Elyesa Bazna nació en Prístina, la capital de Kosovo (en aquella época una provincia del Imperio Otomano) el 28 de julio de 1904. Su familia se trasladó a Constantinopla tras la guerra de los Balcanes, y posteriormente a Ankara, la capital del nuevo estado turco, después de la Primera Guerra Mundial. En su juventud Bazna fue un delincuente de poca monta, llegando a pasar por la cárcel alguna vez. Después probar varios oficios sin éxito (cerrajero, bombero, taxista...), se convirtió en criado de familias extranjeras, en su mayor parte diplomáticos destacados en Ankara.
A finales de 1942 entró a trabajar en casa de un alemán llamado Albert Jenke, ayudante del embajador Von Papen. El empleo no le duró mucho, ya que Jenke le despidió cuando comenzó a sospechar que Bazna leía su correspondencia. Al parecer ya había decidido que iba a utilizar su trabajo junto a diplomáticos para conseguir información y comerciar con ella, aunque según la versión del propio Bazna fue el incidente con Jenke el que le dio la idea de convertirse en espía. Su siguiente oportunidad la tuvo cuando consiguió el puesto de chófer del secretario de la embajada británica, Douglas Busk. Estando al servicio de Busk fue cuando comenzó a fotografiar los documentos diplomáticos a los que tenía acceso. Y entonces le tocó la lotería: recomendado por Busk, Bazna pasó a trabajar para el embajador Sir Hughe Knatchbull-Hugessen como ayuda de cámara. Trabajar de criado en casa del embajador británico era la oportunidad que estaba esperando, y decidió sacarle todo el provecho posible.
El 26 de octubre de 1943, poco después de entrar a trabajar en casa de sir Hughe, Bazna acudió a su antiguo señor, Albert Jenke, presentándose como el nuevo hombre de confianza del embajador inglés, y ofreciéndole documentos diplomáticos que había fotografiado en casa de Busk a cambio de 20.000 libras esterlinas. Jenke informó de la propuesta a Von Papen, pero el embajador no se tomó en serio la historia y no informó a los agentes del Abwehr en Ankara (Von Papen tenía experiencia los servicios de inteligencia, ya que había dirigido el espionaje alemán en Estados Unidos). Como el embajador no quiso acudir al Abwehr, Jenke dejó el tema en manos de Ludwig Moyzisch, un corresponsal de prensa austriaco que era también el agente local del SD, la sección de inteligencia exterior de la RSHA (Reichssicherheitshauptamt, "Oficina Central de Seguridad del Reich"), es decir, de las SS. Moyzisch, tras entrevistarse con Bazna y escuchar sus propuestas, acudió de nuevo a Von Papen para convencerle de que pidiese autorización a Berlín para hacer el pago. En esa segunda ocasión el embajador accedió a hacer el trámite, y en Berlín el Ministerio de Asuntos Exteriores decidió aprobar la compra de los documentos. Así fue como los primeros carretes de documentos diplomáticos británicos llegaron a manos de los alemanes, pagados en libras esterlinas por el Ministerio de Asuntos Exteriores, un detalle que tendrá su importancia en la historia, como veremos más adelante. Otro punto importante es que el Abwehr se quedó fuera de la operación: el control de Cicerón lo iba a tener el servicio de inteligencia exterior de la RSHA, dirigido por Walter Schellenberg.
Bazna decidió aprovechar al máximo la situación y conseguir durante el tiempo que pudiese la mayor cantidad posible de documentos secretos para vender a los alemanes. Bazna era servil, aparentemente insignificante, y hablaba poco inglés (con el embajador hablaba en francés, y nunca tenían conversaciones personales). Para Knatchbull su nuevo ayuda de cámara era alguien totalmente inofensivo con el que no necesitaba ninguna medida de seguridad especial. Además seguramente no vio necesidad de investigar los antecedentes de Bazna porque supuso que Busk ya lo habría hecho. Cuando iba a dormir el embajador se llevaba consigo la llave de la caja fuerte donde guardaba los documentos que pasaban por sus manos y la dejaba despreocupadamente en su mesilla de noche. En una ocasión, cuando el embajador se estaba dando un baño, Bazna (que había sido cerrajero, entre otros muchos oficios) hizo un molde en cera de la llave para hacerle un duplicado. A partir de entonces pudo fotografiar los documentos que el embajador guardaba en su caja fuerte. Así comenzó a entregar regularmente carretes fotográficos a Moyzisch a cambio de grandes sumas de dinero.
La información que suministraba Bazna era muy valiosa para el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán. Turquía era un país de gran importancia estratégica, que trataba de resistir las presiones de unos y otros para favorecer los intereses propios y perjudicar a los del enemigo. El embajador Von Papen, que enseguida pudo sacar provecho de las informaciones que le llegaron sobre la política aliada con respecto a Turquía, fue quien bautizó a Bazna con el nombre en clave de Cicerón, recordando la elocuencia del célebre orador romano. El ministro de Asuntos Exteriores, Von Ribbentrop, al comienzo también estaba entusiasmado con la nueva fuente de información, pero pronto cambió de opinión y comenzó a desconfiar y a quitarle credibilidad, con argumentos como que quien sólo se movía por interés económico no era de fiar. En realidad lo que estaba detrás del escepticismo de Ribbentrop eran sus malas relaciones con los más beneficiados del éxito de Cicerón: Von Papen, por un lado, al que no podía ver delante, y el RSHA por otro, dirigido entonces por Ernst Kaltenbrunner. La luchas internas entre los servicios de inteligencia alemanes (RSHA y Abwehr) y dentro del propio Ministerio de Asuntos Exteriores (Von Papen y Von Ribbentrop) seguramente fueron el principal motivo por el de que la información suministrada por Cicerón no fuese prácticamente aprovechada. De ella se podía deducir que los aliados descartaban la intervención militar en los Balcanes e incluso se mencionaba la operación Overlord, la apertura del frente occidental. También consiguieron saber prácticamente todo lo que se dijeron los aliados en la conferencia de Teherán, en noviembre de 1943.
