Mostrando entradas con la etiqueta Actualidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Actualidad. Mostrar todas las entradas

Cuando el Reino Unido propuso a Francia la unión de ambos países en una sola nación

Estos últimos días se ha hablado mucho de las concesiones que el gobierno británico ha obtenido de las autoridades europeas para convencer a sus ciudadanos de que voten por la permanencia en la UE en el referéndum que se va a celebrar dentro de unos meses. Una buena parte de los comentarios que he leído y escuchado se refieren al poco compromiso con el proyecto europeo que han tenido históricamente los británicos. Siendo eso cierto (y nada criticable, al menos desde el punto de vista de un antieuropeísta como yo), también se pueden encontrar momentos en la historia en los que los británicos abandonaron sus sentimientos "aislacionistas" para buscar la unión con otros pueblos del continente. Uno de aquellos momentos fue en plena Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno presidido por Winston Churchill ofreció a Francia la constitución de una Unión Franco-Británica que convertiría ambas naciones en una sola.

A mediados de junio de 1940 la situación de Francia era desesperada. Los ejércitos alemanes habían destrozado sus defensas y avanzaban en todas direcciones sin encontrar apenas resistencia. El gobierno francés, que se había trasladado al sur, a Burdeos, huyendo del avance enemigo, estaba dividido entre los partidarios de continuar la lucha desde las colonias y los que estaban dispuestos a solicitar el armisticio para salvar todo lo salvable. En un último intento por evitar la capitulación francesa, el gobierno británico propuso que Gran Bretaña y Francia se uniesen en una sola nación. La Unión Franco-Británica tendría una única ciudadanía y políticas de defensa, exterior, financiera y económica comunes.

En realidad el padre de la idea fue un francés, Jean Monnet, que por entonces ocupaba el cargo de presidente del Comité Franco-Británico de Compras de Armamentos. El 14 de junio, durante una reunión celebrada en Londres, explicó su plan a Lord Halifax, el ministro de Asuntos Exteriores británico. Al día siguiente Monnet se ganó para la causa a Charles de Gaulle, viceministro de Defensa, que había llegado a Londres con la misión de presionar al gobierno británico para que enviase a Francia toda la ayuda posible. Por tanto, en esos momentos De Gaulle era el máximo representante del gobierno francés en el Reino Unido. Tanto él como Monnet eran conscientes de que la batalla de Francia estaba perdida y que Churchill no aceptaría comprometer más fuerzas en una derrota segura, así que ambos vieron la propuesta de federación como la única posibilidad de continuar la lucha.

Curiosamente, los dos hombres que poco tiempo más tarde acabarían convertidos en símbolos del espíritu de lucha por la independencia de sus respectivas naciones, Winston Churchill y Charles de Gaulle, coinciden en no reconocer el papel de Monnet en esta historia. En sus memorias, De Gaulle se olvida incluso de su propia participación y zanja el tema presentándolo poco menos que como una absurda ocurrencia de Churchill. Éste, por su parte, aunque menciona las reuniones con Monnet, viene a decir que en ellas el único interés del francés había sido implorar la ayuda británica y da a entender que fue su gobierno el promotor de la idea.

Churchill cuenta en sus memorias que el 16 de junio recibió la visita de Monnet y De Gaulle. Según él, Monnet le pidió la ayuda de la RAF en la batalla de Francia (ayuda que él le negó) y le habló de transferir a Gran Bretaña los contratos que Francia había firmado para fabricar municiones en Estados Unidos. A continuación Churchill pasa a hablar de la reunión del consejo de ministros de aquella misma tarde en la que se debatió la propuesta de Unión Franco-Británica, pero lo hace sin vincularla a la visita previa de los representantes franceses. De hecho, afirma que fue su gobierno el que había desarrollado la propuesta “unos días antes”.

Aunque Churchill ya hubiese tenido conocimiento de ella a través de Halifax, lo lógico es suponer que en la entrevista del día 16 Monnet y De Gaulle presentaron la propuesta de unión al primer ministro británico. Inmediatamente después éste convocó una reunión de su gobierno para debatir la cuestión. Tras dos horas de discusión, en las que hubo que convencer a varios de sus miembros que se mostraban reticentes, el gobierno británico aprobó el plan y redactó una declaración. Sin perder un instante, De Gaulle telefoneó al primer ministro francés, Paul Reynaud, y le leyó el texto:

“Los dos gobiernos del Reino Unido y la República Francesa hacen la declaración de unión indisoluble y la resolución inflexible en su defensa común de la justicia y la libertad contra el sometimiento a un sistema que reduce la humanidad a una vida de autómatas y esclavos. Los dos gobiernos declaran que Francia y Gran Bretaña nunca más serán dos naciones, sino una Unión Franco-Británica. Todos los ciudadanos de Francia van a disfrutar de inmediato de la ciudadanía de Gran Bretaña; cada ciudadano británico se convertirá en un ciudadano de Francia. Todas las fuerzas armadas de Gran Bretaña y Francia serán colocadas bajo la dirección de un único gabinete de guerra”.

Reynaud necesitaba desesperadamente la declaración para acudir con ella a su propio consejo de ministros. Aquella mañana, su viceprimer ministro, el anciano mariscal Pétain, había amenazado con la dimisión si el gobierno francés no pedía inmediatamente el armisticio. La llamada de Londres llegó a tiempo para la segunda reunión del día, prevista para las cinco de la tarde. El primer ministro contaría con una última baza para enfrentarse a la mayoría partidaria de la capitulación.

Al comienzo de la reunión Reynaud leyó la declaración a sus ministros, se manifestó totalmente a favor y explicó que había concertado una entrevista con Churchill en persona para discutir los detalles. La propuesta no llegó a someterse a votación. Los partidarios del armisticio, encabezados por el mariscal Pétain, la rechazaron de plano sin tan siquiera planteársela. Afirmaban que no era más que una jugada británica para hacerse con el imperio colonial francés y que relegaba a Francia a la inaceptable condición de dominio británico. Y no solo eso: dando por hecho que la derrota de Gran Bretaña era también cuestión de semanas, aquella unión, en palabras de Pétain, habría sido como “fusionarse con un cadáver”. Churchill escribió en sus memorias: “Pocas veces una propuesta tan generosa encontró una recepción tan hostil”. Aparte de Reynaud, la única intervención favorable a la Unión que recoge Churchill fue la de Georges Mandel, ministro del Interior, que preguntó a sus colegas: “¿Les parece mejor ser una región alemana que un dominio británico?” (supongo que aquí hay que entender “dominio” con el significado de Dominio del Imperio Británico, lo que equivalía a un territorio en la práctica independiente, como lo eran Canadá o Australia).

