Al alba del 9 de abril de 1940 comenzó la invasión alemana de Noruega. Pretendía ser una operación relámpago y por sorpresa, con varios desembarcos simultáneos en las principales ciudades que darían a la Wehrmacht el control del país en un solo día. En Oslo los buques alemanes fueron retenidos por el fuego de las baterías costeras noruegas, lo que retrasó el desembarco. Sin embargo, la ciudad fue ocupada sin muchos problemas por una fuerza de paracaidistas que había sido enviada a tomar el vecino aeródromo de Fornebu. Aunque no estaba previsto en el plan original, Oslo se convirtió en la primera capital de la historia conquistada mediante un asalto aerotransportado. Durante toda la mañana estuvieron llegando al Reino Unido noticias confusas y contradictorias sobre la situación en Noruega. Antes de tomar ninguna decisión, el Almirantazgo británico necesitaba saber qué estaba ocurriendo realmente en el país escandinavo.
Hacia el mediodía del 9 de abril un hidroavión Short Sunderland de patrulla marítima del 210th Squadron de la RAF recibió la orden de despegar de Invergordon, en Escocia, y dirigirse al mar del Norte. Cuando estaban sobre mar abierto, el capitán, el Flight Lieutnant Peter Kite, abrió las órdenes selladas. Su misión era efectuar un vuelo de reconocimiento sobre Oslo. Ningún miembro de la tripulación sabía que los alemanes habían ocupado ya la capital noruega, y que, por tanto, iban a sobrevolar territorio enemigo.
Un Short Sunderland de la RAF:
El Sunderland llegó a Oslo hacia las cinco y media de la tarde y comenzó a dar un amplio círculo sobre la ciudad a baja altura para tomar fotografías. Cuando sobrevolaba el puerto, las armas antiaéreas de los buques alemanes abrieron fuego. El hidroavión, grande y lento, eran un blanco fácil. El piloto intentó alejarse, pero antes de lograrlo ya había sido alcanzado por varios proyectiles. El avión comenzó a arder, aunque continuó volando rumbo al noroeste tratando de escapar.
Instantes después dos cazas bimotores Messerschmitt Me 110 despegaron del aeródromo de Fornebu para salir en persecución del intruso. Los cazas alemanes aceleraron al máximo para evitar que el Sunderland se ocultase en una masa de nubes. Lo alcanzaron a unos pocos kilómetros al oeste de Oslo, sobre Holsfjorden. Fijaron el fuego de sus ametralladoras en el hidroavión, que estaba ya muy dañado por los impactos de la artillería antiaérea, hasta que finalmente el aparato estalló en llamas y se estrelló en las montañas.
Los pilotos de los Me 110 eran los tenientes Werner Hansen y Helmut Lent. Ninguno de los dos llegaría vivo al final de la guerra. El Oberleutnant Hansen murió en 1941 derribado por fuego amigo. Helmut Lent llegaría a ser uno de los mayores ases de caza nocturna de la Luftwaffe, con 110 victorias. Murió en un accidente en 1944, volando como pasajero en un avión que se estrelló al aterrizar. Tuvo un funeral de estado presidido por el mismísimo mariscal Göring.
El Sunderland se estrelló en una zona muy accidentada al norte del pueblo de Sylling. Murieron nueve de sus diez tripulantes, los primeros soldados aliados que cayeron en la lucha por Noruega. El único superviviente fue el operador de radio, el sargento Ogwyn George, un galés de 21 años. George recordaba con bastante claridad el combate aéreo, durante el cual vio morir a varios de sus compañeros (su amigo James Barter murió en sus brazos). Hubo un momento en el que creyó ser el único tripulante que seguía con vida, cuando el avión estaba ya envuelto en llamas, pero para su desesperación los cazas alemanes no cesaban en su ataque y seguían disparando. Las llamas prendieron en sus ropas y le provocaron quemaduras graves en el torso, los brazos y la cara. Finalmente fue alcanzado por una bala en el hombro y salió despedido fuera del avión.
