Stalin y Barbarroja

En Barbarroja: un ataque por sorpresa reproduje un episodio citado por Laurence Rees en su libro Una guerra de exterminio: Hitler contra Stalin. El 16 de junio de 1941 el comisario del pueblo para la Defensa Estatal, Vsevolod Merkúlov, redactó un informe para Stalin en el que le avisaba de los preparativos alemanes para el ataque: Un informante infiltrado en el cuartel general de la Aviación alemana ha comunicado lo siguiente: 1. Alemania ha culminado todos los preparativos bélicos necesarios para acometer un asalto armado contra la URSS, por lo que debemos esperar ser objeto de ataque en cualquier momento ... En el Ministerio de Economía se dice que, durante una reunión de todos los especialistas en planificación económica celebrada para tratar de los territorios “ocupados” de la URSS, Rosenberg pronunció un discurso en el que aseguraba que “la idea misma de la Unión Soviética debe quedar borrada del mapa”. Como respuesta, Stalin escribió en la primera página del documento: Camarada Merkúlov, puedes decir a tu “informante” que abandone su puesto en el estado mayor de la fuerza aérea alemana y se vaya con su puta madre. Lo suyo es más bien labor de desinformación.

Yo cité el episodio en el sentido en el que lo hacen Rees y otros autores, como un ejemplo de la ceguera de Stalin ante las evidencias y los continuos avisos de sus servicios de inteligencia de que los alemanes estaban preparando un ataque. Pero en El Stalin desconocido, un libro muy recomendable escrito por los hermanos Zhores y Roy Medvedev, he encontrado una explicación a la llamativa respuesta de Stalin. Resulta que según ellos tenía razón. Otros autores reproducen la airada respuesta de Stalin, pero no explican el contenido completo del informe en cuestión. Había sido redactado por Amaiak Kobulov, residente de la inteligencia soviética en Berlín, cuyo único mérito al parecer era ser amigo de Beria. Era un informe mal redactado, lleno de datos inútiles, que sólo tenía una información precisa: los primeros objetivos de la aviación alemana iban a ser la central eléctrica Svir-3, las fábricas de aviones de Moscú y los talleres de reparación de automóviles. Stalin estaba acostumbrado a leer informes de inteligencia y sabía distinguir perfectamente los que contenían información realmente útil de los que no eran más que palabrería de relleno. En este caso no hacía falta ser un genio: la central Svir-3 era un objetivo sin ninguna importancia estratégica, Moscú quedaba fuera del radio de alcance de la aviación alemana, y había cientos de objetivos mucho más importantes que los talleres de reparación de coches.

El libro niega en parte la ceguera de Stalin ante los preparativos alemanes para la invasión. Es cierto que hasta el último momento confió en poder evitar la guerra, pero era consciente de que se estaba preparando el ataque. La noche del 21 de junio el Kremlin envió a las unidades militares de los distritos fronterizos occidentales una orden para que se pusiesen en estado de alerta máxima y esperasen un ataque alemán en las horas siguientes. Se dio orden de dispersar la aviación y apagar las luces de las ciudades y los objetivos militares. Eso fue apenas unas horas antes del ataque, pero ya el 13 de junio se había dado orden a los cuarteles generales del distrito militar de Kiev (los soviéticos esperaban que el foco principal del ataque alemán iba a ser en el sur, en Ucrania) de situarse lo más cerca posible de la frontera, y de mover todas las divisiones hacia el oeste, de noche y en secreto. Sin embargo la fecha de cumplimiento de la orden era el 1 de julio. El 19 de junio se dio orden de camuflar los aeródromos, también con fecha de ejecución 1 de julio. Eran órdenes de Timoshenko y Zhukov, pero aprobadas por Stalin.

Eso puede interpretarse como que lo que sorprendió a los soviéticos no fue el ataque alemán en sí, sino el momento en el que se produjo. Tenía que ser evidente para Stalin que había comenzado una escalada prebélica. Ël trató de responder reforzando sus fronteras occidentales, pero, como su objetivo era evitar el enfrentamiento, las medidas que se tomasen tenían que ser todo lo discretas posibles. No quería dar una excusa a Hitler para comenzar la guerra. Hay que recordar, y esto sí que se ha dicho ya muchas veces, que en 1914 fue la orden de movilización general decretada por el Zar la que provocó la declaración de guerra alemana. Stalin no quería que se repitiese la historia.

Los extraños cañones del doctor Zippermeyer

En la entrada que dediqué a la Operación Alsos mencioné al barón Von Ardenne y las historias que circulan sobre la bomba atómica nazi. Sorpendentemente hay mucha gente que cree en ellas. Y es que uno de los mitos más persistentes de la Segunda Guerra Mundial es el de las Wunderwaffen, las "Armas Maravillosas". Fue una invención del Ministerio de Propaganda de Goebbels para tratar de mantener la moral de los combatientes y de la población cuando todos los frentes se desmoronaban y la guerra estaba ya prácticamente perdida. Prometían que se estaban poniendo a punto unas nuevas armas que cuando entrasen en acción iban a suponer un vuelco en la situación bélica e iban a dar la victoria a Alemania.

Muchas armas se han identificado desde entonces con estas Wunderwaffen. Algunas de ellas llegaron a entrar en servicio y no supusieron ningún cambio significativo en la relación de fuerzas, como los cazas a reacción Me-262, o incluso podrían considerarse una carga para el esfuerzo de guerra alemán, como los misiles balísticos V-2 (reconociendo que fueron un gran avance tecnológico). Otras ya son especulaciones sin ninguna base o directamente cuentos de ciencia-ficción: bombas atómicas, bombarderos orbitales, platillos volantes... Hay quien considera cualquier dibujo en un papel, o cualquier diseño sin ninguna posibilidad real de desarrollo en su época, como un ejemplo del ingenio de los "científicos nazis" (por cierto confundiendo a menudo ciencia con ingeniería, que no son exactamente lo mismo).

También es cierto que el régimen nazi tendía a dar apoyo a ideas disparatadas, y que esos cuentos de ciencia-ficción pueden estar basados en proyectos auténticos. Se puede pensar que cuando la situación bélica se volvió crítica eran intentos hasta cierto punto comprensibles de buscar el milagro, pero también la propia naturaleza del régimen facilitaba que ese tipo de proyectos pudiesen tomarse en serio. La estructura del poder era caótica, las grandes personalidades del régimen acaparaban cargos que a menudo no tenían ninguna relación unos con otros, y por debajo de ellos lo que había era una lucha por el poder en la que se utilizaba cualquier instrumento que pudiese servir para ganar influencia. Sólo en la Alemania de Hitler se entiende que el servicio de Correos pretendiese financiar un programa de investigación atómica (que no es precisamente un ejemplo de "idea disparatada").

El texto que va a continuación es parte de un artículo más extenso que trata sobre armas sónicas. En él se relatan los intentos de un excéntrico inventor austriaco llamado doctor Zippermeyer por desarrollar un arma antiaérea eficaz basada en técnicas no muy ortodoxas. Lo he traducido lo mejor que he podido, y sirve de ejemplo de lo que estoy contando, primero que es cierto que en la Alemania nazi cualquier investigación "no convencional" podía encontrar apoyo en el régimen, y segundo que es casi imposible separar los hechos reales de los mitos que circulan sobre este tipo de investigaciones:

Cualquier discusión de armas sónicas tiene que competir con un enorme volumen de desinformación que circula por Internet. Como un científico indicó: "uno no puede evitar la impresión de que la mayor parte de lo que se ha escrito sobre armas acústicas está basado en rumores y malentendidos". Las discusiones sobre el tema invariablemente llevan a los sospechosos habituales de las teorías conspirativas (Tesla, los nazis, los proyectos de investigación “negros” de los militares de Estados Unidos) dando datos vagos, o francamente contradictorios, sobre nombres y fechas.

Dejando aparte las informaciones de despiste sobre los programas secretos alemanes de armamento en la Segunda Guerra Mundial, es seguramente verdadero que los científicos bajo el régimen de Hitler estuvieron implicados en proyectos que cubren más o menos cada área concebible de armamento (los más conocidos eran las armas V y los aviones a reacción como el Me-163 y el Me-262), pero la inteligencia aliada, hacia el final de la guerra, había destapado una serie enorme de proyectos mucho más extraños, cuyo desarrollo se había visto animado por la aproximación no centralizada y caótica a la investigación que había en Alemania. En palabras de un informe de inteligencia contemporáneo americano: "Había más nociones de un chiflado de conseguir apoyo político de lo que nosotros nos habríamos imaginado”. Algunos de los proyectos más excéntricos parecen sido originados por un investigador austriaco llamado Doctor Zippermeyer, cuya respuesta al feroz bombardeo aéreo aliado del Reich fue experimentar tanto con el viento como con el sonido como armas potenciales antiaéreas.