Reynaud tuvo que rendirse ante la aplastante mayoría de los opositores a continuar la lucha. Al haber firmado un acuerdo con Gran Bretaña por el que se comprometía a no negociar por separado un armisticio, no podía ser él quien solicitase la paz a Alemania. El primer ministro dimitió recomendando para el puesto al mariscal Pétain. El héroe de Verdún parecía la persona con más fuerza y autoridad moral para negociar el armisticio y salvar todo lo posible de la derrota. Así, el proyecto de Unión Franco-Británica quedó olvidado. A las once y media de la noche concluyó la tormentosa reunión. Francia tenía nuevo gobierno, encabezado por Pétain, cuya primera misión iba a ser entablar negociaciones de paz con Hitler. Aquella misma madrugada el nuevo primer ministro se puso en contacto con el embajador español para que actuase como mediador.

Lo cierto es que son comprensibles las suspicacias de los franceses. Por muy generosa que considerase Churchill la propuesta, con la Francia metropolitana ocupada por el enemigo la unión difícilmente habría sido en un plano de igualdad. Pero la auténtica razón de su negativa era otra. Los británicos buscaban por encima de todo que sus aliados no abandonasen la lucha, pero muchos en Francia, en el gobierno y fuera de él, habían decidido ya que lo mejor para su país era buscar la colaboración con los nuevos amos de Europa. Pétain no tardó en instaurar una dictadura de corte fascista. Reynaud fue detenido y entregado a los alemanes, que le mantuvieron prisionero hasta el final de la guerra. Finalmente los vencedores fueron los que optaron por no rendirse y continuar combatiendo, encabezados por Charles de Gaulle. Pétain, convertido en una vergüenza para su país por su régimen colaboracionista con el invasor, fue condenado a muerte, aunque su pena sería más tarde conmutada por la de cadena perpetua.

Jean Monnet, europeísta convencido, dedicó su vida a buscar la unión de los Estados del continente. Fue uno de los fundadores del Consejo de Europa y de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y hoy está considerado como uno de los padres de la Unión Europea.

Diplomacia de talonario: las extrañas amistades de Nauru

Nauru ya ha salido alguna vez en este blog. Es una pequeña isla de poco más de ocho kilómetros cuadrados situada en medio de ninguna parte, en el Pacífico central. A pesar de su insignificancia geográfica, hubo una época en la que tuvo una gran importancia estratégica. Como conté hace un tiempo, Nauru fue el único territorio del Pacífico atacado por la Kriegsmarine durante la Segunda Guerra Mundial. Su valor entonces estaba en sus abundantes depósitos de fosfatos, hoy agotados. En la actualidad la isla es famosa principalmente por dos motivos: por ser la república más pequeña del mundo (y el tercer estado, por detrás de la Ciudad del Vaticano y el Principado de Mónaco), y por ser el único país del planeta en peligro real de desaparición física. Se están quedando sin isla, literalmente. La sobreexplotación a la que fueron sometidos durante décadas los yacimientos de fosfatos que la cubrían ha convertido la mayor parte de su territorio en un pedregal estéril cada vez más amenazado por el aumento del nivel del mar.

Vista aérea de Nauru:


Tras el colapso de su única riqueza económica, los nauruanos han tenido que recurrir a originales fuentes de ingresos para sobrevivir. Por ejemplo, la que voy a explicar a continuación, con una historia que empieza en el otro extremo del mundo, a orillas del mar Negro.

En agosto de 2008 finalizó el conflicto bélico entre Georgia y los territorios separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, dos pequeñas repúblicas autónomas situadas en plena cordillera del Cáucaso que contaban con el apoyo nada disimulado de Rusia (de hecho hubo una fuerte intervención militar directa del ejército ruso). Ese mismo mes ambas repúblicas fueron reconocidas como estados independientes por la Asamblea Federal de la Federación Rusa. Los llamamientos del gobierno ruso a eso que se suele llamar “comunidad internacional” para que siguiesen su ejemplo y reconociesen a ambos estados no tuvieron mucho éxito. En un primer momento solo lo hizo Nicaragua, donde acababa de ganar las elecciones el Frente Sandinista (quizá necesitaban algún gesto que ayudase a resaltar su independencia respecto a los Estados Unidos). Un año más tarde obtuvieron también el reconocimiento de la Venezuela de Hugo Chávez.

Mapa de Georgia, en el que se pueden ver las repúblicas rebeldes de Abjasia (verde) y Osetia del Sur:


Fue entonces, en los últimos meses de 2009, cuando Rusia fijó su atención en la región del Pacífico y trasladó hacia allí todo su poder de persuasión.

En diciembre de 2009 Nauru se convirtió en el cuarto país del mundo, tras Rusia, Nicaragua y Venezuela, en reconocer oficialmente a las dos pequeñas repúblicas caucásicas como estados independientes. Al mismo tiempo, el ministro de Relaciones Exteriores de Nauru, Kieren Keke, de visita en Sujumi (la capital de la República de Abjasia), anunciaba el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países. Hasta ese momento, a excepción de Rusia, ningún otro estado del mundo se había planteado tener representación diplomática en Abjasia.

Esta estrecha amistad entre dos países minúsculos separados por miles de kilómetros, sin relaciones comerciales o culturales previas, y sin absolutamente ningún interés en común, resulta bastante sorprendente. La explicación podría estar en los diez millones de dólares que poco después Nauru recibió de Rusia en concepto de ayuda al desarrollo. Por supuesto, el gobierno ruso negó que su generosidad tuviese algún tipo de relación con las curiosas alianzas internacionales de Nauru.

A Nauru le siguieron otras dos pequeñas naciones insulares del Pacífico, Vanuatu y Tuvalu, que (supuestamente) a cambio de un módico precio aceptaron reconocer a Abjasia como estado independiente. Tuvalu, un conjunto de atolones de solo 11.000 habitantes con un grave problema de abastecimiento de agua dulce (y cuya casi única fuente de ingresos es la venta de los derechos del apetecible dominio web .tv), reconoció a Abjasia tras recibir un cargamento de agua embotellada. La ofensiva diplomática rusa en el Pacífico obligó a Georgia a contraatacar. Vanuatu y Tuvalu acabarían retirando sus reconocimientos, en mayo de 2013 y marzo de 2014 respectivamente, quizá después de aceptar alguna contraoferta georgiana. Fiyi, un “pequeño gigante” en la región, recibió en pocos meses la visita de los ministros de Asuntos Exteriores de Georgia y Rusia, ambos repentinamente interesados en el desarrollo del país.

