Hay un mito muy extendido sobre los Juegos Olímpicos de Berlín según el cual Hitler se enfureció por las victorias del atleta estadounidense Jesse Owens y se negó a felicitarle por sus cuatro oros olímpicos. En realidad, a partir del segundo día de competición Hitler no felicitó en público a ningún deportista, siguiendo las recomendaciones de protocolo que le había hecho el Comité Olímpico Internacional. Así que Owens, que ganó su primera medalla precisamente el segundo día, no tuvo por qué sentirse despreciado por el canciller alemán. Pero hubo otro campeón estadounidense de raza negra que sí tenía motivos para pensar que había recibido un trato discriminatorio.
El 2 de agosto de 1936 comenzaron las competiciones de los XI Juegos Olímpicos con las pruebas de atletismo en el Estadio Olímpico de Berlín, con la presencia de Hitler en el palco de autoridades. Aquella misma tarde se disputaron las primeras finales. Quiso la fortuna que el primer campeón fuese un alemán, Hans Woellke, que ganó la prueba de lanzamiento de peso con un mejor lanzamiento de 16,20 metros, que suponía además un nuevo record olímpico. A petición de Hitler, Woellke y el también alemán Gerhard Stock, ganador de la medalla de bronce, subieron al palco para recibir las felicitaciones del canciller. La siguiente prueba en concluir fue la carrera de 10.000 metros, dominada totalmente por los finlandeses, que coparon el podium. De nuevo Hitler quiso felicitar personalmente a los tres medallistas: Ilmari Salminen, Arvo Askola y Volmari Iso-Hollo. Hizo lo mismo con las alemanas Tilly Fleischer y Luise Kruger, oro y plata en lanzamiento de jabalina. Quedaba por concluir una última final, la de salto de altura, dominada por los atletas estadounidenses Cornelius Johnson, David Albritton y Delos Thurber, dos de ellos de raza negra. Y entonces Hitler decidió abandonar el estadio. Es difícil saber si fue por problemas de agenda, porque la final se estaba alargando más de lo previsto, o si es que no tenía mucho interés en felicitar a los norteamericanos. La cuestión es que Cornelius Johnson, que se impuso finalmente a sus compatriotas, sería el único campeón olímpico que no fue recibido en el palco en aquel primer día de la competición. Y es importante señalar que Hitler aún no había recibido la petición del COI de dejar de saludar a los medallistas. De hecho es probable que su desplante tuviese mucho que ver con esa petición. Fuese intencionado o no su gesto, se entiende que el COI indicase a Hitler que o felicitaba a todos los campeones o no felicitaba a ninguno.
El podium de salto de altura en Berlín, con Johnson, Albritton y Thurber:
Esa misma noche el mismísimo presidente del Comité Olímpico Internacional, el conde Henri de Baillet-Latour, se dirigió por escrito a Hitler a través de un miembro alemán del COI llamado Karl Ritter von Halt para pedirle que dejase de felicitar a los atletas, ya que era un acto contrario al protocolo olímpico. A partir de entonces Hitler se limitó a recibir en privado a los campeones alemanes.
Para terminar, una curiosidad: El lanzador de peso Hans Woellke, el primer campeón olímpico de los Juegos, era un policía "raso" berlinés. Aquella misma noche fue ascendido a teniente "por sus servicios a la patria". Durante la Segunda Guerra Mundial fue capitán de un batallón de Schutzpolizei. Murió en marzo de 1943 en un enfrentamiento con partisanos en Bielorrusia.
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