Por qué no hubo boicot a los Juegos de Berlín

Contaba en la entrada anterior, La Olimpiada Popular de Barcelona, que la llegada al poder de los nazis en Alemania provocó en medio mundo peticiones de boicot a los Juegos Olímpicos de Berlín. En un principio las amenazas de boicot procedieron de países como Suecia, Holanda o Checoslovaquia, a las que más tarde se sumaron con mayor o menor fuerza Gran Bretaña, Francia y España. Pero fue en Estados Unidos donde más intensidad tuvieron las críticas a la política de Hitler, centradas sobre todo en la discriminación que sufrían los deportistas judíos. El primer motivo de enfrentamiento fue la destitución de Theodor Lewald, un judío, como presidente del Comité Olímpico de Alemania. Los miembros del Comité estadounidense amenazaron con el boicot si no se restituía en el puesto a Lewald. Después de una negociación con representantes del Comité Olímpico Internacional las autoridades nazis readmitieron a Lewald, aunque con funciones muy limitadas. Además aceptaron hacer una declaración pública en la que Alemania se comprometía a no excluir a los deportistas judíos en sus equipos y a no poner ningún problema a que otros países pudiesen enviar judíos. En realidad a los judíos en Alemania se les había prohibido su pertenencia a clubes y el acceso a las instalaciones deportivas, por lo que en la práctica ningún judío residente en Alemania podía participar en las pruebas de selección.

En 1933 la American Amateur Athletic Union, el organismo encargado de las pruebas de selección para el equipo olímpico estadounidense, votó a favor de boicotear los Juegos de Berlín si Alemania no cambiaba su política sobre la participación de deportistas judíos. En un principio la resolución fue aprobada por Avery Brundage, el presidente del Comité Olímpico de Estados Unidos. El equipo norteamericano mantuvo en suspenso, sin aceptar ni rechazar, la invitación que Alemania les había hecho para participar en los Juegos. La respuesta alemana fue anunciar que 21 judíos habían sido aceptados en las pruebas de selección. Brundage viajó a Alemania, se entrevistó con las autoridades deportivas del país y los líderes de la comunidad judía (siempre en presencia de políticos nazis), y acabó totalmente convencido de la sinceridad de los alemanes. Aseguró que estaba garantizado que no habría discriminación contra los judíos en los Juegos. Estados Unidos aceptó al fin participar en las Olimpiadas de Berlín.

No todo el mundo estaba de acuerdo. Uno de los que manifestaron su oposición a la decisión de Brundage fue el comodoro Ernest Lee Jahncke, uno de los tres miembros estadounidenses del COI. Los hechos parecían darle la razón: ni uno solo de aquellos 21 deportistas judíos preseleccionados logró la invitación a participar en los Juegos. Brundage defendía que los alemanes estaban manteniendo sus compromisos, que el olimpismo era más importante que los problemas políticos locales, y que los estadounidenses no tenían que involucrarse en el conflicto judío-nazi.

En septiembre de 1935 Hitler decretó las “Leyes de Nuremberg", que privaban a los judíos de su ciudadanía y entre otras cosas les prohibían casarse con alemanes, emplear trabajadores domésticos o enarbolar la bandera del Reich. Cuando Jahncke denunció las proclamas nazis Brundage le acusó de "traicionar a los atletas de los Estados Unidos", le expulsó del COI y ocupó su lugar.

Un nuevo enfrentamiento se produjo cuando el presidente del Comité Olímpico Internacional, el conde belga Henri de Baillet-Latour, visitó la ciudad bávara de Garmisch, la sede de los Juegos Olímpicos de invierno. A Baillet-Latour le llamaron la atención los visibles carteles antisemitas a lo largo de las carreteras y las señales de "no permitido a judíos" en la villa olímpica. Pidió audiencia inmediata con Hitler para expresar su protesta. Este le respondió que no podía alterar "una cuestión de la mayor importancia dentro de Alemania por un pequeño tema de protocolo Olímpico". El conde amenazó con la cancelación de los juegos de invierno y de verano si no se retiraban los carteles. Al final, los letreros desaparecieron de la villa olímpica, y además Hitler hizo una curiosa concesión: un judío exiliado en Francia llamado Rudi Ball fue invitado a unirse a la selección alemana de hockey sobre hielo.