Se podría pensar que una "diplomacia de talonario" tan descarada es contraproducente. Después de todo, si algún país serio se hubiese estado planteando la posibilidad de reconocer a las repúblicas rebeldes georgianas como estados independientes, lo más probable es que acabase descartando la idea por miedo a que la comunidad internacional les incluyese en el exclusivo club formado por Nauru, Tuvalu y Vanuatu (a Venezuela y Nicaragua no las meto en el mismo saco, ya que su reconocimiento fue anterior). Pero este inconveniente se compensa con un importante beneficio. Estos diminutos, pobres y políticamente irrelevantes estados insulares del Pacífico son miembros de pleno derecho de la ONU. Si algún día la Asamblea General de las Naciones Unidas tiene que debatir sobre la cuestión de Abjasia, el voto de Nauru tendrá tanto valor como el de cualquier otro país. Llegado el momento, Rusia, o la potencia de turno, se habrá asegurado su apoyo a un coste realmente reducido.

Hace unos años fueron China y Taiwán los que compitieron en una auténtica subasta para lograr el reconocimiento de estos países, en medio de acusaciones mutuas (y probablemente fundadas) de sobornos y de estar utilizando la ayuda humanitaria o las promesas de inversión para fines políticos. Nauru retiró su reconocimiento de Taiwán en el año 2002 y la volvió a reconocer en el 2004. Siempre al mejor postor.

¿Puede exigir Grecia reparaciones de guerra a Alemania?

Hace unas semanas fue noticia el anuncio formal que hizo el nuevo primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras, de su intención de reclamar a Alemania compensaciones por daños de guerra derivadas de la ocupación del país entre 1941 y 1944. La cantidad reclamada, según se filtró a la prensa, sería de 11.000 millones de euros, valor actual calculado de un préstamo de 476 millones de Reichsmarks que los ocupantes alemanes obtuvieron del gobierno títere griego en 1942 y que nunca fue devuelto. Además, Grecia pedirá compensaciones económicas para las víctimas de la ocupación y la devolución a su país de miles de piezas arqueológicas expoliadas. La historia no es nueva. De hecho, parece que el gobierno de Syriza ha bajado considerablemente las exigencias con respecto a sus predecesores (aunque también parece que se va a tomar el tema más en serio). Hace dos años, durante el gobierno del conservador Antonis Samaras, un comité del Ministerio de Finanzas griego evaluó la cuantía a reclamar en 162.000 millones de euros, lo que supondría casi la mitad de la deuda griega actual, o un 80% de su PIB. Esta cifra saldría de la suma, por un lado, del coste del expolio, los daños y la destrucción de infraestructuras durante la ocupación nazi (que supondría 108.000 millones), y por otro de la devolución del préstamo que el Banco Central griego concedió a Alemania (que calcularon en otros 54.000 millones, una cifra muy superior a los 11.000 que exige el gobierno actual).

La respuesta alemana ha sido contundente: no hay nada que negociar. Según el gobierno de Angela Merkel, Grecia renunció voluntariamente a la devolución de la deuda al firmar el Acuerdo de Londres de 1953, y renunció también a reclamar compensaciones de guerra tras su visto bueno al Tratado 2+4 de 1990.

¿Es eso cierto? ¿Renunció Grecia a reclamar compensaciones por la ocupación nazi por partida doble, en 1953 y 1990?

Veamos...

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial Alemania había quedado literalmente arrasada. A falta de algo mejor, las potencias ocupantes se cobraron “en especie” parte de las compensaciones que reclamaban a Alemania por los daños provocados. Fábricas enteras fueron desmanteladas y trasladadas a la URSS, Francia o Gran Bretaña, al igual que materias primas, productos industriales e incluso trabajadores (cientos de miles de prisioneros de guerra fueron utilizados como mano de obra casi esclava). Mientras tanto, en Grecia había estallado una guerra civil entre conservadores y comunistas que duraría hasta octubre de 1949. La inestabilidad interna impidió a Grecia plantear el tema de las reparaciones en la inmediata postguerra. Más tarde, sería Estados Unidos el encargado de convencer a los distintos gobiernos griegos para que aparcasen sus reivindicaciones, utilizando como argumento (muy persuasivo) los dólares del plan Marshall. Los norteamericanos habían comenzado a presionar a sus aliados europeos para que abandonasen sus actitudes revanchistas. Se trataba de impedir un avance de los comunistas en Europa, para lo que era vital una Alemania occidental fuerte y estable.

Ese fue precisamente el objetivo del Acuerdo de Londres de 1953. A comienzos de la década de los 50 la economía alemana estaba asfixiada por el peso de la enorme deuda que arrastraba. Con su industria destruida, no tenía forma de conseguir divisas y no iba a poder hacer frente a los pagos que se le exigían. El temor a que la deuda se convirtiese en una fuente de desestabilización permanente y un lastre que impidiese el desarrollo de Alemania occidental llevó a las potencias aliadas a convocar una conferencia con el objetivo de renegociar las deudas y suavizar las condiciones de pago. Participaron representantes de la República Federal Alemana y de más de una veintena de países (Grecia entre ellos), además de un gran número de acreedores privados.

La deuda reclamada a Alemania anterior a la guerra se elevaba a 22.600 millones de marcos. La deuda de la posguerra se estimaba en 16.200 millones de marcos. Era principalmente deuda privada, en su mayor parte contraída en los años de entreguerras por los préstamos Young y Dawes, contratados para hacer frente a las reparaciones de la Primera Guerra Mundial, y los préstamos derivados del Plan Marshall, ya en la postguerra. En las negociaciones los montos se redujeron a 7.500 millones y 7.000 millones de marcos, respectivamente, lo que representaba una quita del 62,6%.

Pero, pese a la enorme cuantía de las cantidades perdonadas, no fue la reducción de la deuda la concesión más importante de los acreedores. Se acordaron unas condiciones de pago muy ventajosas, de forma que Alemania pudiese reembolsar la deuda sin poner en riesgo su crecimiento y su estabilidad. Así, los firmantes aceptaron que los alemanes hiciesen la mayor parte de los pagos en su propia moneda, el Deutsche Mark. También se les permitió producir bienes que antes importaban y vender sus productos en el extranjero para reducir su balanza comercial negativa. Además, el pago de la deuda se adaptaría a la situación de la economía alemana en cada momento, permitiendo que el país hiciese frente a sus obligaciones exclusivamente con sus excedentes de exportación, sin castigar sus reservas monetarias. Se puso un límite del 5% de los ingresos por exportación al pago de la deuda, y este se interrumpiría si el país no tenía una balanza comercial positiva. Los tipos de interés iban desde el 0% al 5%. En los primeros cinco años (hasta 1958) se decretó una moratoria al pago de la deuda, y en ese tiempo Alemania solo tendría que asumir el pago de los (escasos) intereses.

