El origen de los Juegos Paralímpicos

Sir Ludwig Guttmann fue un prestigioso neurólogo británico, judío alemán de nacimiento, que, además de ser una eminencia mundial en su campo, destacó por ser uno de los pioneros en la organización de actividades físicas para discapacitados. Se le considera el gran impulsor de la idea de los Juegos Paralímpicos.

Ludwig Guttmann nació en 1899 en la ciudad de Tost (actualmente la polaca Toszek), en la Alta Silesia. Cuando tenía tres años de edad su familia se mudó a vecina Königshütte. Allí vivió hasta 1918, cuando el joven Guttmann comenzó sus estudios de medicina en la Universidad de Breslau. Un año después dejó Silesia por primera vez para continuar sus estudios en la Universidad de Friburgo, en el suroeste de Alemania.

En 1924 Guttmann obtuvo su doctorado en Medicina y regresó a Breslau para trabajar como asistente del profesor Otfrid Förster, uno de los neurólogos de mayor prestigio de Europa. Con un pequeño paréntesis de un año, entre 1928 y 1929, en el que recibió el encargo de poner en marcha una unidad de neurocirugía en Hamburgo, Guttmann permaneció con el profesor hasta 1933, cuando los nazis llegaron al poder y prohibieron a los médicos judíos trabajar en hospitales “para arios”. Guttmann pasó a encargarse del servicio de neurología del Hospital Judío de Breslau. En 1937 fue nombrado director médico del hospital.

La situación de Guttmann y su familia, como la de todos los judíos alemanes, era cada vez más peligrosa. En noviembre de 1938, tras la Kristallnacht, dio instrucciones al personal del hospital de que fuesen atendidos todo tipo de pacientes, incumpliendo las leyes nazis que prohibían a los médicos judíos tratar a no judíos. Eso le causó problemas con la Gestapo, pero al mismo tiempo Guttmann gozó de cierta protección por parte de algunos de los mandamases del régimen, que no querían renunciar a los servicios de un médico de su prestigio. Aunque se le había retirado el pasaporte, en una ocasión Von Ribbentrop acudió a él para que tratase en Portugal a un amigo personal del dictador Oliveira Salazar. A su regreso de Lisboa, consiguió el permiso para hacer un pequeño viaje de dos días a Inglaterra. Guttmann aprovechó el viaje para huir definitivamente de Alemania con su mujer y sus dos hijos. Gracias a una beca que le consiguió la Sociedad Británica para la Protección de la Ciencia, pudo establecerse en Oxford y continuar allí sus estudios sobre lesiones medulares.

En septiembre de 1943 el gobierno británico aprobó la creación de la primera unidad médica del Reino Unido especializada en el tratamiento de lesiones de la columna vertebral. En febrero del año siguiente abrió sus puertas el Hospital Stoke Mandeville, en Buckinghamshire, sede del Centro Nacional de Lesiones Medulares. Gran parte de los pacientes eran heridos de guerra. El Dr. Guttmann, que por petición del gobierno había coordinado la creación del centro, fue nombrado su primer director, cargo que ocupó hasta 1946.

Como director de Stoke Mandeville, Guttmann promovió un programa deportivo dirigido a pacientes con lesiones medulares. Estaba convencido de los beneficios del deporte como terapia para desarrollar la condición física y al mismo tiempo aumentar la autoestima de los veteranos. Al principio lo intentó con un deporte inventado por él mismo, el polo en silla de ruedas, en el que los jugadores tenían que golpear una pelota con la ayuda de sticks. Pero pronto se vio que los practicantes del polo sufrían lesiones con demasiada frecuencia. Guttmann pensó entonces en otros deportes que pudiesen ser adaptados sin mucha dificultad. Finalmente se decidió por dos disciplinas muy distintas entre sí: el tiro con arco y el baloncesto en silla de ruedas. Guttmann logró que los pacientes del hospital practicasen ambos con regularidad, logrando una gran mejoría tanto en su condición física como en el aspecto psicológico.

