Kamikazes coreanos

El cabo Hideo Matsui fue uno de los pilotos que se ofrecieron voluntarios para formar las primeras escuadrillas de ataque especial organizadas por el almirante Onishi. Murió en las Filipinas en octubre de 1944, durante la primera oleada de ataques kamikaze de la guerra. Desde aquellas misiones hasta el final del conflicto muchos otros jóvenes pilotos sacrificaron voluntariamente su vida por el Emperador. Pero había algo en la historia del cabo Matsui que lo convertía en un caso especial: Hideo Matsui era el nombre japonés de un joven de Kaesong, una pequeña ciudad de la actual Corea del Norte (durante la época colonial, como parte de la política de asimilación forzada de la población a la cultura nipona, las autoridades impusieron a los coreanos el uso de nombres japoneses).

Desde el momento en el que que se conoció la identidad del cabo Matsui, los medios de comunicación en Corea iniciaron una gran campaña de propaganda con él como protagonista. Durante los meses que aún faltaban para el final de la guerra y de la ocupación japonesa, la prensa coreana se llenó de innumerables historias sobre su vida y su heroica muerte. Incluso Yi Kwang-su, considerado el padre de la moderna literatura coreana (y un destacado activista en favor de la independencia), publicó en una revista un poema sobre la muerte del joven piloto. Matsui se convirtió en un ejemplo a seguir para la juventud coreana.

Jóvenes coreanos reclutados por el Ejército japonés hacia el final de la guerra:


Kim Sang-pil era un estudiante de la Universidad Yon Hi, una prestigiosa escuela privada de Seúl fundada por misioneros cristianos. Su sueño era ser piloto, así que después de graduarse, con 22 años, se presentó voluntario para el Cuerpo Aéreo del Ejército Imperial. En una ocasión, siendo cadete en la Escuela de Vuelo Tachiarai, en Kyushu, Kim Sang-pil confesó a su hermano mayor, Kim Sang-yol: "Como coreano, tengo que ser más japonés que los japoneses, para conseguir ganarme su respeto".

Cuando le concedieron su primer permiso, Kim Sang-pil aprovechó para hacer una visita a su antigua universidad. Su llegada fue todo un acontecimiento. Todos los estudiantes contribuyeron económicamente para comprarle un regalo, una espada samurai. Pero lo que más le impresionó fue saber que otros cinco alumnos de Yon Hi habían seguido su ejemplo y habían sido aceptados por el Cuerpo Aéreo del Ejército. En una carta que envió a Gyo Karashima, el rector de la universidad, Kim Sang-pil mostraba su emoción:

Le escribo esta carta con un sentimiento de alegría, pero también con mano temblorosa. Me invade una profunda satisfacción, que me ayuda a superar el agotamiento físico causado por el entrenamiento extenuante. Prometo que voy a luchar con valentía y a convertirme en un ejemplo para los estudiantes más jóvenes, derramando mi sangre en el cielo como un faro que les sirva de guía.

Tras completar su curso de vuelo en Tachiarai, Kim Sang-pil fue destinado a Manchuria. Durante su estancia allí, en enero de 1945, el Ejército Imperial, siguiendo el ejemplo de la Marina, ordenó la creación de las primeras 30 escuadrillas suicidas. Kim se presentó voluntario, quizás incapaz de abandonar su papel de “faro” para la juventud de su país. Los pilotos de la nueva escuadrilla suicida fueron destinados a Kyushu para completar su formación. En el viaje desde Manchuria pasaron dos noches en Heijo (el nombre dado por los japoneses a Pyongyang), y Kim Sang-pil se puso en contacto con su hermano mayor, que trabajaba de dentista en Chinnampo (hoy Nampo, una ciudad portuaria en la costa del Mar Amarillo, en la actual Corea del Norte), para que fuese a despedirse de él. Los dos hermanos se vieron el 15 de febrero de 1945 en la posada en la que se alojaban los pilotos. Reprimiendo su emoción, Kim Sang-pil confesó a su hermano que se había ofrecido voluntario para participar en una misión suicida: ”Es muy posible que esta sea la última vez que nos veamos, pero, por favor, no se lo digas a madre”.

