No tengo pensado dejar el blog en verano, pero ahora que ya estamos en julio, y después del ladrillo de la última entrada, las próximas que publique tendrán contenidos más ligeros. Este artículo lo encontré en la web de la publicación humorística estadounidense The Onion. Cuenta la historia de una pequeña unidad militar que tuvo un comportamiento destacado en la campaña de Francia. Yo me he limitado a traducirlo, o por lo menos lo he intentado.
De las playas de Normandía a las calles de París, mi pelotón fue un atajo de gallinas
Al igual que muchos buenos hombres de mi edad, yo serví en la Big One, y os puedo decir de primera mano que la guerra es un infierno. Es el horrible día a día en el que tus peores temores se hacen realidad. Pero cuando llegaba el momento de enfrentarse a esos miedos y ser hombres, yo siempre pude contar con mis camaradas del 202º, sin falta, para darnos por vencidos y echar a correr como niños asustados.
Ya sabéis, a la gente le gusta usar con mucha frecuencia el término "héroe" cuando hablan de mi generación. Pero no creo que los hombres del 202º fuesen héroes. No señor. Los héroes fueron los que no se quedaron acurrucados en sus trincheras chupándose el pulgar o metiéndose los dedos en los oídos. Los héroes fueron los que se negaron a prometer lealtad total y absoluta a Hitler en el momento en que el enemigo aparecía a la vista. Los héroes fueron los que no se hicieron los muertos durante horas y a veces días después de que una batalla se hubiese decidido.
Aquellos eran los verdaderos héroes.
No sé si fue la suerte o la casualidad lo que nos unió, pero puedo decir que serví con 39 de los gallinas más cobardes que vuestros ojos hayan visto jamás (hasta el último de ellos podía echarse a berrear más rápidamente que un recién nacido con cólicos). Por Dios, no hubo una gran batalla en el teatro europeo de la que no huyésemos como una bandada de palomas asustadas. Incluso el mismísimo "Viejo Sangre y Agallas" Patton dijo de nosotros que éramos el mayor atajo de miedicas meapantalones que jamás deshonró a las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, y no era ninguna exageración.
Sí, todo el mundo conocía nuestro pelotón. Las Ardillas Correteadoras, nos llamaban. Nuestros agudos gritos de niña dieron coraje a Jerry desde Niza hasta Luxemburgo. "iSon las Ardillas!”, gritaban los Krauts, y ellos sabían que no tenían ni una maldita posibilidad de sufrir la más mínima pérdida.
Recuerdo la batalla de las Ardenas como si fuese ayer: Todos nosotros, hombres jóvenes empujándonos unos a los otros fuera del camino, tropezando con los heridos y los muertos, con nuestras banderas blancas ondeando al frío viento invernal. Esas imágenes me acompañarán toda mi vida, pese a que fui cegado por las lágrimas la mayoría de las veces que me atreví a abrir los ojos. Finalmente nos rendimos a un confuso granjero de las Ardenas al final de aquel primer día aterrador. Chico, tenías que haber visto su mirada.
Pero diablos ¿a quién no nos rendimos? Al enemigo, a los Aliados, entre nosotros, no había ninguna diferencia. Una división Panzer se negó a hacernos prisioneros por puro asco. No puedo decir que les culpo, en realidad. Nosotros dejábamos caer nuestras armas al primer sonido de tanques, aviones, jeeps, caballos, truenos, o casi cualquier clase de grito. No creo que disparase esa condenada arma más de una vez. Ninguno de nosotros lo hizo. Francamente, no nos gustaban demasiado los ruidos fuertes y repentinos.
Y Normandía. No nos olvidemos de Normandía. También estuvimos allí. Si miráis detenidamente algunas de esas fotos antiguas, podréis distinguir nuestra lancha anfibia Higgins en el horizonte, alejándose de la playa Omaha tan rápidamente como podía, hasta que nos vimos obligados a dar la vuelta por culpa del mareo y un terrible miedo a los tiburones. Finalmente asaltamos una pequeña cala apartada y esperamos allí hasta que estuvimos seguros de que podríamos pasar inadvertidos por las calles de París.
No hubo suerte, como se vio después. Llegamos con más de una semana de retraso y los parisinos agradecidos nos lanzaron una lluvia de flores mientras nosotros nos acurrucábamos en medio de los Campos Elíseos. Nunca he estado tan asustado en toda mi vida, paralizado por aquel aluvión incesante de narcisos. Siempre recordaré lo que mi mejor amigo, Jimmy Conroy, me dijo ese día, con una sola lágrima (la primera de muchas, muchas más) rodando por su mejilla: "Nosotros no vamos a morir aquí, Phil", dijo, "vamos a morir de viejos".
Y tenía razón.
Pueden decir lo que quieran sobre las Ardillas, pero hasta el último de nosotros sobrevivió la guerra. Incluso conseguimos Corazones Púrpuras, aunque hubo cierta curiosidad sobre cómo todos los componentes de un pelotón de 40 hombres pudimos recibir un tiro en el pie en el mismo día en un cuartel aliado a 200 millas de la línea del frente.
Es posible que se hable poco de nuestra participación en la Segunda Guerra Mundial, pero conseguimos nuestro lugar en la historia como los más cobardes miembros de la generación más grande que haya existido jamás.
El artículo original aquí.
Nosei ¿esta historia es cierta o es una broma? no me quedó claro ni leyendo la fuente.
ResponderEliminarEs una broma. Ese pelotón nunca existió. Y si hubiese existido, nadie se habría atrevido a contar su historia.
ResponderEliminarMe has hecho sonreir....
ResponderEliminarMe alegro, pero yo lo único que hice fue traducir el artículo. El mérito no es mío.
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