Adolf Galland fue uno de los mayores ases de la Luftwaffe en la Segunda Guerra Mundial. Al terminar la guerra se le habían reconocido 105 derribos en combate, todos ellos conseguidos entre mayo de 1940 y noviembre de 1941, cuando abandonó su destino de piloto de combate al ser ascendido a general y nombrado Inspector General de Caza.
Cuando comenzó la ofensiva alemana en el frente occidental, en mayo de 1940, Galland acababa de ser transferido a la aviación de caza. Había participado en la invasión de Polonia el año anterior, y antes de eso en la Guerra Civil Española con la Legión Cóndor, pero en ambos casos en unidades de ataque a tierra, por lo que hasta entonces no había logrado ninguna victoria aérea. En su autobiografía, Los primeros y los últimos, publicada en 1954, relataba cómo vivió su primer derribo de un avión enemigo:
No carecen de razón quienes afirman que la primera victoria aérea lograda por un piloto de caza puede determinar el curso de toda su actuación posterior. Muchos pilotos a quienes la mala suerte o circunstancias desgraciadas vedan la victoria en el combate aéreo, sufren, como consecuencia de ello, inhibiciones y complejos que a veces persisten durante toda su vida. Por mi parte tuve suerte, pues mi primera victoria realizada el dia 12 de mayo de 1940, tercer día de la campaña occidental, fue un juego de niños.
Para esa época veíamos muy pocos aviones de la RAF y rara vez nos encontrábamos con bombarderos Blenheim. Los belgas volaban en Hurricanes anticuados que no eran rivales para nuestros modernos Me-109 E. los superábamos considerablemente en velocidad, capacidad de subida, armamento y , sobre todo, en experiencia de combate.
No fue por este motivo ningún acto de heroísmo el que mi escuadrilla y yo nos abalanzáramos, a unos 10 kilómetros al oeste de Lieja y desde una altura de 3600 metros, sobre una formación de ocho Hurricanes belgas que pasaban a unos 1000 metros por debajo nuestro. Habíamos ensayado infinidad de veces lo que había que hacer en tal situación. Los Hurricanes no nos habían advertido aún y por mi parte no senti excitación ni fiebre de caza. «¡Defiéndete, hombre!», le dije mentalmente cuando tuve a uno de los ocho adversarios en la mira de tiro y me acercaba cada vez mas, sin que mi adversario se enterara. "En realidad, habría que avisarle", pensé para mis adentros, pero semejante acción hubiera sido mas tonta aún que todas mis cavilaciones de aquel momento. Disparé La primera ráfaga desde una distancia superior a la debida para no denunciar mi presencia. Sin embargo, los proyectiles dieron en el blanco. Entonces, el desgraciado advirtió lo que sucedía y efectuó una maniobra evasiva, con tal mala habilidad que fue alcanzado también por el fuego de mi compañero. Los otros siete Hurricanes no hicieron ninguna tentativa de cubrir a su camarada en peligro y se espantaron a todos los vientos. Tras otro ataque, el Hurricane entró en barrena y cayó, ya sin el gobierno de su piloto. Perdió trozos de una ala y cualquier disparo más hubiera sido un desperdicio de munición. Inmediatamente me enfrenté con otro de los Hurricanes dispersos, que intentó escapar en picado. Me hallaba cien metros detrás. Su piloto efectuó un viraje picado atravesando las nubes por un claro, pero no lo perdí de vista y volví a atacarlo nuevamente desde muy corta distancia. Hizo una subida brusca y luego cayo a tierra, casi verticalmente, desde una altura de solo 500 metros. La tarde de aquel mismo día derribé, durante un vuelo de patrulla, el tercer Hurricane de entre una formación de cinco que volaban en las proximidades de Tirlemont.
Todo esto había sucedido para mi con la mayor naturalidad. No tenía nada de particular. No había experimentado la tan mentada embriaguez de triunfo y ni siquiera me sentía muy feliz por mi éxito; esas sensaciones las conocí mas tarde cuando tuvimos que vérnoslas con adversarios más duros y todo combate aéreo se redujo a la alternativa «¡tú o yo!». Aquel día, por el contrario, sentí algo así como un cargo de conciencia y no hallé sabor a las felicitaciones de mis camaradas y superiores. Había tenido suerte, suerte y una arma excelente o sea lo que el piloto de caza más capacitado necesita para obtener el éxito.
Este episodio ha dado bastante de que hablar. Por ejemplo recuerdo haber leído a un ex-piloto de caza belga (perdón por no poder dar su nombre) que acusaba a Galland de haberse inventado la historia. Es comprensible su enfado, porque el relato de Galland no deja en muy buen lugar a los pilotos belgas. Por un lado reconoce que su primera victoria no tuvo mucho de heroico (fue un ataque fácil contra un enemigo al que pilló desprevenido, lo que le casó ciertos remordimientos), pero por otro cuenta cómo el resto de la formación belga huyó abandonando a su suerte a su compañero a pesar de tener superioridad numérica.
