de 1947 y le ofrecieron un contrato profesional. Debutó en la BAA (Basketball Association of America, hoy conocida como NBA) en la temporada 1947/48, jugando tan solo tres partidos en los que anotó un total de 7 puntos. A mitad de la temporada fue cortado. Según Misaka, la única razón por la que prescindieron de sus servicios era que el equipo tenía demasiados jugadores en su posición. Siempre negó que sufriese algún tipo de discriminación por parte de sus técnicos, sus compañeros o el público neoyorquino. Rechazó una oferta de los Harlem Globetrotters, un famoso equipo de exhibición compuesto en su totalidad por jugadores de raza negra, y regresó a Utah para terminar sus estudios universitarios. Poco después encontró trabajo de ingeniero en una empresa de Salt Lake City y dejó definitivamente el baloncesto.

De cómo el senador Inouye perdió su brazo

Contaba en la entrada anterior que a finales de los años 90 se revisaron las concesiones de Cruces al Servicio Distinguido a los nisei del 442º Regimiento de Infantería, y se concluyó que veintidós de ellos eran merecedores de la Medalla de Honor, la mayor condecoración otorgada por las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Uno de aquellos hombres era un auténtica celebridad, un personaje muy conocido y respetado por su larguísima trayectoria profesional. Me refiero al senador Daniel Inouye, el hombre record de la política estadounidense.

Dan Inouye era un nisei de Honolulu. El día que los japoneses atacaron Pearl Harbor era un estudiante de secundaria de 17 años. Tenía formación en primeros auxilios, y tras el ataque se presentó voluntario como ayudante sanitario. A finales de 1942, en cuanto el gobierno revocó la prohibición de reclutamiento a los nisei-americanos, se alistó en el Ejército. Entre 1943 y 1945 combatió con el 442º Regimiento de Infantería en Italia y Francia, obteniendo varios ascensos y llegando a oficial. En abril de 1945, pocos días antes del final de la guerra, perdió el brazo derecho en la acción que muchos años después le supondría la Medalla de Honor.

El 21 de abril de 1945 el alférez Inouye mandaba un pelotón de infantería en un asalto a una posición fortificada sobre un cruce de caminos, cerca de Sarzana, en el norte de Italia. Cuando estaban a medio centenar de metros de distancia de las trincheras alemanas,.el pelotón quedó atrapado por el fuego cruzado de tres ametralladoras. Viendo a todos sus hombres inmovilizados cuerpo a tierra, Inouye se levantó y corrió hacia la primera de las ametralladoras con una bolsa de granadas. Una herida en el abdomen detuvo su carrera, pero había llegado lo suficientemente cerca como para lanzar dos granadas y acabar con la posición enemiga. A pesar de su herida (según el propio Inouye, fue una bala que le entró por el costado derecho y le salió por la espalda) insistió en dirigir al pelotón en el asalto a la segunda posición alemana. Después de neutralizarla, Inouye se arrastró por un flanco hasta la tercera ametralladora mientras sus hombres atraían el fuego enemigo en otra dirección. Al llegar a unos pocos metros de distancia, cogió una granada y levantó el brazo para lanzarla. En ese momento una granada de fusil le alcanzó en el codo, casi arrancándole el brazo de cuajo. Inouye vio que su puño derecho (que ya había dejado de ser suyo) aún sujetaba la granada. Con la mano izquierda se la arrancó y la lanzó contra la posición enemiga. A continuación se levantó, disparando su subfusil Thompson con su única mano. En ese momento recibió un balazo en una pierna y cayó inconsciente. Cuando le trasladaron al hospital de campaña, varias horas después, le habían administrado ya tanta morfina que los médicos se vieron obligados a amputarle lo que le quedaba de brazo sin anestesia para no poner en peligro su vida.

El sueño de Dan Inouye era ser cirujano, pero la pérdida del brazo le obligó a cambiar de planes. Después de licenciarse del Ejército entró en la universidad para estudiar Ciencias Políticas y Derecho. Se graduó en 1953, y ese mismo año comenzó su carrera política, presentándose a la Cámara de Representantes del Territorio de Hawai por el Partido Demócrata. Tras dos mandatos consecutivos, en 1957 se presentó al Senado territorial, y volvió a ganar. En 1959, a la mitad de su legislatura, Hawai se convirtió en el 50º estado de los Estados Unidos, e Inouye decidió dar el salto a Washington. Fue elegido el primer congresista de su estado en la Cámara de Representantes. En 1962 se presentó por primera vez al Senado de los Estados Unidos. Ganó aquellas elecciones y las ocho siguientes, ocupando el cargo ininterrumpidamente desde 1963 hasta su muerte en el año 2012 (el mandato de un senador tiene una duración de seis años). Nunca, en sus 58 años de carrera política, perdió unas elecciones. De hecho solo una vez ganó con menos del sesenta y cinco por ciento de los votos.

