El fallo técnico que corrigió un error humano

En los primeros años de la Segunda Guerra Mundial el principal (por no decir único) objetivo estratégico de la Marina de Guerra alemana era cortar las líneas de abastecimiento británicas. Aunque su flota submarina había sido diseñada casi específicamente para ese cometido, aquella no fue una misión exclusiva de los u-boote. Las mayores unidades de superficie de la Kriegsmarine (acorazados, cruceros de batalla y cruceros) también fueron enviadas al Atlántico con instrucciones de rehuir el combate contra otros buques de guerra y centrarse en atacar el tráfico mercante enemigo.

El 19 de mayo de 1941 zarpó de Gotenhafen el acorazado Bismarck, el mayor y más poderoso de los buques alemanes, acompañado del crucero pesado Prinz Eugen. Su destino era el Atlántico Norte, el área por la que discurrían las rutas de convoyes que comunicaban Gran Bretaña con América. Dando un gran rodeo para evitar las islas Británicas, pusieron rumbo al norte, al Ártico, siguiendo las costas noruegas, para a continuación virar al sur y adentrarse en el Atlántico a través del estrecho de Dinamarca (el engañoso nombre que recibe la franja de océano que separa Islandia de Groenlandia). Dos días después de su partida, cuando se encontraban fondeados en el fiordo noruego de Bergen, los dos buques fueron descubiertos por un avión de reconocimiento fotográfico británico. En ese momento dio comienzo una de las mayores cacerías de la historia naval. La presa iba a ser el Bismarck, el orgullo de la Kriegsmarine:

De Bundesarchiv, Bild 193-04-1-26 / CC-BY-SA 3.0

Dos cruceros pesados británicos, el Suffolk y el Norfolk, se situaron en el estrecho de Dinamarca para esperar al Bismarck y al Prinz Eugen. La mañana del 23 de mayo sus radares localizaron a los buques alemanes. Durante las veinticuatro horas siguientes los persiguieron sin descanso, intentando no perder el contacto, mientras esperaban la llegada de unidades más poderosas. Al fin, al amanecer del 24 de mayo se les unieron el crucero de batalla Hood, el buque de mayor tamaño de la Royal Navy, y el Prince of Walles, el más moderno de los acorazados británicos. Comenzó entonces una de las últimas batallas entre acorazados de la historia (a la vieja usanza, a cañonazo limpio y sin intervención de unidades menores, submarinos ni aviación). Durante el intercambio de fuego de artillería, un afortunado disparo del Bismarck alcanzó un pañol de municiones del Hood, provocando una gigantesca explosión que partió en dos el buque. Solo se salvaron tres marineros de una tripulación de más de 1.400 hombres. El Prince of Walles y los cruceros Suffolk y Norfolk, alcanzados repetidamente por los cañones de los buques alemanes, tuvieron que retirarse del combate.

Por la tarde el Bismarck viró en redondo para enfrentarse de nuevo al Prince of Walles y los dos cruceros, que aún les seguían a distancia tratando de mantener el contacto. Obligando a los tres buques a maniobrar para rehuir la lucha, el acorazado alemán facilitó así la huida del Prinz Eugen, pero al precio de dirigir contra sí mismo todo el poder de la Royal Navy. Para entonces el Almirantazgo británico ya había enviado a todas sus fuerzas disponibles a sumarse a la persecución. En total, en la caza del Bismarck intervendrían seis acorazados y cruceros de batalla, dos portaaviones, trece cruceros y veintiún destructores.

La tarde del día 25 nueve torpederos Fairey Swordfish del portaaviones Victorius lanzaron el primer ataque aéreo contra el Bismarck. Uno de los torpedos alcanzó al acorazado, inutilizando una de sus calderas. La pérdida de velocidad complicaba la huida del buque. Sin embargo, aquella noche el Bismarck logró despistar a sus perseguidores.