En 1948 Guttmann tuvo la idea de organizar una competición deportiva en Stoke Mandeville para personas en silla de ruedas haciéndola coincidir con la celebración de los Juegos Olímpicos de Londres, los primeros que se disputaron después de la guerra.

La competición se celebró el 28 de julio de 1948, el mismo día de la inauguración de los Juegos de Londres. Consistió en una única prueba de tiro con arco, en la que tomaron parte tan solo 16 deportistas (14 hombres y 2 mujeres). Después de aquella primera edición, los Juegos de Stoke Mandeville para Paralíticos se siguieron celebrando anualmente, cada vez con más participantes. En 1952 pasaron a tener categoría internacional, cuando entre los más de 130 competidores que había ya se presentó un equipo holandés. A partir de entonces serían conocidos como los Juegos Internacionales de Stoke Mandeville.


El evento, que continuó creciendo en participación año a año, acabó llamando la atención del Comité Olímpico Internacional. En 1960 la 9ª edición de los Juegos Internacionales de Stoke Mandeville se celebró en Roma, coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Verano. Sería la primera edición de lo que hoy son los Juegos Paralímpicos, aunque en realidad esa denominación la recibiría de forma retroactiva en 1984. En sus primeras ediciones siguieron siendo unas competiciones exclusivas para personas en silla de ruedas. Hasta 1976 no se añadirían pruebas para deportistas con otras discapacidades. En Stoke Mandeville se continuaron celebrando anualmente competiciones para lesionados medulares.

Guttmann, que desde 1945 era ciudadano británico, recibió numerosas distinciones por su labor en la integración social de los lesionados medulares. Entre otras, fue condecorado con la Orden del Imperio Británico. En 1966, con motivo de su jubilación, fue nombrado caballero. Murió en 1980 de un ataque al corazón.

Fuentes:
http://www.mandevillelegacy.org.uk
ww.sciencemuseum.org.uk/broughttolife/people/ludwigguttmann.aspx
http://en.wikipedia.org/wiki/Ludwig_Guttmann
Foto:
http://www.mandevillelegacy.org.uk/page_id__17_path__0p4p14p21p.aspx


El jinete del brazo en cabestrillo

Como es sabido, Hitler pretendió utilizar los Juegos Olímpicos de Berlín para mostrar al mundo la fuerza de su régimen y la superioridad de la raza germánica. Y lo cierto es que los deportistas alemanes lograron unos resultados espectaculares, difíciles de superar. Pero curiosamente, si hubo un gran héroe alemán en los Juegos, no fue ninguna de las estrellas del atletismo o la natación, sino un joven y desconocido oficial del ejército, el componente menos experimentado del equipo que iba a competir en el concurso completo de hípica.

En aquella época el concurso completo, o Prueba de los Tres Días, estaba reservado exclusivamente a militares, que incluso tenían que competir de uniforme. El equipo alemán lo componían tres oficiales de caballería de la Wehrmacht, los capitanes Ludwig Stubbendorf y Rudolf Lippert y el teniente Konrad von Wangenheim, un joven de Hannover de 26 años, hijo de un oficial del Ejército Imperial. Los alemanes se habían preparado a conciencia para los Juegos, aprovechándose de la ventaja de jugar en casa. Durante meses estuvieron entrenado en el recorrido en el que se iba a celebrar la prueba de fondo y en una réplica exacta del circuito de obstáculos que se iban a encontrar en el Estadio Olímpico. Tradicionalmente la prueba de obstáculos del concurso completo de hípica era la última que se celebraba en los Juegos. El equipo alemán tendría competir en el Estadio Olímpico inmediatamente antes de la ceremonia de clausura, con el palco de autoridades repleto de personalidades y el país entero pendiente de ellos. Así que cuando comenzó la competición la presión a la que estaban sometidos no podía ser mayor. Solo les valía el oro.

No empezaron bien las cosas para los alemanes. Después de primer día, en el que se desarrolló la competición de doma, Stubbendorf ocupaba el primer puesto en la clasificación general y Lippert era sexto, pero Von Wangenheim y su caballo Kurfürst se habían descolgado hasta el 24º puesto. Estaba obligado a remontar al día siguiente en la prueba de fondo para que su equipo pudiese seguir optando a la victoria.