Un héroe americano

Cuando el gobierno de los Estados Unidos decretó la suspensión de los derechos civiles y el internamiento de los ciudadanos japoneses y nisei (hijos de japoneses) de los estados del Pacífico, centenares de militares de origen japonés recibieron una orden de expulsión de las fuerzas armadas norteamericanas. En Hawai aquella medida suponía un grave trastorno, ya que en muchas unidades los americano-japoneses suponían un alto porcentaje del personal, así que los mandos locales solicitaron que se hiciese una excepción con ellos. Finalmente se permitió que los nisei hawaianos permaneciesen en el Ejército, e incluso se aceptaron cientos de solicitudes de alistamiento de jóvenes de origen japonés. Los nuevos reclutas fueron integrados en una unidad especial, denominada Batallón Provisional Hawaiano, y trasladados al continente para su periodo de instrucción. Cuando el Ejército quedó convencido de su lealtad, el reclutamiento se extendió a los campos de internamiento del territorio continental. Así nació el 442º Regimiento de Infantería, una unidad del Ejército estadounidense formada exclusivamente por nisei-americanos.

Kazuo Otani se alistó voluntario en el 442º Regimiento.en 1943. Un año antes este joven californiano, hijo de inmigrantes japoneses, había sido internado junto con toda su familia en el Centro de Reubicación de Gila River, en Arizona. Solo salió de allí para ingresar en el Ejército.

Las primeras tropas americano-japonesas, el 100º Batallón de Infantería, desembarcaron en Salerno en septiembre de 1943. En los meses posteriores llegarían a Italia el resto de unidades del regimiento. Los nisei tuvieron un papel destacado en la campaña italiana, en especial en las batallas de Montecassino y Anzio. En julio de 1944, cuando participaba en el avance estadounidense por la Toscana, el 442º era ya un regimiento experimentado y respetado.

Kazuo Otani era sargento de un pelotón de la Compañía G del 100º Batallón. El 15 de julio de 1944 guiaba a sus hombres en un avance en dirección a la localidad de Santa Luce, cerca de Pisa. De repente, al atravesar un campo de trigo, una ametralladora abrió fuego contra ellos y les inmovilizó en campo abierto. Otani supo que tenía que sacar a sus hombres de allí. Se levantó y cruzó el sembrado, atrayendo el fuego de la ametralladora alemana, hasta llegar a la cobertura de una pared de piedra. Sus hombres habían comenzado a reptar en su dirección, pero el enemigo no tardó mucho en concentrar el fuego en ellos. Otani salió de su refugio para atraer de nuevo el fuego enemigo, lo que permitió que los soldados que habían avanzado más llegasen a las rocas y se pusiesen a cubierto. Después de organizar a aquellos hombres para rechazar un posible ataque, volvió a atravesar el campo para reunirse con los rezagados del pelotón, una vez más con las balas silbando a su alrededor. Al llegar junto a sus hombres, les animó a avanzar y alcanzar la protección de las rocas, mientras él se quedaba atrás para darles fuego de cobertura. Cuando cruzaban, uno de los soldados fue alcanzado y cayó herido. Otani ordenó al resto que permaneciesen a cubierto, reptó hasta el herido y le arrastró hasta ponerle también a cubierto en el interior de una pequeña zanja. Había comenzado a prestarle los primeros auxilios, cuando una ráfaga de la ametralladora le alcanzó de lleno. El sargento Otani murió casi instantáneamente.

Kazuo Otani recibió a título póstumo la Cruz al Servicio Distinguido, la segunda condecoración en importancia del Ejército de los Estados Unidos. A finales de los 90 se revisaron las concesiones de medallas a soldados nisei-americanos durante la Segunda Guerra Mundial, y nada menos que a veintidós de ellos se les consideró merecedores de la Medalla de Honor, la máxima condecoración otorgada por las Fuerzas Armadas estadounidenses. En junio del 2000 la familia de Kazuo Otani recibió la Medalla de Honor de manos del presidente Bill Clinton.

El 442º Regimiento de Infantería es el regimiento más condecorado de la historia del Ejército de los Estados Unidos.

El Incidente Niihau

Niihau es una pequeña isla de 180 Km² situada en el extremo occidental del archipiélago hawaiano. Toda la isla era (y sigue siendo) propiedad privada de una familia de origen neozelandés, los Robinson. En 1941 el dueño era Aylmer Robinson, bisnieto de Elizabeth Sinclair, la mujer que en 1864 había comprado Niihau al rey de Hawai Kamehameha V por 10.000 dólares con la idea de establecer allí una plantación de caña de azúcar. El señor Robinson residía en Kauai, una isla mucho más grande, a quince millas náuticas de distancia, aunque todas las semanas hacía una visita de inspección a Niihau. Nadie podía pisar la isla sin su permiso, y no solía darlo, de ahí el apodo con el que se conocía a su dominio: "la isla prohibida". Y lo era para todos excepto, lógicamente, para sus habitantes. En Niihau vivían algo más de un centenar de personas. Casi todos eran hawaianos nativos, aunque entre los residentes también había un inmigrante japonés, marido de una hawaiana, llamado Ishimatsu Shintani, y un matrimonio de nisei (hijos de japoneses, o "inmigrantes de segunda generación"), Yoshio e Irene Harada.