Uno de sus dispositivo fue el Windkanone o “Cañón Tornado”, que se propuso para producir torbellinos artificiales generando explosiones en una cámara de combustión y dirigiéndolos contra el objetivo por inyectores especialmente diseñados. Los experimentos con un pequeño cañón supuestamente rompieron tablones a una distancia de 200 yardas (183 m), y se construyó uno a tamaño real. Por suerte para los aviones británicos y americanos, era imposible reproducir el efecto a gran altitud y el proyecto fue desechado. El enorme casco del “Cañón Tornado” fue descubierto oxidado y abandonado por las perplejas fuerzas Aliadas en el campo de pruebas de artillería de Hillersleben en abril de 1945.

La experimentación con las propiedades destructivas de sonido era un curso lógico para Zippermeyer, cuyos laboratorios también trabajaron sobre el Luftkanone o “Cañón Sónico”, que quemaba metano y aire para producir una serie rápida de explosiones que eran emitidas por “espejos sónicos” en el cielo; el ruido resultante era un tono agudo que, aparentemente, se había mostrado como mortal para animales en distancias cercanas e incómodo para seres humanos a 300 yardas (274 m). En última instancia, el “Cañón Sónico” fracasó por las mismas limitaciones que había mostrado el “Cañón Tornado” (la imposibilidad de conseguir efectos destructivos lo suficientemente altos como para en realidad atacar un objetivo volante).

Para demostrar la confusión que rodea todo el tema, otras historias hablan de un “Cañón Sónico” diseñado por un tal Doctor Richard Wallauschek, un “Arma de Vórtice” atribuido a un Doctor Zimmermayer y un “Cañón de Viento” construido en Stuttgart que supuestamente fue empleado defensivamente en un puente sobre el Elba. La mayor parte de estas historias no tienen referencias, y todas parecen ser variantes más o menos imaginativas sobre los dispositivos de Zippermeyer.

Lo que cuenta al final del cañón que defendía el puente sobre el Elba es una historia que circula por ahí. No me atrevería a decir que es falsa, pero o bien el cañón nunca fue usado por cualquier motivo o bien falló en el momento de la verdad, porque de haber funcionado estoy seguro de que sabríamos algo más del tema.

Eso sí, si queréis saber qué aspecto tenía el supuesto Windkanone de Zippermeyer no es difícil encontrar una foto:

Operación Alsos

En el verano de 1944 los ejércitos aliados habían logrado al fin vencer la resistencia alemana en Normandía y comenzaban a avanzar a través de Francia en dirección a Alemania. Fue entonces cuando los estadounidenses decidieron enviar una pequeña misión científica a Europa con el objetivo de averiguar hasta dónde habían llegado las investigaciones atómicas alemanas. Era una operación de inteligencia ideada por el coronel James Marshall, encargado del desarrollo industrial del proyecto atómico estadounidense, y dependiente del general Leslie Groves, responsable militar del Proyecto Manhattan. Por tanto era un plan enmarcado dentro del propio Proyecto Manhattan. La misión recibió el nombre en clave de Operación Alsos (nombre que provocó cierta intranquilidad en el general Groves, ya que alsos significa "arboleda" en griego, igual que grove en inglés).

El responsable científico de la misión era Samuel, A. Gouldsmit, uno de los pocos físicos atómicos de primer nivel que no habían trabajado en el Proyecto Manhattan (era una condición importante para participar en Alsos, ya que si alguno de los científicos caía prisionero de los alemanes no podría revelar nada del proyecto atómico estadounidense). Los padres de Gouldsmit, judío holandés de nacimiento, habían muerto en los campos de concentración nazis. Como responsable militar se eligió al teniente coronel Boris Pash, antiguo oficial de seguridad del Proyecto Manhattan. Los militares tenían que tener alguna noción de qué era lo que estaban buscando, y habría resultado difícil encontrar a militares que hubiesen oído hablar de átomos fuera del proyecto atómico. Por eso, al contrario que con los científicos, sí se permitió en Alsos a militares que hubiesen participado en el Proyecto Manhattan.

Los hombres de Alsos seguían de cerca a las tropas aliadas en su avance, e inmediatamente después de la ocupación de alguna localidad con centros de investigación conocidos aparecían ellos para recabar toda la información posible en universidades y laboratorios. Así hicieron tras la liberación de París y Bruselas, sin encontrar nada significativo sobre investigaciones atómicas. Fue después de la conquista de Estrasburgo, en noviembre de 1944, cuando encontraron lo que buscaban. En su universidad encontraron documentos de Carl Friedrich von Weizsäcker, uno de los principales físicos atómicos alemanes, por los que se podía deducir que los alemanes se encontraban todavía en la fase de estudios teóricos y que no estaban dedicando demasiados recursos a la investigación atómica.

Mientras tanto los científicos alemanes seguían con sus investigaciones. Ajenos al nivel al que habían llegado los aliados, y convencidos de que ellos eran los más avanzados del mundo en investigación atómica (lo eran cuando comenzó la guerra) continuaron con su trabajo hasta el último momento con la idea de que a pesar de la inevitable derrota estaban contribuyendo a que la ciencia alemana siguiese a la cabeza en el futuro.

El grupo principal de investigación era el dirigido por Walter Gerlach en el Instituto de Física Kaiser Guillermo de Berlín. En él destacaban Werner Heisenberg, el físico alemán más importante de su tiempo, y su colaborador Karl Wirtz. Experimentando con uranio y varios tipos de moderadores trataban de conseguir una reacción en cadena. En 1944, para resguardarse de los continuos bombardeos aliados, se trasladaron con todo su equipo a un bunker a prueba de bombas construido expresamente para ellos. A finales de enero de 1945 la cercanía de las tropas soviéticas les obligó a abandonar Berlín. Cargaron en camiones todo el material que pudieron salvar y se trasladaron a Haigerloch, una pequeña localidad al sur de Stutgartt. Allí, ocultos en una bodega, continuaron los trabajos hasta el fin de la guerra. En sus últimas pruebas con su reactor experimental estuvieron a punto de lograr una reacción en cadena.

Otro grupo, financiado por el Heer, estaba dirigido por un físico llamado Kurt Diebner en la ciudad de Stadtilm, en el centro de Alemania. Diebner había sido el director del Instituto Kaiser Guillermo cuando al principio de la guerra se trató de unificar allí los distintos equipos de investigación. Eso supuso la llegada a Berlín del grupo de la Universidad de Leipzig encabezado por Heisenberg. A medida que Heisenberg iba ganando protagonismo Diebner se iba quedando apartado, hasta que finalmente abandonó el Instituto para iniciar su propio proyecto con el apoyo del Ejército. No había prácticamente ninguna colaboración entre ambos grupos de investigación. De hecho, la primera intención de Gerlach al abandonar Berlín había sido dirigirse a Stadtilm para unirse con Diebner, pero este se opuso.

Y es que la dispersión de recursos fue algo típico de la Alemania nazi. Llegó a haber otro equipo de investigación atómica dirigido por el barón Manfred von Ardenne que trabajaba bajo los auspicios del Reichspost (es decir... ide Correos!). Von Ardenne pretendía conseguir una bomba de uranio gracias a un sistema de separación de isótopos por electromagnetismo, pero el único apoyo oficial que encontró fue el del ministro de Comunicaciones. Al final de la guerra su trabajo debió de parecer interesante a los soviéticos, tanto que le ficharon para continuar sus investigaciones en la URSS. En las historias conspiranoicas que se pueden encontrar sobre la bomba atómica nazi Von Ardenne es el gran protagonista. No sólo le dio la bomba a Hitler, sino que sus secretos, convenientemente metidos en un submarino, fueron a parar a manos estadounidenses, y gracias a él encontraron la solución para el mecanismo de implosión de la bomba de plutonio. Además, por supuesto, también les hizo la bomba a los rusos. Le dejan suelto un poco más y hoy tendría armamento nuclear hasta la República de San Marino.

Los hombres de Alsos consiguieron averiguar dónde se ocultaban las instalaciones atómicas alemanas, pero se encontraron con un problema: Haigerloch estaba dentro de la zona de ocupación asignada a los franceses, y el mejor físico atómico francés, Frédéric Joliot (el yerno de los Curie), era abiertamente comunista. Por eso los estadounidenses decidieron que no se podían arriesgar a esperar la colaboración desinteresada de sus aliados franceses, no fuese a ser que decidiesen compartir los secretos de Haigerloch con los rusos en lugar de con ellos. Así que a finales de abril de 1945 una unidad especial estadounidense se adelantó a las tropas francesas y se coló en la pequeña ciudad, cargó todo el material que pudieron transportar (incluyendo el uranio) y capturó a Wirtz, Weizsäcker, Otto Hahn (el descubridor de la fisión nuclear) y otros científicos que se encontraban todavía en Haigerloch. Unos días después Diebner, Gerlach y Heisenberg fueron detenidos en Baviera.