Hay algo en lo que el ex-piloto belga tenía razón: el enfrentamiento que narra Galland no se pudo producir. En mayo de 1940 la Real Fuerza Aérea Belga tenía tan solo 11 Hurricanes en servicio, pertenecientes al 2º Regimiento Aéreo. Todos ellos tenían su base en Schaffen junto a 15 Gloster Gladiator. La base aérea de Schaffen fue bombardeada por bombarderos alemanes Heinkel He-111 la mañana del 10 de mayo. Los cazas belgas fueron sorprendidos en tierra por el ataque. Cuatro Hurricanes ardieron en las pistas y otros seis resultaron dañados. Lograron despegar varios Gladiators, pero ningún Hurricane lo consiguió. Algunos de los Gladiators fueron derribados por cazas Me-109 en misión de escolta de los bombarderos, otros lograron huir y se dirigieron a la base de Beauvechain. Es decir, que dos días después, cuando Galland afirma que se enfrentó a ocho Hurricanes belgas, los belgas tenían como mucho un Hurricane en condiciones de combatir. Hay una explicación muy sencilla al misterio (aunque para aceptarla hay que suponer que Galland se hizo un lío con los colores, los de las divisas y los de los propios aviones), y es que los cazas no fuesen belgas sino británicos. De hecho es algo que está totalmente confirmado: Dos Hurricanes del 87º Escuadrón de la RAF fueron derribados la mañana del 12 de mayo al oeste de Lieja cuando regresaban de una misión de escolta de bombarderos Blemhein. La primera víctima de Galland fue el sargento de la RAF Frank Howell, que sobrevivió al derribo y más tarde se distinguiría combatiendo contra los cazas japoneses en Birmania. El piloto del segundo caza derribado, el canadiense Jack Campbell, no tuvo tanta suerte y murió al estrellarse su avión.
Confundir aviones británicos con belgas no parece un error tan grave como para pensar que Galland se lo había inventado, si no fuese porque más adelante afirma que esa misma tarde derribó otro Hurricane, y ni los ingleses ni los belgas perdieron ningún otro caza ese día. Un dato erróneo más que sirve de munición a los que acusan a Galland de mentiroso. A mí me parece un poco exagerado. Lo único que prueba es que los alemanes, igual que los pilotos de otros países, tendían a engordar su número de victorias. Muchos habréis oído hablar de las espectaculares cifras de los pilotos de caza alemanes durante la guerra. Por ejemplo, la totalidad de los 106 pilotos que derribaron 100 o más aviones enemigos en combate fueron alemanes. En comparación, el mayor as aliado en el frente occidental, el británico Johnnie Johnson, derribó solo 38 aparatos enemigos. A menudo se dice, para dar más valor a los logros de los ases alemanes, que la Luftwaffe era muy estricta a la hora de aceptar una reclamación de victoria de uno de sus pilotos, y que no lo hacía si no estaba totalmente confirmada. Pues parece que también se les colaban derribos “fantasma”.
Puede resultar chocante ver cómo los pilotos de caza se vanagloriaban de sus victorias en combate aéreo, las reclamaban y se peleaban por que se las reconociesen, como si se tratase de una competición deportiva, cuando de lo que hablaban realmente era de matar a seres humanos. Esa "rivalidad deportiva" entre los pilotos, tanto con los de su propio bando como con los del contrario, era un resto del espíritu caballeresco con el que nació la guerra aérea en la Primera Guerra Mundial.
Hace un tiempo hice un pequeño ejercicio, contando cuantas aeronaves habían derribado, cada modelo de caza occidental (desde los Hawker Hurricane, Spitifre, Mosquito, P38, P47, P51, etc.) según las cifras que los aliados señalaban, el resultado fue muy interesante, me encontré que si se cuenta el total de derribos por parte de aviones USA y del Imperio Británico, el resultado es casi equivalente a toda la producción de aviones del eje durante la guerra, esto quiere decir, que de ser ciertas esas cifras, implica que la URSS no derribo casi ningún avión, y que la tasa de accidentes de los naves del eje era cero. Algo bastante inverosímil.
ResponderEliminarImagino que si ese cálculo se hiciese con las cifras de derribos de cualquier otro país los resultados serían parecidos. Creo recordar que una vez leí algo parecido sobre los derribos de la Luftwaffe durante la batalla de Inglaterra. Superaban por bastante el número de aviones perdidos por la RAF.
ResponderEliminarDespues de la guerra los norteamericanos y britanicos llevaron acabo una investigacion para confirmar si eran ciertos los derribos alemanes, y descubrieron que las cifras de aviones derribados por los alemanes fue mucho mas que las que realmente reclamaban, ya que la luftwaffe era tan estricta en sus confirmaciones que muchos derribos no eran acreditados, aun que claro habra habido errores como en todas las fuerzas aereas de las SGM
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarTras la batalla de Inglaterra la Luftwaffe afirmó haber derribado más de 3.000 aviones de la RAF. La cifra real era de unos 1.000, y en ellos hay que incluir los perdidos en accidentes y los que fueron derribados pero imposibles de confirmar por los alemanes (que serían muchos, te recuerdo que combatían sobre territorio enemigo, no tenían forma de saber cuántos de los aviones alcanzados lograban regresar a su base).
Un saludo.
No es de extrañar que los pilotos de todas las fuerzas aéreas de la SGM se atribuyesen más derribos de los realmente efectuados dada la naturaleza caótica de un combate aéreo de la época, con decenas o cientos de aviones girando, trepando y picando a la vez y varios aviones pudiendo disparar contra el mismo enemigo desde distintos puntos sin darse cuenta que otro compañero lo está haciendo a la misma vez desde otro ángulo y confundir el humo de los escapes de un motor a toda potencia con el incendio del mismo o un picado con una caída fuera de control o considerar una barrena como un derribo definitivo cuando podría ser una barrena intencionada o el piloto enemigo podría haber recuperado el control de su avión. El piloto aliado con más derribos acreditados fue Richard Bong con 40 aviones japoneses.
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