Vista aérea de Niihau:


En la madrugada del 7 de diciembre de 1941, cuando los aviadores japoneses que iban a tomar parte en el ataque a Pearl Harbor recibieron las últimas instrucciones antes de despegar, les dijeron que en caso de sufrir una avería que les impidiese regresar a sus portaaviones debían tomar tierra en Niihau y esperar allí la llegada de un submarino de rescate. La Marina Imperial creía erróneamente que la isla estaba deshabitada, así que fue considerada un lugar seguro donde hacer un aterrizaje de emergencia.

Shigenori Nishikaichi era uno de aquellos aviadores. Era un piloto naval de 22 años perteneciente al grupo aéreo del portaaviones Hiryu. Intervino en la segunda oleada de ataque, formando parte de un grupo de ocho Zeros que tenían como misión dar escolta a una formación de bombarderos y seguirlos en el ataque a dos objetivos en el sureste de Oahu, la estación aérea de la Marina de Mokapu y la base aérea del Ejército de Bellows. Todo se desarrolló según lo previsto. Después de dar varias pasadas sobre ambas bases ametrallando las pistas y las instalaciones, los cazas ganaron altura y pusieron rumbo al punto de reunión, en el extremo norte de Oahu. Allí era donde tenían que reunirse con los bombarderos, ya que los cazas necesitaban ayuda en la navegación para volar de regreso a su portaaviones. De repente varios cazas estadounidenses Curtiss P-36 aparecieron de la nada y se lanzaron sobre ellos disparando sus ametralladoras. El combate fue muy desigual. Los Zeros eran mucho más veloces y maniobrables, y no tardaron mucho en deshacerse de los Curtiss. En el enfrentamiento el avión de Nishikaichi resultó alcanzado por media docena de proyectiles. Al principio creyó que no había sufrido daños graves, pero pronto se dio cuenta de que el indicador de combustible descendía a gran velocidad. Una bala había alcanzado uno de los depósitos de gasolina. El motor empezó a perder potencia, y Nishikaichi vio que no podía seguir a sus compañeros. Rápidamente evaluó la situación. Nadie le iba a esperar en el punto de reunión, y sus posibilidades de encontrar él solo al Hiryu, que navegaba en algún punto a más de trescientos kilómetros al norte, serían remotas incluso suponiendo que tuviese combustible suficiente. Recordando las instrucciones que le habían dado antes de partir, decidió virar al oeste, esperando que el combustible no se agotase antes de llegar a Niiahu, a doscientos kilómetros de distancia.

Casi ya sin combustible, Nishikaichi divisó Kauai y la utilizó como referencia, continuando con rumbo noroeste hasta llegar a Niihau. Al sobrevolarla se dio cuenta de que los informes de inteligencia estaban equivocados y la isla estaba habitada, pero ya no había otra opción: o aterrizaba allí o pasaba de largo y se estrellaba en el mar. Desde el aire localizó un campo de pastos relativamente despejado de obstáculos, al lado de una casa aislada, y se dirigió hacia él. Al tomar tierra las ruedas del avión golpearon en una valla, y el Zero se detuvo bruscamente clavando su morro en el suelo. Nishikaichi se quedó momentáneamente aturdido por el golpe.

Shigenori Nishikaichi, el piloto del Zero que aterrizó en Niihau:


Hawila “Howard” Kaleohano fue testigo del aterrizaje forzoso y su accidentado final. Vivía en la casa que se encontraba junto a la pradera, y era uno de los pocos habitantes de Niihau que hablaban inglés con fluidez (casi todos se expresaban exclusivamente en hawaiano). Reconoció el avión como un caza japonés. Ni él ni ninguna otra persona en la isla tenían noticias del ataque a Pearl Harbor, pero Kaleohano sabía que las relaciones entre Japón y Estados Unidos se habían vuelto muy tensas en las últimas semanas. Sin poder imaginarse cómo y por qué había llegado hasta allí un avión de guerra japonés, le pareció prudente aprovechar que el piloto estaba todavía conmocionado para quitarle su pistola y la documentación que llevaba encima.

Kaleohano y su familia acogieron a Nishikaichi con la tradicional hospitalidad hawaiana. Le dieron de desayunar e incluso comenzaron a organizar una comida en su honor para aquella tarde. Pero tenían el grave inconveniente del idioma. El piloto apenas hablaba unas palabras de inglés. Kaleohano hizo llamar a Ishimatsu Shintani, su convecino japonés, para que hiciese de traductor. Shintani, un apicultor de 60 años que vivía en Hawai desde que tenía 22, llegó a la casa, intercambió unas pocas palabras con el piloto, palideció, y se marchó de allí sin decir nada. Perplejos por aquel extraño comportamiento, los Kaleohano avisaron a Yoshio Harada, el hombre de confianza del señor Robinson en la isla. Harada, de 38 años, era de padres japoneses, pero nacido en Hawai y con nacionalidad estadounidense, al igual que su mujer Irene. Nishikaichi le contó que la guerra había estallado y que él acababa de participar en un ataque aéreo contra Pearl Harbor. A Harada le pareció prudente no informar de aquello a sus vecinos. Sí que tradujo las insistentes peticiones de Nishikaichi a Kaleohano para que le devolviese su arma y sus documentos, pero el hawaiano se negó a hacerlo.

