En 1934 el Ministerio del Aire británico comenzó a prestar atención a la amenaza del rearme alemán. Entre otras cosas, la propaganda nazi aseguraba que los investigadores alemanes había desarrollado un “rayo de la muerte” que funcionaba por medio de ondas de radio y que tenía tal poder destructivo que podía llegar a arrasar una ciudad. En junio de ese año, Harry Wimperis, director de investigación científica del ministerio, se puso en contacto con el laboratorio del físico e ingeniero escocés Robert Watson-Watt, experto en radiofrecuencias, para encargarle la construcción de la versión británica del invento alemán.
Siguiendo las instrucciones de Wimperis, un ayudante de Watson-Watt, el físico Arnold Wilkins, comenzó a trabajar en el desarrollo de un “rayo de la muerte” que pudiese ser utilizado como arma antiaérea. La idea era dirigir contra un aparato enemigo un haz de microondas que provocase en las personas que viajasen en su interior una subida de la temperatura corporal por encima de los 40º, causando así por medio de la fiebre la incapacitación del piloto y del resto de la tripulación. Los cálculos de Wilkins demostraron que para provocar esos efectos en los tripulantes de un avión sería necesaria una potencia enorme, fuese cual fuese la frecuencia que se utilizase. Como en la práctica habría sido imposible fabricar emisores de radio de tales potencias, Wilkins concluyó que el rayo de la muerte era técnicamente inviable. En enero de 1935 comunicó las conclusiones de sus estudios a Watson-Watt. Su jefe le preguntó si para aprovechar el trabajo realizado hasta entonces se le ocurría alguna utilidad alternativa a sus estudios con haces de microondas. Wilkins recordó entonces una conversación casual que había mantenido con empleados de la Oficina de Correos, en la que le habían contado que el vuelo cercano de aviones producía interferencias en las comunicaciones por radio.
De hecho, ya en 1932 la Oficina de Correos británica había publicado un informe en el que se documentaba cómo ciertos fenómenos podían afectar a la recepción de señales de radio. La mayor parte de los que se mencionaban eran fenómenos meteorológicos, como la lluvia o las tormentas eléctricas, pero también se explicaba que el paso de un avión sobre un receptor podía causar perturbaciones en la señal. Lógicamente, el objetivo del informe era identificar causas de interferencias no deseadas, y por tanto las trataba como fuentes de problemas en las comunicaciones que había que eliminar. Era ese el sentido en el que los empleados de la oficina postal comentaron el tema a Wilkins. En cambio, él se dio cuenta de que el fenómeno podía tener una utilidad práctica: permitiría contruir dispositivos detectores de aviones enemigos. Explicó su idea a Watson-Watts, y tras obtener el permiso de su jefe comenzó a trabajar en los cálculos teóricos.
Cuando terminó los cálculos, Wilkins concluyó que el aparato detector era técnicamente factible. A continuación dio los resultados a Watson-Watt para que los revisase. Su jefe hizo las comprobaciones sin encontrar ningún fallo en los cálculos y estuvo de acuerdo en seguir adelante con el proyecto.
El 12 de febrero Watson-Watt envió al Ministerio del Aire un informe en el que descartaba totalmente la fabricación de un “rayo de la muerte”, y aprovechaba para lanzar la propuesta de centrarse en "el difícil pero más real problema del uso de ondas de radio reflejadas para detectar y posicionar blancos". De hecho el título del menorando era “Detección y localización de aeronaves por métodos de radio”.
El trabajo de Wilkins y Watson-Watt dio como resultado el desarrollo de un dispositivo al que llamaron RDF (Radio Direction Finding). Más tarde sería conocido en todo el mundo como radar. Con el apoyo del Ministerio del Aire, en pocos años lograron grandes avances que colocaron a los británicos en el primer puesto mundial en la tecnología del radar, adelantando precisamente a los investigadores alemanes. Durante la Segunda Guerra Mundial la eficiente red británica de radares dio una gran ventaja estratégica y táctica a la RAF frente a las fuerzas aéreas del Eje.
Fantástico relato de parte de las curiosidades históricas que no descubriríamos de ninguna otra forma. Gracias
ResponderEliminarEnlazado en Upnews.es : Del rayo de la muerte al radar, donde podéis votarlo para que llegue a portada y tenga una mayor difusión.
Pues gracias por ayudar a difundirla.
EliminarUn saludo.
El radar de tipo centimétrico instalado en aviones, también permitió a los Aliados, vencer en la batalla del Atlántico, una de las más decisivas de la SGM. Es curioso como de un proyecto casi de ciencia- ficción (rayo de la muerte) se acabase llegando a un ingenio como el radar, que tan determinante fue a lo largo de todo el conflicto.
ResponderEliminarSaludos
Y los radares navales, instalados en buques, fueron también decisivos sobre todo en la guerra en el Pacífico.
EliminarPara ser justos, hay que decir que la tecnología del radar estaba siendo desarrollada ya en Alemania y Estados Unidos. Era cuestión de tiempo que todas las potencias acabasen utilizándolos.
Un saludo, Gluntz.
Hola, tengo un blog de la Segunda Guerra Mundial y me gustaría saber si puedo intercambiar enlaces contigo. ¿Qué te parece la idea?
ResponderEliminarhttp://segundaguerra.bligoo.es/
Pues no sé, puede que más adelante. Aún acabas de empezar.
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