Como no podía ser de otra manera, Von Wangenheim comenzó la prueba de cross-country arriesgando al máximo. En el cuarto obstáculo, un combinado de seto y foso de agua, Kurfürst tropezó y el jinete salió violentamente despedido, con tan mala suerte que al golpear contra el suelo se rompió la clavícula. En la prueba no estaban permitidos los cambios, los tres jinetes que habían comenzado eran los que tenían que acabarla. Wanhemheim sabía que las opciones de medalla de su equipo dependían de él. Aguantando el dolor, volvió a montar su caballo y logró superar los treinta y dos obstáculos restantes sin ningún otro fallo. No solo consiguió completar el circuito, sino que terminó la prueba remontando hasta el octavo puesto de la clasificación individual. Eso permitió al equipo alemán llegar a la prueba de obstáculos de la tercera y definitiva jornada con posibilidades de luchar por la medalla de oro.

El 16 de agosto de 1936, el último día de los Juegos Olímpicos de Berlín, fue un día soleado y caluroso. El Estadio Olímpico estaba lleno hasta la bandera, con cien mil espectadores esperando ver los últimos triunfos alemanes en los Juegos, Se había preparado un exigente circuito de doce obstáculos y 1.100 metros de longitud, que tenía que ser completado por los jinetes en un máximo de 155 segundos. El teniente Von Wangenheim apareció entre los 38 participantes con su brazo izquierdo en cabestrillo. Antes de montar a Kurfürst y comenzar su prueba se inmovilizó el brazo lesionado uniéndolo fuertemente al cuerpo.

Los primeros saltos los solventaron sin problemas, pero al llegar a un doble obstáculo Kurfürst se encabritó y cayó al suelo sobre Wangenheim. Fue tan aparatosa la caída que hubo quien pensó que caballo y jinete habían muerto. Lo que nadie dudaba era que la competición se había acabado para ellos. Y entonces ocurrió algo increíble. Kurfürst se levantó, y el teniente Von Wangenheim, haciendo un gran esfuerzo, volvió a sentarse en su silla de montar. Ensangrentado, pero erguido, demostrando una enorme fuerza de voluntad, el oficial superó el resto de obstáculos y completó el concurso dentro del tiempo permitido.

Alemania ganó la medalla de oro por equipos gracias al sacrifico de Von Wangenheim, que siguió compitiendo cuando cualquier otro jinete se habría retirado. Además Stubbendorff ganó también el oro en la categoría individual. Poco después se celebró la ceremonia de clausura. Los Juegos de Hitler habían concluido de una forma que ni el mismísimo Goebbels habría podido mejorar, con una victoria épica y el encumbramiento de un nuevo héroe nacional.

Von Wangenheim continuó en el Ejército durante la guerra. En julio de 1944 fue capturado por el Ejército Rojo durante la operación Bagration. Ocho años después era uno de los últimos diez mil prisioneros alemanes que todavía esperaban para ser repatriados. No llegó a regresar a Alemania. Fue encontrado ahorcado el 28 de enero de 1953, poco antes de su liberación. Probablemente se suicidó.

El equipo alemán del concurso completo de hípica, con el teniente Konrad von Wangenheim (el primero por la derecha):


Fuentes:
http://www.marca.com/blogs/tirandoadar/2010/12/26/berlin-1936-los-nazis-y-el-teniente-von.html
http://101olympians.blogspot.com/2008/08/konrad-freiherr-von-wangenheim-arm-in.html
http://en.wikipedia.org/wiki/Konrad_Freiherr_von_Wangenheim
http://www.munzinger.de/search/portrait/Konrad+Freiherr+von+Wangenheim/0/5777.html


Verás tú si entramos

Cuando en agosto de 1927 murió inesperadamente William C. Prout, el presidente del Comité Olímpico Estadounidense, se abrió un largo y accidentado proceso para elegir a su sucesor que llegó a poner en peligro la participación de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Amberes. Al final, tras muchas discusiones, fue elegido el general Douglas MacArthur, el futuro héroe de Filipinas. La razón por la que el Comité se había fijado en el general era que en su etapa de superintendente de la Academia Militar de West Point había establecido un moderno plan de adiestramiento físico que se había convertido en modelo para los programas deportivos de muchas universidades del país.