Por la noche alguien escuchó en una radio parte de un boletín informativo sobre el bombardeo de Pearl Harbor. Fue así como se enteraron los isleños de que Hawai había sido atacado. Volvieron a interrogar a Nishikaichi, y en esta ocasión Harada sí tradujo todo lo que le decía. Los niihauanos descubrieron que tenían en su poder a uno de los miembros de la fuerza de ataque que horas antes había bombardeado Oahu.

En Niihau no había transmisor de radio, ni ninguna otra forma de comunicarse con el exterior. Pero solo tenían que mantener en custodia al japonés durante una noche. Todos los lunes Aymer Robinson llegaba a la isla en su visita semanal. Cuando desembarcase, al día siguiente, le explicarían lo ocurrido y le entregarían al prisionero. El señor Robinson se lo llevaría con él a Kauai, y Niihau volvería a ser un pequeño pedazo de tierra alejado de todo y totalmente ajeno a los problemas del mundo.

Pero los isleños no sabían que después del ataque las autoridades militares de Hawai habían decretado restricciones a la navegación entre las islas del archipiélago. Robinson no llegó el lunes, ni los días siguientes. Los niihauanos estaban confusos. El señor Robinson era un hombre fiable, de costumbres fijas. Y parecía haber abandonado su rutina semanal precisamente cuando más le necesitaban. Quizás la situación era aún más grave de lo que ellos habían supuesto.

Como el tiempo pasaba y seguían sin noticias del exterior, los niihauanos tuvieron que plantearse qué hacer con el prisionero. Los Harada se ofrecieron entonces a alojarle con ellos. Se decidió aceptar su propuesta, pero manteniendo una precaución básica: en todo momento habría varios hombres de guardia junto a la vivienda, por si el japonés intentaba algo. Mientras le tuvieron en su casa, los Harada pudieron conversar libremente con Nishikaichi. Probablemente el piloto se dio cuenta de las dudas y las lealtades divididas del matrimonio y supo aprovecharlas a su favor. Es posible que les convenciese de que de los japoneses no tardarían en desembarcar en Niihau y en todo Hawai. Desde luego, para alguien que había participado en el ataque a Pearl Harbor, no era descabellado pensar en una inminente ocupación del archipiélago: la flota estadounidense había sido arrasada ante sus ojos y no quedaba mucho que pudiese hacer frente a la poderosa Marina Imperial. También les habló de los papeles que le había quitado Kaleohano. Sus superiores le habían explicado que bajo ningún concepto podía permitir que su documentación cayese en manos del enemigo. Era vital recuperarla.

Obsesionados con conseguir la documentación del piloto, Shintani y los Harada pensaron en intentar una negociación. Para ello reunieron todo el dinero que pudieron conseguir, cerca de doscientos dólares, una cantidad que en Niihau suponía una pequeña fortuna. El viernes, 12 de diciembre, Shintani fue a ver a Kaleohano y le ofreció comprar los papeles. Kaleohano no se dejó impresionar y se negó a vendérselos. Antes de marcharse, Shintani le hizo una advertencia que sonaba demasiado a amenaza: tarde o temprano tendría que devolver los documentos, era cuestión de vida o muerte.

Mientras tanto, Harada y Nishikaichi vieron una oportunidad de pasar a la acción. Normalmente permanecían varios hombres de guardia en el exterior de la casa de los Harada, para vigilar al prisionero, pero en aquel momento tan solo había uno, que aparentemente no se tomaba demasiado en serio su cometido. Harada consiguió una escopeta y la ocultó en el interior de un pequeño almacén utilizado para guardar la miel. Después convenció al vigilante para que le acompañase hasta allí, le encañonó con el arma y le dejó encerrado. Tras recuperar la pistola del piloto, guardada bajo llave en otro almacén, Harada y Nishikaichi decidieron no esperar el regreso de Shintani y dirigirse a casa de Kaleohano.

Kaleohano les vio llegar desde el retrete, situado en una caseta en el exterior de la vivienda. Cuando vio que Harada y Nishikaichi estaban armados, tuvo claro que sus intenciones no eran nada buenas. Permaneció oculto en el retrete mientras los dos hombres le buscaban por la casa. En un momento dado interrumpieron su búsqueda y parecieron fijar su atención en el avión, que permanecía en el campo contiguo donde Nishikaichi había aterrizado cinco días antes. Kaleohano supo que aquello le daba una oportunidad de escapar y salió de su escondite. Oyó gritos y el disparo de una escopeta. Siguió corriendo sin mirar atrás.