El teniente coronel Boris Pash (derecha) y otros hombres de la Operación Alsos en Hechingen, abril de 1945:


Cuando Heisenberg se encontró con Gouldsmit se ofreció inmediatamente a colaborar con los estadounidenses: “Si los colegas norteamericanos desean aprender sobre el problema del uranio, gustosamente les mostraré los resultados de nuestras investigaciones si vienen a mi laboratorio”. No todos los alemanes respondieron de la misma manera. En Heidelberg, Gouldsmit encontró a Walther Bothe, que además de ser un prestigioso físico era un viejo amigo suyo. Ambos estuvieron comentando los avances que habían tenido aquellos años en sus investigaciones sobre física pura, pero cuando Gouldsmit preguntó a Bothe sobre sus trabajos en armamento éste afirmó haber quemado todo lo referente a ellos. A Gouldsmit al principio le costaba creer que un científico hubiese destrozado voluntariamente su trabajo de años, pero la investigación posterior demostró que era cierto. Bothe había perdido su cátedra en el Instituto de Física de Heidelberg en favor de un físico llamado Wesch, que no era especialmente brillante pero era nazi. Wesch se presentó a Gouldsmit ofreciéndole toda su colaboración, aunque en realidad no tenía mucho que ofrecer. En cambio Bothe, condenado al ostracismo por el régimen nazi, se negó a ayudar a los aliados por lealtad a su país.

El equipo de Alsos consiguió visitar también el bunker de Berlín, ocupado ya por los rusos. Lo encontraron totalmente vacío. Lo poco que habían dejado los alemanes cuando lo evacuaron estaba ya camino de la URSS. Gouldsmit se quedó impresionado por las instalaciones, pero aunque daban muestras de una gran profesionalidad, tampoco había allí nada que indicase que los alemanes hubiesen ido más allá de los experimentos académicos.

Los diez científicos atómicos alemanes que los aliados consideraban más destacados fueron trasladados a Inglaterra e internados en Farm Hall, una casa de campo cerca de Cambridge. Eran los mencionados Heisenberg, Wirtz, Weizsäcker, Hahn, Diebner y Gerlach, además de otros dos físicos del equipo de Heisenberg llamados Horst Korsching y Erich Bagge, el Premio Nobel de Física Max von Laue y el químico Paul Harteck. Alguno de los elegidos no tenía muchas razones para estar allí. Por ejemplo Otto Hahn, que había descubierto la fisión nuclear en 1938, pero durante la guerra se había mantenido al margen de la investigación atómica. O también Max von Laue, que tenía un enorme prestigio (había ganado el Premio Nobel en 1914), pero llevaba años prácticamente retirado. Ambos eran además fervientes antinazis. Los físicos aliados simulaban estar deseosos por conocer los resultados de las investigaciones alemanas. El secreto del Proyecto Manhattan les impedía revelar a sus "colegas enemigos" hasta qué punto los aliados habían superado sus trabajos, pero daban la impresión de tener mucho interés en lo que los alemanes contaban en los interrogatorios. Para asegurarse de que no estaban ocultando nada, en Farm Hall se habían instalado micrófonos ocultos con los que se grababan las conversaciones que mantenían los científicos alemanes entre ellos. No se conservan las grabaciones que se hicieron, tan sólo las traducciones al inglés de las transcripciones. Por ellas se puede deducir que los físicos alemanes, aunque conocían la posibilidad de construir armas atómicas, creian que la ciencia todavía estaba muy lejos poder hacerlo. Eso quedó demostrado sobre todo por su reacción cuando conocieron el bombardeo atómico de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945.

A las 6 de la tarde de ese día el oficial a cargo de Farm Hall, el comandante Rittner, llamó a Otto Hahn a su despacho y le contó que acababa de escuchar en la radio un boletín en el que se informaba de que los estadounidenses habían lanzado una bomba atómica en Japón. Hahn no se lo creyó. Supuso que los periodistas habían mezclado los términos y que "bomba atómica" podía referirse a cualquier otra cosa. Rittner le aseguraba que la noticia era un comunicado oficial, no una elucubración periodística. A la hora de la cena el resto de científicos alemanes conocieron la noticia, y al principio fueron tan escépticos como Hahn. Pero cuando en boletines posteriores se fueron dando más datos, mencionando el uranio o dando detalles de la magnitud del programa atómico estadounidense, tuvieron que acabar creyéndolo. Fue una enorme sorpresa para ellos. Estaban convencidos de que aún serían necesarios muchos años de trabajos para conseguir un arma nuclear.

El 15 de noviembre de 1945 la Academia Sueca de Ciencias anunció que concedía el Premio Nobel de Química de 1944 a Otto Hahn, que continuaba internado en Farm Hall. Hahn se enteró por la prensa. Como su paradero era secreto los suecos no pudieron ponerse en contacto con él para comunicárselo. Sus guardianes le permitieron escribir un telegrama a la Academia de Ciencias agradeciendoles el premio y lamentando no poder acudir a la ceremonia de entrega.

A comienzos de enero de 1946 los diez científicos fueron puestos en libertad. La mayoría de ellos regresaron a Alemania.

Fuentes:
Alwyn McKay: La construcción de la era atómica
http://en.wikipedia.org/wiki/Operation_Alsos
http://en.wikipedia.org/wiki/Operation_Epsilon
http://en.wikipedia.org/wiki/Otto_Hahn
http://naziscienceliveson.devhub.com/operation-paperclip


Casablanca

Casablanca es una de las películas más recordadas de todos los tiempos. Fue la consagración de dos grandes estrellas, Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. Es sin duda la película con la mayor cantidad de frases míticas de la historia del cine: “Siempre nos quedará París”, “creo que este es el comienzo de una hermosa amistad”, la genial “detengan a los sospechosos habituales” o incluso una que nunca se dijo en la película: “Tócala otra vez, Sam”. También pasó a la historia del cine por una canción igualmente mítica, As Time Goes By. Y además supuso la aparición estelar en el cine de la gabardina de Bogart. En fin, que Casablanca es un clásico entre los clásicos.

Pero curiosamente esta obra maestra de la historia del cine fue en gran parte fruto de la improvisación. Seis semanas antes de la fecha de inicio del rodaje todo el equipo estaba preparado, el director Michael Curtiz dispuesto a comenzar a trabajar, los actores habían sido escogidos (a excepción de la actriz protagonista, que fue llamada en el último momento)... pero no había ni una sola línea de guión escrita. Cosas de Hollywood.

Los estudios Warner Brothers habían decidido hacer una película basada en una obra de teatro nunca estrenada titulada Everybody Goes To Rick’s (“Todo el mundo va a Rick’s”), en la que el protagonista era un tipo llamado Rick que regentaba un exótico local de copas. Y poco más. La Warner había comprado los derechos de la obra y había contratado al equipo. Para escribir el guión la Warner se hizo con los servicios de dos guionistas prestigiosos, los hermanos Julius y Philip Epstein, que se pusieron a trabajar inmediatamente. La llegada de los Epstein al proyecto fue lo que finalmente decidió a aceptar el papel protagonista a Ingrid Bergman, que hasta entonces había estado dando largas a los productores. Pero si Bergman creyó que por fin iba a comenzar el trabajo en serio se equivocó. Los Epstein, viendo el desastre hacia el que se encaminaba el proyecto, abandonaron el barco al poco tiempo. El guión quedó a cargo de un hombre al que los estudios habían contratado como ayudante de los dos hermanos llamado Howard Koch. El día en que comenzaba el rodaje Koch tenía estrito apenas medio guión. Con el rodaje más adelantado la situación degeneró hasta acabar en un caos total. Koch llegaba cada mañana con el guión para las escenas del día, recién escrito. A medida que se rodaba se iban reescribiendo las escenas sobre la marcha cuando no convencían al director, lo que ocurría muy a menudo. Las continuas modificaciones derivaban en peleas diarias entre Curtiz, Koch y el resto del equipo. Ingrid Bergman se desesperaba tratando de que el director le aclarase si Ilsa, su personaje, estaba enamorada de su marido o de Rick. Humphrey Bogart abandonaba malhumorado el plató paras encerrarse en su caravana... El resultado ya lo sabemos: una obra maestra.

La brillantez de los diálogos y la fuerza de los personajes (el triángulo amoroso y los extraordinarios secundarios) hicieron que pasase casi desapercibido el mensaje de la película. Porque Casablanca tenía una gran carga política. La desesperación de todos los que trataban de huir de la Europa ocupada por los nazis, para quienes, como en la película, conseguir un salvoconducto para viajar a Lisboa podía significar la diferencia entre la vida y la muerte, era algo que conocía muy bien el propio director, Michael Curtiz, un emigrante judío húngaro que tenía más de un ejemplo en su propia familia. Estados Unidos llevaba poco tiempo en la guerra, y hasta entonces el pueblo norteamericano había vivido ajeno a los problemas del mundo. Necesitaban saber por qué estaban luchando. En ese sentido Casablanca se puede considerar una película de propaganda. Así se llega al mensaje final de la película: Rick, como no podía ser de otra manera, renuncia al amor de su vida ayudando a escapar a Ilsa con su esposo para que pueda continuar la lucha contra los nazis, porque cuando la causa es lo suficientemente importante (y la victoria de la libertad sobre la tiranía sin duda lo era) es necesario hacer los más grandes sacrificios, incluyendo la felicidad personal.

Por otro lado la Casablanca de la película es una ciudad totalmente imaginaria. Cualquier parecido con la auténtica Casablanca marroquí de 1942 es pura coincidencia. Pero tampoco importaba demasiado. El guión necesitaba situar la acción en un puerto exótico, en el que poder colocar al personaje de Rick, repetido hasta la saciedad en el cine estadounidense de la época: el norteamericano desencantado y de vuelta de todo que se gana la vida en cualquier recóndito lugar del planeta bañado en alcohol y rodeado de mujeres fatales y gente de mal vivir. El guión tiene además llamativos fallos: por un lado nunca hubo militares alemanes en Casablanca, y por otro, aunque la Francia de Vichy se mantuviese neutral, no es creíble que un dirigente de la resistencia antinazi pudiese pasearse por la ciudad libremente sin ser detenido amparándose en esa neutralidad.

La película se estrenó en Nueva York el 26 de noviembre de 1942, en el americanísimo Día de Acción de Gracias. Su estreno oficial estaba previsto para 1943, pero se adelantó un par de meses para aprovechar que la ciudad de Casablanca (la auténtica) estaba de actualidad en esos días porque había sido uno de los objetivos de la Operación Torch, los desembarcos aliados en los territorios franceses del noroeste de Africa. Tuvo una buena acogida, sin llegar a ser un gran éxito de taquilla. Ganó tres Oscars ese año, entre ellos el de la mejor película, pero probablemente en su tiempo pocos pensaron que se iba a convertir en una película mítica.


Buscando en internet una foto para ilustrar la entrada me he encontrado con que, según por ejemplo Wikipedia, la historia de que el guión se escribía sobre la marcha es un mito:

Al parecer, Michael Curtiz habría dirigido la historia sin un guion definido. Todavía la última edición del Guinness book of film, de 1998, afirma: «El triunfo de Casablanca es aun más valioso porque el guion fue escrito en el plató día a día, y cuando comenzó el rodaje, el desenlace de la trama era aún desconocido para los actores tanto como lo es para el espectador». La verdad es que existía un guion muy definido escrito por Julius e Irving Epstein, en cuyo único final Bogart sacrificaba su amor para permitir a Ingrid Bergman y a Paul Henreid escapar de la persecución nazi. Sin embargo es cierto que Curtiz pretendió que no sabía el final, con el objetivo de que los actores tuvieran el mismo desconcierto que sus personajes en cuanto al destino que les esperaba. Sólo Bogart lo sabía dado que su contrato de gran estrella le daba el derecho de aprobar el guion.

Lo único que puedo decir es que es un mito muy extendido, y tengo que reconocer que yo siempre me lo había creído. En fin, yo cuento la historia como la conocía y que cada uno elija la versión que más le guste. Y ya sabéis, no os podéis fiar demasiado de lo que se lee en internet. Incluyendo lo que yo escribo.

Operación Salto de Longitud

Entre el 28 de noviembre y el 1 de diciembre de 1943 Churchill, Roosevelt y Stalin se reunieron en Teherán para decidir la estrategia general aliada y coordinar sus políticas. Fue la primera de las grandes conferencias aliadas, y la primera vez que los tres dirigentes coincidían en persona (no lo volverían a hacer hasta febrero de 1945 en Yalta). Aprovechando la celebración de la conferencia, los servicios de inteligencia alemanes pusieron en marcha una operación secreta con el objetivo de asesinar a los líderes aliados. El plan fue diseñado por el gran experto alemán en operaciones especiales, Otto Skorzeny, y recibió el nombre en código de Operación Salto de Longitud.

Irán había sido ocupado conjuntamente por tropas soviéticas y británicas en agosto de 1941, con el objetivo de asegurar la ruta del Golfo Pérsico, una de las que se utilizaban para transportar los suministros estadounidenses enviados a la URSS por la Ley de Préstamo y Arriendo. Los soviéticos controlaban el norte del país, lo que incluía la capital Teherán. Por consiguiente, fueron los servicios de seguridad soviéticos los que estuvieron a cargo de la seguridad durante la conferencia. Y se lo tomaron en serio.

Las reuniones de la conferencia se celebraron en la Embajada de la URSS, una extensa finca que incluía varios edificios. En uno de ellos se alojó el presidente Roosevelt, ya que la embajada estadounidense estaba en un suburbio alejado y por motivos de seguridad se pensó que había que evitar los desplazamientos a través de la ciudad para acudir a las reuniones. En cambio la embajada británica era vecina a la soviética, por lo que Churchill pudo permanecer en su legación diplomática, aunque también por razones de seguridad se habilitó un pasadizo cubierto entre ambas embajadas para que se pudiese cruzar de una a otra sin necesidad de pisar la calle. El recinto estaba protegido por cuatro perímetros de seguridad concéntricos, que incluían nidos de ametralladoras y baterías antiaéreas.

Guevork Vartanian era un joven teheraní de 19 años, hijo de un rico comerciante armenio que se había exiliado en Irán huyendo del régimen de Stalin. O eso se suponía, porque tanto el padre como el hijo eran agentes de la inteligencia exterior soviética. Guevork Vartanian y un pequeño grupo de compañeros tan jóvenes como él trabajaban para los soviéticos desde antes de la invasión de 1941. En la época de la conferencia de Teherán las redes de espionaje alemanas en Irán estaban tan infiltradas por los servicios de inteligencia soviéticos que la llegada de un nuevo grupo de agentes no podía pasar desapercibida. Y eso fue lo que ocurrió. El grupo de Vartanian identificó a los hombres que los alemanes habían enviado de avanzada para preparar el magnicidio. Los agentes alemanes fueron capturados y el grupo principal, que incluía al propio Skorzeny, nunca fue enviado a Irán. Esta es la historia contada por el propio Vartanian:

Moscú recibió la advertencia sobre el futuro atentado contra los líderes de las potencias aliadas desde los bosques de Rovno donde actuaba el destacamento guerrillero al mando de Dmitri Medvédev y del que formaba parte el legendario agente de inteligencia soviético Nikolai Kuznetsov. Haciéndose pasar por el primer teniente alemán Paul Siebert, Kuznetsov logró caer en gracia al Sturmbahnfuhrer de las SS, Ulrich von Ortel quien hasta le prometió a Kuznetsov presentarlo a Otto Skorzeny. Cuando estaba bebido, a Ortel se le escapó: "Viajaré junto con Skorzeny a Irán donde va a reunirse el "Gran Trío". Repetiremos el salto a Abruzzo (se refería a la liberación de Mussolini). ¡Pero este será un ‘Salto Largo’! ¡Eliminaremos a Stalin y Churchill e invertiremos el curso de la guerra! Secuestraremos a Roosevelt para que nuestro Fuhrer se ponga de acuerdo con América. Partiremos formando varios grupos. Ahora ya se entrenan agentes en una escuela especial de Copenhague". 

Después de recibir el informe de Nikolai Kuznetsov, el Centro nos dio la orden de prepararnos para garantizar la seguridad de esta conferencia. 

En aquella época Teherán estaba llenó de refugiados venidos de la asolada Europa. Eran en su mayoría personas acomodadas que quería ponerse a salvo de los peligros de la guerra. En aquel entonces en Irán residían unos 20 mil alemanes. Entre los refugiados se ocultaban también espías nazis que tenían muchas oportunidades gracias al amparo que en los años de preguerra les ofrecía el Sha Reza Pahlavi que simpatizaba expresamente con Hitler. La estación de inteligencia alemana en Irán era muy fuerte y estaba encabezada por Franz Maier. 

Mucho antes de que se celebrara la conferencia - desde febrero hasta agosto de 1941- nuestro grupo de siete hombre había logrado identificar a más de 400 agentes de la Alemania nazi. Cuando nuestras tropas entraron en Irán detuvimos a todos estos agentes. Pero Franz Maier pasó a la profunda clandestinidad. Le buscamos mucho tiempo y por fin le encontramos: se había dejado y teñido la barba. Trabajaba de sepulturero en el cementerio armenio. 

Nuestro grupo fue el primero en detectar un grupo de agentes alemanes que saltaron en paracaidas cerca de la ciudad de Kum, a 60 kilómetros de Teherán. Se componía de seis paracaidistas radiotelegrafistas. Acompañamos este grupo hasta Teherán donde la estación de inteligencia nazi les había preparado una finca como residencia. Tenían muchas armas, y todos los bultos los cargaron sobre camellos. Todo el grupo se mantenía bajo nuestra vigilancia. Supimos que habían establecido comunicación con Berlín e interceptamos todos sus mensajes. Logramos descifrarlos, y supimos que los alemanes se proponen enviar otro grupo de comandos encargados de eliminar o secuestrar al "Trío". Este grupo debía estar al mando del propio Otto Skorzeny que ya había estado en Teherán y analizaba la situación sobre el terreno. Ya entonces vigilábamos todos sus desplazamientos en la capital iraní. 

Detuvimos a todos los agentes del primer grupo y los obligamos a trabajar bajo nuestro control, enviando mensajes falsos al servicio de inteligencia alemán. Teníamos la gran tentación de atrapar al propio Skorzeny pero el "Gran Trío" ya se encontraba en Teherán y, por lo tanto, no podíamos permitirnos correr mucho riesgo. Dimos deliberadamente al radiotelegrafista la posibilidad de enviar un mensaje sobre el fracaso de la operación. Ello surtió efecto, y los alemanes renunciaron a enviar a Teherán al grupo principal con Skorzeny al mando. De modo que el éxito de nuestro colectivo en detectar el primer grupo de sabotaje, acompañar y detenerlos e intercambiar mensajes falsos con la Abwehr previno el atentado contra el "Gran Trío".

Stalin, Roosevelt y Churchill durante la conferencia de Teherán:


Tengo que añadir que hay razones para tomarse esta historia con escepticismo. Durante la conferencia el general del NKVD Dimitri Arkadiev avisó a Mike Reilly, jefe de seguridad de Roosevelt, de que agentes alemanes habían saltado en paracaídas los días anteriores y todavía no habían sido detenidos, También le informó de que el NKVD tenía conocimiento de un plan alemán para sabotear la conferencia. Por su parte el ministro de Asuntos Exteriores Molotov, sin dar demasiados detalles, dio un aviso urgente a los embajadores estadounidense y británico en Moscú sobre el peligro que corrían los líderes aliados en Teherán. Sin embargo, los servicios de inteligencia estadounidense y británico no dieron mucha credibilidad a las informaciones soviéticas.

Ciertamente hay algunos puntos oscuros. En primer lugar, todo lo que se conoce de la Operación Salto de Longitud es a través de fuentes soviéticas. Al parecer en 1966 Skorzeny confirmó que el plan había existido, sin embargo no lo mencionó en sus memorias. Otra cuestión es cómo se pudieron enterar los alemanes del lugar, las fechas y los detalles de la conferencia. Vartanian afirma que fue después de que los servicios de inteligencia alemanes hubiesen descifrado el código naval norteamericano, incluso le pone fecha, mediados de septiembre de 1943. A mí me extraña. Se supone que la ruptura del código naval estadounidense habría tenido una gran importancia en otras operaciones militares, pero yo no he oído hablar de ello en ningún otro tema aparte de la Operación Salto de Longitud. En algunos sitios se menciona la posibilidad de que el espía Cicerón diese a los alemanes información sobre los preparativos de la conferencia. Eso es muy posible, aunque teniendo en cuenta que Cicerón comenzó a enviar información a finales de octubre de 1943 y la conferencia se celebró apenas un mes después, habría dado muy poco tiempo a los alemanes para preparar la acción. A su favor tiene el hecho de que Cicerón era un agente del SD, la misma organización que supuestamente iba a ejecutar el plan (y no el Abwehr, por cierto, como afirma erróneamente Vartanian). A mí personalmente también me mosquea que se haya incluido en la historia a dos personajes míticos, Otto Skorzeny y Nikolai Kuznetsov. Es un punto que le resta cierta credibilidad, al meter en ella a personajes demasiado conocidos.

Hay quien piensa que la Operación Salto de Longitud no fue más que una invención creada por los servicios secretos soviéticos para apuntarse el tanto de haber salvado la vida de los líderes occidentales. Incluso que pudo tratarse todo de un plan ideado por Stalin y Beria para ganarse la gratitud de Roosevelt, desarticulando un falso complot para asesinarle, y conseguir de ese modo una mayor receptividad a las propuestas soviéticas en las discusiones de la conferencia.

Fuentes:
http://www.a-ipi.net/article152382.html
https://www.cia.gov/library/center-for-the-study-of-intelligence/csi-publications/csi-studies/studies/vol47no1/article02.html
http://rbth.rg.ru/articles/lion_and_bear.html
http://en.wikipedia.org/wiki/Operation_Long_Jump
http://en.wikipedia.org/wiki/Gevork_Vartanian


"Sink Us"

Ya se sabe que los estadounidenses siempre han sido muy aficionados a las siglas. En 1941 el Comando de la Flota de los Estados Unidos recibía oficialmente el nombre de CinC-US (abreviatura de Commander-in-Chief, United States Fleet). Así figuraba en todos los documentos oficiales.

En inglés CinC-US se pronuncia igual que sink us, "hundidnos".

Después del ataque japonés a Pearl Harbor le cambiaron el nombre.

El Comandante en Jefe de la Flota de los Estados Unidos en el momento del ataque japonés era el almirante Husband E. Kimmel, que era al mismo tiempo Comandante en Jefe de la Flota del Pacífico y como tal tenía su cuartel general en Pearl Harbor. Tras el ataque fue acusado de negligencia y considerado el responsable del desastre. Unos días después fue relevado del mando y sustituido por el almirante Ernest King, pero ya con otra denominación (COMINCH, que igualmente significaba Commander-in-Chief, pero no sonaba a broma de mal gusto).

La bandera soviética sobre el Reichstag

Resulta paradójico que la imagen que mejor simbolizó la derrota del nazismo fuese la de la captura del Reichstag, el parlamento alemán, una institución que había sido desposeída de todo poder por Hitler cuando fue nombrado canciller. Pero eso fue lo que consiguió el fotógrafo Yevgeni Khaldei gracias a una fotografía que ha pasado a la historia, en la que se recogía el momento en el que la bandera de la hoz y el martillo era izada sobre la cúpula del Reichstag para certificar la victoria soviética en Berlín.

Secuencia del izado de la bandera en la azotea del Reichstag:


Esta última fotografía fue la elegida por Khaldei para representar la victoria soviética en la guerra. Parece ser que la primera modificación de la foto la hizo el propio Khaldei, y consistió simplemente en añadir humo de fondo para darle más dramatismo a la escena:


Pero aún hubo una modificación posterior. En ella se añadió más humo y se aumentó el contraste de la imagen, para casi conseguir la impresión de un Berlín en llamas:


Y también se hizo un retoque curioso: en las anteriores fotografías se ve al hombre con gorra de plato (el que ayuda a subir al soldado con la bandera) con un reloj en cada muñeca. En esta última foto el reloj de la mano derecha ha desaparecido. Al parecer se eliminó porque los propagandistas soviéticos pensaron que un soldado con dos relojes era una prueba de los saqueos cometidos por las tropas soviéticas en Alemania.

Esos fueron los únicos retoques, pero hay quien no se cree que la falsificación acabase ahí. Desde que se dio a conocer la foto se ha dicho de todo de las supuestas manipulaciones que se le hicieron: que la bandera no es la original y se modificó la imagen para que se viese bien extendida, que los hombres que aparecen eran figurantes y ni siquiera eran soldados... Y es que la historia del izado de la bandera en el Reichstag es muy confusa. Se pueden encontrar versiones para todos los gustos sobre el momento en el que se hizo la fotografía, la identidad de los soldados que aparecen en ella, o el origen de la bandera. Es lo que pasa cuando se juntan la propaganda soviética y la propaganda antisoviética.

Según la historia oficial, la bandera fue izada por los atacantes del Reichstag el 30 de abril. En ese momento todavía se combatía en el interior del edificio, los hombres que subieron a colocar la bandera tuvieron que abrirse paso a tiros y una vez alcanzada la azotea estuvieron todo el tiempo bajo el fuego de francotiradores situados en edificios cercanos. Así lo recoge Zhukov en sus memorias:

"A las 18:00 horas se reanudó el asalto al Reichstag. Unidades de las divisiones 171ª y 150ª limpiaban de enemigos un piso tras otro. A las 21:50 del 30 de abril, el sargento M. A. Yegorov y el cabo primero M. V. Kantaria izaron la bandera de la victoria sobre la cúpula principal del Reichstag".

Esa fue la versión oficial durante décadas, que la imagen tomada por Khaldei recogía el heroico momento en el que las tropas soviéticas conquistaron el Reichstag. Los dos hombres que menciona Zhukov, el cabo Meliton Kantaria y el sargento Mikhail Yegorov, fueron identificados tras una investigación oficial y recibieron por su acción la distinción de Héroes de la Unión Soviética. Pero en otras versiones de la historia aparecen nombres distintos: Hay quien defiende que el soldado que izó la bandera se llamaba Alexei Kovalyov y que oficialmente fue "sustituido" por Kantaria en deferencia a Stalin y como símbolo de unión de los pueblos soviéticos, ya que ambos (Kantaria y Stalin) eran georgianos. Hay otro soldado que reclamó haber sido el que izó la bandera roja sobre el Reichstag, llamado Mikhail Minin. En algunas fuentes se habla también de un español, el soldado Francisco Repoll, que supuestamente sería el tercer hombre que aparece en las fotografías. En cuanto al origen de la bandera, también hay discrepancias. Se dijo que era la de la 150ª División de fusileros, pero según Khaldei fue una bandera que él mismo improvisó con unos manteles.

Hay una explicación para tanta confusión: igual que ocurrió con la fotografía de Joe Rosenthal en Iwo Jima es muy probable que la bandera fotografiada por Khaldei no fuese la primera que ondeó sobre el Reichstag. Seguramente ya hubo alguna el mismo día 30 de abril (puede que izada por Mikhail Minin, que se convirtió en un héroe anónimo mientras otros se llevaron los honores), y es posible que fuese sustituida más tarde por la bandera oficial de la 150ª División de Fusileros. Y finalmente, ya el día 2 de mayo, llegó Khaldei con la suya para recrear nuevamente la acción. Khaldei aseguró que su fotografía fue tomada el 30 de abril, y que por tanto recogía el momento auténtico en el que fue conquistado el Reichstag, pero no hay más que fijarse en las personas que se ven en las calles para ponerlo en duda. No es probable que se les viese allí al descubierto tan tranquilos si estuviesen en medio de una batalla. Hoy pocos dudan de que la foto fue tomada el 2 de mayo, cuando la lucha por el Reichstag había terminado ya, y de que Khaldei se limitó a escenificar una imagen que sirviese como símbolo de la victoria.

Yevgeny Khaldei en Berlín

Ya hablé de Yevgeny Khaldei cuando conté la historia de su foto del reno en Murmansk. Khaldei era un joven reportero gráfico ucraniano de la agencia TASS, que desde 1941 había acompañado al Ejército Soviético, primero en su desesperada resistencia a la invasión alemana, y más tarde en su victorioso avance hacia el oeste. En 1945 fue testigo de la victoria del Ejército Rojo en la batalla de Berlín. Allí hizo una fotografía histórica, la de la bandera soviética izada en lo alto del Reichstag, que se convirtió en la imagen de la victoria para millones de soviéticos.

Berlín, 2 de mayo. La ciudad ha sido conquistada. Frente a la puerta de Brandenburgo el poeta Yevgueni Dolmatovski se dirige a los soldados soviéticos.


Tanques soviéticos en las calles de la capital del Reich:


"Fotografié a muchos prisioneros. Me gustaba ver sus reacciones. Éstos sentían vergüenza de haber caído presos en su ciudad":


Una imagen de la derrota, cascos alemanes amontonados en el suelo:


En la Cancillería del Reich, ocupada por las tropas soviéticas, dos soldados se entretienen con las condecoraciones alemanas destinadas a los últimmos defensores de Berlín, que encuentran tiradas por el suelo:


Tratando de poner orden en la ciudad en ruinas. Una soldado rusa dirige el tráfico en un cruce de calles:


Pocos edificios en Berlín se conservan sin daños. Barrios enteros han quedado arrasados:


Pero la vida sigue. Dos mujeres charlan en la calle:


La comida escaseaba desde hacía semanas en Berlín. Civiles alemanes trocean un caballo muerto en la calle en las proximidades del aeropuerto berlinés de Tempelhof:


Las colas para conseguir agua son interminables:


"Me encontré a estos dos hombres una mañana de mayo en la berlinesa Franzosiche Strasse (calle de Francia). Uno era ciego. El otro le servía de guía. No sabían de dónde venían ni dónde estaban. No sabían a dónde ir. De todo lo que vi en la guerra, lo que más me impresionó fueron los viejos y los niños. Les regalé mis provisiones y les dejé allí":

Robert Capa en Normandía

Robert Capa fue el reportero gráfico más famoso de la historia. Ya lo era en 1944, cuando fue uno de fotógrafos corresponsales de guerra a los que se les permitió acompañar a las tropas aliadas que iban a desembarcar la costa de Normandía. Él lo haría con la 1ª División de Infantería de los Estados Unidos en el sector conocido en clave como “playa Omaha”. Capa quiso desembarcar junto a los hombres que formarían la primera oleada de asalto. Le habían ofrecido unirse a la plana mayor del 16º Regimiento de Infantería, que tenía previsto desembarcar poco después de que lo hiciesen los primeros hombres; era una oferta tentadora: bastante menos riesgo y una posibilidad igualmente valiosa de conseguir un buen material gráfico, pero Capa rechazó la propuesta y prefirió quedarse con la compañía E del 16º Regimiento, a la que ya había acompañado en Sicilia.

Este es el dramático relato que hizo Capa del desembarco:

Los de la primera oleada subimos a trompicones a nuestras lanchas y (como en un ascensor lento) descendimos hasta el mar. El mar estaba picado y nos mojamos antes de que nuestra lancha se alejara del buque nodriza. Ya estaba claro que el general Eisenhower no lideraría a su gente hasta el otro lado del canal con los pies secos, ni con ninguna otra parte seca. 

En un abrir y cerrar de ojos, los hombres empezaron a vomitar. Pero esta era una invasión cortés minuciosamente preparada, y nos habían dado bolsitas de papel para ese propósito. Pronto, los vómitos llegaron a un nuevo mínimo. Tenía la impresión de que esto se convertiría en el padre y la madre de todos los días D.

La costa de Normandía estaba aún a varias millas cuando las primeras detonaciones inconfundibles llegaron a nuestros atentos oídos. Nos ocultamos en el agua mezclada con vómito del fondo de la lancha y dejamos de observar la costa que se acercaba. La primera lancha vacía, que ya había descargado a sus soldados en la playa, se cruzó con nosotros en su camino de vuelta hacia el Chase, y el timonel negro nos sonrió alegremente e hizo el signo de la victoria. Ya había suficiente luz para hacer las primeras fotos y saqué mi primera cámara Contax de su funda impermeable de hule. La quilla plana de nuestra lancha tocó tierra francesa. El timonel bajó la proa de la lancha, recubierta de acero, y allí, entre las grotescas formas de los obstáculos de acero que sobresalían del agua, había una delgada franja de terreno cubierta de humo: nuestra Europa, la playa Easy red. 

Mi bella Francia tenía un aspecto sórdido y poco acogedor, y una ametralladora alemana que escupía balas alrededor de la lancha aguó completamente mi regreso [Capa había vivido en París a comienzos de los años 30]. Los hombres de mi lancha avanzaban con dificultad con el agua hasta la cintura, con los fusiles listos para disparar, ante el fondo de los obstáculos contra el desembarco y la playa humeante. Al fotógrafo le bastaba. Me detuve por un momento en la rampa para sacar mi primera auténtica fotografía de la invasión. 


El timonel, que tenía una prisa comprensible por salir a toda velocidad de ahí, confundió mi actitud al tomar la fotografía con una indecisión explicable y me ayudó a decidirme con una certera patada en el trasero. El agua estaba fría, y la playa aún estaba a más de cien metros. Las balas hacían agujeros en el agua a mi lado, y me dirigí al obstáculo de acero más cercano. Un soldado llegó allí al mismo tiempo, y por unos momentos compartimos su protección. Quitó el protector impermeable de su fusil y empezó a disparar, sin apuntar demasiado, a la playa oculta por el humo. El sonido de su fusil le dio el valor suficiente para avanzar y me dejó el obstáculo para mí. Ahora tenía algo más de espacio, y me sentí lo suficientemente seguro como para sacar fotografías de los otros muchachos que se ocultaban igual que yo.


Aún era muy pronto y todo estaba demasiado gris para sacar buenas fotografías, pero el agua gris y el cielo gris hicieron muy eficaces a los hombrecillos que se refugiaban bajo los diseños surrealistas del grupo de cerebros antidesembarco de Hitler.

Saqué todas mis fotos y sentía el frío del mar en mis pantalones. De mala gana, traté de alejarme de mi poste de acero, pero las balas me hacían volver cada vez que lo intentaba. Delante de mí, a unos cincuenta metros, uno de nuestros tanques anfibios medio carbonizado sobresalía del agua y me ofrecía mi siguiente refugio. Evalué la situación. La elegante gabardina que me pesaba en el brazo [una carísima gabardina Burberry que hacía de Capa el invasor más elegante de todos] no tenía demasiado futuro. La solté y corrí hacia el tanque. Lo alcancé avanzando entre cadáveres flotantes, me paré a sacar algunas fotos más e hice acopio de valor para la última carrera hasta la playa. 

Ahora los alemanes tocaban todos sus instrumentos, y no podía encontrar un hueco entre los proyectiles de artillería y las balas que bloqueaban los últimos veinticinco metros hasta la playa. Estaba detrás del tanque, repitiendo una frase de mi época de la guerra civil española: “Es una cosa muy seria. Es una cosa muy seria”.