MacArthur, como buen militar de carrera que era, llevó a la selección estadounidense con mano de hierro. Así describe en sus Memorias su papel como jefe del equipo olímpico:

"Las perspectivas no eran muy brillantes para nuestros noveles atletas, pero yo estaba determinado a que Estados Unidos ganaran en Amsterdam. Me las entendí directamente con ellos y no me anduve con chiquitas. Los atletas suelen ser excesivamente temperamentales y caprichosos y para hacerles entrar en vereda debe uno emplear los más diversos procedimientos desde la baqueta a la súplica y al mimo. Les dije que representábamos a la más grande y poderos nación del mundo y que no habíamos venido desde 4.830 Km solo para perder graciosamente, que habíamos venido para vencer, y vencer de un modo decisivo. Debido a un espléndido esfuerzo de equipo obtuvimos el primer lugar, con Alemania en el segundo puesto".

Como muestra de la personalidad del general, valga esta anécdota, ocurrida el día antes del inicio de los Juegos de Amberes. Ese día varias de las delegaciones acudieron al estadio para conocer las instalaciones. El primero en llegar fue el equipo alemán, que entró en el estadio sin problemas. Pero más tarde, cuando llegaron los franceses, el portero del recinto se negó a permitirles el paso. La discusión subió de tono hasta el punto de que el delegado del equipo francés acabó siendo agredido por el portero. Los franceses optaron por marcharse, pero al día siguiente, el de la ceremonia de inauguración, el asunto todavía coleaba. El equipo francés se negó a desfilar y amenazó con retirarse de los Juegos. Fueron necesarias intensas gestiones por parte de los ministerios de Asuntos Exteriores para conseguir finalmente que los franceses permaneciesen en la competición y aceptasen prestar el juramento olímpico, aunque lo hicieron en los vestuarios, a puerta cerrada.

La actitud del portero del estadio olímpico había provocado unos enfrentamientos que estuvieron a punto de degenerar en un conflicto diplomático. Y pudo haber sido peor, porque después de haber negado la entrada a los franceses, el portero se sintió tan crecido que decidió hacer lo mismo con el equipo estadounidense cuando se presentó también en el estadio para visitar las instalaciones. Pero con lo que no contaba el famoso portero era con el especial concepto que tenía MacArthur de la diplomacia. Cuando le prohibieron el paso, el general ordenó al conductor del autocar del equipo que arrancase y derribase la puerta del estadio. Después de eso, nadie pudo impedir a los estadounidenses su entrada en el recinto.

El humillado no fue Owens

Hay un mito muy extendido sobre los Juegos Olímpicos de Berlín según el cual Hitler se enfureció por las victorias del atleta estadounidense Jesse Owens y se negó a felicitarle por sus cuatro oros olímpicos. En realidad, a partir del segundo día de competición Hitler no felicitó en público a ningún deportista, siguiendo las recomendaciones de protocolo que le había hecho el Comité Olímpico Internacional. Así que Owens, que ganó su primera medalla precisamente el segundo día, no tuvo por qué sentirse despreciado por el canciller alemán. Pero hubo otro campeón estadounidense de raza negra que sí tenía motivos para pensar que había recibido un trato discriminatorio.