El Bismarck continuó desaparecido hasta la mañana del 26 de mayo, cuando fue nuevamente localizado por un hidroavión Catalina de reconocimiento marítimo. Estaba a punto de escaparse de la trampa que los británicos habían tejido en torno a él. En pocas horas alcanzaría la cobertura aérea de las bases de la Luftwaffe en el oeste de Francia y estaría a salvo. Ningún buque con capacidad para para enfrentarse al acorazado alemán estaba lo bastante cerca o era lo bastante rápido como para salir a su encuentro. La única posibilidad de los británicos estaba en los aviones del portaaviones Ark Royal.

Los Fairey Swordfish, anticuados biplanos de cabina abierta, todavía eran los torpederos en servicio en los portaaviones de la Royal Navy. En la foto, una escuadrilla de Swordfish sobrevuela el Ark Royal:


El crucero ligero Sheffield recibió la orden de dirigirse a toda máquina al área donde había sido localizado el Bismarck con instrucciones de establecer y mantener el contacto con el buque enemigo. Al mismo tiempo, en el Ark Royal quince torpederos Swordfish comenzaron a prepararse para el ataque. Fueron armados con torpedos equipados con espoletas magnéticas, un gran avance técnico que sustituía a las viejas espoletas por contacto. Las espoletas magnéticas eran detonadores por proximidad, que se activaban al detectar las distorsiones del campo magnético terrestre que provocaban el casco metálico de un barco. Las de contacto tenían que golpear directamente contra el objetivo, por lo que su necesidad de precisión y sus posibilidades de fallo eran mucho mayores.

A las tres de la tarde los aviones despegaron de la cubierta del Ark Royal. Nunca antes habían operado con unas condiciones meteorológicas tan malas. Soplaba un fuerte viento, nevaba, y la visibilidad era muy reducida.

Una hora más tarde los Swordfish llegaron a la posición donde se suponía que tenía que estar el Bismarck. No tardaron en descubrirlo navegando bajo ellos. Descendieron en picado y se lanzaron en vuelo rasante en grupos de tres aviones. El buque los había avistado y había comenzado a navegar en zig-zag, con continuos y bruscos cambios de rumbo. Pero extrañamente sus defensas antiaéreas permanecían en silencio. Los pilotos continuaron su aproximación sin ser molestados por la artillería antiaérea enemiga. Parecía un blanco fácil. Pero cuando los tres primeros aviones soltaron sus torpedos, todos ellos estallaron nada más tocar el agua. Lo mismo ocurrió con todos los que se lanzaron a continuación. Las espoletas magnéticas estaban fallando una tras otra.

Solo faltaban los tres últimos Swordfish. Si sus torpedos también fallaban, el Bismarck tendría la oportunidad de escapar. Pero entonces, inesperadamente, los aviones se elevaron, renunciando a lanzar los torpedos. En el último momento el líder del grupo había reconocido el buque que estaban atacando. No era el Bismarck, sino el crucero británico Sheffield. Inexplicablemente ningún piloto se había percatado antes del error: todos conocían perfectamente al Sheffield, ya que era el buque que solía hacer de blanco para los torpederos del Ark Royal durante las maniobras.

Nadie había informado a los tripulantes de los Swordfish de que el Sheffield había sido enviado al encuentro del acorazado enemigo. Solo el fallo en los detonadores magnéticos había evitado lo que pudo haber sido uno de los incidentes de “fuego amigo” más trágicos de toda la guerra. El Sheffield era un buque mucho menor que el Bismarck (tenía unas 11.000 toneladas de desplazamiento, por más de 50.000 del buque alemán). El blindaje de un acorazado podría resistir varios impactos, pero solo un milagro habría podido salvar al crucero ligero del ataque de quince torpederos. Lo cierto es que las diferencias entre el Sheffield y el Bismarck eran llamativas, y no solo por sus dimensiones:


Los Swordfish regresaron al Ark Royal. A las siete de la tarde volvieron a despegar, armados con los antiguos torpedos con detonadores por contacto. Hora y media más tarde localizaron al Bismarck, que en ese momento estaba abriendo fuego con su artillería principal contra el Sheffield. Cuando iniciaron su aproximación, se encontraron (esta vez sí) con el fuego antiaéreo del acorazado. Lograron lanzar todos los torpedos contra el buque, que trató de esquivarlos con bruscos giros a un lado y otro. Solo dos de los torpedos dieron en el blanco. Uno impactó en el centro de la banda de babor, sin causar daños demasiado graves. El segundo estalló en la popa, dañando el timón de babor. Con el timón atascado, el acorazado perdió toda su capacidad de maniobra y empezó a navegar en círculos. El Bismarck estaba condenado.

Al caer la noche una flotilla de cinco destructores británicos llegó al lugar y comenzó a hostigar al Bismarck. Los destructores se aproximaban desde todas las direcciones, lanzaban sus torpedos y se retiraban velozmente para evitar la respuesta de la artillería del acorazado. Aquel acoso duró hasta el amanecer. De las decenas de torpedos que lanzaron, ninguno llegó a alcanzar al Bismarck. Pero su tripulación no se hacía ilusiones. Sabían lo que les esperaba con el nuevo día. Por la mañana aparecieron los acorazados King George V y Rodney, junto con los cruceros pesados Dorsetshire y Norfolk. Los cuatro buques abrieron fuego en cuanto alcanzaron la distancia de tiro de sus respectivos cañones. El Bismarck se defendía desesperadamente, pero las continuas andanadas fueron neutralizando una a una sus baterías y sus estaciones de control de tiro. Al final acabó indefenso y a merced del enemigo. El puente había sido reducido a escombros. Toda la superestructura estaba destrozada y en llamas. Finalmente, después de más de una hora de bombardeo continuo y de soportar más de 400 impactos de proyectiles de gran calibre, se dio la orden de abandonar el buque. El acorazado estaba visiblemente escorado a babor, pero aún permanecía a flote. Tuvo que ser rematado por dos torpedos lanzados por el Dorsetshire. De una tripulación de más de 2.200 hombres, solo hubo 114 supervivientes.

El Incidente Orzel

La modesta Marina de Guerra polaca había sido desarrollada en los años de preguerra bajo la premisa de que su adversario teórico iba a ser la flota del Báltico soviética. Los polacos no se molestaron en hacer planes para un hipotético enfrentamiento con la Kriegsmarine. Sabían que en caso de guerra contra Alemania no tendrían ninguna posibilidad de presentar batalla, y no solo por la aplastante superioridad germana. La única base naval de Polonia, el puerto de Hel, estaba tan próxima a las fronteras alemanas que inevitablemente sería neutralizada en los primeros días del conflicto por un ataque aéreo o una invasión terrestre. Por consiguiente, la gran preocupación del Almirantazgo polaco sería la de encontrar la manera de poner a salvo al grueso de su flota antes de que fuese demasiado tarde.

Cumpliendo con aquellos planes, el 30 de agosto de 1939, cuando la guerra contra Alemania parecía ya inevitable, zarparon de Hel los buques Grom, Blyskawica y Burza, tres de los cuatro destructores con los que contaba la Marina de Guerra de Polonia. Al comienzo de la invasión alemana, dos días más tarde, la flotilla había cruzado los estrechos daneses y navegaba por el mar del Norte con rumbo a Gran Bretaña. Los hechos posteriores dieron la razón a los que habían ordenado la huida del grueso de la Marina polaca. El 3 de septiembre, tras dos días de continuo acoso por parte de la Luftwaffe, el cuarto destructor, el Wicher, y la otra unidad de superficie de cierta entidad que tenían los polacos, el minador Gryf, fueron hundidos por un ataque aéreo en su base de Hel.