Con todas esas medidas, y con las millonarias ayudas del Plan Marshall primero y de la Agencia Internacional de Desarrollo de los Estados Unidos después, Alemania se reindustrializó muy rápidamente, su economía se recuperó y en poco tiempo resurgió como potencia económica mundial.

Como se ve, la gran preocupación de los firmantes del Acuerdo de Londres era garantizar que Alemania no pasaría por dificultades para hacer frente a sus obligaciones de pago. Y, en esa línea, otra de sus concesiones principales fue la que se refería al desembolso de las reparaciones de guerra. El punto 2 del artículo 5 del tratado dice textualmente:

La revisión de las reclamaciones derivadas de la Segunda Guerra Mundial por los países que estuvieron en guerra con o fueron ocupados por Alemania durante la guerra, y por los ciudadanos de esos países, en contra del Reich y organismos del Reich, incluyendo los costes de la ocupación alemana, compensaciones de activos adquiridos durante la ocupación y las reclamaciones contra la Reichskreditkassen, quedará aplazada hasta la solución definitiva del problema de las reparaciones.

Es decir, los países ocupados o atacados por la Alemania de Hitler no renunciaban al cobro de reparaciones de guerra, pero aplazarían sus reclamaciones hasta que se celebrase una nueva ronda negociadora sobre la cuestión. El representante alemán en la conferencia de Londres, el financiero Hermann Josef Abs, prometió que se revisarían todas las reclamaciones cuando se firmase “un tratado de paz o un acuerdo semejante”. El gobierno del canciller Adenauer tenía un argumento de peso para no abrir la negociación sobre las compensaciones: Alemania era un país dividido, y la RFA no debía hacerse cargo de las reparaciones en solitario. Todo quedaría pendiente de la negociación de un tratado de paz definitivo, que acabase con la ocupación aliada en Alemania y permitiese la reunificación. El futuro tratado tendría que fijar además las fronteras definitivas de Alemania. Al finalizar la guerra la URSS se había anexionado las regiones polacas ocupadas por Stalin en 1939 (antiguos territorios del imperio zarista perdidos en la guerra ruso-polaca de 1919-1920), y a cambio había permitido que Polonia desplazase sus fronteras hacia el oeste hasta la línea formada por los ríos Oder y Neisse, ocupando extensos territorios históricamente alemanes. Además, la URSS y Polonia se habían repartido la Prusia Oriental. En 1953 la RFA aún no había reconocido la frontera entre la RDA y Polonia (no lo haría hasta 1970), y consideraba el problema de las fronteras orientales alemanas como otro punto a negociar cuando se celebrase la conferencia de paz definitiva. La cuestión de las fronteras, aunque no parezca tener mucha relación con el tema de las reparaciones, acabaría jugando un papel fundamental en esta historia, como veremos más adelante.

En 1989, tras la caída del Muro de Berlín, parecía haber llegado el momento de encontrar la solución definitiva a todos aquellos problemas. El fin del régimen comunista en la RDA hacía posible la reunificación y permitía negociar la retirada de los cuatro países que todavía mantenían su status de potencias ocupantes. La decisión lógica habría sido convocar una conferencia de paz con la participación de todos los estados que habían hecho la guerra a Alemania, pero el gobierno del canciller Helmut Kohl era consciente de que aquello reabriría el debate sobre las compensaciones de guerra y traería consigo una oleada de reclamaciones económicas de los países afectados. Así, en lugar de la conferencia de paz, el gobierno de la RFA convenció a las potencias ocupantes de que se podía solucionar el tema con una negociación cerrada.

Las negociaciones se iniciaron en febrero de 1990, y la firma definitiva del tratado fue el 12 de septiembre de ese mismo año. Los firmantes, además de la RFA y la RDA, fueron las cuatro potencias ocupantes de Alemania: Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido y Francia. El acuerdo fue bautizado oficialmente con el engañoso nombre de “Reglamentación jurídica sobre el fin de los derechos y las responsabilidades de las cuatro potencias”, pero es más conocido simplemente como Tratado 2+4. En él se daba el visto bueno a la reunificación de las dos Alemanias y se recogía la renuncia de las potencias ocupantes a todos sus derechos como tales. Aparte de los seis firmantes, tan solo otro país fue consultado: Polonia. La razón para incluir a los polacos en las negociaciones era que una de las cuestiones principales que se dirimieron fue la de las fronteras orientales de Alemania. A cambio de alcanzar un acuerdo rápido, la nueva Alemania aceptaba la línea Oder-Neisse como frontera germano-polaca y renunciaba a presentar en el futuro reclamaciones territoriales en el este de Europa. Según el gobierno alemán, el tratado supuso también un punto final en el tema de las indemnizaciones de guerra. Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña renunciaron expresamente a solicitar reparaciones. Solo la URSS se mostraba dispuesta a incluirlas en las negociaciones, pero la promesa alemana de olvidarse de reclamaciones territoriales hizo que el gobierno de Gorbachov cambiase de opinión. El compromiso de respetar las fronteras vigentes no solo les aseguraba que no se iba a reabrir la cuestión de la frontera polaco-soviética, sino que suponía una confirmación de la soberanía soviética del oblast de Kaliningrado (la antigua Königsberg prusiana), un enclave ruso en la costa del Báltico del tamaño de la provincia española de León.

Todo esto se decidió a espaldas del resto de países que habían participado en la Segunda Guerra Mundial. Algunos de ellos renunciaron también a exigir de reparaciones de guerra a Alemania, pero no fue ese el caso de Grecia. Lo cierto es que el gobierno griego no reaccionó en aquel momento y dejó pasar mucho tiempo antes de hacer la reclamación, aunque se supone que eso no invalida sus supuestos derechos. En cualquier caso, aunque fuese cierto que el Tratado 2+4 da por finiquitado el tema de las reparaciones, los terceros países que ni siquiera fueron consultados no tienen por qué estar sujetos a las decisiones de los firmantes y tienen todo el derecho a considerar inválido el acuerdo.

En conclusión, Grecia nunca renunció a exigir a Alemania reparaciones por la ocupación nazi, y por consiguiente no hay ningún motivo por el que no pueda hacerlo. Otra cosa es que pueda tener éxito en sus demandas. En primer lugar, por el tiempo transcurrido. Que yo sepa, no hay ningún plazo temporal en la legislación internacional para hacer reclamaciones de este tipo, pero setenta años son muchos años ¿Y si cunde el ejemplo y los estados se enzarzan en demandas de reclamaciones por guerras de hace uno o dos siglos? ¿Dónde estaría el límite?