El 2 de agosto de 1936 comenzaron las competiciones de los XI Juegos Olímpicos con las pruebas de atletismo en el Estadio Olímpico de Berlín, con la presencia de Hitler en el palco de autoridades. Aquella misma tarde se disputaron las primeras finales. Quiso la fortuna que el primer campeón fuese un alemán, Hans Woellke, que ganó la prueba de lanzamiento de peso con un mejor lanzamiento de 16,20 metros, que suponía además un nuevo record olímpico. A petición de Hitler, Woellke y el también alemán Gerhard Stock, ganador de la medalla de bronce, subieron al palco para recibir las felicitaciones del canciller. La siguiente prueba en concluir fue la carrera de 10.000 metros, dominada totalmente por los finlandeses, que coparon el podium. De nuevo Hitler quiso felicitar personalmente a los tres medallistas: Ilmari Salminen, Arvo Askola y Volmari Iso-Hollo. Hizo lo mismo con las alemanas Tilly Fleischer y Luise Kruger, oro y plata en lanzamiento de jabalina. Quedaba por concluir una última final, la de salto de altura, dominada por los atletas estadounidenses Cornelius Johnson, David Albritton y Delos Thurber, dos de ellos de raza negra. Y entonces Hitler decidió abandonar el estadio. Es difícil saber si fue por problemas de agenda, porque la final se estaba alargando más de lo previsto, o si es que no tenía mucho interés en felicitar a los norteamericanos. La cuestión es que Cornelius Johnson, que se impuso finalmente a sus compatriotas, sería el único campeón olímpico que no fue recibido en el palco en aquel primer día de la competición. Y es importante señalar que Hitler aún no había recibido la petición del COI de dejar de saludar a los medallistas. De hecho es probable que su desplante tuviese mucho que ver con esa petición. Fuese intencionado o no su gesto, se entiende que el COI indicase a Hitler que o felicitaba a todos los campeones o no felicitaba a ninguno.

El podium de salto de altura en Berlín, con Johnson, Albritton y Thurber:


Esa misma noche el mismísimo presidente del Comité Olímpico Internacional, el conde Henri de Baillet-Latour, se dirigió por escrito a Hitler a través de un miembro alemán del COI llamado Karl Ritter von Halt para pedirle que dejase de felicitar a los atletas, ya que era un acto contrario al protocolo olímpico. A partir de entonces Hitler se limitó a recibir en privado a los campeones alemanes.

Para terminar, una curiosidad: El lanzador de peso Hans Woellke, el primer campeón olímpico de los Juegos, era un policía "raso" berlinés. Aquella misma noche fue ascendido a teniente "por sus servicios a la patria". Durante la Segunda Guerra Mundial fue capitán de un batallón de Schutzpolizei. Murió en marzo de 1943 en un enfrentamiento con partisanos en Bielorrusia.

Una historia de superación

Los XIV Juegos Olímpicos, celebrados en Londres en 1948, pasaron a la historia como los Juegos de la austeridad, y es que Gran Bretaña, como casi toda Europa, estaba recuperándose aún de la destrucción causada por la Segunda Guerra Mundial. Los últimos juegos antes de la guerra, los de Berlín 1936, habían sido un grandioso espectáculo que sirvió como escaparate propagandístico del régimen nazi. A diferencia del enorme presupuesto de Berlín, en Londres no se realizaron grandes gastos en infraestructuras. Los atletas fueron acomodados en los barracones de madera de dos antiguas bases de la RAF. Al veterano estadio de Wembley se le añadió una pista de ceniza para las pruebas de atletismo, las de remo y piragüismo se celebraron en el río Támesis, y para completar las instalaciones la organización alquiló a una empresa privada el Empire Pool (más tarde rebautizado como Wembley Arena), que sirvió de pabellón multiusos: una vez terminadas las competiciones de natación, se cubrió la piscina que tenía originalmente para disputar las pruebas de baloncesto, boxeo, lucha, esgrima...

Como era de esperar, en Londres no se vieron grandes estrellas ni grandes marcas. Después de un paréntesis de dos ciclos olímpicos, la mayoría de las figuras deportivas de la década anterior se habían retirado. Algunos de ellos murieron en la guerra, como el campeón olímpico de natación húngaro Ferene Csik o el atleta alemán Rudolf Harbig, recordman mundial de 400, 800 y 1.000 metros. El propio presidente del COI, el conde de Baillet-Latour, falleció de un infarto cuando recibió la noticia de que su hijo había muerto en combate. En general la suspensión de las competiciones y la imposibilidad de mantener las condiciones necesarias para continuar su preparación afectaron a la mayor parte de los deportistas. Muchos atletas habían sido desmovilizados apenas unos meses antes del comienzo de los Juegos.