Kaleohano llegó a Puuwai, la población principal de la isla, y alertó a sus vecinos de lo que estaba ocurriendo. Al principio la mayoría de ellos pensaron que Kaleohano exageraba la situación. Llevaban años conviviendo con los Harada y Shintani, y les costaba creer que anduviesen por la isla amenazando y disparando a la gente. Pero poco después apareció también el hombre capturado en casa de los Harada, que había logrado escaparse y había corrido a la aldea en busca de ayuda. El pánico se apoderó de los isleños. La mayor parte de los habitantes del pueblo huyeron y se ocultaron en las cuevas y los montes del interior. Al mediodía Kaleohano y otros cinco hombres zarparon en una canoa de remos en dirección a Kauai para dar la alarma y pedir ayuda. Era una travesía de diez o doce horas.

Poco después, Harada y Nishikaichi entraron en el pueblo casi desierto y recorrieron sus calles gritando amenazas y disparando al aire. Encontraron a uno de los pocos vecinos que aún no habían huido, un hombre llamado Kaahakila Kalima, y le obligaron a acompañarles hasta el lugar donde se había estrellado el Zero. Como necesitaban saber si los japoneses iban a desembarcar o si podrían enviar un equipo de rescate, el piloto trató de hacer funcionar la radio para ponerse en contacto con la flota. Pero fue inútil. Entonces desmontaron las ametralladoras del caza, y con la ayuda (forzada) de Kalima las llevaron hasta un almacén cercano y las ocultaron allí junto con su munición. A continuación regresaron al avión y lo quemaron para no dejar nada que pudiese tener valor para el enemigo (lo que prueba que ya habían perdido la esperanza de que hubiese un desembarco japonés en la isla). Desde allí volvieron a ir a la casa de Kaleohano, a buscar la documentación de Nishikaichi. Kaleohano había entregado los papeles a su suegra para que los escondiese, así que el registro de Harada y Nishikaichi fue inútil. Al marcharse prendieron fuego también a la casa y dejaron libre a Kalima para que fuese a reunirse con su familia.

Restos del Zero de Nishikaichi, en una fotografía tomada el 17 de diciembre:


Por la noche los isleños hicieron varias hogueras y señales luminosas con lámparas de queroseno para llamar la atención de las autoridades de Kauai. Robinson las vio y supo que había problemas en su isla, pero todas sus súplicas fueron inútiles: la prohibición de navegar se mantenía. Solo cuando recibió una llamada telefónica de Kaleohano desde Waimea, el puerto principal de la isla, explicándole la situación, pudo convencer al comandante del Distrito Militar de Kauai para que le permitiese organizar una misión de rescate.

La mañana del sábado 13 de diciembre Nishikaichi y Harada capturaron a un matrimonio, Ben y Ella Kanahele, que habían dejado su escondite en la playa para ir al pueblo a buscar comida. Ben Kanahele era un corpulento pastor de ovejas de 49 años. Cuando los dos hombres les interrogaron, los Kanahele fingieron desconocer dónde se ocultaba Kaleohano, aunque en realidad sabían que el día anterior había zarpado en la canoa. Nishikaichi y Harada decidieron mantener a Ella como rehén y ordenar a su marido que fuese a buscar a Kaleohano. Harada amenazó con matar a la mujer si Ben no regresaba con información. Sin saber qué hacer, el hombre se marchó, pero poco después la preocupación por su esposa le hizo volver junto a Ella y sus secuestradores. Harada reaccionó con más amenazas, asegurando que matarían a todos los habitantes de la isla si no les obedecían. En ese momento Ben aprovechó un descuido de Nishikaichi y se abalanzó sobre él. El japonés sacó su pistola, pero Ella le agarró del brazo y el arma cayó al suelo. Ben levantó en el aire a Nishikaichi y le lanzó contra un muro. Cuando el piloto cayó, la mujer comenzó a golpearle en la cabeza con una piedra. Ben sacó su cuchillo de caza y degolló al japonés. Harada, que había cogido la pistola del suelo mientras los Kanahele luchaban con Nishikaichi, disparó varias veces cuando Ben se volvió hacia él. Posiblemente en ese momento fue consciente de inutilidad de la tragedia que había provocado. Giró el arma hacia sí mismo y se disparó en el pecho. La lucha había terminado. Ben Kanahele estaba gravemente herido, con tres balazos en el pecho, la ingle y un muslo. Junto a él yacían los cuerpos sin vida de Shigenori Nishikaichi y Yoshio Harada (el desenlace es indiscutible; en cuanto al desarrollo de la pelea, esta es solo una de las muchas versiones que se pueden encontrar; según otras, por ejemplo, fue Nishikaichi quien disparó a Kanahele, Kanahele mató a Nishikaichi golpeándole con una piedra en la cabeza, Harada se suicidó disparándose con la escopeta...).