Otro problema es el cálculo de la cuantía de las reparaciones, para lo que habría que decidir en primer lugar qué es lo que hay que compensar. En los años 50 y 60 la RFA negoció acuerdos bilaterales con varios países por los que concedió indemnizaciones a víctimas de la guerra. En 1960 pagó unos 115 millones de marcos como compensación a víctimas griegas de la ocupación. Esto también ha sido utilizado como argumento por los que creen que Alemania ya ha pagado sus deudas (aunque parece una cifra bastante escasa). Sin embargo, se trataba de compensaciones a particulares, mientras que lo que el gobierno griego plantea ahora es una negociación de estado a estado para acordar principalmente reparaciones por la destrucción de infraestructuras y los daños que causó la ocupación en la economía del país.

Parece que Grecia insistirá sobre todo en la devolución del préstamo concedido por el gobierno títere en 1942. Si se considera un crédito ordinario, y no como parte de las reparaciones de guerra, podría tener más posibilidades de que Alemania se viese obligada a desembolsarlo. Pero en este caso también hay problemas con el cálculo de la cuantía. Era un crédito en Reichsmarks, una moneda que dejó de existir en 1948, y según los distintos estudios su valor actual podía ir desde los 8.250 millones de dólares que calculó un comité del Bundestag en 2012 hasta los 54.000 millones de euros reclamados por el gobierno de Samaras.

Muchos piensan que la intención del gobierno griego no es otra que utilizar la cuestión de las reparaciones de guerra como argumento moral en sus negociaciones para suavizar las exigencias de la Troika. Después de todo, la generosidad con la que los acreedores (entre ellos la propia Grecia) trataron a Alemania en la postguerra contrasta enormemente con la postura intransigente del actual gobierno alemán con respecto a la deuda griega.

De repúblicas y banderas

Esta semana la noticia en mi país ha sido el anuncio de la abdicación del rey Juan Carlos I. Muchos han aprovechado la situación para intentar abrir un debate sobre el modelo de estado, con petición de referéndum incluida. A mí la discusión monarquía-república me parece más propia del siglo XIX que del XXI. De hecho, dudo que en estos tiempos los republicanos puedan encontrar muchos auténticos monárquicos con los que discutir. Lo cierto es que, más que entre defensores y detractores de la figura del rey, las posiciones enfrentadas son entre los que piensan que este es el peor momento para poner en cuestión la más alta institución del estado y los que creen que precisamente es ahora cuando hay que hacerlo. Defienden o atacan a la monarquía por su valor simbólico, el único real (valga la redundancia) que tiene en la actualidad.

Voy a dar mi opinión, para que nadie diga que no me mojo: ¿República? De acuerdo, siempre y cuando no renunciemos a la estética. No hay ninguna necesidad de recuperar la bandera tricolor. Bastaría con eliminar la corona y las flores de lis del escudo. De hecho, eso fue lo que hicieron en la Primera República, limitarse a quitar la corona de la bandera oficial de la época (lo cierto es que se trataba de una bandera provisional, pero el régimen no duró lo suficiente como para aprobar una enseña propia):


Eso no ocurrió al proclamarse la Segunda República. Desde el primer día las calles se llenaron de banderas tricolores, así que el nuevo gobierno no tuvo más que oficializar la enseña que ya había sido adoptada por los partidarios de la república. La tricolor llevaba ya décadas utilizándose por movimientos republicanos españoles. Está compuesta de tres franjas del mismo ancho, roja, amarilla y morada. En muchas banderas republicanas el amarillo no es color oro (gualdo), identificado con la monarquía, sino amarillo "ordinario", aunque esa distinción no aparecía en el decreto que la oficializaba. Se quería regresar así al origen de la bandera española, teóricamente basada en los colores de la Corona de Aragón. La franja inferior morada se incorporó en alusión a la Corona de Castilla, como representación de la pluralidad de los pueblos de España.


Hay quien cree que la inclusión del morado fue debida a un error, ya que el auténtico color de Castilla es el rojo carmesí. Pero en realidad no hubo tal error, como se puede leer en el decreto de 1931 que establecía la tricolor como bandera nacional:

Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España.

No dice que se añade un tercer color "en representación de una región ilustre", sino que se añade el que "la tradición admite por insignia de una región ilustre", lo que era totalmente cierto. Hay teorías que explican que la confusión pudo tener su origen en la pérdida del color original de los antiguos pendones con el paso del tiempo, que se habrían descolorido hasta aparecer como morado lo que había sido rojo. Fuese cual fuese el origen, el morado estaba y sigue estando considerado popularmente como el color de Castilla. Como tal fue incluido, pero el redactor del decreto tuvo cuidado de dejar claro que se trataba de una tradición y no de una realidad histórica.

En el escudo recuperaron el que había sido oficial de España durante la Primera República. Era prácticamente igual que el borbónico, excepto por la desaparición las flores de lis (emblema de los Borbones) y de las dos coronas de las torres de Hércules y por la sustitución de la corona real del timbre (parte superior del escudo) por una mural.

Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán ¿un partido obrero?

En las últimas semanas me he encontrado varias veces con comentarios y artículos en los que se hacía un paralelismo entre el triunfo del FN en Francia en las elecciones europeas y la llegada al poder del partido nazi en Alemania. Hay quien dice que, igual que ocurrió entonces, la crisis económica y la falta de soluciones de los partidos tradicionales han hecho que el voto obrero se fuese en masa a apoyar a formaciones de extrema derecha. No estoy seguro de que ese sea el caso de Francia. Después de todo, eran unas elecciones europeas, que allí interesan tan poco o menos que aquí (en España).

¿Y qué hay de cierto en la segunda parte de la comparación? ¿Realmente fueron los obreros alemanes los que dieron el poder a Hitler?

Veamos:

El SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) era uno de los pilares sobre los que se asentaba la República de Weimar. En mayo de 1928 ganó las elecciones al Reichstag con 9,2 millones de votos. Segundo, con 4,4 millones, fue el DVNP (Partido Nacional del Pueblo Alemán), de ideología nacionalista y conservadora. El KPD (Partido Comunista de Alemania) quedó en cuarto lugar, por detrás del Zentrum (de centro, como se puede adivinar por su nombre), con 3,3 millones. El NSDAP era todavía un partido marginal, con un peso político insignificante.

