El primer prisionero de la guerra

Hacia las tres y media de la noche del 7 de diciembre de 1941, cuando las tripulaciones de los aviones que iban a formar la fuerza de ataque japonesa trataban de aprovechar su última hora de sueño en sus portaaviones, el alférez de navío McCloy, que se encontraba de guardia en el puente del dragaminas Condor, de patrulla antisubmarina a la entrada del puerto de Pearl Harbor, avistó lo que parecía ser la estela de un periscopio dirigiéndose a la bocana del puerto. El Condor alertó al Ward, el destructor de patrulla, que permanecía en el canal de entrada a la bahía preparado para salir en caso de alarma. El Ward se dirigió a la zona a buscar al intruso, pero no encontró nada. Una hora después de haber sido avisado por el Condor, el capitán del Ward ordenó el cese del estado de alerta. No se transmitió la alarma a la base, aunque el viejo destructor de cuatro chimeneas se quedó patrullando a la entrada del canal apoyado por un hidroavión de reconocimiento PBY Catalina. A las seis y media de la mañana las tripulaciones del Ward y del avión vieron cómo emergía un pequeño submarino detrás del Antares, un antiguo dragaminas utilizado como barco de suministros que regresaba a puerto remolcando un blanco para prácticas de artillería. El Antares estaba esperando a que fuese retirada la red antisubmarinos que protegía el acceso al canal, y evidentemente el submarino pretendía aprovechar la maniobra para entrar en el puerto detrás del barco estadounidense. El Ward abrió fuego con sus cañones contra él. Un cañonazo alcanzó la torre y el submarino comenzó a hundirse. A continuación el Catalina lanzó varias cargas de profundidad directamente sobre él. El submarino se fue al fondo destrozado por las explosiones.

La tripulación del Ward aún no lo sabía, pero acababan de hundir un submarino enano japonés Tipo A, un pequeño sumergible de 22 metros de eslora, con una tripulación de dos hombres y armado con dos torpedos. A las dos y veinte de la madrugada del 7 de diciembre cinco de estos minisubmarinos habían abandonado sus submarinos nodriza a diez millas de Pearl Harbor. Su misión era traspasar las redes antisubmarinos que cerraban la salida de la bahía e infiltrarse en el puerto antes de que comenzase el ataque aéreo. En el caso de que la flota estadounidense hubiese abandonado la base tenían que romper el silencio de radio y avisar para que el raid fuese cancelado. Si los buques enemigos seguía allí lo que tenían que hacer era situarse en el canal de acceso y atacar con sus torpedos a los que tratasen de salir del puerto, dando prioridad a los portaaviones. Luego tratarían de escapar del puerto para reencontrarse con sus submarinos nodriza, que les estarían esperando. Nadie había dicho a los tripulantes que se trataba de una misión suicida, pero ellos eran conscientes que sus posibilidades de regresar con vida eran mínimas. A su velocidad máxima de 19 nudos los minisubmarinos podían navegar en inmersión no más de dos horas antes de que se agotasen las baterías. A menores velocidades podían permanecer sumergidos varias horas más, pero el problema sería entonces la falta de aire y los gases tóxicos de ácido sulfúrico que desprendían las baterías, que acabarían matando a los tripulantes. Los minisubmarinos fueron incluidos en último momento en el plan de ataque, por insistencia del príncipe Hiroyasu Fushimi, seguramente deseoso de que el arma submarina tuviese su parte de gloria, y en contra de la opinión del almirante Yamamoto. El riesgo era que si eran descubiertos pondrían en peligro la sorpresa del ataque aéreo. De hecho fue lo que ocurrió. La respuesta estadounidense fue increíblemente lenta, pero desde que el Ward dio la alarma informando de que había hundido un submarino a la entrada del puerto, a las 6:45, hasta que comenzó el ataque, a las 7:50, los estadounidenses habían dispuesto de más de una hora que habría podido servir para poner en estado de alerta a toda la base.

Al menos tres de los cinco minisubmarinos lograron atravesar las redes y entrar en el puerto. Dos de ellos fueron vistos en pleno centro de la base durante el ataque aéreo. En medio del caos provocado por los incendios y las explosiones, el Curtiss, un barco de aprovisionamiento de hidroaviones, dio la alarma cuando avistó un submarino en el centro de la rada. Hacia allí se dirigió el otro destructor de guardia, el Monaghan. El submarino intruso lanzó un torpedo contra el Curtiss, que falló e impactó contra un muelle. El Curtiss respondió al ataque con una salva de cañonazos que alcanzó al submarino. Además la trayectoria del torpedo reveló al Monaghan la posición del sumergible. El destructor se dirigió hacia él a toda máquina y lo arrolló, y a continuación lanzó varias cargas de profundidad sobre él para asegurarse de que se hundía. Cuando el ataque aéreo ya había finalizado otro submarino fue detectado fuera del puerto y fue hundido con cargas de profundidad después de que fallase al lanzar sus torpedos contra el crucero St. Louis. Probablemente fuese el segundo que había sido avistado dentro de la base, que había seguido al St. Louis cuando salió a mar abierto después de que los buques estadounidenses recibiesen orden de abandonar el puerto. En conclusión, tres de los minisubmarinos fueron hundidos por buques estadounidenses. Un cuarto submarino nunca fue localizado.

