Shōichi Yokoi, el último soldado del Emperador en Guam


El 11 de diciembre de 1941, cuatro días después del ataque a Pearl Harbor, las fuerzas de desembarco de la Marina Imperial ocuparon la isla de Guam, la mayor del archipiélago de las Marianas, una antigua colonia española de soberanía estadounidense desde la guerra de 1898. Los japoneses la convirtieron en una importante base aeronaval, con dos campos de aviación y un fondeadero para la flota en la bahía de Apra. Durante la campaña de las Marianas, a mediados de 1944, la posibilidad de utilizarla como punto de apoyo para operaciones posteriores hizo de Guam uno de los principales objetivos estadounidenses.

El 21 de julio de 1944 los marines desembarcaron en el sur de la isla. Durante los primeros días de la batalla se tuvieron que enfrentar a una resistencia encarnizada. Los japoneses lanzaban continuos contraataques, muchos de ellos nocturnos, tratando de infiltrarse entre las líneas enemigas. Pero poco a poco se fue imponiendo la superioridad numérica y material estadounidense. Su control del mar y el aire impedía a los japoneses recibir refuerzos y suministros. Casi sin alimentos ni municiones, los supervivientes fueron empujados lentamente hacia el norte por las fuerzas norteamericanas.

La batalla se dio por finalizada el 10 de agosto de 1944. Desde ese momento hasta el final de la guerra, Guam se convirtió en una importante base de operaciones que dejaba al alcance de los bombarderos B-29 el archipiélago japonés y otros objetivos en las Ryukyu, Formosa y las Filipinas. Los norteamericanos construyeron cinco grandes bases aéreas y convirtieron la bahía de Apra en un puerto refugio para la US Navy. En poco tiempo la isla se llenó con miles de soldados, marineros, personal de la Fuerza Aérea y trabajadores estadounidenses.

Igual que ocurrió en muchas otras islas del Pacífico, cientos de soldados japoneses supervivientes de la batalla se negaron a rendirse y se ocultaron en las junglas del interior. La actividad guerrillera en Guam continuó hasta el final de la guerra, e incluso se prolongó en los meses posteriores. El 8 de diciembre de 1945, cuatro meses después de la rendición de Japón, tres marines murieron en una emboscada. En marzo de 1946 otros seis estadounidenses murieron en combates con guerrilleros. Con el paso del tiempo la resistencia disminuyó hasta desaparecer por completo. Los japoneses que no se rindieron acabaron muertos, víctimas del hambre, las enfermedades o los animales venenosos. El 12 de mayo de 1948 dos soldados japoneses abandonaron la jungla y se entregaron a la policía de Guam. Todos pensaron que aquellos serían los últimos supervivientes. Hasta mayo de 1960, cuando dos leñadores isleños capturaron al cabo Bunzo Minagawa. Pocos días después el sargento Mashashi Ito se entregaba a los norteamericanos. Durante dieciséis años Minagawa e Ito habían sobrevivido juntos en la jungla, sin ningún contacto con el resto de la humanidad. Estaban convencidos de que la guerra continuaba.

Pero Ito y Minagawa tampoco iban a ser los últimos de Guam.

Shōichi Yokoi nació en marzo de 1915 en un pueblo de la prefectura de Aichi, en Honshū. Trabajó como sastre hasta que en 1941, con 26 años, fue reclutado por el Ejército Imperial. Inicialmente le destinaron a la 29ª División de Infantería, desplegada en Manchuria. En febrero de 1943 le transfirieron al 38º Regimiento, una de las unidades que iban a ser enviadas para reforzar la defensa de las Marianas. Así fue como Yokoi llegó a Guam, la isla en la que pasaría gran parte de su vida.

En julio de 1944, tras quedar aislados por el avance estadounidense, Yokoi y otros ocho soldados se adentraron en la selva. Formaban uno de los muchos grupos en los que se dividieron las fuerzas japonesas antes de dispersarse. Sus órdenes eran permanecer en la retaguardia enemiga esperando el desembarco que iniciaría la reconquista japonesa de la isla. A medida que pasaban los meses, fueron perdiendo la esperanza de que el contraataque llegase algún día. Al principio se las arreglaban bastante bien, pero cuando comenzaron a quedarse sin suministros básicos la situación se volvió dramática. En ese punto tuvieron que decidir qué hacer: "Teníamos opiniones tan diferentes sobre esta cuestión que dentro del grupo estallaron acaloradas discusiones. Yo estaba en desacuerdo con aquellos soñadores que pasaban sus días pensando únicamente en el rescate. Yo insistía en que teníamos que hacernos cargo de nuestras propias vidas si no queríamos morir de hambre. Sin embargo, no teníamos ninguna experiencia real en la selva, y ni siquiera podíamos ponernos de acuerdo sobre la manera de encontrar comida. Me puse del lado de los que pensaban que deberíamos comer lo mismo que comían los animales. Incluso los pueblos primitivos saben instintivamente lo que es comestible y lo que no, así que sentí que debíamos confiar en nuestros instintos".