Para entonces los ataques aéreos aliados en Kyushu eran casi continuos. Para alejarse de ellos y completar su entrenamiento, la escuadrilla tuvo que trasladarse al norte, a una zona montañosa de la isla de Honshu. Kim Sang-pil, junto con otros catorce pilotos y el personal de mantenimiento de la unidad, pasó todo el mes de marzo en la ciudad de Matsumoto, en una posada llamada Hinomeyu Ryokanen. Allí se conserva una hoja de papel en la que cada uno de los cinco oficiales de la escuadrilla escribió unas palabras de despedida antes de regresar a Kyushu. Las de Kim Sang-pil fueron:

"Soy coreano. Por tanto voy a escribir en coreano".

A continuación, en hangul (alfabeto coreano) y en japonés:

“Patriotismo.
¡Viva su Majestad el Emperador!”


El 3 de abril de 1945, antes del alba, ocho aviadores despegaron de la base aérea de Nyutabaru, en el sur de Kyushu, para lanzar un ataque suicida contra la flota de Estados Unidos que cubría los desembarcos en Okinawa. El alférez Kim Sang-pil era el líder de la escuadrilla. Pero aquella no fue su última salida. Después de dirigir a sus jóvenes subordinados (casi todos los pilotos kamikaze tenían entre 18 y 20 años) y ver cómo se precipitaban contra los buques enemigos, aterrízó en Minami, una base aérea que todavía conservaban los japoneses en Okinawa. Saltando de su avión, corrió al puesto de mando, se dirigió al comandante de la base, le saludó y le informó del éxito de la misión. A continuación, volvió a subirse a su caza y despegó para estrellarse él también contra un buque estadounidense. El Ejército le ascendió a capitán a título póstumo, saltándose dos rangos en el escalafón.

Tak Kyong-hyon era otro alférez formado en la Escuela de Vuelo Tachiarai. Al igual que Kim Sang-pil, se había unido al Cuerpo Aéreo del Ejército después de graduarse en una universidad coreana de prestigio, el Instituto Médico Kyondo. Y también al igual que él, se había presentado voluntario para las escuadrillas de ataque especial. Una de las últimas noches de su vida, cuando esperaba a que en cualquier momento le ordenasen partir en una misión sin retorno, se reunió con unos amigos en una posada llamada Tomiya Ryokan. Al final de la velada Kyong-hyon se despidió cantando Arirang, una canción tradicional considerada a menudo el himno nacional no oficial de Corea y uno de los símbolos del nacionalismo coreano. El 11 de mayo de 1945 despegó de la base aérea de Chiran, en el sur de Kyushu, para participar en el sexto ataque Kikusui (el nombre que dieron los japoneses a los ataques kamikazes masivos que lanzaron contra la flota estadounidense en Okinawa).

Tak Kyong-hyon, en uniforme de vuelo:


Hace unos años hubo cierta polémica en Corea del Sur por el proyecto de erigir un monumento en memoria de Tak Kyong-hyon en Sacheon, su ciudad natal. Muchos se opusieron a aquel homenaje. Para los más nacionalistas, Tak Kyong-hyon era un traidor que había colaborado con los agresores de su país. Los defensores del monumento argumentaban que los kamikazes coreanos eran también víctimas del conflicto, que en cierto modo habían sido obligados a morir por el invasor. Lo cierto es que son personajes incómodos para la versión "oficial" de la historia de su país, según la cual la mayor parte de la población se había opuesto a la ocupación japonesa, mientras que los colaboradores con el poder colonial solo eran una minoría de oportunistas interesados. Pero la realidad es mucho más compleja. Un oportunista interesado no habría sacrificado voluntariamente su vida por el Emperador. Todos aquellos muchachos habían nacido en la década de los 20 (el más joven, Pak Tong-hun, tenía 18 años cuando murió, el 29 de marzo de 1945), en una época en la que el dominio japonés en Corea estaba ya plenamente consolidado. Durante todas sus vidas habían estado bajo la influencia de la enseñanza y la propaganda japonesas, y lo único que habían conocido era la sociedad colonial. No tenían ningún problema en verse a sí mismos como súbditos del Emperador.

Y sí, eligieron morir por el tennō, pero no renegaron de su patria. Kim Sang-pil quiso escribir su último mensaje en coreano. Tak Kyong-hyon se despidió cantando Arirang.