En las elecciones de septiembre de 1930 el NSDAP dio la sorpresa y se convirtió en la segunda fuerza política con 6,3 millones de votos. El SPD, aunque perdió escaños, siguió siendo el partido más votado, con 8,6 millones. En el tercer puesto apareció con fuerza el KPD (4,6 millones). Entre socialdemócratas y comunistas consiguieron 13,2 millones de votos, 700.000 más que en las elecciones anteriores.

En julio de 1932 el NSDAP se convirtió en el primer partido de Alemania con 13,7 millones de votos. Sería el mejor resultado conseguido por Hitler en unas elecciones realmente libres. El SPD siguió bajando (8 millones), pero el KPD continuó con su ascenso (5,3). Fueron el segundo y tercer partido más votados, respectivamente, y superaron entre ambos la suma de 13,2 millones de votos que habían conseguido dos años antes.

Después de que Hitler se negase a apoyar un gobierno de centro, al canciller Von Papen no le quedó más remedio que disolver el parlamento y volver a convocar elecciones. Se celebraron apenas tres meses más tarde, el 6 de noviembre de 1932. El NSDAP perdió dos millones de votos, quedándose en 11,7. El SPD, aunque continuó su descenso, conservó el segundo puesto con 7,2 millones. El KPD llegó a los 6 millones. Entre ambos partidos sumaron de nuevo en torno a los 13,2 millones, millón y medio más que los nazis.

Los resultados de las elecciones de marzo de 1933 no se pueden tener en cuenta. El presidente Von Hindenburg había nombrado canciller a Hitler y los nazis habían entrado en el gobierno y tenían todos los instrumentos del Estado a su servicio. Las votaciones se celebraron en un estado de excepción y en medio de una campaña de acoso contra los comunistas aprovechando el incendio de Reichstag. Muchos dirigentes comunistas habían sido ya detenidos, y ni uno solo llegaría a ocupar su escaño. En solo cuatro meses transcurridos desde la convocatoria de noviembre, el KPD perdió más de la mitad de sus votos y el SPD una cuarta parte. Sin embargo, ni siquiera así el NSDAP pudo lograr la mayoría absoluta.

En la actualidad es más difícil identificar el sentido del voto por estratos sociales. Todos los partidos aspiran a ser transversales, y cuentan con la ventaja de que el sentimiento de clase hoy en día está muy diluido (si es que sigue existiendo). En los años 30 las cosas estaban más claras. La mayoría del voto de izquierdas provenía de la clase obrera, entendiendo esta como la formada por los asalariados industriales. Así que si los obreros se hubiesen pasado al nazismo se habría notado en un descenso en el apoyo a socialistas y comunistas, algo que vemos que no ocurrió en absoluto. En las cuatro convocatorias electorales que hubo entre 1928 y 1932, mientras el NSDAP pasaba de ser un partido marginal a ser la primera fuerza política de la nación, la suma de votos del SPD y el KPD se mantuvo sorprendentemente estable en torno a los 13 millones de votos, con un porcentaje de voto que oscilaba en una estrecha franja entre el 36% y el 38%, y ambas formaciones se habían consolidado entre las tres primeras del parlamento. El NSDAP no creció a costa de los partidos que recibían tradicionalmente el voto obrero. Estos, en conjunto, mantuvieron e incluso aumentaron su base electoral, además con una visible radicalización, con una reducción del voto socialdemócrata y un ascenso de los comunistas, que en 1932 estaban ya pisando los talones al SPD.

Por tanto la creencia de que fue la clase obrera la que llevó al poder a Hitler no se sostiene a la vista de los distintos resultados electorales. A pesar de todos los esfuerzos de los nazis por presentarse a sí mismos como un movimiento de base obrera, no se puede decir que tuviesen éxito. Y si no fueron los obreros ¿quiénes votaron a Hitler? En primer lugar, y en una primera fase, el NSDAP se hizo con el voto nacionalista tradicional, numeroso por ejemplo en las regiones agrícolas protestantes. El DVNP, que en 1928 era la segunda fuerza política, en 1930 perdió gran parte de su base electoral a favor del NSDAP y pasó al quinto puesto, adelantado incluso por los centristas católicos del Zentrum. Más tarde, a medida que los efectos de la Gran Depresión se hacían notar en la economía alemana, los nazis fueron ganando apoyos entre las clases medias urbanas. Eran profesionales liberales, pequeños empresarios, comerciantes, artesanos, funcionarios... sectores que estaban sufriendo con dureza la crisis económica y que se veían ignorados por las fuerzas políticas tradicionales (la izquierda proletaria y la derecha conservadora).

Lo que no voy a hacer ahora es analizar la política francesa contemporánea para ver si realmente existen coincidencias con la Alemania de la República de Weimar. No era esa mi intención. Tan solo quería dar mi opinión sobre una afirmación que he escuchado y leído con frecuencia estos últimos días y que me parecía equivocada. Ese análisis queda para quien quiera hacerlo. Puede que incluso tengan algo de razón. Pero suele ser un error hacer paralelismos entre situaciones o hechos ocurridos en épocas distintas.

Documentos británicos desclasificados recientemente...

Las informaciones sobre "documentos británicos desclasificados recientemente" constituyen un género periodístico que consiste en convertir en noticia la divulgación de un secreto que nunca lo fue. Es admirable la habilidad que demuestran los servicios de inteligencia británicos para generar titulares casi a diario sin necesidad de descubrir nada interesante. Supongo que ese es el secreto (nunca mejor dicho) de las ejemplares leyes de transparencia de las que disfrutan los súbditos de Su Graciosa Majestad.

Vale, estoy exagerando. Pero hay algo de verdad en lo que digo. No sé si se debe a una brillante política de comunicación de los servicios secretos británicos, a unos historiadores deseosos de soltar bombazos informativos a la mínima oportunidad, a una prensa acostumbrada a adornar las informaciones con titulares llamativos, o a una combinación de todos estos factores, pero lo cierto es que cada poco tiempo aparecen noticias sobre "documentos británicos desclasificados recientemente" que prometen dar un vuelco a todo lo que se conoce de algún episodio de la historia contemporánea pero que al final no añaden nada nuevo a lo ya conocido.

Como esta noticia, que se publicó el pasado jueves:

Reino Unido habría sobornado a militares españoles para no entrar en la Segunda Guerra Mundial
Salen a la luz unos documentos que revelan que el MI6 pagó una fortuna a generales y oficiales del entorno del Caudillo en un intento por detener la participación de España en el conflicto del lado de Hitler, según «The Guardian»


El problema en este artículo está en el “revelan” de la entradilla. No dudo que los documentos desclasificados sean auténticos, y es casi seguro que aportan datos nuevos a la historia, aún con muchos puntos oscuros, de los pagos del servicio secreto británico a personalidades del régimen franquista para asegurarse la neutralidad de España en la guerra. Pero lo cierto es que todo lo que se dice en el artículo se sabía ya desde hace mucho tiempo, incluyendo detalles como las presiones del gobierno británico a los estadounidenses para que no bloqueasen ciertas cuentas de ciudadanos españoles en Nueva York. Por tanto, mientras no se hagan públicos nuevos datos, los documentos no “revelan” nada, como mucho “confirman” lo que ya se sabía.