Poco a poco sus compañeros fueron muriendo o abandonando el grupo. Después de dispersarse completamente, Yokoi acabó teniendo contacto esporádico tan solo con otros dos japoneses. Ambos desaparecían durante largas temporadas, y Yokoi, que era el de mayor edad, se preocupaba por ellos, pero siempre acababan regresando. Un día, en torno a 1964, les vio por última vez. Los siguientes ocho años Shōichi Yokoi estuvo completamente solo.

La búsqueda diaria de comida ocupaba casi todo su tiempo. En los primeros años, aún en compañía de otros soldados, robaban y mataban ganado de los isleños, pero poco a poco fueron adentrándose cada vez más en la selva por miedo a las patrullas estadounidenses. Acabaron en lo más profundo de la jungla, alimentándose de caracoles, ranas, ratas y anguilas. Averiguaron que incluso podían comer serpientes si les quitaban el veneno. Yokoi aprendió a construir trampas con juncos para capturar camarones y anguilas de río. Su experiencia como sastre le sirvió para fabricar ropa, mantas y bolsas a base de fibras extraídas de la corteza de algunos árboles. Dormía en un refugio subterráneo, una pequeña cueva que él mismo excavó y apuntaló con cañas de bambú. Tenía mucho cuidado de no dejar ninguna señal que indicase que alguien vivía allí. Siempre que se desplazaba, borraba tras él todas sus huellas. Era una rutina dura, pero mantenerse siempre ocupado le ayudaba a no pensar demasiado en su situación ni en su familia. Los años que pasó en soledad fueron una lucha constante por no caer en la desesperación y la locura.

La noche del 24 de enero de 1972 dos cazadores chamorros (así se denomina a los nativos de las Marianas) llamados Jesús Dueñas y Manuel de Gracia descubrieron a un hombre esquelético y andrajoso revisando una trampa para camarones en un recodo del río Talofofo, al este de la isla. Se dirigieron a él con curiosidad, creyendo que se trataba de un habitante de una aldea cercana. Hacía ocho años que Yokoi no estaba cerca de otros seres humanos, y cuando vio a aquellos dos hombres armados aproximándose a él tuvo un ataque de pánico. Se abalanzó sobre uno de los cazadores, intentando arrebatarle el fusil, pero los muchos años de deficiente alimentación le habían debilitado tanto que el hombre rechazó su ataque con facilidad. Entonces Yokoi huyó, tratando de esconderse en la maleza. Los hombres le persiguieron y le alcanzaron a pocos metros del agujero que le servía de hogar. Después de reducirle, decidieron entregarle a la policía. Mientras le sacaban a rastras de la jungla, Yokoi les suplicaba a gritos que le matasen allí mismo. En el Ejército le habían enseñado que ser hecho prisionero era la mayor deshonra en la que podía caer un soldado japonés. Sus captores le condujeron hasta un cuartel de la policía de Guam. "Cuando me llevaron ante un oficial, me preguntó '¿nihonjin?' (¿Japonés?) y le respondí 'Hai' (Sí). Esa fue toda nuestra conversación".

Al golpe emocional que le supuso haber sido hecho prisionero se le sumó otro aún más devastador: la noticia de que la guerra había terminado con el Emperador solicitando la rendición incondicional. Había visto folletos y recortes de periódico que anunciaban el fin de la guerra, pero siempre los consideró propaganda enemiga. Sospechaba que Japón había sido derrotado, pero lo que nunca imaginó fue que la derrota hubiese sido de aquella magnitud: "No lo sabía con seguridad, pero lo supuse. De repente, dejaron de sobrevolarnos aviones japoneses, solo americanos. Japón es un país pequeño, así que supuse que habíamos perdido la guerra. Pero yo no habría esperado una derrota absoluta. Pensé en algo así como una paz de compromiso. Eso se habría adaptado mejor a nuestra mentalidad. Y luego, cuando comenzó la guerra de Vietnam, pude ver los modernos bombarderos B-52 y pensé que había estallado una nueva guerra entre estadounidenses y japoneses. Lo que yo no podía entender era qué interés podía tener Estados Unidos en un pequeño país como Japón". Su estado físico era todo lo bueno que podía ser a sus casi 57 años y tras 28 viviendo en un agujero en la tierra y alimentándose de sapos, ratas y serpientes. Los médicos que le examinaron llegaron a la conclusión de que solo un hombre con una gran fortaleza física y mental podía haber sobrevivido a semejante odisea.