Pero la razón principal por la que muchos de aquellos jóvenes, japoneses y coreanos, se alistaban en las escuadrillas kamikaze, no era ni el patriotismo ni la lealtad al Emperador, al menos directamente. Influían otros factores, como el deseo de dar a sus familias una vida mejor, pero lo que de verdad les empujaba a hacerlo era el miedo al deshonor, a quedar señalados por no haber cumplido con su deber. En este punto el testimonio de otro piloto coreano llamado Pak In-jo es especialmente valioso, porque él pudo contar su historia en primera persona, muchos años más tarde (aunque, precisamente por eso, yo diría que algunos detalles los exageró un poco).

En enero de 1945, cuando el Ejército Imperial comenzó a organizar sus primeras escuadrillas suicidas, Pak In-jo era un joven aviador destinado en una base aérea de Manchuria. Un día los oficiales de la base hicieron llamar a los pilotos uno a uno. Cuando le tocó el turno, Pak In-jo se encontró delante de una mesa sobre la que había un papel: su solicitud para formar parte de una escuadrilla de ataque especial. Los oficiales, en tono divertido y aparentemente despreocupados, le explicaron las ventajas de firmarla. Dijeron que tras su muerte el Ejército cuidaría de su familia, y él se convertiría en un héroe, admirado por todos. Pak no quería morir, pero lo que más temía era ser el único de su unidad que mostrase dudas. Al final no firmó. Y no fue el único, pero los que decidieron no presentarse voluntarios fueron una minoría. Ninguno de los que se alistaron en las escuadrillas suicidas en aquella primera recluta sobreviviría a la guerra.

Pak In-jo tuvo más suerte que ellos. Él también acabaría en una escuadrilla de ataque especial, pero una combinación de buena fortuna, caos organizativo y averías mecánicas le permitió llegar vivo al final de la guerra. Su decisión de no firmar le estuvo atormentando durante semanas, así que a comienzos de marzo, cuando volvieron a pedir voluntarios, no se lo pensó. Lo primero que descubrió cuando se unió a una escuadrilla kamikaze fue que los pilotos suicidas eran tratados como héroes y con un nivel de tolerancia desconocido en el Ejército Imperial, en el que oficiales y soldados estaban sometidos a una disciplina brutal.

Después de un periodo de entrenamiento, a principios del verano de 1945 la escuadrilla recibió la orden de volar desde Kikuchi, en el norte de Kyushu, hasta Chiran, en el extremo meridional, una de las principales bases de los kamikazes que atacaban a la flota estadounidense fondeada en aguas de Okinawa. Durante el vuelo el avión de Pak In-jo sufrió una avería en el motor que le obligó a tomar tierra en un campo de aviación de la Marina. Cuando su avión estuvo en condiciones de volar, se dispuso a continuar su camino, pero al intentar despegar se metió en un canal de desagüe oculto, dañando aún más el maltrecho aparato. Era un aeródromo desconocido para él, y nadie se había molestado en darle alguna indicación para el despegue. Al parecer tampoco informaron a sus superiores de los problemas que había tenido. Puede que fuese debido al caos reinante en las últimas semanas de la guerra, aunque no hay que descartar que también influyese la tradicional rivalidad existente entre el Ejército y la Marina (esta es la explicación que da el propio Pak In-jo). Días después despegó de nuevo con destino a Chiran, pero el mal tiempo le obligó a desviarse a la cercana base de Bansei. Cuando por fin llegó a Chiran, Pak In-jo fue arrestado por su prolongada ausencia. Al salir del calabozo se encontró con que su escuadrón se había trasladado al norte, a Nagoya, para preparar sus misiones a salvo de los continuos bombardeos estadounidenses. En Chiran solo se quedaron los enfermos y los que habían sido castigados por algún motivo. Les llamaban “el Escuadrón de Delincuentes”.

