Giovanni Speratti nació en 1884 en Pistoia, en la Toscana (Italia), hijo menor de un coronel retirado. De niño ya mostraba una gran habilidad para el dibujo y la caligrafía. Fue en la escuela donde comenzó a hacer sus pinitos en la que con el tiempo sería su profesión, dedicándose a falsificar la letra del profesor en las hojas de calificaciones de sus compañeros de estudios a cambio de caramelos o canicas. Su primer trabajo fue en un estudio de fotografía y taller de artes gráficas que uno de sus hermanos tenía en Turín, donde aprendió técnicas de heliografía, litografía, impresión… También pasó un tiempo en una fábrica de papel que tenía otro de sus hermanos en la localidad de Guarcino, donde pudo conocer las distintas clases de papel y sus formas de tratarlo. Parecía que en su juventud todo estaba programado para convertir a Giovanni en un gran falsificador, pero esos primeros empleos y los conocimientos que adquirió en ellos no fueron más que producto de la casualidad y de una familia numerosa. Finalmente encontró su vocación gracias a otro de sus hermanos, el mayor, que era comerciante filatélico. Por encargo de su hermano, casi como un juego, Giovanni comenzó a hacer copias de sellos. Los hermanos se sorprendieron al darse cuenta de que los filatelistas más reconocidos no eran capaces de distinguir sus copias de los sellos auténticos. Speratti comezó a trabajar como marchante, recorriendo toda Europa ofreciendo los sellos de su hermano, y, mezclados entre ellos, las imitaciones que él mismo hacía. El negocio creció. En 1910 Giovanni se instaló en París con sus hermanos Mariano y Massimo. Allí afrancesó su nombre, haciéndose llamar Jean de Sperati, y con el tiempo se convirtió en uno de los principales comisionistas del mercado filatélico europeo. Pero pese a su éxito en los negocios no dejó de hacer y vender sus falsificaciones. Para cubrirse las espaldas ante posibles reclamaciones, en los libros de su agencia Sperati (ahora con una sola “t”) registraba los sellos falsos como “copias artísticas”. Además, escribía sus iniciales con lápiz en el dorso de los sellos, unas marcas que podían ser fácilmente borradas por cualquiera (el propio comprador, ignorante de su significado, normalmente las hacía desaparecer). Incluso el nombre de su negocio, “Philatélie d’Art”, era de una estudiada ambigüedad, para argumentar, en caso de problemas legales, que ofrecía tanto productos filatélicos como imitaciones artísticas.
Si leísteis la historia del falsificador de arte Han van Meeregen, a partir de aquí la de Jean de Sperati os la va a recordar mucho. El estallido de la Segunda Guerra Mundial supuso el comienzo de una época dorada para el negocio de los Speratti. Igual que ocurrió con las obras de arte, los sellos eran un refugio en el que se podía invertir el dinero de dudosa procedencia o en el que los desesperados refugiados que se movían por Europa huyendo de la guerra y las persecuciones raciales podían convertir sus ahorros para ser transportados con más facilidad. Pero la guerra también provocó indirectamente que se descubriesen las actividades ocultas de Sperati. El 6 de febrero de 1942 despachó por correo un paquete desde la Francia ocupada con destino a Portugal. Pero al parecer Sperati no contaba con los rigurosos controles que tenían que pasar los envíos postales en tiempo de guerra. Cuando los censores abrieron el paquete se encontraron con una serie de valiosas planchas de sellos antiguos. La Inspección de Aduanas francesa le acusó de tratar de sacar del país valores sin declarar y le impuso una multa millonaria. Sperati alegó que no se trataba de sellos auténticos sino de imitaciones artísticas sin valor comercial que él mismo hacía. En un principio, varios expertos filatélicos consultados declararon que los sellos eran auténticos y de gran valor, y Sperati se vio obligado a entregar otras de sus falsificaciones para demostrar que lo que decía era cierto. El juicio se alargó hasta después del final de la guerra. Finalmente Sperati consiguió echar abajo las acusaciones de tráfico de valores no declarados, pero a cambio de ser condenado por falsificación. Se libró de la cárcel y la multa que le impuso el juez no era demasiado alta (25.000 francos), pero el daño que la sentencia hizo a su credibilidad hacía peligrar la supervivencia de su negocio. Aunque Sperati ganó dos demandas por difamación a sendos periódicos franceses, en los círculos filatélicos ya nadie se fiaba de él. Decidió que tenía que cambiar de mercado e intentó trasladar sus actividades comerciales a Gran Bretaña, y entonces recibió una sorprendente oferta: la BPA (British Philatelic Association) se asustó de las consecuencias que podía tener la entrada de Sperati en el mercado filatélico británico y le propuso un trato, por el que el filatelista se comprometería a abandonar su afición por falsificar sellos a cambio de 20.000 libras esterlinas. El acuerdo se firmó en 1954, cuando Sperati tenía ya 70 años. Murió tres años después en Aix-le-Bains (Francia). Se dice que antes de morir enseñó a algunos de sus familiares varios sellos que había hecho rompiendo el acuerdo con la BPA, aunque sin ninguna intención comercial, simplemente como diversión. Al parecer a Sperati no le importaba demasiado el dinero. Probablemente lo que le hizo aceptar el trato no fueron las 20.000 libras que le ofrecían, sino el hecho de que suponía un reconocimiento público a su arte.
Las falsificaciones de Sperati se convirtieron a partir de entonces en cotizadas piezas para los coleccionistas filatélicos. En ocasiones llegaron a alcanzar un valor superior al del sello original.
Fuentes:
Dennis Mercury: Maestros del engaño
http://www.filaposta.com/glosario/tiki-index.php?page=Sperati%2C+Jean+M.+de
http://es.wikipedia.org/wiki/Jean_de_Sperati
Foto: http://sohiedelamarsa.canalblog.com/archives/2010/11/26/index.html
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