La misma noticia se puede dar de una forma más correcta, como demuestra otro diario:

Desclasificados los papeles sobre sobornos del MI6 británico a militares de Franco
Los documentos revelados confirman que se pagaron 200 millones de libras al círculo de generales


Es la ventaja de tener de colaborador en el periódico a un experto en el tema, Jorge Martínez Reverte. Se ve que el redactor se tomó la molestia de consultarle. En el artículo queda claro cuál es la auténtica noticia:

Esta información publicada hoy por el diario The Guardian en su web ha sido un asunto ya mencionado por historiadores británicos y españoles pero ahora parece que por fin se muestran detalles inéditos.

Esta historia de sobornos me recuerda a otra “revelada” hace algunos años:

Mussolini, agente secreto británico
El MI5 contrató al dictador en 1917 cuando era periodista para hacer propaganda a favor de la guerra


Se trata de los pagos que hizo en 1917 el servicio secreto británico, a través de Samuel Hoare (casualmente el mismo que más de veinte años después, siendo embajador en Madrid, organizó los sobornos a militares franquistas) a Benito Mussolini para que hiciese propaganda antipacifista a través del periódico que dirigía, Il Poppolo d'Italia. Y sí, también en este caso la noticia no es noticia, porque era algo que se sabía hacía tiempo.

En estos temas tan complejos, llenos de cifras y nombres, es difícil saber por una información publicada en un periódico si realmente se revelan nuevos datos o no. Pero a mí lo que me gustan son las pequeñas historias anecdóticas, como ya saben los lectores habituales de este blog. Y en ese tipo de historias no hay posibilidad de duda: o un episodio se conocía o no se conocía. El mismo día que apareció la noticia de los sobornos a personalidades franquistas, también se hizo pública otra información proveniente de “documentos británicos desclasificados recientemente”. De hecho se menciona en los dos artículos que cité:

Un espía británico fue detenido vestido de mujer en Madrid en 1941
Un espía británico que se hacía pasar por corresponsal de guerra del diario "The Times" abochornó a su embajada en España cuando la policía lo detuvo en Madrid en 1941 vestido de mujer, según documentos oficiales desclasificados hoy.


El espía británico era nada menos que el teniente coronel Dudley Clarke, comandante de la Fuerza A, responsable de las operaciones de distracción y engaño en el Mediterráneo y Oriente Medio. Y es triste, tratándose de un brillante oficial de inteligencia, pero la historia de su arresto en Madrid es uno de los datos más conocidos de su biografía. Incluso aparece en su entrada en la Wikipedia en inglés (donde da como fuente un libro publicado en 2004 e incluye unas palabras sobre el episodio de Guy Liddell, director del contraespionaje británico). Si queréis otro ejemplo, también aparece en MI-6: Historia de la Firma, de Eric Frattini, un libro publicado en español hace unos años. Lo podéis comprobar en Google Books.

Una característica curiosa de los "documentos británicos desclasificados recientemente" es precisamente que siempre son británicos. ¿Quién ha oído hablar de documentos franceses desclasificados recientemente, por ejemplo? Y no digamos españoles... Para que una desclasificación se convierta en noticia la fuente tiene que ser el servicio secreto británico, aunque sea una historia de saboteadores alemanes en Estados Unidos:

Cuatro nazis en Nueva York
Varios documentos desclasificados del espionaje británico, el MI5, dados a conocer hoy por el diario 'The Times', revelan un plan de los alemanes para provocar el pánico en el estado de Nueva York mediante operaciones de sabotaje.


Y yo me pregunto: ¿Qué pintaba el espionaje británico en esta historia?

Lo cierto es que los detalles de la operación Pastorius se conocen desde hace décadas. Yo mismo le dediqué una entrada en este blog en noviembre del 2010, varios meses antes de que se publicase esta noticia, y os aseguro que no tengo acceso a información clasificada. Es verdad que los detalles del caso fueron confidenciales... durante unos meses. Como cuento en el post, las sentencias a los saboteadores se hicieron publicas y se les dio mucha publicidad en la prensa en su momento. No había ningún secreto, y menos aún secreto británico.

A veces los secretos revelados por los "documentos británicos desclasificados recientemente" consisten en algún dato que posiblemente no se había conocido antes porque era totalmente irrelevante:

Revelan que el servicio secreto británico investigó a a Agatha Christie durante la II Guerra
La escritora fue investigada en 1941 por la coincidencia de nombre entre uno de sus personajes y un ex oficial del ejército indio.


Aquí hay un error: en realidad Agatha Christie fue investigada por la coincidencia de nombre entre uno de sus personajes, un oficial del ejército indio, y Bletchley Park, la sede del CG&CS. Es algo que queda claro al leer el resto del artículo, lo que nos lleva a suponer que el redactor de la entradilla no lo hizo. Pero eso es lo de menos. La cuestión es que, por lo que cuentan, el servicio secreto se tomó tan en serio la amenaza a la seguridad nacional que representaba la novelista que recurrió a... preguntar a un amigo suyo. Toda una metódica investigación de inteligencia.

Si a vosotros también os parece exagerado que una anécdota como esa pueda dar lugar a una información de prensa, os sorprenderéis más al ver cómo se puede convertir a Tolkien en un espía:

Tolkien, el señor de los espías
J.R.R. Tolkien, el creador de «El señor de los anillos», se puso al servicio de los servicios de inteligencia británicos en la Segunda Guerra Mundial. Así lo revelan una serie de documentos de la época que acaban de ser desclasificados.


Lo único que se dice en la información es que Tolkien estuvo a prueba por el CG&CS durante tres días en marzo de 1939, seis meses antes del comienzo de la guerra. Por cierto, por entonces aún no estaba en funcionamiento Bletchley Park, un pequeño error de los redactores. En aquella época era habitual que los servicios de criptografía buscasen a sus expertos entre los lingüistas, así que no tenía nada de extraño que intentasen reclutar a un profesor de lengua de Oxford. Pero Tolkien nunca fue ningún espía ni nada que se le pareciese, ya que tras estar tres días de prueba rechazó el trabajo que le ofrecían. En fin, al menos la no-noticia sirvió para redactar un titular ingenioso.