La celebración de los Juegos en unas fechas tan cercanas al final de la guerra planteaba no pocos problemas políticos. Las tensiones entre las potencias vencedoras eran ya evidentes, pero la URSS, siguiendo con su política anterior a la guerra, se negó a participar. Sería en Helsinki 1952 cuando la guerra fría se trasladó por primera vez al deporte. Más complicada era la cuestión de cómo se recibiría a los países derrotados, ya que las heridas de la guerra estaban aún demasiado recientes. Por suerte o por desgracia, no hubo ocasión de comprobarlo. Alemania, ocupada por las potencias vencedoras, ni siquiera tenía gobierno al que mandar la invitación para participar en los Juegos. Japón no respondió a la invitación del comité organizador. Otros países perdedores, como Rumanía y Bulgaria, también la rechazaron. En cambio Hungría, otro ex-aliado de Alemania que había sido ocupado por los soviéticos, decidió participar. Y fue precisamente un deportista húngaro el que protagonizó una de las historias de superación más impresionantes de todas las ediciones de los Juegos Olímpicos.

El sargento del ejército húngaro Karoly Takacs, nacido en 1910 en Budapest, destacaba por su puntería en el tiro con pistola. A pesar de ser uno de los mejores tiradores del mundo, fue rechazado para los Juegos de Berlín porque según las normas de su federación tan solo los oficiales podían formar parte del equipo olímpico. Después de los Juegos se levantó la prohibición, y Takacs empezó a ver más cerca su sueño de competir en unas Olimpiadas. En 1938, ya asentado en la élite mundial de su deporte, era claro favorito para conseguir el oro en los Juegos que se iban a celebrar en 1940 en Tokio. Y entonces ocurrió lo imprevisto. Durante unas maniobras militares la explosión de una granada defectuosa le destrozó la mano derecha.

Después de que le tuviesen que amputar la mano que utilizaba para disparar, lo lógico era pensar que la carrera deportiva de Takacs se había acabado. Pero durante la rehabilitación, cuando tuvo que aprender a realizar todas las tareas cotidianas con su mano izquierda, decidió que igualmente podía aprender a disparar con ella. Sin decírselo a nadie, Takacs comenzó a practicar el tiro con su única mano, de manera que en 1939 sorprendió a todo el mundo cuando se presentó al campeonato húngaro de tiro con pistola. La sorpresa fue aún mayor cuando ganó la competición. Una vez más Karoly Takacs parecía haber conseguido su sueño, formar parte del equipo olímpico de su país. Pero de nuevo se quedó a las puertas. La guerra chino-japonesa había obligado a Tokio a renunciar a los Juegos de 1940. En un principio la capital japonesa fue sustituida por Helsinki, pero el estallido del conflicto en Europa llevó a la suspensión definitiva de los Juegos de 1940 y 1944. Takacs tuvo que esperar a 1948, ya con 38 años, para participar en sus primeros Juegos Olímpicos.

Karoly Takacs se clasificó para la prueba tiro con pistola de fuego rápido de los Juegos de Londres. Dio la sorpresa al ganar la medalla de oro superando al gran favorito, el argentino Carlos Díaz, logrando además una puntuación que suponía un nuevo record del mundo. Cuatro años más tarde, en Helsinki, Takacs revalidó su oro olímpico, convirtiéndose en el primer tirador en ganar la prueba de pistola de fuego rápido en dos ediciones consecutivas de los Juegos. Aún tuvo una tercera participación olímpica, en Melbourne 1956, donde terminó octavo.