La mañana siguiente llegó a la isla el señor Robinson, junto a Kaleohano, sus cinco compañeros y un grupo de militares de Kauai. Ishimatsu Shintani e Irene Harada se entregaron a los soldados. Ben Kanahele fue trasladado al hospital de Waimea. Se recuperó de sus heridas y se convirtió para la prensa y las autoridades en el gran héroe de Niihau. En agosto de 1945 el gobierno le concedió la Medalla al Mérito y el Corazón Púrpura. Ella Kanahele, en cambio, no recibió ningún reconocimiento oficial, pese a que su intervención en la lucha había sido tan valerosa y decisiva como la de su marido.

Benehakaka "Ben" Kanahele, en la ceremonia de entrega de la Medalla al Mérito y el Corazón Púrpura:

Ishimatsu Sintani e Irene Harada fueron enviados a campos de internamiento. Nunca fueron juzgados (de hecho no se les acusó de delito alguno), aunque la mujer estuvo un tiempo detenida en una prisión militar como sospechosa de espionaje. Después de la guerra Harada se mudó a Kauai. Shintani regresó a Niihau, donde aún vivían su mujer y sus hijos. En 1960 obtuvo la nacionalidad estadounidense.

El incidente ayudó a reforzar la creencia de que los norteamericanos no podían confiar en sus conciudadanos de origen japonés. Pudo influir en la decisión del gobierno de internar a los americano-japoneses residentes en los estados del Pacífico. No importaba que un alto porcentaje de ellos tuviesen la nacionalidad estadounidense, que nunca hubiesen pisado Japón o que jamás se les hubiese oído expresar sentimientos antiamericanos. En caso de ataque, lo único que se podía esperar de ellos era que cambiasen de bando y colaborasen activamente con el enemigo. Siguiendo esa creencia, decenas de miles de personas (hombres, mujeres y niños) fueron obligadas a abandonar sus hogares, sus trabajos y sus posesiones y enviadas a campos de internamiento en el interior del país.

I am an American too!

Hoja de propaganda de un popular restaurante japonés de Salem, en el estado norteamericano de Oregón, poco después del ataque japonés a Pearl Harbor:


iYo también soy americano!
Vine a los Estados Unidos en 1903
Trabajé duro para aprender a ser un buen cocinero
Fui chef en el hotel Marion desde 1914 hasta 1932, un total de 17 años
He regentado mi propio restaurante en Salem desde 1934
Tengo cinco hijos, todos nacidos aquí en Salem
He sido residente en Salem desde hace más de 27 años. Amo a mi mujer, amo a mis hijos, amo mi hogar y amo a mis Estados Unidos.
Miembro de la Cámara de Comercio de Salem
Frank Tanaka, propietario del Tokio Sukiyaki


Con su declaración pública de patriotismo, Frank Tanaka trataba de evitar que sus vecinos le diesen la espalda. Lamentablemente no le sirvió de nada. Su restaurante fue cerrado por la War Relocation Authority, el organismo gubernamental encargado de la reubicación de todos los ciudadanos japoneses o de ascendencia japonesa que vivían en una amplia zona que incluía California, el sur de Arizona y la mitad occidental de los estados de Washington y Oregón.

En 1942 unos 120.000 ciudadanos de origen japonés que residían en los estados de la costa del Pacífico, más de la mitad de ellos con nacionalidad estadounidense, fueron recluidos en campos de internamiento en el interior del país. Familias enteras fueron obligadas a vivir en barracones rodeados de alambradas y vigilados por guardias armados. Antes de abandonar sus hogares les dieron un plazo de ocho días para malvender sus viviendas, tierras y negocios. Los que se negaron a vender se encontraron al terminar la guerra con que sus propiedades habían sido ocupadas por otras familias o con que el Estado las había expropiado por no pagar impuestos.

Viñeta del humorista gráfico Dr. Seuss (1943):


El texto dice: Esperando la señal desde casa. El letrero que hay en la caseta donde se reparten los explosivos pone "Honorable 5ª Columna".

Dr. Seuss (de nombre auténtico Theodor Seuss Geisel) fue conocido sobre todo por sus obras infantiles, aunque en esa época estaba dedicado a la caricatura política. Trabajaba para el PM, un periódico izquierdista de Nueva York. Pocos habrían considerado a Dr. Seuss un racista. Con frecuencia mostraba su apoyo a la lucha por los derechos civiles de los negros y criticaba duramente el antisemitismo.

Pocas voces se oyeron en defensa de los japoneses. La histeria anti-japonesa se impuso a la evidente irracionalidad de la medida. Los miembros de la numerosa comunidad italo-americana no fueron molestados durante la guerra, los de origen alemán sólo en casos aislados.


Hoja de Frank Tanaka:
http://www.salemhistory.net/culture/world_war_II_photos.htm
Viñeta de Dr.Seuss:
http://blogs.chron.com/artsinhouston/2009/07/whats_missing_from_dr_seuss_wants_you.html


Espías en Pearl Harbor

En febrero de 1941, al tiempo que la Flota Combinada dirigida por el almirante Yamamoto comenzaba la planificación del ataque a Pearl Harbor, se ordenó al Tercer Departamento del Estado Mayor de la Marina Imperial (la sección de inteligencia) reforzar su red de información en Hawaii.