El quinto minisubmarino, el Ha-19, estaba tripulado por el alférez Kazuo Sakamaki y el oficial técnico jefe Kiyoshi Inagaki. En las comprobaciones de rutina antes de dejar el submarino nodriza se dieron cuenta de que la brújula giroscópica se había averiado, lo que les impediría orientarse en inmersión sin ayuda del periscopio. A pesar de ello el Ha-19 continuó adelante con su misión. Y sorprendentemente fue uno de los que lograron entrar en la base naval. El submarino navegó a la deriva dentro de la bahía durante horas hasta que a última hora del día embarrancó en un arrecife de coral frente a Bellows Fields. Los dos hombres estaban casi intoxicados por los gases de ácido sulfúrico que generaban las baterías. Abandonaron el barco después de activar una carga explosiva de efecto retardado para destruirlo. El explosivo falló, lo que permitiría más tarde a los estadounidenses capturar el submarino. Inagaki, posiblemente semiinconsciente por los gases, murió ahogado. Sakamaki llegó nadando hasta la orilla. Así contó su captura:

Teníamos órdenes estrictas de mantener en secreto nuestra misión, de manera que no podíamos subir a la superficie ni hacer ruido alguno. Dos destructores estaban en la zona, patrullando. Cuando me acerqué, dejaron caer varias cargas de profundidad. De nuevo traté de sobrepasar la patrulla y entrar en el puerto. Nos habían ordenado atravesar la red antisubmarinos, incluso cortarla si era necesario para entrar en el puerto. Fuimos hacia la red y cortamos la tela metálica para entrar, pero nos resultó imposible llegar al punto de encuentro porque mi brújula giroscópica no funcionaba. Luego nos quedamos atrapados en el arrecife. Intentamos avanzar durante cuatro horas, pero no pudimos.
Al día siguiente, el 8 de diciembre, justo antes del amanecer [en realidad es más probable que fuese al anochecer del 7 de diciembre], vaciamos los tanques de lastre. Ordené a mi tripulante que abandonara el barco. En ese momento, ambos estábamos medio mareados porque el aire estaba muy viciado en el interior del submarino.
Antes de darme cuenta estaba flotando en el mar, herido. No estoy seguro, pero quizá cuando saltamos al agua, nos herimos con los corales. No lo sé. Las olas —muy grandes— me llevaron hasta la isla, delante del aeródromo estadounidense. Estaba inconsciente... y no recuerdo nada. Fui capturado.

El teniente Steve Weiner se encontraba destinado en el Centro de Comunicaciones de Bellow Field:

A primera hora de la mañana del domingo, cuando empezó el ataque, un avión cuatrimotor sobrevolaba nuestro campo. Bellow Field no es más que una corta franja de tierra, usada para prácticas de tiro de los cazas P-40. Cuando ese avión nos sobrevoló, pensamos que era de la Marina, pero ellos no tenían cuatrimotores. Momentos más tarde, hubo una explosión. Un B-17 que trataba de aterrizar en nuestro terreno había sobrepasado la pista y se había estrellado con la zanja del extremo. Los que estábamos en los BOQ (Pabellón de Oficiales Solteros) nos vestimos rápidamente, corrimos hasta el aparato y descubrimos que la tripulación estaba muy nerviosa. Les habían disparado. Les preguntamos: «¿Qué queréis decir, cómo que os han atacado? ¿Quién os ha atacado?».
Y mientras tratábamos de entender la situación, llegó una escuadrilla de aviones japoneses y empezó a bombardearnos. Todos corrimos a ponernos a cubierto. Yo corrí al centro de operaciones y me quedé allí hasta que los atacantes se fueron.
Después del ataque, se abrió la armería. Ninguno de nosotros había llevado antes un arma, pero entonces pudimos coger la que quisiéramos. Cogimos fusiles de calibre 45 y M1, pero no había munición. Lo único que había eran bandoleras para las ametralladoras de calibre 30, pero las vainas cabían en los fusiles, así que nos colocamos las bandoleras.
Nos dijeron que nos emparejáramos, que caváramos trincheras y que nos preparásemos para el combate cuerpo a cuerpo. A última hora de la tarde, me emparejé con un joven piloto de Texas. Él era más inexperto que yo, y ninguno de los dos había disparado nunca un arma. Empezó a llover, hacía muy mal tiempo, y nos sentamos compadeciéndonos mutuamente, pensando que podría ser nuestro último día en la tierra. Él estaba sentado a mi derecha; como estaba lloviendo, sacó el pañuelo para secar el fusil y se le disparó sobre mi regazo. ¡Casi me convierto en un Corazón Púrpura de Pearl Harbor el primer día de la guerra!
Más tarde, después de que oscureciera, estábamos sentados en la trinchera y vimos dos figuras caminando hacia nosotros desde el mar, a unos 90 metros de donde nos encontrábamos. Cuando se acercaron lo suficiente, vi al cabo Auki, miembro de la Guardia Nacional Hawaiana, que llevaba delante a un prisionero desnudo, con excepción de un taparrabos. El cabo nos lo entregó a nosotros.
Yo pregunté: «¿Dónde lo ha encontrado?».
El cabo Auki dijo: «Ha salido del agua».
Pensé que se alegraba de entregárnoslo. Nosotros teníamos que llevarlo ante una autoridad superior, así que nos dirigimos al centro de operaciones. Le hicimos sentarse y nos dimos cuenta de que había estado muchas horas en el agua. Tenía la piel arrugada y parecía agotado, así que le pusimos una manta sobre los hombros y le dimos agua y galletas saladas. Tratamos de hablar con él, pero estaba desafiante. Nos miraba alternativamente a uno y a otro, y nos dimos cuenta de que no llegaríamos a ninguna parte con él. Decidimos que dos jóvenes tenientes sin experiencia en interrogatorios no iban a hacer hablar a aquel tipo.
Una hora después, seguíamos como al principio. No sabíamos quién era ni de dónde venía; sólo deseábamos que apareciese un oficial de rango superior y nos lo quitara de encima.
Pasó otra hora. Y entonces, de pronto, el prisionero habló. En un inglés rudimentario, pidió un papel y un lápiz. Escribió: «Soy oficial de Marina japonesa. Mi barco encalló en coral. Salté al agua. No hablo de barcos. Me matan de manera honorable». Y firmó con su nombre, Kazuo Sakamaki.
El lunes por la mañana, vimos una torre de mando de submarino que surgía, a 100 o 150 metros de la costa. No sé quién lo ordenó, pero alguien de la base nadó hasta el submarino con un remolque, y tiramos de él con un jeep. También encontramos el cuerpo de un marinero japonés sin graduación. Llegó a la costa aquella mañana, un poco más tarde. Ni en sueños hubiéramos pensado que íbamos a ser atacados por submarinos de bolsillo.

El minisubmarino de Sakamaki, rescatado por los estadounidenses:

submarino tipo a
El alférez Sakamaki se convirtió así en el primer prisionero de guerra japonés capturado por los estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial. Los medios de comunicación norteamericanos informaron de su captura, pero en su país el hecho se mantuvo en secreto. En cambio el Estado Mayor Imperial dio a conocer los nombres de sus nueve compañeros, muertos durante la misión, que se convirtieron en héroes nacionales. Sakamaki no tendría ningún reconocimiento oficial, después de haber caído en el deshonor de permitir que le capturasen con vida.

Cartel japonés en memoria de los nueve tripulantes de los minisubmarinos muertos en el ataque a Pearl Harbor:


El alférez Sakamaki, el décimo hombre, ignorado por sus compatriotas:


Kazuo Sakamaki pasó el resto de la guerra en un campo de prisioneros de Hawai. Al principio de su cautiverio pensó varias veces en el suicidio como única forma de recuperar su honor. En 1946 fue liberado y regresó a Japón. A pesar de que en su país se le seguía viendo casi como a un traidor, o quizá precisamente por eso, escribió un libro autobiográfico, titulado Primer prisionero de guerra, que fue publicado también en Estados Unidos con el título Yo ataqué Pearl Harbor. Posteriormente tuvo una larga carrera como directivo de la multinacional Toyota. Murió en 1999 a los 81 años de edad.

Unos años antes de su muerte, en 1991, Kazuo Sakamaki aprovechó un viaje a los Estados Unidos para visitar el Museo Nacional de la Guerra del Pacífico de Fredericksburg, en Texas, donde se exhibe el Ha-19. Sakamaki pudo volver a ver el minisubmarino que había pilotado en el ataque a Pearl Harbor medio siglo antes:


Fuentes principales:
Olivert North: Heroísmo en el Pacífico
Jean-Jacques Antier: Pearl Harbor
http://es.wikipedia.org/wiki/Kazuo_Sakamaki
http://wgordon.web.wesleyan.edu/kamikaze/books/personal/sakamaki/index.htm


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