Foto: http://www.nortsport.es/blog/417/olimpiadas-grandes-historias-del-deporte-iii-karoly-takacs-2/

Un incómodo campeón olímpico

En 1936 Japón se presentaba a los Juegos Olímpicos de Berlín como una de las grandes potencias deportivas del mundo. Ya en 1932 en Los Ángeles los japoneses habían quedado quintos en el medallero, por delante de otros países con gran tradición deportiva, como los británicos. Eran, junto a los estadounidenses, los grandes dominadores de la natación mundial. Y en Berlín los nadadores japoneses cumplieron con las expectativas. También lo hizo sobradamente otra de sus opciones de medalla, el plusmarquista mundial de maratón Kitei Son. Aprovechando una “pájara” del gran favorito, el argentino Juan Carlos Zabala, Son se hizo con la medalla de oro, con un fenomenal tiempo de 2h29'12'' (era la primera vez que se bajaba de las dos horas y media en una maratón olímpica). Y no quedó ahí la cosa. Su compatriota Shoryu Nan lograba la medalla de bronce, entrando en la meta en tercer lugar detrás del británico Ernie Harper.

Kitei Son entra victorioso en la meta de la maratón de Berlín:


Aquellas dos medallas en la maratón olímpica de 1936 fueron motivo de orgullo para Japón, pero mucho más para otro país que no había podido tener representación propia en los Juegos. Y es que Kitei Son y Shoryu Nan eran en realidad las pronunciaciones japonesas de dos nombres coreanos, Sohn Kee-chung y Nam Sung-yong.

Desde la anexión japonesa de Corea en 1910, los coreanos pasaron a ser ciudadanos de segunda no solo en el conjunto del Imperio Japonés, sino incluso dentro de su propio país. Los movimientos nacionalistas eran duramente reprimidos. El gobierno de Japón puso en marcha una política de asimilación cultural que trataba de eliminar los signos de identidad coreanos e imponer por la fuerza el idioma, los nombres, las costumbres o las vestimentas de los colonizadores.

Los deportistas coreanos solo podían acudir a los Juegos Olímpicos bajo la bandera de Japón. Además se vieron obligados a inscribirse con las versiones japonesas de sus nombres. Pero con lo que no contaban los políticos japoneses era con que pudiesen aprovechar sus éxitos deportivos para reivindicar su nacionalidad y dar a conocer ante todo el mundo la resistencia de Corea a la ocupación japonesa. Y eso fue lo que hicieron. Cuando subieron al podium a recibir sus medallas, Sohn Kee-chung y Nam Sung-yong mantuvieron la cabeza agachada para no mirar la bandera de Japón:


En las entrevistas posteriores utilizaron sus nombres coreanos, aprovechando para dejar claro que ellos eran coreanos, no japoneses. Su comportamiento reivindicativo les condenó al ostracismo a su regreso de los Juegos, al tiempo que les convertía en unos héroes nacionales en Corea. Cuando el periódico coreano Dong-a Ilbo, uno de los más importantes del país, informó de la victoria de Sohn, lo hizo con una imagen en portada del corredor en el podium. La foto había sido retocada para eliminar la bandera de Japón de su chándal:


La fotografía enfureció a Minami Jiro, el Gobernador General de Corea. La policía militar irrumpió en el diario, ocho de sus trabajadores fueron encarcelados y se suspendió su publicación durante nueve meses.

Sohn Kee-chung fue el abanderado de Corea del Sur en las Olimpiadas de Londres de 1948, las primeras en las que participó Corea como estado independiente. Durante décadas se dedicó a entrenar a varias generaciones de grandes maratonistas surcoreanos. En 1988 recibió el mayor honor de su vida cuando fue designado para ser el relevista que entrase con la antorcha olímpica en el estadio durante la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Seúl:


Durante mucho tiempo Corea del Sur ha estado reclamando al Comité Olímpico Internacional que le sean reconocidas las medallas de Sohn Kee-chung y Nam Sung-yong (en realidad Sohn nació en 1914 en lo que hoy es Corea del Norte, aunque desde el final de la guerra vivió en el Sur), pero oficialmente ambas siguen figurando en el medallero como medallas japonesas.

Fuentes:
http://www.eurowon.com/2011/10/sohn-kee-chung-la-gran-leyenda-del.html
http://en.wikipedia.org/wiki/Sohn_Kee-chung
http://en.wikipedia.org/wiki/Nam_Sung-yong
http://www.maraton.es/gloria-olimpica-x-kitei-son/