Cuando en agosto de 1927 murió inesperadamente William C. Prout, el presidente del Comité Olímpico Estadounidense, se abrió un largo y accidentado proceso para elegir a su sucesor que llegó a poner en peligro la participación de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Amberes. Al final, tras muchas discusiones, fue elegido el general Douglas MacArthur, el futuro héroe de Filipinas. La razón por la que el Comité se había fijado en el general era que en su etapa de superintendente de la Academia Militar de West Point había establecido un moderno plan de adiestramiento físico que se había convertido en modelo para los programas deportivos de muchas universidades del país.
MacArthur, como buen militar de carrera que era, llevó a la selección estadounidense con mano de hierro. Así describe en sus Memorias su papel como jefe del equipo olímpico:
"Las perspectivas no eran muy brillantes para nuestros noveles atletas, pero yo estaba determinado a que Estados Unidos ganaran en Amsterdam. Me las entendí directamente con ellos y no me anduve con chiquitas. Los atletas suelen ser excesivamente temperamentales y caprichosos y para hacerles entrar en vereda debe uno emplear los más diversos procedimientos desde la baqueta a la súplica y al mimo. Les dije que representábamos a la más grande y poderos nación del mundo y que no habíamos venido desde 4.830 Km solo para perder graciosamente, que habíamos venido para vencer, y vencer de un modo decisivo. Debido a un espléndido esfuerzo de equipo obtuvimos el primer lugar, con Alemania en el segundo puesto".
Como muestra de la personalidad del general, valga esta anécdota, ocurrida el día antes del inicio de los Juegos de Amberes. Ese día varias de las delegaciones acudieron al estadio para conocer las instalaciones. El primero en llegar fue el equipo alemán, que entró en el estadio sin problemas. Pero más tarde, cuando llegaron los franceses, el portero del recinto se negó a permitirles el paso. La discusión subió de tono hasta el punto de que el delegado del equipo francés acabó siendo agredido por el portero. Los franceses optaron por marcharse, pero al día siguiente, el de la ceremonia de inauguración, el asunto todavía coleaba. El equipo francés se negó a desfilar y amenazó con retirarse de los Juegos. Fueron necesarias intensas gestiones por parte de los ministerios de Asuntos Exteriores para conseguir finalmente que los franceses permaneciesen en la competición y aceptasen prestar el juramento olímpico, aunque lo hicieron en los vestuarios, a puerta cerrada.
La actitud del portero del estadio olímpico había provocado unos enfrentamientos que estuvieron a punto de degenerar en un conflicto diplomático. Y pudo haber sido peor, porque después de haber negado la entrada a los franceses, el portero se sintió tan crecido que decidió hacer lo mismo con el equipo estadounidense cuando se presentó también en el estadio para visitar las instalaciones. Pero con lo que no contaba el famoso portero era con el especial concepto que tenía MacArthur de la diplomacia. Cuando le prohibieron el paso, el general ordenó al conductor del autocar del equipo que arrancase y derribase la puerta del estadio. Después de eso, nadie pudo impedir a los estadounidenses su entrada en el recinto.
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