Hay quien dice que una de las posibles soluciones a esto que llaman crisis (en concreto a la crisis de deuda pública de los países de la zona euro, que es la fase en la que parece que estamos ahora) es que el Banco Central Europeo actúe como prestamista en última instancia, poniendo dinero en circulación para financiar la deuda de los estados miembros de la Unión (es decir, imprimiendo billetes). También se dice que el gobierno alemán se opone tajantemente a esta idea por miedo a un aumento descontrolado de la inflación. Se nos cuenta que en los gobernantes alemanes sigue vivo el recuerdo de la hiperinflación de 1923. A mí me parece muy exagerado, sobre todo si suponemos (más nos vale) que los gobernantes alemanes tienen alguna noción de economía o de historia. Pero como el que no tiene muchas nociones soy yo, voy a dejar el complicado tema de esto que llaman crisis y me voy a referir a un episodio histórico poco conocido. Porque cuando se habla de hiperinflación los medios de comunicación suelen recordar la Alemania de 1923, pero en realidad la inflación en la República de Weimar no fue la más alta de la historia. En julio de 1946 Hungría tuvo una tasa de inflación doce veces más alta que la alemana en el peor mes de 1923.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial Hungría había quedado arrasada. La casi totalidad de sus infraestructuras habían sido destruidas, y sus industrias saqueadas por alemanes y soviéticos. Por si fuera poco, los vencedores impusieron al país el pago de reparaciones de guerra por valor de 300 millones de dólares de la época (200 millones a la URSS y 100 a repartir entre Checoslovaquia y Yugoslavia). Esa cantidad suponía prácticamente la totalidad de las divisas que entraban anualmente en el país. La solución del gobierno húngaro fue imprimir papel moneda, para estimular el mercado interior abaratando el crédito.
Pero los billetes puestos en circulación por el Estado hicieron subir los precios y la moneda sufrió un incremento de su valor nominal sin ninguna correspondencia con su poder de compra real. Eso provocó un círculo vicioso por el que cuanto más dinero se imprimía más se hundía el valor de la moneda. El país acabó inundado de billetes que no valían ni el papel en el que estaban impresos. Los ahorros de las familias desaparecieron. Los comerciantes perdían dinero, ya que tenían que vender sus productos a un precio inferior al de reposición, lo que les obligaba a actualizar los precios constantemente (al final varias veces al día). Los salarios también se incrementaban, pero los precios lo hacían siempre a un ritmo más rápido, con lo que disminuía el poder adquisitivo de los trabajadores. Conscientes de que guardar dinero no era rentable, los trabajadores tenían que consumir inmediatamente sus salarios. Cobraban varias veces al día, y corrían a gastar el dinero antes de que perdiese su valor. Los empleados acabaron aceptando parte de su salario en especie. En general, todo el país volvió a una economía basada en el trueque. Ya nadie confiaba en la moneda local, el pengo.
En julio de 1946 la inflación llegó a su máximo, un increíble 75.655%. Un record histórico. En agosto el gobierno decidió cortar por lo sano y sustituyó el pengo por una nueva moneda, el florín, a razón de un florín por cada cuatrocientos mil cuatrillones de pengos. Sorprendentemente, en poco tiempo la situación se normalizó.
Antes de eso se llegaron a imprimir billetes con valores totalmente absurdos, como este de cien trillones (100.000.000.000.000.000.000) de pengos, el billete de valor nominal más alto de la historia:
Szàzmilliò significa "cien millones", y la B que va a continuación es la abreviatura de billones, es decir: "cien millones de billones de pengos".
Hubo otro de mil trillones de pengos, que se imprimió pero no llegó a ponerse en circulación.
Poner la máquina de fabricar billetes en funcionamiento es muy peligroso porque originaría una subida de precios galopante. Otra cosa es que se haga moderadamente. Europa sí se podría permitir una pequeña inflación, digamos un punto por encima de la actual.
ResponderEliminarUn saludo.
Pues no lo sé, yo no tengo ni idea de economía. Como el resto del mundo, incluidos los economistas.
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano.