El capitán de fragata Mitsuo Fuchida fue el experimentado piloto de la Armada Imperial Japonesa elegido para dirigir el ataque a la base estadounidense de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, con el que comenzó la guerra en el Pacífico. Así relató el propio Fuchida cómo vivió ese día:
Debo admitir que estaba más emocionado que de costumbre al despertar esa mañana a las 3:00 am, hora de Hawai, cuatro días después de mi 39 cumpleaños. Nuestros seis portaaviones se encontraban 230 millas al norte de la isla de Oahu. Como Comandante General de la Escuadra Aérea, hice los controles de última hora sobre los reportes de las informaciones de inteligencia en la Sala de Operaciones antes de ir a calentar mi monomotor triplaza “Tipo 97".
El amanecer en el este fue magnífico por encima de las nubes blancas cuando guiaba a los 360 aviones hacia Hawai, a una altitud de 3.000 metros. Sabía cuál era mi objetivo: sorprender y paralizar la fuerza naval estadounidense en el Pacífico. Pero me inquietaba que algunos de los buques de guerra estadounidenses no se encontrasen allí. Yo no pensaba en la posibilidad de que ese ataque fuese el comienzo de un enfrentamiento moral con los Estados Unidos. Lo único que me preocupaba era conseguir una victoria militar.
A medida que me acercaba a las islas hawaianas esa soleada mañana de domingo, hice una observación preliminar del puerto, cerca de Hickam Field, y las demás instalaciones que rodean Honolulu. Viendo a toda la Flota del Pacífico de América anclada con toda tranquilidad allí abajo, me sonreía cuando cogí el micrófono y di la orden: "iTodos los escuadrones, al ataque!". Eran las 7:49 de la mañana [en realidad estaban todos los acorazados, pero ninguno de los portaaviones se encontraba en el puerto esa mañana. Para el almirante Yamamoto los portaaviones tenían que ser el objetivo prioritario del ataque, pero por aquel entonces todavía se consideraba a los acorazados como los buques capitales de la flota; en ese momento la ausencia de los portaaviones no fue considerada por Fuchida ni por el almirante Nagumo como un revés en sus planes].
Como un huracán salido de la nada, mis aviones torpederos, bombarderos en picado y cazas golpearon de repente con una furia indescriptible. Cuando el humo comenzó a disiparse y los orgullosos acorazados, uno a uno, comenzaron a inclinarse, mi corazón estaba casi ardiendo de alegría. Durante las siguientes tres horas guié directamente a los cincuenta bombarderos, que además de Pearl Harbor, también atacaron las pistas de aterrizaje, los cuarteles, y diques secos próximos. Después di una última pasada a mayor altura para evaluar con precisión los daños e informar a mis superiores [el Nakajima 97 de Fuchida, con bandas amarillas y rojas pintadas en la cola que le identificaban como el avión del comandante de la misión, no llevaba bombas; en su lugar se le habían instalado depósitos de combustible supletorios, para mantenerse todo el tiempo sobre el objetivo y poder hacer una evaluación de los resultados del ataque; además de comandante de todo el grupo aéreo, Fuchida era el líder de los 50 bombarderos Nakajima 97 que iban a atacar en bombardeo horizontal sobre Pearl Harbor y otros objetivos terrestres cercanos].
De los ocho acorazados que había en el puerto, cinco resultaron tan dañados que quedaron fuera de combate. El Arizona fue desechado para siempre, el Oklahoma, el California, y el West Virginia fueron hundidos. El Nevada quedó varado en un estado tal que se podía considerar también hundido. Tan solo el Pennsylvania, el Maryland y el Tennessee podrían ser reparados. De los otros cinco, el California, el West Virginia y el Nevada fueron recuperados más tarde. Sin embargo, el Oklahoma, después de ser reflotado, fue vuelto a hundir al considerarse irrecuperable. Otros barcos más pequeños fueron dañados. También 3.077 hombres de la Armada resultaron muertos o desaparecidos y 876 heridos, además de 226 muertos y 396 heridos del Ejército, algo que nunca podría ser reparado.
Fue la más emocionante hazaña de mi carrera. Desde que había oído hablar de la victoria de mi país en la guerra ruso-japonesa en 1905, había soñado con ser un jefe militar como el almirante Togo, nuestro Comandante en Jefe en la decisiva batalla del Mar de Japón.
Como mi padre era director de una escuela primaria y un nacionalista muy patriota, tuve la oportunidad de inscribirme en la Academia Naval cuando tenía 18 años. Después de graduarme tres años más tarde, me uní a la Fuerza Aérea Naval japonesa, y en los siguientes quince años me desempeñé principalmente como piloto de portaaviones. Así que cuando llegó el momento de elegir al comandante en jefe para la misión de Pearl Harbor yo tenía registradas más de 10.000 horas de vuelo, lo que me convertía en el piloto más experimentado de la Armada Imperial Japonesa.
Durante los siguientes cuatro años estuve decidido a mejorar mi hazaña de Pearl Harbor. Combatí en las Islas Salomón, en Java y en el Océano Índico. Justo antes de la Batalla de Midway, el 4 de junio de 1942, sufrí un ataque de apendicitis y no pude volar. Acostado en mi cama, escuchaba los sonidos de la batalla sobre mí. Al final de ese día habíamos sufrido nuestra primera gran derrota, con la pérdida de diez buques de guerra en total.
A partir de entonces la situación se puso cada vez peor. Yo no quería rendirme, habría luchado hasta el último hombre. Sin embargo, cuando el emperador anunció la rendición, lo acepté.
Yo estaba en Hiroshima el día antes del lanzamiento de la bomba atómica, asistiendo a una conferencia militar de una semana de duración con el Ejército. Afortunadamente, recibí una llamada de larga distancia del Cuartel General de la Marina pidiéndome que regresase a Tokio.
Con el fin de la guerra terminó mi carrera militar, ya que las fuerzas armadas japonesas fueron disueltas. Regresé a mi pueblo natal, cerca de Osaka, y comencé a trabajar en la agricultura, pero era una vida desalentadora. Me volví más y más infeliz, sobre todo cuando se iniciaron los juicios por crímenes de guerra en Tokio. Aunque nunca fui acusado, el general Douglas MacArthur, me llamó a declarar en varias ocasiones.
Las mentiras de Fuchida:
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