Para los japoneses, establecer redes de espionaje en las islas Hawaii era relativamente sencillo. En el archipiélago vivían 40.000 ciudadanos japoneses, además de otros 120.000 norteamericanos de origen japonés. Entre ellos, los japoneses contaban con un numeroso grupo de informadores a sueldo, además de los colaboradores ocasionales. El cónsul de Japón en Honolulu era un diplomático tradicional sin ningún interés por cuestiones de espionaje. Era el vicecónsul, Otojiro Okuda, quien estaba a cargo de las labores de información.

Por petición de la Marina, el cónsul fue sustituido a mediados de marzo por Nagao Kita, un hombre muy vinculado a la Marina Imperial y colaborador habitual del Tercer Departamento. Dos semanas después, el 27 de marzo, llegó a Honolulu el alférez de navío Yoshikawa, un agente del Tercer Departamento experto en la marina estadounidense. A partir de ese momento, Yoshikawa se encargaría del trabajo de campo, vigilando los movimientos de la flota y las instalaciones militares. Okuda siguió al frente de su red de informadores locales, mientras que el cónsul Kita era el encargado de recopilar la información y transmitirla a Tokio. Las comunicaciones se hacían normalmente por medio de telegramas, usando las redes comerciales, pero previamente codificadas con la máquina Púrpura (la máquina de cifrado utilizada en las comunicaciones diplomáticas japonesas). Los mensajes menos urgentes se enviaban por valija diplomática, un medio mucho más seguro, pero demasiado lento para utilizarlo en la mayoría de los casos. A pesar de ello, los japoneses se sentían seguros, ya que el código Púrpura era considerado indescifrable.

Takeo Yoshikawa:

Takeo Yoshikawa
Antes de la llegada de Yoshikawa, el encargado de vigilar los movimientos de la flota norteamericana era Otto Kühn, un ex-marino alemán, supuestamente un médico retirado, en realidad un espía profesional que había ofrecido sus servicios a los japoneses a cambio de dinero. Tras la llegada de Yoshikawa, el Tercer Departamento decidió que Kühn se mantendría en reserva, para el caso de que la red del consulado quedase neutralizada (podía ocurrir si las relaciones entre los dos países seguían empeorando y el gobierno norteamericano decidía cerrar el consulado en Honolulu, dejando a los japoneses sin sus fuentes de información cuando más necesarias serían). Yoshikawa y Kühn acordaron un sistema de comunicación a través de una radio de onda corta y un código de comunicaciones óptico (luces encendidas, ventanas abiertas o cerradas, cortinas de determinados colores...) para poder enviar mensajes a algún submarino desde su casa en la playa en caso de urgencia.

Otto Kühn:

Otto Kühn
Takeo Yoshikawa llegó a Hawaii con el nombre falso de Tadashi Morimura, con el supuesto cometido de hacer un estudio jurídico para el ministerio japonés de Asuntos Exteriores sobre la situación de los nisei, los americano-japoneses de segunda generación. Era un joven atractivo y adinerado de 29 años, que pronto comenzó a llevar una vida aparentemente despreocupada, ocupado en fiestas, esgrima, golf, mujeres y alcohol. Se instaló en una casa de campo con vistas a la isla Ford y al cuartel de Hickam Field. Pescaba y practicaba remo entre los buques fondeados en la bahía, se hizo socio de un club aéreo y con frecuencia sobrevolaba Oahu en aviones alquilados, se hizo habitual de los restaurantes y clubs frecuentados por oficiales, y también de los bares del puerto, donde debido a sus frecuentes borracheras protagonizó más de un escándalo sonado. Ayudado por algunos colaboradores locales escogidos de la red de Okuda, como un funcionario del consulado llamado Richard Kotoshidoro, o el taxista John Mikami, ambos con nacionalidad estadounidense, se dedicó a recopilar información y a responder a los cuestionarios enviados por Tokio. No se arriesgaba, trataba de no mostrarse demasiado curioso, y nunca trató de colarse en zonas de acceso restringido (para eso tenía a ayudantes como el taxista Mikami, que solía llevar de vuelta a la base a los marineros borrachos).

El 1 de noviembre llegó a Pearl Harbor el Taiyo Maru, el paquebote que cubría la línea regular entre Tokio y Honolulu. Era su último viaje, ya que debido a la crisis entre los dos países las líneas civiles iban a ser interrumpidas. El Taiyo Maru había seguido una ruta nada habitual: por el Pacífico Norte dirección este, entre las Aleutianas y Midway, para luego girar al sur y llegar a Hawai desde el norte. Esa iba a ser la ruta de ataque de la flota japonesa, y los servicios de información de la Marina querían conocer el tráfico marítimo que se podían encontrar, las condiciones meteorológicas y el estado del mar. El Taiyo Maru hizo el viaje sin contratiempos, sin avistar un solo barco en toda la travesía.