En los juegos de verano habría un caso similar al de Rudi Ball. Como prueba de la sinceridad de Hitler, otro de los tres miembros estadounidenses del COI, el general Charles Sherrill, pidió que Helene Mayer fuese incluida en el equipo olímpico alemán. Mayer era una popular esgrimista, judía alemana, que había ganado la medalla de oro en la modalidad de florete en Amberes 1928 y había quedado quinta en Los Ángeles 1932. Desde aquel año residía en California, después de conseguir una beca de estudios concedida por el gobierno alemán. Cuando los nazis llegaron al poder le retiraron la beca y la expulsaron de su club de esgrima. Sherrill viajó a Alemania y consiguió que enviasen una invitación a Mayer para participar en los Juegos. La esgrimista aceptó, lo que le costó recibir muchas críticas en Estados Unidos.

Aunque el único objetivo de Brundage y Sherrill fuese no poner en peligro la participación de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos, lo cierto es que para ello llegaron hasta límites inaceptables en su permisividad con la política antisemita nazi. Sherrill se justificaba diciendo que una imprudente intromisión estadounidense en la política interior alemana para defender a los judíos podría provocar una ola de antisemitismo en los Estados Unidos. El Secretario del Comité Olímpico de Estados Unidos, Frederick Rubien, llegó a afirmar:

Los alemanes no están discriminando a los judíos en sus pruebas olímpicas. Los judíos son eliminados porque no son lo suficientemente buenos como atletas. Y es que no llega a una docena el número de judíos en el mundo con nivel olímpico.

En realidad en Alemania había varios atletas judíos con muchas opciones de conseguir medalla, como la saltadora de altura Gretl Bergmann y el velocista Werner Schattman. Ninguno de ellos pudo presentarse a las pruebas clasificatorias.

La única deportista judía entre los 470 atletas que formaban el equipo olímpico alemán, Helene Mayer, ganó finalmente la medalla de plata en la especialidad de florete individual. Sorprendió al mundo cuando en la ceremonia de entrega de medallas hizo el saludo nazi en el podio:


La ganadora de la medalla de oro, a su lado en lo más alto del podio, fue Ilona Schacherer-Elek, una judía húngara.

Avery Brundage fue el auténtico culpable de que los Juegos Olímpicos de Berlín fuesen un éxito propagandístico del régimen nazi. Cuando más fuerte era la campaña en Estados Unidos para no participar en los Juegos (y hay que pensar que si los norteamericanos no iban seguro que otros países se habrían sumado al boicot) Brundage convenció a su gobierno de que los Juegos estaban por encima de cualquier suspicacia, y acabó con las discrepancias dentro del Comité Olímpico de Estados Unidos expulsando a los miembros partidarios del boicot. Pese a esos antecedentes, Brundage fue nombrado presidente del COI en 1952, cargo que mantuvo durante 20 años. Terminó su mandato con la tragedia de Munich 1972. Fue durísimamente criticado por mantener inalterado el programa de los Juegos después de la masacre que el grupo terrorista palestino Septiembre Negro perpetró contra el equipo olímpico israelí.


Fuentes:
Historia de los Juegos Olímpicos (Diario 16)
http://www.la84foundation.org/SportsLibrary/SportingTraditions/1984/st0101/st0101c.pdf
http://es.wikipedia.org/wiki/Helene_Mayer
http://es.wikipedia.org/wiki/Avery_Brundage
http://www.marca.com/blogs/tirandoadar/2010/12/26/berlin-1936-los-nazis-y-el-teniente-von.html


2 comentarios:

  1. En mi modesta opinión, la ausencia de un auténtico boicot a los juegos que, como bien dices fueron propagandísticos del régimen nazi, se debe al clima generalizado de "apaciguamiento" emprendido sobre todo por los gobiernos británicos y francés. No querían que el señor Hitler se enfadara más. Había que contentarle. Una razón más a mi favor -lo digo por mi entrada reciente donde has dejado un jugoso comentario- para no intervenir en España durante la guerra civil: no hacer enfadar al führer más de la cuenta.
    Un saludo.

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  2. Tienes razón, es un ejemplo de la política de apaciguamiento de británicos y franceses con Hitler. Pero las razones por las que se pedía el boicot eran de política interna alemana: por el carácter totalitario del régimen y por la persecución a judíos e izquierdistas. Cuando en los países democráticos se discutía sobre el boicot a los Juegos, Hitler todavía no había echado ningún pulso a las potencias aliadas, a excepción de la militarización de Renania, que fue aceptada sin demasiadas protestas. Coincidiendo con la celebración de los Juegos, en agosto de 1936, fue cuando británicos y franceses comenzaron a dejarse torear por Hitler con su intervención en España en apoyo de Franco al mismo tiempo que firmaba el pacto de no intervención. Dejaron que Hitler incumpliese descaradamente el pacto que ellos mismos habían firmado, mirando hacia otro lado para no tener que cambiar su política sobre España, que buscaba aislar el conflicto a cualquier precio.
    Un saludo.

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