Además de la flotilla de destructores, la Marina polaca contaba también con una fuerza de cinco modernos submarinos, los minadores Rys, Wilk y Zbik y los oceánicos Orzel y Sep. Al estallar la guerra todos ellos zarparon con órdenes de atacar el tráfico naval enemigo en el Báltico. Dos semanas más tarde, sin tener ya un puerto al que regresar ni donde reponer combustible y suministros, sus comandantes tuvieron que optar entre aceptar la derrota o tratar de continuar la lucha por sus propios medios. Tres de ellos, los capitanes del Sep, el Rys y el Zbik, escogieron la primera opción y buscaron refugio en la neutral Suecia, donde buques y tripulaciones serían internados hasta el final del conflicto. El Wilk, por contra, se arriesgó a atravesar el Báltico, los estrechos daneses y el mar del Norte, alcanzando las costas británicas el 20 de septiembre. Durante el resto de la guerra operaría integrado en la Royal Navy, aunque bajo bandera polaca. Lo mismo haría el quinto sumergible polaco, el Orzel, cuyo viaje a Gran Bretaña iba a provocar un grave conflicto diplomático que serviría de excusa para iniciar la invasión de un país.

El Orzel en 1939:


El Orzeł (“Águila”, en polaco), como su gemelo Sep, era un moderno sumergible oceánico, tecnológicamente muy avanzado y de tamaño considerable (puede que incluso demasiado grande para operar en el Báltico). Había sido financiado por suscripción popular y construido en unos astilleros holandeses de reconocido prestigio internacional. En septiembre de 1939 tenía apenas siete meses de servicio en la Marina polaca. Cuando comenzaron las hostilidades el Orzel zarpó de Hel con la misión de patrullar la bahía de Danzig. Poco después, una rotura en un conducto de aire a presión le obligó a buscar refugio en la isla sueca de Gottland para efectuar algunas reparaciones, así que durante los primeros días de la guerra no realizó ninguna acción digna de mención.

Hacia el 8 de septiembre el comandante del submarino, el capitán de corbeta Henryk Kloczkowski, se sintió repentinamente enfermo, con síntomas similares a los de la fiebre tifoidea. Temiendo que se tratase de un brote infeccioso que pudiera poner en peligro a toda la tripulación, el Almirantazgo ordenó al Orzel dirigirse a un puerto neutral (el regreso a Polonia estaba descartado, puesto que Hel había caído ya en manos alemanas). Kloczkowski eligió Tallin, la capital de Estonia. El 14 de septiembre el submarino arribó a puerto, y al día siguiente el capitán fue internado en un hospital estonio para someterse a tratamiento. Finalmente resultó que no tenía ninguna enfermedad grave, pero su estancia en el hospital le obligaba a dejar el mando del sumergible a su segundo, el teniente Jan Grudzinski. Según la Convención de La Haya de 1907, un buque beligerante no podía permanecer más de veinticuatro horas en un puerto neutral, así que el Orzel iba a tener que zarpar sin su capitán.

Jan Grudzinski, comandante accidental del Orzel:


Pero la Convención de La Haya disponía también que había que dejar un plazo mínimo de veinticuatro horas entre la partida de un puerto neutral de un barco beligerante y la de un segundo buque enemigo del primero. Aprovechando la situación, el mismo día 15 el mercante alemán Tallata zarpó de Tallin, lo que obligaba al Orzel a permanecer en puerto más de las veinticuatro horas fijadas por el derecho marítimo internacional. La embajada alemana comenzó entonces a exigir al gobierno estonio que internase al submarino polaco y su tripulación. Las presiones alemanas dieron sus frutos, y al día siguiente, cuando se cumplió el plazo legal sin que los polacos hubiesen podido abandonar Tallin, una fuerza armada abordó el sumergible y lo remolcó a la zona más apartada del puerto. Allí comenzó el desarme del buque. Los estonios confiscaron las armas ligeras, la recámara del cañón y todas las municiones. La descarga de los torpedos tuvo que ser interrumpida por la rotura de un cable del elevador (posiblemente provocada por un sabotaje de los polacos), y cinco de sus veinte torpedos se quedaron en el submarino. También se llevaron las cartas de navegación, los instrumentos náuticos y varios componentes de la radio. Las autoridades estonias supusieron que aquellas medidas eran suficientes para evitar una fuga. Tan solo dos hombres armados (uno en la sala de mando y otro en cubierta) vigilaban al Orzel y a sus sesenta tripulantes.