El Taiyo Maru:

Taiyo Maru
Camuflados entre la tripulación del Taiyo Maru llegaron a Pearl Harbor dos agentes del Tercer Departamento, los tenientes de navío Suzuki y Maejima. Tras desembarcar, Suguru Suzuki se puso en contacto con Yoshikawa y el cónsul Kita, que le pasaron toda la información que habían recopilado sobre las instalaciones y las defensas estadounidenses. También había llegado el momento de “despertar” al espía durmiente. A través de Yoshikawa, Suzuki dio instrucciones a Kühn para que estuviese preparado para reanudar sus actividades en cuanto recibiese la señal. Mientras tanto, el teniente Maejima hacía sus propias indagaciones sobre le terreno: cuando regresó al Taiyo Maru llevaba varios lotes de tarjetas postales con vistas aéreas de Pearl Harbor, que había comprado en las tiendas para turistas. Esas fotografías sirvieron a los pilotos de la fuerza de ataque japonesa para identificar sus blancos.

Vista aérea de Pearl Harbor, octubre de 1941:

Pearl Harbor
Esta visita de los espías japoneses del Taiyo Maru pasó desapercibida a los agentes del FBI, pero no así muchas otras de las actividades de las redes locales. Los japoneses no imaginaban hasta qué punto sus movimientos estaban siendo controlados. Casi desde el momento en el que desembarcó en Honolulu, Yoshikawa estuvo sometido a vigilancia. Su teléfono estuvo pinchado, y su casa vigilada, aunque el FBI no consideró sus actividades peligrosas y le dejó hacer sin intervenir en ningún momento. Lo cierto es que el FBI tenía en su contra la despreocupación con la que todo el mundo veía la creciente crisis política con Japón. En una ocasión, una queja de la compañía telefónica les obligó a retirar las escuchas que habían instalado en el consulado japonés, para evitar el escándalo que habría supuesto que se llegase a conocer que el FBI estaba espiando a diplomáticos. Sin embargo, continuaron con una discreta vigilancia a los agentes japoneses identificados. Hubo dos llamadas registradas por el FBI en los días previos al ataque a Pearl Harbor que tenían que haberles puesto en alerta, pero ellos, como todos los demás, no supieron ver el nivel real de la amenaza. Una fue de un agente japonés al que el FBI mantenía en vigilancia llamado Otozo al cocinero del consulado, la noche del 3 de diciembre: “Quema los documentos. Es la guerra”. Otra fue el día antes del ataque, el 6 de diciembre, cuando un dentista llamado Mori (que también tenía intervenido el teléfono por ser sospechoso de espionaje) recibió una llamada desde Tokio, de alguien que hacía curiosas preguntas sobre el tipo de flores que se podían ver en Honolulu (una clave bastante evidente para referirse a las clases de buques que se encontraban en la base).

Además del FBI, que tenía competencias en contraespionaje en territorio norteamericano, la inteligencia militar también tenía sus medios para controlar las actividades de los agentes japoneses. El código Púrpura, el utilizado para las comunicaciones diplomáticas japonesas (y como ya se dijo para las comunicaciones entre Tokio y sus agentes en Hawaii) estaba siendo sistemáticamente descifrado. Los mensajes Púrpura descodificados tenían el nombre en clave de Magic. Muy pocas personas tenían acceso a Magic. Una de ellas era el general MacArthur, en las Filipinas, pero en Hawaii nadie sabía de su existencia. En Washington, los servicios de inteligencia del Ejército y la Marina fueron conociendo cómo Tokio pedía informes cada vez más detallados sobre los movimientos de la flota en Pearl Harbor, como el mensaje descifrado el 5 de octubre, en el que se dividía el puerto en cinco sectores y se pedía que a partir de ese momento se diesen indicaciones detalladas sobre cada uno de ellos. O el del 15 de noviembre en el que se pedía doblar la frecuencia con la que se enviaban los informes. En Washington veían cómo aumentaba la comunicación entre Tokio y Honolulu a medida que se acercaba la fecha del ataque, pero nadie consideró necesario alertar a Pearl Harbor.

Yoshikawa nunca fue procesado, a pesar de que el FBI lo tenía fichado como espía. Al comenzar la guerra fue internado con el resto del personal del consulado, y cuando pudo regresar a Japón montó una gasolinera en su pueblo natal.

Otto Kühn (sospechoso para el FBI desde 1939, por sus conocidas relaciones con importantes jerarcas nazis) sí fue detenido y acusado de espionaje inmediatamente después del ataque japonés. El 21 de febrero de 1942 fue declarado culpable y condenado a morir fusilado. Más tarde se le conmutó la pena a 50 años de prisión, y cuando terminó la guerra fue deportado a Alemania.

Yoshikawa en un programa de TV, 1964:

Yoshikawa tv

Fuentes:
Jean-Jacques Antier: Pearl Harbor
Manuel Leguineche: Recordad Pearl Harbor
http://www.fbi.gov/page2/feb05/kuehn022105.htm
http://en.wikipedia.org/wiki/Takeo_Yoshikawa
http://cryptome.org/csp/spy002/spy002.htm