En la mañana del 15 de agosto de 1945, Pak In-jo y sus compañeros de Chiran recibieron al fin la orden de ataque. Nadie sabía cuál era el objetivo. Se habían enviado aviones de reconocimiento para localizar al enemigo, pero no había regresado ninguno. Antes de partir, los pilotos recibieron un desayuno especial que incluía lujos insólitos, como una barra de chocolate, y un sandwich cargado de metanfetaminas (al menos así lo recordaba él). Pak tenía una herida en una rodilla que no se había podido tratar al no contar la base con un equipo médico adecuado. Cuando subió a su caza, tenía fiebre y se sentía mareado. Su pierna estaba muy hinchada y casi no podía moverla por el dolor. Despegó justo detrás del líder de la escuadrilla, pero la rigidez y el dolor de la pierna le impedían manejar los controles. Instantes después de dejar el suelo, el caza volvió a caer a tierra. Por unos momentos, mientras el avión corría incontrolable por la pista, Pak In-jo se aterrorizó pensando la bomba que cargaba haría explosión al chocar contra algún obstáculo. Pero no ocurrió nada. El caza golpeó las alas de dos aviones que se encontraban en los bordes de la pista y finalmente se detuvo junto a un refugio antiaéreo. Pak In-jo se quedó sentado en la cabina de su avión viendo cómo la pequeña escuadrilla de cuatro o cinco kamikazes se alejaba en busca de algún blanco contra el que estrellarse.

Al mediodía el puñado de supervivientes de la base recibió la orden de reunirse para escuchar un mensaje del Emperador que se iba a transmitir por la radio. Era la primera vez que el pueblo japonés podía oír la voz de su monarca. Entre el japonés ceremonial que utilizó el Emperador, lleno de eufemismos y arcaísmos, y la pésima calidad de la señal de radio, Pak In-jo no entendió ni una palabra. Cuando preguntó a los demás, le dijeron: “Mmm... probablemente Su Majestad nos está deseando un buen combate”. Hasta la mañana siguiente, cuando se estaba preparando para despegar en una nueva misión suicida, no se enteró del contenido del mensaje del tennō: la guerra había terminado.

Se conoce la identidad de 16 pilotos coreanos que murieron en misiones suicidas en los últimos meses de la guerra. Con toda seguridad hubo bastantes más, pero este es un tema en el que no se ha investigado demasiado. Durante décadas la historia de los kamikazes coreanos ha sido casi un tabú para sus compatriotas.

El término "kamikaze" tiene su origen en una traducción errónea de la palabra japonesa Shimpu. El nombre oficial de las escuadrillas Kamikaze era Shimpu Tokubetsu Kogeki Tai (“Unidad Especial de Ataque Viento Divino”), que además, hablando en propiedad, se refería solo a los pilotos suicidas de la Marina Imperial. Kim Sang-pil, Tak Kyong-hyon y Pak In-jo eran del Ejército, así que en ningún caso la habrían utilizado. Pero "kamikaze" es una palabra que forma ya parte del vocabulario de casi todo el mundo, así que es la que he preferido usar yo, aunque no sea del todo correcta.

Fuentes principales:
Albert Axell & Hideaki Kase: Kamikaze: Japan's Suicide Gods
Tessa Morris-Suzuki et al.: East Asia Beyond the History Wars: Confronting the Ghosts of Violence
http://www.koreatimes.co.kr/www/news/opinon/2010/09/165_73079.html


4 comentarios:

  1. La mentalidad oriental, basada en la obediencia ciega y en el sacrificio personal, da pie a estas historias protagonizadas por arrojados suicidas.
    Un saludo.

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  2. No tuvieron suerte los combatientes extranjeros en el Ejército Imperial japonés. Los japoneses nunca acabaron de aceptarlos y tras la guerra, los que volvieron a sus casas fueron muchas veces tachados de traidores. Un buen ejemplo es el triste caso de Teruo Nakamura, el último soldado del ejército japonés en rendirse: http://laescaleradeiakob.blogspot.com.es/2011/10/los-soldados-japoneses-que-no-se.html

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    1. Es verdad. Fue muy distinto el trato que dieron a Teruo Nakamura y a Hirō Onoda. Buen post, por cierto, gracias por compartirlo.
      Solo al final de la guerra los japoneses aceptaron que los coreanos fuesen algo más que personal auxiliar en su ejército. Los nativos taiwaneses en cambio estaban considerados tropas de élite:
      http://nonsei2gm.blogspot.com.es/2011/04/el-destacamento-kaoru-y-el-ataque.html

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