El 17 de septiembre, el mismo día que comenzó la invasión soviética de Polonia, la tripulación del Orzel tomó la decisión de escapar de su internamiento. En la madrugada del 18 los dos guardias estonios fueron desarmados, el submarino cortó amarras y se dirigió a la boca del puerto. Varias ametralladoras abrieron fuego desde un par de puestos de vigilancia, acribillando la vela del submarino. Pese a los disparos, el Orzel no se detuvo y logró salir a mar abierto.

Navegar sin instrumentos ni cartas de navegación por el Báltico, un mar casi interior, de aguas muy poco profundas y estrechos canales navegables, era poco menos que suicida. Lo único que habían podido conservar era una guía alemana de faros costeros. Con la ayuda de esa escasa información y su prodigiosa memoria, el oficial de derrota, el teniente Marian Tadeusz Mokrski, pudo reconstruir algunos mapas y trazar el rumbo del submarino. Según algunas versiones, en realidad el mérito lo tuvo un funcionario de la embajada británica en Tallín, que antes de la fuga del Orzel había proporcionado a los polacos varias cartas de navegación. En cualquier caso, al parecer la intención inicial de Grudzinski era capturar un mercante enemigo y hacerse con sus mapas e instrumentos, pero extrañamente el submarino polaco puso rumbo al noroeste, a Aland, en la entrada del golfo de Botnia, una zona en la que no podían esperar encontrarse con tráfico naval alemán.

Más tarde se dirigieron al sur, a las proximidades de la isla sueca de Gottland. Allí, el día 21, fueron desembarcados los dos prisioneros estonios, el contramaestre Roland Kirikmaa y el marinero Boris Malstein. Grudzinski les dejó en un bote salvavidas con ropa, alimentos, cien dólares y una carta dirigida a las autoridades estonias en la que se dejaba claro que ambos habían sido capturados por la fuerza, negando que hubiesen tenido algún tipo de complicidad en la fuga. Regresaron a su país en avión. La prensa estonia tuvo que rectificar sus primeras informaciones, en las que, haciéndose eco de la alemana, se aseguraba que los dos rehenes habían sido asesinados y arrojados al mar.

A comienzos de octubre Grudzinski tomó la decisión de dirigirse a Gran Bretaña. El Orzel navegó siguiendo la costa del Báltico, cruzó los estrechos daneses y logró salir al mar del Norte, ocultándose por igual de los buques alemanes y de los británicos (al haberse quedado sin equipo de radio no tenía forma de identificarse). Hacia el 12 de octubre llegó frente a las costas escocesas. Dos días más tarde arribó a la base naval de Rosyth escoltado por un destructor de la Royal Navy.

El Orzel poco después de su llegada a Rosyth:


Mientras, en Estonia, la investigación oficial concluyó que el submarino polaco no había recibido ayuda en su huida, al menos de forma deliberada. Lo cierto es que resultaba sospechoso que las autoridades militares de Tallin no se hubiesen molestado ni siquiera en retirar el combustible del sumergible, o que permitiesen a la tripulación permanecer a bordo. Quizá temían la reacción de la población, que en su mayor parte simpatizaba con los polacos, si se mostraban demasiado estrictos con ellos. Pero a pesar de las dudas sobre posibles complicidades, la respuesta alemana fue sorprendentemente suave. Incluso se podría decir que la diplomacia del Reich se mostró comprensiva con los estonios.