Entre noviembre de 1943 y marzo de 1944 Cicerón entregó regularmente a Moyzisch carretes con fotografías de documentos del máximo secreto, prácticamente toda la información importante que pasaba por la embajada británica en Ankara. En total los alemanes pagaron por ellos unas 300.000 libras. Por las primeras entregas Bazna recibió 20.000 libras, luego bajaron a 15.000 y finalmente 10.000, unas cifras astronómicas en la época. Pero si bien los primeros pagos los había hecho el Ministerio de Asuntos Exteriores, cuando Cicerón quedó definitivamente bajo el control de la RSHA fue esta organización la que se hizo cargo de los gastos. La RSHA financiaba en gran parte sus operaciones en el extranjero con dinero falso proveniente de la Operación Bernhard, el plan de las SS de falsificación masiva de libras esterlinas y otras divisas. Así que una gran parte de la fortuna que creía estar recibiendo Bazna de los alemanes eran en realidad billetes falsos.
En marzo de 1944 se hizo evidente que los ingleses estaban buscando una fuga de información en la embajada, cuando multiplicaron las medidas de seguridad. Lo que ocurrió fue que la oficina de la OSS estadounidense en Suiza tenía un informador en el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, un opositor a Hitler llamado Fritz Kolbe, que dio pruebas de que en la embajada británica en Ankara los alemanes tenían a su vez a un informador de la máxima importancia. Los norteamericanos alertaron a los ingleses, que inmediatamente iniciaron una investigación. Bazna no fue descubierto (los ingleses buscaban a un espía profesional, y descartaron al insignificante criado turco), pero la seguridad aumentó de tal modo que decidió no seguir arriesgándose y abandonó sus actividades. Hay otra versión de la historia que se encuentra en bastantes fuentes, según la cual Cicerón fue descubierto por la secretaria de Moyzisch, que era informadora de los servicios secretos estadounidenses. Será que siempre viene bien meter en la historia a una chica. La supuesta informadora se llamaba Cornelia Kapp. El hecho es que Cicerón no llegó a ser identificado hasta después de la guerra.
Al terminar el conflicto Bazna comenzó a gastar el dinero que había ganado. Mientras estuvo derrochándolo en mujeres no tuvo problema, pero llegó un momento en el que cometió el terrible error de querer invertir en negocios serios. Se asoció en la construcción de una estación de esquí en Bursa, en Turquía. Y entonces ocurrió lo impensable. Cuando uno de sus proveedores fue a ingresar en un banco suizo el dinero que le había dado Bazna, se encontró con que los suizos (que son más listos que nadie en estos asuntos) le rechazaban los billetes por falsos. Así descubrió Cicerón la razón por la que los alemanes habían sido tan generosos con él. De repente se encontró con que su fortuna no valía nada, con que el negocio en el que se había metido se hundía, y por si fuera poco con un montón de denuncias de todos aquellos a los que había estado pagando con dinero falso. Arruinado y acosado por las deudas, no se le ocurrió otra cosa que dirigirse al consulado alemán en Estambul para solicitar una compensación o una pensión por su trabajo para el espionaje nazi. Como es lógico no le hicieron ningún caso, ya que ni siquiera podía aportar ningún tipo de documento que lo probase. Se fue a vivir a Alemania, y allí siguió insistiendo durante años a las autoridades para que le reconocieran sus derechos, llegando a escribir una carta en 1954 al canciller Konrad Adenauer (de reconocido pasado antinazi) pidiéndole ayuda por los servicios prestados durante la guerra.
Cuando Ludwig Moyzisch escribió sus memorias la historia de la "operación Cicerón" salió a la luz y llamó la atención de Hollywood. Basándose en ella Joseph Leo Mankiewicz rodó Five Fingers, con James Mason interpretando el papel del espía turco. Bazna tampoco vio ni un céntimo por la película. En los años siguientes siguió luchando por recuperar "su" dinero, llegando al punto de demandar a la República Federal Alemana, reclamando sin éxito una indemnización de 1,7 millones de marcos. En sus últimos años se ganaba la vida trabajando de portero de noche en Munich. Murió pobre en 1970.
Fuentes:
Lawrence Malkin: El falsificador de Hitler
http://www.exordio.com/1939-1945/militaris/espionaje/ciceron.html
http://www.artehistoria.jcyl.es/batallas/contextos/5095.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Elyesa_Bazna
Uf vaya vida intensa la de este señor, mientras lo leía estaba pensando que sería un argumento estupendo para una peli y veo que ya la hicieron aunque no tengo ni idea de cuál es. Me encantan los relatos de espionajes y esas cosas, sobre todo porque ni por toda la pasta del mundo yo valdría entonces me conformo con leerlos, un saludo :-)
ResponderEliminar¿Y si no fuese por pasta? En la historia del espionaje también hay muchos idealistas.
ResponderEliminarAh, pues no lo había pensado así, yo por pasta no sería capaz fijo, me podría el miedo y a parte que la pasta no me motiva, cuando nunca has tenido un duro es lo que tiene, que te acostumbras, pero por algo en lo que creo eso ya es otra historia, ahora bien tendría que tener mucha fe en mi ideales y los tengo por el suelo, el mundo está de mierda hasta arriba asi que nada me convence lo suficiente :-)
ResponderEliminarUn blog muy interesante.
ResponderEliminarGracias. A mí me gustó mucho el tuyo.
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