También puede ocurrir que los "documentos británicos desclasificados recientemente" sirvan para apoyar teorías más que dudosas, y de paso ayudar a la venta de un libro:

Un héroe de la Segunda Guerra Mundial inspiró el personaje de James Bond
Unos documentos desclasificados recientemente desvelan la relación entre el espía británico, conocido con el nombre en clave de «Conejo blanco», y el escritor Ian Fleming


El tema de los agentes de los servicios secretos británicos en los que se basó Ian Fleming para crear a James Bond es un auténtico filón. De hecho, el título correcto del artículo tendría que ser algo así como: Una docena de héroes de la Segunda Guerra Mundial inspiraron el personaje de James Bond. También yo he dedicado varias entradas a la cuestión, así que en principio no puedo criticar que alguien proponga algún nombre nuevo a los muchos que ya se han dado. Pero en este caso no me parece que esté muy fundamentado:

En un dosier recientemente desclasificado, Jackson encontró un documento fechado el 15 de mayo de 1945 en el que Fleming, que también trabajó en el departamento de Inteligencia durante la guerra, hace una breve referencia a su relación con el agente y su exitosa fuga de los Nazis.

Es decir, que un único documento y una breve referencia al protagonista de su libro sirven a la autora para afirmar que:

«...Fleming estaba muy interesado en el caso de Yeo-Thomas y (...) le hizo un seguimiento. Recogió su historia y le atrapó»

Me atrevo a suponer que cuando la señora Jackson se estaba documentando para escribir el libro sobre Yeo-Thomas se encontró con un documento en el que se le mencionaba y que casualmente estaba firmado por Ian Fleming. Era una oportunidad que no podía dejar de aprovechar.

Me imagino la conversación de Jackson con sus editores:

- Es una biografía del comandante de ala Edward Yeo-Thomas, un oficial del SOE que saltó en paracaídas sobre la Francia ocupada, fue capturado y torturado por la Gestapo, y protagonizó media docena de fugas de un par de prisiones francesas, del campo de concentración de Buchemwald y de un campo de prisioneros de alta seguridad en Alemania.

- Pues no me suena de nada.

- Ehhh... Mmmm... Es el agente que inspiró el personaje de James Bond.

- ¡Haber empezado por ahí! Eso sí que se puede vender... siempre que añadamos lo de “documentos británicos desclasificados recientemente”.


Las Islas Salomon

En 1939, viendo la que se estaba preparando, un estadounidense pensó que había llegado el momento de retirarse a un lugar alejado de los problemas del mundo. Dejó su trabajo, vendió todas sus pertenencias, y se fue a vivir a una remota isla del archipiélago de las Salomon, en el Pacífico, llamada Guadalcanal.

Hoy eso no pasaría. Si hay que buscar refugio, cualquier sitio es mejor que las Islas Salomon.

Perdido en el desierto

La noticia se conoció hace dos días. Un empleado de una empresa petrolífera polaca se topó por casualidad con los restos de un avión de la Segunda Guerra Mundial en una remota zona del Desierto Occidental Egipcio, a más de doscientos kilómetros de distancia de la población más cercana. El avión, un Kittyhawk (la denominación británica del caza Curtiss P-40), se ha encontrado casi intacto en el mismo lugar en el que se estrelló hace setenta años. La hélice, retorcida, permanece a unos metros del aparato, y se pueden ver algunos agujeros de bala en el fuselaje. Aparte de eso, el avión se ha conservado sorprendentemente bien. La mayor parte de los instrumentos de la cabina están en buen estado, e incluso el avión mantiene aún sus armas con la munición. También se han conservado las placas de identificación del avión, lo que ha permitido a los historiadores rastrear su procedencia y reconstruir su historia.


El caza formaba parte de una unidad de la RAF con base en Egipto. Su último vuelo fue en junio de 1942. Se dirigía de una base aérea egipcia a otra para que le fuesen efectuadas unas reparaciones. El piloto era el sargento de vuelo Dennis Copping, un joven de 24 años de Southend, una pequeña ciudad del este de Inglaterra. Por motivos desconocidos el sargento Copping se salió del rumbo y se perdió en el desierto. Nunca se volvió a saber nada de él. Hasta ahora.

Por lo que se puede ver en el lugar, se deduce que Copping sobrevivió al accidente. Utilizó el paracaídas para hacer un toldo bajo el que refugiarse del sol mientras esperaba el rescate. Desmontó las baterías y la radio del avión para tratar de hacerla funcionar. Los restos del sargento no han aparecido. Al no encontrarse en las proximidades del avión, tenemos que suponer un final terrible para el desdichado piloto. Cuando perdió la esperanza de que acudiese alguien a rescatarle, decidió abandonar su refugio improvisado y comenzó a andar, quién sabe en qué dirección, tratando de encontrar una salvación. Es imposible saber la distancia que llegó a recorrer antes de agotar sus fuerzas.

La Embajada británica en Egipto va a iniciar la búsqueda de los restos del piloto, pero las posibilidades de encontrarlos son remotas. También en Inglaterra ha comenzado la búsqueda de los familiares del sargento Copping, aunque parece que no hay ningún familiar directo con vida. El Kittyhawk probablemente acabará en el Museo de la RAF de Hendon, al norte de Londres.

He conocido esta historia gracias a un enlace que me envió Canichu, el espía del bar. El artículo original, aquí.

Un superviviente

La idea de que vas a morir y, al mismo tiempo, la de que eres inmortal son dos ideas típicas del ser humano. Siempre puedes pensar: alguien quedará para contarlo, ¿por qué no yo? Una idea se combate con otra, con la que te indica que de allí no sale vivo nadie. Incluso al final pensábamos que los SS arrasarían el campo. Yo era un privilegiado, trabajaba bajo techo, lo que no era poco; fuera había más posibilidades de que un imbécil te pegara. Aunque nunca sabes lo que la gente puede aguantar físicamente. He visto españoles bajitos, débiles en apariencia, que luego resistían, y a nórdicos que se hundían prontísimo. Moralmente sí que sabes quiénes son los que mejor resisten; son los que tienen ideales, sean religiosos o políticos. El creyente y el comunista era el que mejor aguantaba, mucho mejor que el agnóstico y el escéptico. Y es triste porque éstos son personajes mucho más simpáticos. Pero eso es en la vida normal. En situaciones de emergencia resiste mejor el que tiene un ideal. Aunque luego descubra que todo es una farsa.

(Jorge Semprún, en una entrevista para El País Semanal, publicada el 5 de junio de 1994)