George sobrevivió a una caída libre, sin paracaídas, de unos quinientos metros. Aterrizó en una ladera cubierta de nieve profunda y continuó rodando decenas de metros hasta detenerse. Permaneció varias horas tirado en la nieve, semiinconsciente y sin poder moverse. Hubo un momento, ya de noche, en el que sintió cómo algo se acercaba a olisquearle. Tuvo miedo de que se tratase de un lobo, pero al final el animal dejó de interesarse por él y se alejó. A ratos creía estar en su casa de Gales, hasta que tenía algún golpe de lucidez que le hacía ser consciente de estar sufriendo alucinaciones.
Numerosos habitantes del valle vieron cómo se estrellaba el hidroavión. Un pequeño grupo de vecinos salió en dirección al lugar en el que había caído, pero la nieve inusualmente alta dificultaba su avance, y al caer la noche tuvieron que regresar sin haber conseguido llegar hasta los restos. Uno de aquellos hombres era el trabajador forestal Johan Bråthen. Ya en su casa, Bråthen no conseguía conciliar el sueño, pensando que podía haber alguien en la montaña necesitado de ayuda. Finalmente, a las dos de la madrugada, cogió sus esquís y se puso en marcha.
En la oscuridad de la noche George comenzó a sentir cómo algo se acercaba a él haciendo un extraño ruido. Desesperado y asustado, gritó: ”¡Jesús, si me quieres llévame ya!”. El misterioso sonido que le había aterrorizado era el que producían los esquís de Bråthen desplazándose sobre la nieve. Los gritos de George guiaron al noruego hasta él. Cuando llegó a su lado, George trató de incorporarse, pero no lo consiguió. Viendo que no iba a poder llevarle al pueblo él solo, Bråthen le indicó por señas que iría a buscar ayuda y que regresaría con más gente y un trineo. Cubrió al herido con su chaqueta e inició el camino de vuelta a Sylling.
Cuando regresó, acompañado de otros dos hombres, era ya de día. George pudo oír cómo cortaban ramas de los abetos para improvisar una camilla en el trineo. Cuando terminaron le colocaron sobre ella y le bajaron al valle. Un coche estaba esperándoles para trasladar al herido al hospital de Drammen. Aparte de las quemaduras y la herida en el hombro, George tenía gran parte de la cara destrozada. Los médicos noruegos consiguieron abrirle los conductos lagrimales y salvarle la vista, pero no pudieron hacer mucho más. Tuvo que esperar al final de la guerra y al regreso a casa para que le reconstruyesen el rostro con cirugía.
Ogwyn George estuvo cinco meses en el hospital de Drammen recuperándose de sus heridas. En el otoño de 1940 fue trasladado a Alemania y permaneció el resto de la guerra cautivo en un campo de prisioneros.
Más de treinta años después, en 1972, Ogwyn George y Johan Bråthen se reencontraron en el que por entonces era el programa estrella de la televisión pública noruega, presentado por el popular periodista Erik Bye.
Podéis ver el programa pinchando aquí.
Este tipo de historias da para hacer una serie, rollo "Mil maneras de morir", o un documental. Creo que hay gente que tiene mala suerte, porque otros como George o Alkemade se la han llevado toda. XD
ResponderEliminarHablando de este último, también me he leído el artículo en el que hablas de él. Enhorabuena por ambos, Nonsei.
Un saludo.
George acabó herido de gravedad, con secuelas que le duraron toda la vida, y estuvo cinco años prisionero. En comparación con Alkemade se podría decir que no fue tan afortunado. Solo en comparación con Alkemade, claro.
EliminarPero de todas las historias de supervivencia milagrosas que conozco, mi favorita es la de Joe Herman. No sé si la leíste:
http://nonsei2gm.blogspot.com.es/2017/05/hay-alguien-ahi.html
Un saludo, Fer.
La verdad es que viéndolo en el vídeo, con lo descrito de su accidente no quedó tan mal, pero es obvio que le dejo secuelas pero al menos puede contarlo.
ResponderEliminarMe encantan estas historias dignas de una película de 007.
Son famosos los grandes avances que se hicieron en el Reino Unido durante la guerra en cirugía plástica, injertos de piel... No sé cómo quedaría exactamente después del accidente, pero por lo leí en su caso los cirujanos hicieron un gran trabajo
Eliminar