La marea estaba subiendo, y el agua ya llegaba a la carta de despedida de mi familia que llevaba en el bolsillo del pecho [una carta que como muchos otros Capa había escrito pocas horas antes y que nunca llegó a enviar]. Detrás de la protección humana de los últimos dos soldados llegué a la playa. Me tiré al suelo y mis labios tocaron tierra francesa. No tenía ganas de besarla. 

A los alemanes aún les quedaba muchísima munición, y deseé fervientemente poder estar bajo tierra en ese momento y sobre ella más tarde. Las probabilidades de que fuera al revés se estaban haciendo cada vez mayores. Giré la cabeza a un lado y me encontré de bruces con el teniente de nuestra partida de póquer de la noche anterior [también como muchos otros, Capa trató de calmar los nervios jugando a las cartas o a los dados durante la travesía en barco]. Me preguntó si sabía lo que él estaba viendo. Le dije que no, y que no pensaba que pudiera ver mucho más allá de mi cara. “Le diré lo que estoy viendo”, susurró. “Veo a un hombre en la entrada de mi casa, agitando mi póliza de seguro”.

Saint-Laurent-sur-Mer debió de haber sido en algún tiempo un lugar de vacaciones gris y barato para maestros de escuela franceses. Pero el 6 de junio de 1944 era la playa más horrible del mundo. Agotados por el agua y el miedo, permanecimos cuerpo a tierra en una pequeña franja de arena mojada entre el mar y las alambradas. La inclinación de la playa nos proporcionaba algo de protección de las balas de ametralladora y de fusil, siempre que permaneciéramos pegados la suelo, pero la marea nos empujaba contra las alambradas, desde donde disparaban como si se acabara de abrir la veda. Me arrastré pegado al suelo hasta mi amigo Larry, el capellán irlandés del regimiento, que blasfemaba mejor que cualquier aficionado. Me gruñó: “iMaldito medio francés! Si no te gustaba el sitio, ¿por qué demonios has vuelto?”. Tras haber recibido ese consuelo religioso, saqué mi segunda cámara Contax y empecé a sacar fotografías sin levantar la cabeza. 


Desde el aire, Easy Red debía parecer una lata de sardinas abierta. Como sacaba las fotografías desde el ángulo de la sardina, el primer plano de mis imágenes estaba lleno de botas mojadas y rostros verdosos. Por encima de las botas y las caras, las fotografías estaban llenas de humo de granadas. El fondo eran tanques quemados y lanchas que se hundían. Larry tenía un cigarrillo seco. Yo busqué mi petaca de plata en el bolsillo lateral y se la ofrecí a Larry. Inclinó la cabeza hacia un lado y echó un trago por el extremo de la boca. Antes de devolver la botella se la dio a mi otro amigo, el sanitario judío, que imitó la técnica de Larry con gran éxito. El extremo de la boca también fue suficientemente bueno para mí.

La siguiente granada de mortero cayó entre las alambradas y el mar, y todos los trozos de metralla encontraron a un hombre. El sacerdote irlandés y el sanitario judío fueron los primeros en ponerse de pie en la playa Easy Red. Yo hice la fotografía. La siguiente granada cayó aún más cerca. No me atrevía a quitar el ojo del visor de mi Contax y sacaba frenéticamente una foto detrás de otra. Medio minuto más tarde, mi cámara se atascó: se había acabado el carrete. Busqué un nuevo carrete en la bolsa, y mis manos mojadas y temblorosas lo estropearon antes de que pudiera meterlo en la cámara. 

Hice una pequeña pausa... y entonces me sentí muy mal. La cámara vacía temblaba en mis manos. Una nueva clase de miedo agitaba mi cuerpo de pies a cabeza y contraía mi rostro. Desenganché mi pala y traté de cavar un hoyo. La pala tocó roca debajo de la arena y la lancé lejos. Los hombres a mi alrededor yacían inmóviles. Sólo los muertos que estaban al lado de la playa se balanceaban con las olas. Una lancha desafiaba al fuego: sanitarios con cruces rojas pintadas en sus cascos comenzaron a salir de ella. No lo pensé y no lo decidí: sólo me levanté y salí corriendo hacia la lancha. Entré en el mar entre dos cadáveres y el agua me llegaba al cuello. La resaca me golpeaba el cuerpo y cada ola me abofeteaba la cara bajo el casco. Llevaba las cámaras en alto, por encima de la cabeza, y de pronto me di cuenta de que estaba huyendo. Traté de dar la vuelta, pero era incapaz de enfrentarme a la playa, y me dije a mí mismo: “Sólo voy a secarme las manos en esa lancha”.

Llegué a la lancha. Los últimos sanitarios estaban saliendo. Yo trepé a bordo. Al llegar a la cubierta sentí un impacto y de pronto me vi totalmente cubierto de plumas. Pensé: “¿Qué es esto? ¿Alguien está matando gallinas?”. Entonces vi que habían destruido la superestructura de un disparo, y que las plumas eran del forro de las chaquetas de miraguano de los hombres que habían saltado por los aires. El patrón estaba llorando. Los restos de su ayudante habían caído sobre él y estaba hecho un asco.

Nuestra lancha empezaba a escorar y nos alejamos lentamente de la playa para intentar alcanzar el buque nodriza antes de hundirnos. Bajé a la sala de máquinas, me sequé las manos y metí carretes nuevos en las dos cámaras. Volví a cubierta a tiempo para sacar una última fotografía de la playa cubierta de humo. Después hice algunas fotografías de la tripulación efectuando transfusiones en la cubierta superior. Una lancha de desembarco atracó a nuestro lado y nos sacó del barco que se iba a pique. Luego trasladaron a los heridos graves en medio de una mar gruesa. Aquello no era tarea fácil. Dejé de sacar fotos. Estaba ocupado levantando camillas. La lancha nos llevó al USS Chase, el mismo barco que había abandonado hacía sólo seis horas. En el Chase estaban arriando la última oleada del 16º de Infantería, pero la cubierta estaba otra vez llena de soldados heridos que volvían y de cadáveres. 

Esta era mi última oportunidad para regresar a la playa. No fui. Los rancheros que nos habían servido el café vestidos de chaqueta blanca y guante blanco a las tres de la madrugada ahora estaban cubiertos de sangre y se dedicaban a coser sacos blancos para los cadáveres. Los marineros izaban camillas de las lanchas atracadas a nuestro lado. Empecé a sacar fotos. Luego las cosas se complicaron...

Desperté en una litera. Mi cuerpo desnudo estaba cubierto con una manta áspera. En el cuello tenía un trozo de papel que decía: “Caso de agotamiento”. Él dijo: “Soy un cobarde”. Era el único superviviente de los 10 tanques anfibios que habían precedido a las primeras oleadas de infantería. Todos los tanques se habían hundido en la mar gruesa. Decía que tenía que haberse quedado en la playa. Yo le dije que yo también debería haberme quedado.

Los motores zumbaban; nuestro barco regresaba a Inglaterra. Por la noche, el hombre del tanque y yo nos dábamos golpes en el pecho insistiendo en que el otro no tenía nada que reprocharse, que el único cobarde era él mismo. Por la mañana atracábamos en Weymouth. Un montón de periodistas hambrientos a los que no se les había permitido apuntarse a la invasión nos esperaban en el puerto para recoger las primeras impresiones personales de los hombres que habían llegado a la playa y habían vuelto. Me enteré de que el otro fotógrafo corresponsal de guerra enviado a la playa de Omaha había vuelto dos horas antes y de que en ningún momento había dejado su barco, nunca puso el pie en la playa. Ya estaba de camino a Londres con su estupenda exclusiva.

Las fotos que tomó Robert Capa en la playa Omaha fueron las mejores del desembarco. Pero al ayudante encargado del revelado de las fotografías le pudieron los nervios, y con las prisas por tenerlas cuanto antes aplicó demasiado calor en el momento de secar los negativos y casi todas las fotos se perdieron. Sólo se salvaron 11 de las 72 que hizo Capa. Y además las que sobrevivieron salieron corridas. Los pies de foto que acompañaron a las fotografías cuando se publicaron decían que “a Capa le temblaban mucho las manos”.

Robert Capa murió en Indochina el 25 de mayo de 1954, al pisar una mina. En su honor a partir del año siguiente comenzó a otorgarse anualmente el Premio Robert Capa a los mejores reportajes fotográficos publicados por reporteros de guerra. Un fotógrafo tiene el record de haberlo ganado en tres ocasiones, en 1963, 1965 y 1971, por su trabajo en la guerra de Vietnam. Se llamaba Larry Burrows. Murió en 1971 cuando el helicóptero en el que viajaba fue derribado sobre Laos. En junio de 1944 Burrows tenía 18 años y soñaba con ser algún día corresponsal gráfico, pero por entonces no era más que un simple ayudante de cuarto oscuro que trabajaba en la oficina londinense de la revista Life. Fue el chico que se cargó las fotos que había tomado Capa en la playa Omaha.

