En el verano de 1945 la recién restaurada Corte Suprema francesa juzgó por los crímenes de alta traición y colaboración con el enemigo al mariscal Philippe Pétain, el dictador que tras la derrota de 1940 había instaurado en Francia un régimen de corte fascista y colaboracionista con la Alemania nazi. El 15 de agosto se leyó la sentencia: Pétain fue declarado culpable y condenado a muerte, aunque, debido a su avanzada edad (cuando se celebró el juicio tenía ya 89 años), el gobierno de De Gaulle conmutó poco más tarde aquella pena por la de cadena perpetua. Pétain fue internado en el Fort de la Citadelle, en la pequeña isla de Yeu, al sur de la península de Bretaña. Allí pasó el viejo mariscal los últimos años de su vida. Murió el 23 de julio de 1951, con 95 años. En su testamento había expresado su deseo de ser enterrado en la Necrópolis de Douaumont, donde reposan los restos de decenas de miles de soldados caídos en Verdún (la batalla que le había consagrado como héroe nacional), pero las autoridades francesas no deseaban ver convertido aquel lugar simbólico en un destino de peregrinación para los nostálgicos de su régimen, así que se decidió darle sepultura en una discreta tumba del cementerio marinero que había en la propia isla de Yeu.
Muchos años más tarde, la mañana del 19 de febrero de 1973, la sepultura del mariscal en Yeu apareció profanada. Durante la noche alguien había desenterrado y robado el ataúd con el cuerpo de Pétain. La acción parecía tener una clara motivación política (aunque no estaba tan claro de qué signo), en un momento realmente delicado, cuando ya había empezado la campaña para las elecciones legislativas que se iban a celebrar el 4 de marzo. Las luchas partidistas, la movilización de las fuerzas de seguridad y la gran cobertura mediática propias de una campaña electoral se combinaron para agigantar la repercusión del misterioso y macabro caso y hacer que el país entero estuviese pendiente de su desenlace. Durante tres días un enorme despliegue policial se dedicó a buscar por toda Francia el paradero de los restos del mariscal. Inicialmente la policía siguió algunas pistas falsas. Unas hojas de un diario español encontradas junto a la sepultura llevaron a sospechar que un comando de ultraderechistas pudo haber sido enviado desde la España de Franco para cometer el robo. A medida que pasaba el tiempo sin que se pudiesen presentar resultados visibles, el nerviosismo de las autoridades aumentaba. Y no era para menos, ya que el caso les estaba dejando en ridículo ante la opinión pública nacional. Pero el trabajo policial y la presión de las fuerzas de seguridad acabó dando sus frutos. En cuanto se centraron en investigar a los círculos ultranacionalistas locales, todos los indicios comenzaron a señalar a un conocido militante de la extrema derecha francesa llamado Hubert Massol.
El domingo 18 de febrero un comando de seis hombres, con Massol al mando, había desembarcado del ferry que unía Yeu con el continente con la supuesta intención de acudir a la feria semanal que se celebraba en la isla. Aquella noche se colaron en el pequeño cementerio, desenterraron el ataúd de Pétain y lo cargaron en una furgoneta que habían alquilado unos días antes. Su plan era transportarlo a la Necrópolis de Douaumont, cumpliendo así el último deseo expresado por el mariscal. Pero la profanación fue descubierta mucho antes de lo que esperaban, y el gigantesco despliegue policial les pilló de sorpresa. Las medidas de seguridad en Douaumont y otros lugares simbólicos se multiplicaron. Durante tres días estuvieron paseándose por media Francia con el cadáver en su furgoneta, sin saber qué hacer con él. Finalmente, el 22 de febrero, Massol, sabiéndose buscado, convocó una rueda de prensa para confesar su participación en la acción. Ante los periodistas afirmó que revelaría el paradero de los restos del mariscal con la condición de que el presidente de la República le garantizase por escrito que se le daría sepultura en Douaumont. Massol fue detenido inmediatamente después. El ataúd fue localizado en un garaje de Saint-Ouen, en la periferia de París. Los cinco compañeros de Massol fueron también arrestados. Uno de ellos era el gerente de una empresa funeraria, que había sido reclutado expresamente por sus habilidades profesionales. Los otros miembros del comando eran dos veteranos de la Legión Extranjera (uno polaco y otro húngaro), un mecánico parisino de 61 años, encargado de conducir la furgoneta, y su hijo, un exparacaidista. Aunque el trabajo policial finalmente había tenido éxito, la opinión pública no se tranquilizó al saber que una acción chapucera llevada a cabo por un pequeño grupo de aficionados había sido capaz de provocar semejante conmoción nacional.
Massol, un publicista de 35 años, veterano de la guerra de Argelia, asumió toda la responsabilidad de la acción, pero no engañó a nadie. Todo el mundo tuvo claro desde el primer momento quién había sido el cerebro del grupo. Massol era un estrecho colaborador de un histórico dirigente de la extrema derecha francesa, el abogado Jean-Louis Tixier-Vignancour, que décadas antes se había hecho popular defendiendo a muchos franceses acusados de colaboracionismo, y que en 1965 se había presentado a las elecciones presidenciales, en las que apenas obtuvo un 5 % de los votos (su director de campaña fue un joven prometedor llamado Jean-Marie Le Pen). Tixier-Vignancour llegó a afirmar en una entrevista que nunca hubiera podido imaginar que Hubert Massol iba a verse implicado en un asunto como aquel. Lo cierto es que las evidencias de su relación con Massol y el resto del grupo eran abrumadoras, aunque no había pruebas de su participación directa en los hechos.
El momento escogido para poner en marcha el plan había sido un acierto. Es innegable que supuso un gran golpe propagandístico en plena campaña electoral. Para la ultraderecha aquella acción tenía un gran valor simbólico. El traslado de los restos de Pétain al osario de Douaumont era una vieja reivindicación de asociaciones de excombatientes de la Gran Guerra y de los defensores del régimen de Vichy, pero sus peticiones habían sido siempre rechazadas por los sucesivos gobiernos franceses. Pero Tixier-Vignancour probablemente tenía un objetivo último más importante y a más largo plazo que el de conseguir un golpe de efecto en la campaña: convertir el juicio a los profanadores en un nuevo juicio a Pétain y su obra y utilizarlo para rehabilitar la figura del viejo mariscal.
Si ese era realmente el objetivo final, el plan fracasó. Pocos días después de su arresto los detenidos fueron puestos en libertad a la espera de juicio. Pero nunca serían juzgados, beneficiados por la amnistía presidencial decretada tras la elección de Giscard d'Estaing (parece razonable pensar que fueron incluidos en ella precisamente para evitar la utilización política del caso que supuestamente pretendía hacer Tixier-Vignancour).
Los restos de Pétain regresaron a su humilde tumba en la isla de Yeu, donde todavía siguen. Aunque, al menos, sus “secuestradores” le habían permitido disfrutar de un último permiso de tres días (así es como se refirió al episodio Michel Dumas, el gerente de funeraria que participó en él, que años más tarde publicó un libro en el que relataba sus peripecias titulado La Permission du maréchal, trois jours en maraude avec le cercueil de Pétain, es decir, “El permiso del mariscal, tres días deambulando con el ataúd de Pétain”).
Tumba del mariscal Pétain en la isla de Yeu:
2 entradas tan juntas, no juegues con mis sentimientos que me hago ilusiones. Me costó perder la costumbre de entrar a diario a buscar una entrada!
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