Por contra, la reacción soviética fue muy airada. El Orzel era un buque enemigo de la URSS desde el 17 de septiembre, cuando las tropas soviéticas invadieron las regiones orientales de Polonia con el beneplácito previo de sus aliados alemanes. La prensa de Moscú aseguraba que los puertos de los países bálticos eran refugios seguros para los submarinos polacos, y que la huida del Orzel había sido permitida y facilitada por el gobierno estonio. A partir del 19 de septiembre se sucedieron las incursiones de aviones y buques soviéticos en las aguas territoriales estonias, según decían en busca del submarino fugado. Al mismo tiempo, el Ejército Rojo comenzaba a desplegar tropas terrestres en la frontera. El 24 de septiembre el destructor Leningrado disparó varios cañonazos contra objetivos desconocidos en una remota bahía del norte de Estonia. La explicación oficial fue que el buque había localizado y bombardeado una base secreta de submarinos polacos. El mismo día, tres aviones soviéticos estuvieron sobrevolando la isla de Saaremaa durante más de media hora. El gobierno de Estonia dio orden de no responder a las provocaciones y no abrir fuego bajo ninguna circunstancia.

El 27 de septiembre Moscú denunció el torpedeamiento y hundimiento del mercante soviético Metallist por un “submarino no identificado” en el golfo de Narva. En el naufragio, según se afirmaba, habían muerto cinco marineros. Al día siguiente informaron de que en la misma zona otro barco soviético, el Pioner, había encallado cuando trataba de huir del ataque un submarino. Lo cierto es que se trataba de una clásica operación de falsa bandera: el Metallist fue torpedeado por un submarino y una patrullera soviéticos, mientras que el supuesto ataque al Pioner ni siquiera tuvo lugar. Cuando el Orzel arribó a Escocia aún tenía los cinco torpedos con los que salió de Tallin.

En realidad toda la polémica provocada por la huida del Orzel no era más que una oportuna excusa. El destino de Estonia se había decidido un mes antes, el 23 de agosto de 1939, cuando la URSS y el Reich alemán firmaron el Pacto Molotov-Ribbentrop. En un protocolo secreto del tratado ambas potencias acordaban que Estonia y Letonia iban a quedar bajo la “esfera de influencia” soviética (poco más tarde se incluiría también a Lituania). Stalin utilizó el incidente del Orzel para obligar a Estonia, bajo la amenaza de una invasión militar, a firmar un pacto de “asistencia mutua”, lo que en la práctica convertía al país en un protectorado de la Unión Soviética. El tratado se firmó el 28 de septiembre de 1940, y poco más tarde sería ampliado a los otros dos estados bálticos. De acuerdo con el pacto, que concedía bases terrestres, aéreas y navales al Ejército Rojo en territorio estonio, las tropas soviéticas comenzaron a asentarse en el país a partir del mes de octubre. La presencia militar soviética no dejaría de incrementarse en los meses siguientes. Finalmente, en junio de 1940, aprovechando que la atención del mundo entero estaba concentrada en la espectacular victoria alemana en Francia, Stalin se hizo con el control absoluto de los estados bálticos con una auténtica invasión y la imposición de gobiernos títeres en Estonia, Letonia y Lituania. Poco después los tres países anunciaron su conversión en repúblicas soviéticas y su incorporación a la URSS.

Tropas soviéticas entran en Estonia:


En cuanto al Orzel, fue integrado en la Royal Navy (en concreto en su 2ª Flotilla de Submarinos, con base en Rosyth), aunque manteniéndose bajo bandera polaca y conservando su tripulación original. En los seis meses siguientes completó seis patrullas en el mar del Norte. Su mayor logro fue el hundimiento del Rio de Janeiro, un transporte de tropas alemán que iba a tomar parte en la invasión de Noruega. A comienzos de junio Rosyth perdió el contacto con el submarino. El Orzel nunca respondió a ninguno de los mensajes que se radiaron desde entonces. Se dio por perdido oficialmente el 8 de junio de 1940. Se cree que pudo hundirse tras chocar con una mina, aunque su destino final sigue siendo un misterio.