Shōichi Yokoi tras su captura por la policía de Guam:


El primer encuentro con sus compatriotas no fue demasiado cordial: "Cuando se conoció la noticia de que un bicho raro como yo había aparecido en la isla de Guam, los principales periódicos japoneses enviaron allí a sus reporteros más cercanos. Llegaron directamente desde sus camas en Hawai, vistiendo camisas hawaianas, y no quisieron entender que lo que yo quería era dormir, no contarles historias. Y no podían dejar de jadear y quejarse del calor. Al final les grité: '¡Maldita sea! ¿Son ustedes americanos o japoneses?'. Al oír esto, se sintieron avergonzados y se calmaron".

Dos semanas después de su rescate en la selva, Shōichi Yokoi volvió a casa. En el aeropuerto internacional de Haneda miles de personas le esperaban para darle un recibimiento apoteósico. "Estoy un poco avergonzado, pero he vuelto", fueron sus primeras palabras a la prensa cuando pisó suelo japonés. Aquella frase, difundida por los medios de comunicación, se convirtió en un dicho popular en Japón.

La vuelta a la vida cotidiana no fue fácil. La prensa le asediaba, continuamente aparecía en la televisión y la radio, y era invitado con frecuencia a dar conferencias en universidades y escuelas de todo el país. Nunca llegó acostumbrarse del todo a la vida moderna. Los avances tecnológicos y el progreso económico que había experimentado su país en aquellos años no le causaban la más mínima impresión. Se convirtió en un defensor de la austeridad y la vida sencilla en contacto con la naturaleza. Cuando los medios de comunicación le dieron un respiro, se casó y se instaló en una zona rural de la Prefectura de Aichi, su tierra natal.

Shōichi Yokoi murió de un ataque al corazón en septiembre de 1997, a los 82 años. Fue enterrado en un cementerio de Nagoya, bajo una lápida con su nombre que su madre había mandado hacer en 1955.

Fuentes principales:
http://interjapanmagazin.com/robinson-crusoe-of-the-war-2/
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/01/120123_soldado_treinta_anos_selva_cr.shtml
http://es.wikipedia.org/wiki/Sh%C5%8Dichi_Yokoi
http://es.wikipedia.org/wiki/Soldados_japoneses_que_no_se_rindieron_tras_el_final_de_la_Segunda_Guerra_Mundial


5 comentarios:

  1. Para las miles de familias con soldados desaparecidos y dados por muertos en islas remotas, cada noticia de un soldado recuperado debió ser un golpe y una extensión de la tortura de esperar a que apareciese el ser querido.
    Enhorabuena por el blog. Cada día compruebo por si hay nueva entrada.

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    1. Muchas gracias. Espero no defraudar y seguir publicando cada pocos días.
      Saludos.

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  2. Bien asi como el soldado Yokoi y muchisimos más que nunca regresaron a su País murieron como fueron educados: con Honor. La Guerra en si logico no causa alegrias, pero quienes ingresan a servir a la Patria sea cual fuere la razón ser soldado es mucho más que desfilar y portar uniformes vistosos, es una forma de ser, de vida de disciplina de Honor y Lealtad. Mis respetos más profundos a ellos. y el soldado japonés era apegado al código Bushido que era antiguo código Samurai. Banzai!!

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  3. Hay casos son patéticos, como ocurrió con los españoles en Filipinas o esos japoneses compañeros de Yokoi, pero el caso de este, el último de Guam, solo tantos años, es realmente estremecedor. Un saludo.

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    1. Por el tiempo que estuvo sobreviviendo oculto en la selva, parece un caso muy similar al de Onoda. Pero yo veo muchas diferencias: Onoda era un guerrero, que no aceptó la derrota y quiso continuar la lucha. Y en el fondo, aunque fuese por sus robos y sus enfrentamientos con las fuerzas filipinas, él y sus compañeros seguían teniendo contacto con el mundo exterior. Yokoi en cambio era un superviviente, un hombre dejado atrás por sus compatriotas que se escondió en la jungla y fue olvidado por el resto del mundo. La historia de Yokoi me parece mucho más dura. Más triste y menos patética.
      Un saludo, DLT.

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