La muerte anunciada de Hiroyoshi Nishizawa


Hiroyoshi Nishizawa nació el 27 de enero de 1920 en una pequeña ciudad de la prefectura de Nagano, al oeste de Tokio. Era el quinto hijo del gerente de una fábrica de sake. Comenzó a trabajar en una fábrica textil nada más terminar sus estudios en la escuela elemental. Pero el joven Nishizawa, pese a ser un muchacho débil y enfermizo de aspecto demacrado, tenía el sueño de convertirse en piloto de caza. Así que con dieciseis años dejó su trabajo para ingresar en la academia de vuelo de la Marina Imperial. Tres años después finalizó su instrucción y Nishizawa salió de la academia convertido en un piloto de caza de la Marina.

Cuando comenzó la guerra en el Pacífico, Nishizawa fue destinado al 4º Grupo Aéreo con base en Rabaul. Allí logró su primera victoria el 3 de febrero de 1942, pilotando un obsoleto Mitsubishi A5M, cuando dijo haber derribado un hidroavión Catalina de la Real Fuerza Aérea Australiana (en realidad el Catalina resulto dañado pero pudo regresar a su base). En abril Nishizawa fue trasladado al 2º Escuadrón del Grupo Aéreo de Tainan, donde coincidió con dos experimentados pilotos de caza, Saburo Sakai y Toshio Ota. Juntos formaron el que se conoció como "Trío de la Limpieza". Saburo Sakai (que con su autobiografía sería el causante de la fama de Nishizawa años después de su muerte) se convirtió en el protector del joven piloto. Con su ayuda Nishizawa se hizo en poco tiempo un experto en el combate aéreo. El 1 de mayo Nishizawa consiguió su primera victoria con el Grupo Aéreo de Tainan cuando derribó un P-39 sobre Port Moresby. Al día siguiente derribó otros dos P-40 estadounidenses. El 7 de agosto, en una misión de escolta de bombarderos sobre Guadalcanal, Nishizawa reclamó el derribo de seis F4F. Fue su día más exitoso, y también su primer enfrentamiento con los cazas embarcados de la Marina estadounidense (hasta entonces sus rivales habían sido pilotos del Ejército).

En los meses siguientes, destinado en el 251º Grupo Aéreo, Nishizawa participó en combates aéreos casi a diario con los Corsairs y los P-40 estadounidenses en las Salomon Occidentales. Como premio por su brillante actuación en esos días Nishizawa recibió una espada samurai de manos del almirante Jinichi Kusaka, comandante de la 1ª Flota Aérea.

Hiroyoshi Nishizawa posa con la espada que recibió del almirante Kusaka:


El Zero de Nishizawa (UI-105) vuela junto a otros cazas del 251º Grupo Aéreo sobre las Islas Salomon, en mayo de 1943:


En septiembre Nishizawa fue trasladado al 253º Grupo Aéreo, con base en Rabaul. Sólo un mes después fue destinado a Japón para servir como instructor de los nuevos pilotos que la Marina Imperial trataba de formar con urgencia (en aquella época la escasez de pilotos experimentados era ya dramática). Nishizawa odiaba su destino en Japón y su trabajo de instructor, y estuvo solicitando continuamente su traslado a una unidad de combate. Finalmente lo consiguió cuando fue destinado al 201º Grupo Aéreo, que se iba a enfrentar a la invasión estadounidense de las Filipinas.

El 24 de octubre de 1944, al día siguiente de su llegada a la base aérea de Mabalacat, en Luzón, Nishizawa participó en una histórica misión, como comandante de los cuatro Zeros de escolta que iban a acompañar a la escuadrilla Shikishima. Los cinco Zeros de la escuadrilla, al mando del teniente Seki, iban a efectuar la primera misión del Cuerpo Especial de Ataque Shimpu, conocido popularmente como Kamikaze. En los días anteriores ya lo habían intentado, pero el mal tiempo o la ausencia de blancos les habían impedido tener éxito en sus ataques. Esa mañana tuvieron más suerte. Los Zeros avistaron y atacaron a una agrupación de portaaviones de escolta enemigos cerca de la isla de Suluan. Los cinco aviones de la escuadrilla Shikishima se lanzaron contra los portaaviones enemigos logrando hundir el Saint Lô y alcanzando a otros dos buques.

Los tres cazas de escolta que sobrevivieron a la misión de la escuadrilla Shikishima aterrizaron en la base de Cebú, donde se encontraba la escuadrilla Yamato, otro grupo de kamikazes que se estaban preparando para un ataque suicida. Nishizawa contó a Tadashi Nakajima, comandante de la base, que durante la misión de escolta había tenido una premonición en la que sintió próxima su propia muerte. Con la seguridad de que le quedaba muy poco tiempo de vida, le solicitó encarecidamente participar en la nueva misión kamikaze. Su petición fue lógicamente rechazada, ya que habría sido un enorme desperdicio que un piloto de su valía muriese en una acción suicida. En palabras de Nakajima:

"Nishizawa se presentó como voluntario para la misión kamikaze al segundo día, después de volver con su vuelo de escolta de los cinco primeros aviones que picaron sobre la flota enemiga. Me dijo que estaba convencido de que moriría muy pronto. Fue extraño, pero Nishizawa insistió en que tenia una premonición. Sentía que viviría apenas unos pocos días.
No quise dejar que fuera. Un piloto tan brillante, tiene más valor para su país detrás de los mandos de un avión de caza, que picando sobre un portaaviones, como suplicó que se le permitiera hacer".

Sin embargo, aunque él no voló si que lo hizo su avión. Tres días antes el aeródromo de Cebú había sido atacado por aviones estadounidenses y se habían perdido un buen número de aparatos. Como se necesitaban todos los disponibles, Nishizawa tuvo que dejar su Zero a la escuadrilla Yamato, mientras él y otros pilotos tendrían que ir a Clark Field a recoger nuevos aviones.

En el ataque suicida de la escuadrilla Yamato del día siguiente, el Zero de Nishizawa, pilotado por Tomisaku Katsumata, se lanzó contra el portaaviones Suwanee. El caza se estrelló contra los aparatos que se encontraban en la cubierta de vuelo del portaaviones, provocando un gran incendio que tardó varias horas en controlarse, causando graves daños al buque y 143 muertos o desaparecidos entre su tripulación.

Secuencia que muestra el momento en el que el caza de Nishizawa, pilotado por Tomisaku Katsumata, se estrella contra el USS Suwanee; en la primera fotografía se ve cómo el Zero pica contra el portaaviones en el mismo momento en el que un avión estadounidense se disponía a aterrizar en él:

Tomisaku Katsumata
Momento en el que el kamikaze impacta sobre un avión que se encontraba sobre la cubierta del portaaviones, explotando ambos:

ataque suwanee
El fuego se extiende a otros aviones y se produce un gran incendio sobre la cubierta de Suwanee:

fuego suwanee
Esa misma mañana, Nishizawa y los otros pilotos subieron a un avión de transporte Nakajima Ki-49 Donryu para volar a Clark Field. El avión nunca llegó a su destino.

Los detalles de lo que ocurrio en ese vuelo no se conocieron hasta 1982. Durante el vuelo el Donryu fue avistado casualmente y atacado por dos Hellcats del portaaviones USS Wasp. Ese día los estadounidenses informaron del derribo de un “Helen” (un Ki-49 en la nomenclatura aliada) al nordeste de Mindoro. El piloto que reclamó el derribo, el teniente Harold P. Newell, contó así años después lo ocurrido:

"Yo iba por debajo de un fino estrato de nubes y mi compañero iba por encima. El avión salió de las nubes ligeramente por mi derecha en un viraje hacia la izquierda. Estaba a un alcance corto y abrí fuego. Después de varias ráfagas cortas el motor derecho y la parte interior del ala se incendiaron. El avión cayó en picado, cada vez más vertiginoso, hacia la izquierda, mientras yo seguía disparando hasta que se empezaron a desprender trozos del fuselaje y el fuego aumentó".

Hiroyoshi Nishizawa fue dado oficialmente por muerto y ascendido póstumamente a teniente. A decir de Saburo Sakai, era a sus 24 años el mayor as de caza de la aviación japonesa. La cifra de derribos más aceptada (dada por el propio Nishizawa poco antes de su muerte) es de 87 aviones enemigos, aunque hay que aclarar que los pilotos japoneses eran bastante "imaginativos" a la hora de apuntase victorias.

La premonición de Nishizawa se cumplió, pero no como él hubiese preferido. El mejor piloto de la historia del Japón murió como pasajero en un avión de transporte la misma mañana en la que su caza se estrellaba contra un portaaviones enemigo.

Fuentes:
Henry Sakaida: Imperial Japanese Navy Aces
Saburo sakai: Samurai
http://en.wikipedia.org/wiki/Hiroyoshi_Nishizawa
http://www.navsource.org
http://www.ww2incolor.com/japan/eaa+_7_.html